Literatura y Sociedad: El Revés
de la Trama
La
reflexión sobre la relación entre la actividad artística y la realidad social
probablemente es tan antigua como la civilización. Está presente en la tradición
intelectual de occidente desde la poética de Aristóteles hasta la actualidad. Desde su
aparición, la práctica creativa ha inquietado a la colectividad humana y el recurso de
indagar en torno a su origen, para desentrañar su misterio, ha sido frecuente.
Así se han diseñado diferentes énfasis
que, centrados en el productor, intentaron responder a las interrogantes que suscitaba.
Las explicaciones oscilaron entre la magia o divinidad hasta la tendencia lúdica
connatural al ser humano, pasando por su consideración productiva o su naturaleza ligada
al trabajo. Gracias al surgimiento de la modernidad y el florecimiento de la idea de arte
o literatura, todas estas líneas reflexivas se precipitaron hacia la figura del autor
individual o colectivo como creador inspirado.
El gran movimiento Strung und Drang
(Ímpetud y tempestad), precursor del espíritu romántico y el propio romanticismo
fomentaron el nacimiento de enfoques biografistas e impresionistas, que enfrentaban el
enigma literario con las armas de la creatividad inspirada y original. Eran los tiempos
donde se debatía en torno a la naturaleza de documento o monumento en torno a las obras.
Durante las últimas décadas del siglo
pasado, la lectura del fenómeno literario estuvo dominada por los enfoques provenientes
de la naciente ciencia de la sociedad y los modelos positivistas. Hipólito Taine con su
tríada básica –momento, raza y medio– marca una inflexión que parecía
finalmente solucionar las dudas. No fue así. La propia producción de obras se empeñó
en negar los esquemas y la irrupción de las vanguardias –a comienzos del siglo
XX–, sólo ahondó el problema.
Con el horizonte crítico marxista, la
perspectiva sociológica frente a la literatura fue prácticamente dominante. La
instrumentalización del pensamiento creador bajo el peso de lo ideológico involucró no
sólo a la producción de las obras, sino incluso a la propia reflexión en torno a ellas.
Eran los tiempos cuando se hablaba de partidismo en el arte y, obviamente, de crítica
revolucionaria y reaccionaria. El criterio de clase reemplazó a lo individual y el
término producción de raigambre materialista a toda metafísica que aludiera a la
creación.
Al margen de estos fundamentalismos, gran
parte de los nacientes estudios literarios contemporáneos deben su estatuto a la
influencia que ejercieron en su momento los modelos de otras ciencias, entre ellas las
ciencias histórico-sociales. Todo estaba encaminado hacia el logro de una autonomía en
el seno de las llamadas ciencias del espíritu gracias al impulso de la sociología
literaria cuando apareció la lingüística y arruinó la fiesta.
Junto con la revolución rusa entra en
escena el movimiento que fundaría el conocimiento científico en el terreno de la
literatura: el formalismo ruso. El modelo de la naciente lingüística servirá de
paradigma durante los próximos años y mediando el siglo XX será hegemónico.
Los franceses trajeron la venganza
tardía de los formalistas rusos contra el Proletkult, Stalin y Zdanov. El formalismo de
Sklovski, Eichkenbaum, Tinianov y Jakobson vino de la mano del estructuralismo de Todorov,
Barthes y Genette. Estamos en plena efervescencia de mayo en París y las reflexiones se
encaminan a definir aquello que hace literaria a una obra: la literariedad. El
inmanentismo crítico sepulta bajo el peso de relaciones in presencia e in absentia toda
la alusión directa o vedada a la realidad. Ni hablar de la sociedad considerada como
canónicamente extrínseca. La excusa: el viejo Saussure y su sincronía; la
justificación idónea: el signo lingüístico y su arbitrariedad.
Quedaría en el sentido común de
profesores secundarios y de muchos científicos sociales aquel viejo mito que los
especialistas en estudios literarios califican como la "falacia referencial": la
literatura expresa (refiere) nuestra sociedad. En el camino entre Lenin, Lukács y
Goldmann –por un lado– y Althusser, Macherey y Vernier –por el otro–,
una Escuela: la de Frankfurt, verdadero nudo gordiano en la que la vieja tradición de
Descartes, Herder, Comte, Hegel y Marx se conecta con la de Kant, Freud, Heidegger,
Husserl y Nietszche.
Cultura de masas, vanguardia y
modernidad/posmodernidad de por medio como temas precursores –entre otros– hacen
a la obra de Adorno, Benjamin, Horkheimer y Marcuse fundamental para entender el cambio de
perspectiva en torno a la relación literatura-sociedad. Rica tradición de la teoría
crítica de la sociedad que aprecia el valor del arte y la literatura como ruta de acceso
privilegiado para la lectura social. Proyecto abierto en las condiciones horrorosas del
periodo entre guerras mundiales, en medio de la barbarie fascista y stalinista, y
culminando –tal vez cerrando– con Habermas o Sloterdijk.
Lo importante más allá de este
polémico legado radica en la inversión de los términos. No se trata de partir de la
sociedad para ver cómo se refleja en la literatura, sino en ver cómo la literatura
incide en la colectividad humana. Es decir, el paso de una crítica sociológica
básicamente valorativa, ideológica y trascendentalista a una sociología de la
literatura esencialmente analítica, desideologizada e inmanentista. Muchos de los temas
que son pan de cada día para los científicos sociales en la actualidad (violencia,
autoritarismo, marginalidad, industria cultural, etc.) están precursoramente tratados por
esta Escuela.
Así llegamos, en esta rápida mirada, a
la reflexión sobre la relación entre el fenómeno literario y la realidad social en las
disciplinas humanísticas, al momento que nos interesa: la crisis del estructuralismo.
Será a partir de este periodo que la lectura sociológica que había sido subordinada por
la mayor importancia que se le concedía a los aspectos textuales e internos de las obras
literarias, al punto de casi hacer ver a un Lukács o un Goldmann como dinosaurios,
levantará nuevamente cabeza e inaugurará a fines del siglo XX un nuevo horizonte en el
conocimiento de la relación literatura/sociedad.
Por supuesto que dicho proceso tuvo las
ambivalencias y contradicciones imaginables. Por ejemplo, la propia tradición crítica
marxista se encarnó en el mundo anglosajón con corrientes aparentemente adversarias como
el psicoanálisis en los trabajos de Eagleton, Lewis o Jameson. Nos referimos a los
llamados estudios culturales que tienen en Raymond Williams su figura precursora. No nos
ocuparemos mayormente de dichas continuidades sino más bien nos centraremos en tres
corrientes que nos parecen ejemplificadoras de este retorno del énfasis social en los
estudios literarios: la Escuela de Tartu, la línea bajtiniana y la pragmática literaria. |