II.
TALLERES LÍTICOS, CAMPAMENTOS Y ALDEAS TEMPRANAS
II.1 Los Pobladores Transhumantes
En los cerros que forman las márgenes de
la banda derecha del río Chillón, caso en la desembocadura del mismo y frente a la casa
de la hacienda Márquez, se encuentran los más antiguos vestigios de la presencia del
hombre en la costa central. Se trata de un extenso sitio, situado a media falda del cerro
Cucaracha, que los costeños de hace 12,000 años usaron como cantera para fabricar los
utensilios que requerían para satisfacer sus necesidades de cazadores-recolectores de la
edad Lítica.
En dicho sitio esos "limeños"
primitivos cortaron las faldas del cerro habilitándolas como pequeñas canteras, donde
trabajaron lo que podríamos llamar la primera etapa de sus rústicos utensilios y
herramientas. En otras palabras, los trozos de la cuarcita del lugar eran desvastados,
mediante percusión, hasta obtener una burda aproximación a la forma del instrumentos que
se pretendía lograr, cuya terminación se realizaba en los campamentos en que habitaban
temporalmente los pobladores trashumantes de nuestro litoral. Cuando la
"pre-forma" lograda no era satisfactoria o se rompía durante el proceso de
fabricación, los restos eran arrojados en las inmediaciones de la cantera y pacientemente
se iniciaba la elaboración de un nuevo instrumento. Debido a esta forma de organización
del trabajo, contamos con el valioso testimonio arqueológico que constituye el taller
lítico de las márgenes del Chillón.
En las faldas del cerro Cucaracha se
encontraban, hasta hace poco, cientos de miles de astillas y esquirlas de cuarcita,
productos del desvastado de las "pre-formas", e incontables restos de utensilios
inacabados, tales como chancadores, raederas, raspadores, punzones, cuchillos y hachas de
mano e inclusive puntas bifaciales y proyectiles puntiagudos, probablemente parte de armas
de caza lanzadas con estólicas. El yacimiento arqueológico toma el nombre de Chivateros
y sus restos han sido clasificados en cuatro complejos cuya duración abarca desde el
10,000 hasta el 7,000 a.c.
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Industria Lítica de
Chivateros |
Al mismo tiempo que los antiguos
pobladores de la Comarca de Lima labraban sus armas y herramientas en el valle del
Chillón se desarrollaba a lo largo de toda la costa una intensa actividad de las bandas
trashumantes que se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos silvestres. De ellos
han quedado varios testimonios en los conjuntos superficiales que se encuentran en Amotape
Piura (9,500 a 7,500 a.c.), Paiján y Pampa de los Fósiles, La Libertad (9,000 - 8,000
a.c.) y en Toquepala, Moquegua (7,617-7,527 a.c.), Asimismo, en la sierra hay abundantes
vestigios de la presencia de los nómadas de la época, en las cuevas y reparos de
Panalauca, Corimachay y Pachamachay, en el departamento de Junín (10,000 - 9,500 a.C) y
muy especialmente en la cueva de Lauricocha situada en Huánuco (7,566 a.c.), donde A.
Cardich (1948) encontró los más antiguos restos humanos de la pre-historia peruana.
Anteriores a estos restos arqueológicos
hay pocos yacimientos que ofrezcan vestigios confiables de una mayor antigüedad del
hombre en el Perú, pues casi todos son complejos superficiales que, por su naturaleza,
fácilmente inducen a errores apreciables en el fechado. Sin embargo, se tiene la
convicción de que los primeros cazadores nómades llegaron a nuestro país hace
aproximadamente 20,000 años, procedentes del norte del continente, habiéndose registrado
su paso por Nicaragua 22,000 a.c. Los hallazgos arqueológicos de Pikimachay y
Jayhuamachay en Ayacucho, de Huargo en Huánuco y de Guitarrero en el Callejón de
Huaylas, aún cuando el fechado que se le asigna ha sido controvertido, parecen probar que
la presencia del hombre en el Perú es muy temprana (18,000 a.c.) y que en cualquier
momento se podrá acreditarla fehacientemente, tanto en la sierra coma en la costa.
En todo caso, es seguro que los nómades
pleistocénicos, que llegaron al Perú persiguiendo a la gigantesca fauna del período,
eran portadores de una tecnología avanzada en la elaboración de instrumentos líticos,
se agrupaban en pequeñas bandas de 20 a 25 personas y recorrían vastos territorios,
albergándose temporalmente en reparos y cuevas en las alturas serranas y en rústicos
campamentos en las sabanas costeñas.
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Industria lítica de
Chivateros |
El nomadismo puro de los primitivos
cazadores, es decir el viajar permanentemente siguiendo las huellas de la casa mayor o
buscando un clima más benigno que permitiera mejores condiciones de vida y una más
cuantiosa recolección de frutos silvestres, pronto devino en un nomadismo regional
(10,000 a.c.), cíclico y periódico, en el que los cazadores-recolectores se movían
aprovechando los beneficios que ofrecían los cambios de estación, la existencia de
microclimas y la presencia de pisos y nichos ecológicos. Así, los movimientos
migratorios eran tanto horizontales como verticales, de desplazamiento longitudinal y de
ascensión transversal a través de la geografía peruana.
La migración de las bandas se
circunscribía a ciertos territorios en los que su presencia se daba de acuerdo a los
imperativos del clima y a su consecuente impacto en los recursos naturales de la región.
Así, las bandas que tenían la costa como su hábitat principal, además de recorrer el
litoral y explotar los abundantes recursos que ofrecían las lomas costeras, hacían
incursiones en la sierra occidental cuando, en el seco verano costeño, las húmedas
altiplanicies serranas ofrecían suculentos pastizales a la fauna de la época. Asimismo,
los nómades que tenían su base de asentamiento en la sierra, cuyos valles recorrían y
explotaban de acuerdo a una tácita división territorial, al llegar el seco invierno
serrano emigraban hacia las más húmedas punas y jalcas cordilleranas o descendían hacia
la costa para aprovechar la feraz vegetación que anualmente se producía en las lomas
como consecuencia de la condensación de las neblinas lluviosas y húmedas brumas del
invierno costeño.
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Adecuación de
una gruta natural para satisfacer necesidades habitacionales |
En ese estado de cosas, que significaba
casi un seminomadismo, las bandas de fines del Pleistoceno dejaron en la costa y en la
sierra los vestigios culturales a los que nos hemos referido al principio de este
capítulo.
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Abrigos y reparos
tempranos de la costa |
Como ya se ha anotado, hasta ahora son
pocos los restos encontrados en la costa del cazador-recolector que la habitó entre los
10,000 y 7,000 años a.c., pero afortunadamente tenemos una buena información acerca de
su contemporánea de la sierra. Las características antropológicas del hombre que se
refugió en las cuevas serranas de Lauricocha (7,566 a.c.) no debieron ser muy distintas
de las que poseían los pobladores de la Costa, habida cuenta que tenían un tronco
común, que su fijación en dicho medio no databa de hacía muchos años y que su
economía dependía de la explotación de recursos similares o parecidos. Asimismo, sus
costumbres no debían diferenciarse demasiado, pues a las razones ya expuestas habría que
agregar las derivadas de un frecuente contacto, coma resultado de los anuales movimientos
migratorios a los que hemos hecho referencia.
Por lo expuesto, creo posible hacerse una
idea acerca del aspecto y costumbres del cazador-recolector costeño en función de los
datos que conocemos del hombre de Lauricocha. Según el ingeniero Augusto Cardich los
cavernícolas de Lauricocha y de la sierra central en general, "eran de cabeza
alargada y alta, es decir calico-hipsicráneos, con una cara medianamente ancha y una
estatura de alrededor de los 1.62 m." (1981), y que se agrupan en pequeñas y
medianas bandas que elegían un jefe que las guiara cuando las circunstancias lo exigían,
escogiendo al más apto para cumplir con la tarea que la banda tenia que enfrentar. Los
hombres de Lauricocha tenían ya cierta vida espiritual, pues practicaban entierros
rituales; decoraban las paredes de las cuevas que habitaban con expresivos dibujos y
pinturas; marcaban su paso por peñas y roquedales dejando coloridas pictografías e
intrigantes petroglifos, se ornamentaban con collares de cuentas y labraban los mangos de
sus herramientas con finas incisiones de carácter figurativo o abstracto En cuanto a la
satisfacción de sus necesidades vitales, se alimentaban de la caza y de la pesca que
ofrecían los ríos y lagunas y complementaban su dieta con la recolección de frutos,
tubérculos y raíces silvestres. Cazadores de megaterios, milodontes, mastodontes y
paleolamas durante el Pleistoceno, a fines de este y comienzos del Holocene, al
extinguirse la megafauna los cavernícolas serranos se convirtieron en expertos y
pertinaces cazadores de todo tipo de cérvidos y camélidos y, ocasionalmente, de aves y
animales menores, dada la abundancia de la caza mayor. Cocinaban al fuego sus alimentos,
asándolos o enterrándolos con piedras precalentadas, en versión prehistórica de la
popular pachamanca; guardaban los líquidos en odres o mates de lagenarias y los
calentaban sumergiendo en los recipientes piedras calientes y se vestían con pieles de
animales y prendas confeccionadas con fibras y tallos de plantas lacustres, tejidos
mediante el entrelazado o anillado que usaban para confeccionar esteras y redes.
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Viviendas
transhumantes. |
Sus instrumentos y herramientas eran
principalmente pétreos, trabajados mediante percusión, presión y abrasión, y tenían
como máxima expresión las hermosas y grandes puntas foliáceas de doble cara que
caracterizan a todas las culturas de la época. La vivienda consistía, fundamentalmente,
en reparos, refugios y cavernas naturales, que completaban, acondicionaban y defendían
mediante la construcción de rústicos accesos, muros divisorios y perforaciones
ventilatorias. Dichos alojamientos, que ocupaban la mayor parte del tiempo, se alternaban,
durante sus incursiones a la costa, con los campamentos levantados en las lomas o playas,
basándose en tiendas rudimentarias forradas con pieles o albergues construidos con
livianos troncos, cañas y esteras.
Los hallazgos hechos en Paracas, Pucusana
y Lurín de viviendas de principios del Holoceno, muestran que, tal como lo hemos
afirmado, los caracteres somáticos y costumbres de los hombres de la costa y de la sierra
diferían sólo en aquellos aspectos que el imperativo del medio hacia obligatorias.
En definitiva, parece aceptable que
tomemos la imagen del hombre de Lauricocha para formarnos una idea del poblador de la
costa central de fines del Pleistoceno.

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