ACTO MÉDICOS: LÍMITES Y
POSIBILIDADES
Gamaniel Guevara Chacabana*
El acto médico es hoy un
tema de máximo interés para la sociedad, los médicos, y demás profesionales de la
salud. Su correcta comprensión (el conocimiento de los factores o determinantes que
limitan o posibilitan su ejercicio) puede ayudar a precisar adecuadamente las competencias
y los campos profesionales actualmente en conflicto. Pero sobre todo, puede contribuir a
esclarecer las causas del deterioro progresivo que desde hace algunas décadas afecta a su
componente esencial, la relación médico-paciente, y que ha puesto en cuestión el rol
social, la eficacia curativa y la filiación humanística de la medicina.
precisiones conceptuales
Una primera constatación verificable en
nuestro medio al leer artículos, trabajos y normativas sobre el ejercicio y el acto
médico, y actividades afines, es su diversidad conceptual, lo que evidencia las distintas
apreciaciones que pugnan en torno a su definición.
Así, desde un campo generalmente no médico, se proponen como profesiones médicas a
carreras próximas o complementarias a la medicina, p.e. la de obstetricia (1). De lo cual
se deduce: a) que el acto médico puede ser ejercido por un profesional de la salud no
médico, y b) que el acto médico no es actividad distintiva de la profesión médica.
En esta definición se omite el significado esencial de integralidad con la que la
medicina define y atiende a su objeto de estudio: el ser humano o persona. Esta
distinción no significa que otras profesiones estén supeditadas, dependan o sean
inferiores a la profesión médica. Cada una vale por la eficacia que representa en su
función social y en el contexto específico de una determinada realidad. Pero no se debe
soslayar el carácter totalizador de la medicina y el acto médico, que lo hacen
distinguible de las actividades de salud de otras profesiones.
Además de este enfoque, hay dentro del campo médico, dos visiones diferentes de lo que
es el acto médico, las que en una interpretación literal también revelan posiciones
discrepantes.
La primera enfatizando la importancia de la relación médico-paciente
afirma que no hay acto médico sin médico y/o sin paciente (2). Sin embargo, esta
aseveración no es completa y requiere explicaciones, pues el desarrollo de la práctica
médica y los avances de la comunicación han propuesto otras variantes válidas y nada
desdeñables.
Ciertamente, la relación médico-paciente típica e irremplazable es la interpersonal
directa e inmediata. Pero hoy existe la atención a distancia - teléfono, radio,
telemedicina -, la que dispensada cuidadosa y apropiadamente y sobre todo en situaciones
de emergencia aporta soluciones eficaces. Por otro lado, existen las sesiones
terapéuticas grupales, en las cuales las interacciones médico ó médicos-pacientes
resultan reconfortantes y provechosas.
Asimismo, el avance científico-técnico de la medicina ha determinado que la atención
del paciente se efectúe por equipos médicos en los que la labor de los especialistas es
complementaria. Esto plantea que la relación médico-paciente a la cual podríamos llamar
compartida puede desdoblarse en una directa (la de quienes efectivizan la relación
interpersonal) y otra indirecta (la de quienes como el radiólogo o el patólogo no tienen
el vínculo interpersonal directo). Ambas igualmente válidas como acto médico.
La segunda afirma enfatizando la condición profesional del médico que acto
médico es
toda acción o disposición que realiza el médico en el ejercicio
de la profesión médica, sea en su condición de directivo, autoridad, funcionario,
docente, asistencial y terapeuta, investigador, consultor, auditor u otra (3).
En este enunciado la labor asistencial y curativa, la actividad más permanente y
característica del médico, queda en segundo plano, precedido por otras modalidades de la
profesión como las de directivo, autoridad, funcionario, etc. Funciones que se
desempeñan generalmente en despachos u oficinas, en las que el médico no interactúa con
pacientes sino con sus pares o subalternos. Si nos atenemos a lo que está escrito,
deberíamos considerar como acto médico, p.e., la decisión de un Director Ministerial
médico aprobando una partida para instalar aire acondicionado en su despacho.
Puede apreciarse que en el acto arriba mencionado no sólo no hay relación
médico-paciente alguna, sino que tampoco está vinculado o dirigido a la solución de
algún problema de salud individual o colectiva. Es difícil considerarlo acto médico. En
todo caso se puede proponer que se lo designe como acto de función médica.
Entonces, ¿qué es el acto médico? La definición debe contener cuando menos dos
cuestiones fundamentales no excluyentes ni exclusivas: el objetivo y fin superior de la
medicina, y la relación médico-paciente. Con respecto a lo primero la finalidad
primordial de la medicina es conservar y enriquecer la salud y la vida, y curar o aliviar
las enfermedades. Con respecto a lo segundo, como ya se ha mencionado, la relación
médico-paciente es la interacción esencial y fundamental del acto médico.
Podemos decir, en consecuencia, que acto médico es aquel en que el médico actúa como
profesional de la medicina en la prevención, promoción, recuperación y rehabilitación
de la salud individual o colectiva, y mediante el que atiende y resuelve los problemas
directos y derivados de la relación médico-paciente.
Serían ejemplos de acto médico, entre otros, además de la consulta médica, la
intervención quirúrgica, el procedimiento diagnóstico, el peritaje médico-legal, la
sesión terapéutica individual o grupal, etc., que implican una interacción directa e
inmediata con el o los pacientes. Y otros como verificar un examen de laboratorio,
elaborar un diagnóstico anato-mopatológico, realizar una investigación epidemiológica,
organizar un equipo de salud, o incluso formular una medida sanitaria concreta, en los que
si bien no hay una interacción inmediata y directa con el o los pacientes, existe el
propósito explícito de atender y solucionar un problema de salud.
A esta diversidad conceptual que hay acerca del acto médico, se suma una errónea
sobrevaloración del rango social de la medicina. Desde fuera y desde dentro de la
profesión se piensa que la medicina da jerarquía o privilegio. En este punto coinciden
las tres opiniones aparentemente divergentes que hemos comentado. Los profesionales de la
salud no médicos aspiran a tener estatus médico. Los médicos practicantes afirman que
la atención directa del enfermo es la única o la mejor manera de ser médicos. Los
médicos funcionarios anteponen su quehacer burocrático a la relación médico-paciente.
Estas posiciones, opuestas en su formulación, comparten sin embargo una misma
percepción, la de prescindir de un punto de vista histórico y abstraer el problema
médico de su real y concreta dimensión social.
BREVE MIRADA HISTÓRICA
El reconocimiento casi universal que en
la actualidad tiene el acto médico como el evento más característico en la atención de
la persona enferma es, desde una perspectiva histórica, una adquisición reciente y llena
de contradicciones. El acto médico, como expresión de un quehacer humanístico
científico-terapéutico, es muy posterior tanto al acto curativo instintivo del hombre
primitivo, como a las formas de curación mágico-religiosas de los albores de la
civilización.
Tuvieron que transcurrir miles de años y acaecer cambios sociales y culturales muy
importantes antes que la medicina se constituyera en una disciplina diferenciada e
independiente de las otras actividades humanas. Esto sólo pudo ocurrir cuando el
desarrollo de la división social del trabajo condujo al surgimiento de la propiedad
privada, las clases sociales y el Estado, y cuando éste consolidó la incipiente
separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Sólo entonces los
conocimientos acumulados por el conjunto de la sociedad pudieron ser acaparados por
determinadas élites intelectuales asimiladas al dominio de las clases en poder del
Estado, y cuya función sería en adelante la de contribuir a afianzar esta hegemonía.
Como ocurrió en Mesopotamia y Egipto, fue en esa época cuando el saber curativo pasó de
ser conocimiento y medio de vida de toda la sociedad, a ser competencia particular de una
categoría especial de hombres: los médicos. Para entonces la medicina aún no se
separaba de la religión y el acto curativo de los antiguos médicos caldeos y egipcios se
confundía con el quehacer de los sacerdotes, y estaba imbuido de ideas y prácticas
empíricas, mágicas y sobrenaturales (4).
Fue en Grecia donde la medicina surgió como una disciplina desligada de la religión,
aunque siguió auxiliándose con ella en su quehacer curativo. Y fue allí donde los
círculos hipocráticos y los filósofos griegos formularon los principios éticos del
acto médico (autonomía, beneficencia, justicia, y no maleficencia) (5) y fundaron la
práctica médica como propuesta filosófica del campo del humanismo (6). Pero fue
también en Grecia donde se reveló claramente la paradoja que acompaña desde su origen a
la medicina y al acto médico modernos: el haberse constituido durante la división de la
sociedad en clases como forma particular (privada) de conocimiento frente a la necesidad
de un conocimiento universal (social) indispensable para promover la vida y cuidar la
salud del conjunto de la sociedad.
Por tanto, ni los beneficios ni las virtudes de la medicina hipocrática fueron prodigados
por igual a todos los miembros de la sociedad griega, organizada entonces sobre la base de
relaciones productivas y sociales esclavistas. Ni Platón ni Aristóteles, cuyas
construcciones filosóficas contienen puntos de vista del pensamiento hipocrático, y
quienes contribuyeron a afianzar las bases éticas de la medicina, consideraban a los
esclavos y a la mayoría de los trabajadores manuales como pertenecientes a las clases
ciudadanas, negándoles así el goce de los derechos cívicos (7).
En esos tiempos, las enfermedades de los esclavos tenían un tratamiento de
veterinario a cargo de simples practicantes; las enfermedades agudas de los
hombres libres, ricos o pobres recibían un tratamiento expeditivo o resolutivo; y las
enfermedades crónicas de los hombres libres y ricos se beneficiaban de una terapéutica
pedagógica y biográfica a cargo de médicos alquilados a ello. De otro lado, no había
provisión para el cuidado de los inválidos, quienes de acuerdo a los cánones de salud
de la cultura griega (equilibrio, belleza, fortaleza, armonía) eran seres socialmente
menospreciados. La posición del médico también estaba determinada por el modo de
producción y, en consecuencia, no era muy alta. Por ser un trabajador manual pertenecía
a la categoría de los artesanos. La mayoría de ellos viajaban de una ciudad a otra,
golpeando a las puertas y ofreciendo sus servicios como lo haría el herrero y el
zapatero. (8).
De igual modo, en los siglos siguientes la posición del médico y la suerte del acto
médico estuvieron determinados por las relaciones productivas y la estratificación
social, primero del mundo feudal, y después del capitalismo. En general, salvo algunas
excepciones, sólo los médicos allegados a las cortes y a los grandes señores, los de
los ejércitos y las castas militares, o de los ricos burgueses y comerciantes gozaron de
un relativo prestigio y buena posición, y pudieron desarrollar su actividad
ejercitar el acto médico - con alguna decencia y propiedad.
La salud de los siervos, de los hombres libres del pueblo, o de las empobrecidas
muchedumbres de los burgos estuvo invariablemente a cargo de médicos artesanos,
empíricos (barberos, sangradores, hueseros, comadronas, etc.) y religiosos. La historia
anterior a la edad moderna muestra innumerables ejemplos de la situación precaria en la
cual tenían que ejercer la mayoría de los médicos, quienes muchas veces se veían
obligados a recurrir a subterfugios para atraerse la clientela que le disputaban los
empíricos y curanderos (9).
Sólo recientemente el médico ha obtenido una autoridad profesional difundida y
reconocida. Hasta el siglo XIX tenía muy poco prestigio, conocimientos sólidos o
técnica para sostener la autoridad que buscaba
El médico en general no tenía
control ni de jure ni de facto sobre la práctica de la curación
Sin embargo, ya a
finales del siglo XIX estaba bien establecido el monopolio de los médicos sobre las
curaciones, y, poco después, éstos se hallaban en la posición, virtualmente sin
precedentes, de ser un símbolo de curación para personas de todas las clases
sociales (10).
Esta breve referencia histórica que no niega los avances y la contribución de la
medicina, así como el aporte de sus figuras eminentes al progreso social - nos ilustra
que ni ésta ni el acto médico estuvieron en un pedestal privilegiado que cierta visión
elitista ha pretendido sostener como ideal de la profesión médica. Y nos ilustra
también que ni la medicina ni el acto médico pueden explicarse por sí mismos, sino que
para su análisis e interpretación debe tomarse en cuenta el contexto histórico y social
en que se desenvuelve.
ACTO MÉDICO Y RELACIONES PRODUCTIVAS
Cuando se piensa en las dificultades y las
deformaciones que sufre hoy la relación médico-paciente, a menudo se buscan
explicaciones en las cualidades personales que tiene o debe tener el médico, y en las
características propias que tiene la medicina como ejercicio profesional. Pero suele
pasarse por alto el papel que juegan en su configuración las relaciones sociales
productivas, las que en última instancia, son las que hacen posible su acción y
determinan sus formas de organización y aplicación. Gracias a ellas, en un país de
evolución capitalista como el nuestro podemos explicarnos:
Que la prestación de servicios
médicos pueda organizarse como un negocio lucrativo y sea susceptible de convertirse en
capital. Así, la atención de la salud puede disponerse en empresas grandes, medianas,
pequeñas, privadas, semi-privadas, estatales, etc., lo que ofrece escenarios diferentes a
la realización del acto médico. El propósito humanista de la medicina, el principio de
beneficencia (hacer el bien) del acto médico, pasa a un segundo plano. Lo principal es
obtener ganancias.
Que siendo el capitalismo acumulación
privada de capital y apropiación de un plus trabajo que no se le retribuye al trabajador,
haya inexorablemente ricos y pobres. Así se establece una discriminación arbitraria: los
sectores de ingresos altos pueden comprar servicios de salud costosos y sofisticados,
mientras que los amplios sectores de ingresos bajos y muy bajos sólo pueden atenderse en
los hospitales o quedar excluidos de toda asistencia médica. Esto, desde un nivel
estructural, afecta el principio de justicia o universalidad del acto médico.
Que nuestra economía por su
origen colonial mantenga un carácter extractivo primario, y sea principalmente
comercial y de servicios, centralizada en la capital y en las grandes ciudades. Lo que
determina el abandono y la pauperización de las zonas rurales y alejadas, así como la
crónica, desigual e injusta cobertura sanitaria, que afecta otra vez el principio de
justicia del acto médico. De otro lado, se genera en las ciudades una alta densidad
poblacional médica y una oferta distorsionada de servicios de salud, la que es fuente de
conflictos, informalidad e inconducta profesional. En este escenario, a menudo es
vulnerado el principio de no maleficencia (no hacer daño) del acto médico.
Que la economía política del país
esté organizada en función del interés de los grandes grupos económicos, extranjeros y
nacionales. Esto explica por qué en más de 180 años de República no exista hasta ahora
una verdadera política nacional de desarrollo humano (de la cual la salud pública debe
ser componente central), y por qué las llamadas políticas sociales del Estado hayan sido
muy débiles o hayan permanecido largamente postergadas y olvidadas. En esta perspectiva
ni la salud pública ni la medicina han sido orientadas a la solución real de los
problemas sanitarios de las mayorías nacionales.
Que al igual que las demás mercancías
de la economía capitalista, el valor del trabajo médico también esté sujeto a las
variaciones del mercado, y se deprecie en épocas de crisis y recesión como la que
vivimos. Este descenso del valor del trabajo médico reviste diferentes formas:
congelamiento de los sueldos, contratos por remuneraciones ínfimas, aumento de horas
laborales, demanda de mayor productividad, etc., todo lo cual afecta la calidad de la
atención médica en perjuicio del paciente y atenta contra el principio de autonomía
(respeto por la persona) del acto médico.
A estos factores se sumaron en la década pasada:
La reducción de la responsabilidad del
Estado en el gasto social, transfiriendo parte de sus obligaciones al sector privado, como
en el caso de las aseguradoras de fondos de pensiones.
El apoyo a la actividad comercial de
las transnacionales, entre ellas las de la industria de alimentos, insumos de salud y
medicamentos, imponiéndose patrones de consumo alimentario extraños a las necesidades de
la población; estimulando la automedicación y la sobreoferta y demanda de consultas,
análisis, vacunas, ecografías, etc., y la compra de equipos de diagnóstico y
tratamiento.
El aliento a la multiplicación
desordenada de universidades, principalmente particulares, cuyos egresados formados
precariamente se lanzaron a la búsqueda desesperada de un lugar en el reducido mercado
laboral del presente, propiciándose el terreno para un equivocado enfrentamiento entre
profesionales, p.e. entre los del campo de la salud.
ACTO MÉDICO Y MARCO
ORGANIZATIVO DE LA MEDICINA
También suele pensarse el acto médico
como una relación libre entre el médico y el paciente, sin tomar en cuenta que ella
está determinada por el marco organizativo de la práctica médica y su relación con el
conjunto social. Describiremos brevemente los determinantes más próximos del marco
organizativo de la medicina.
El adelanto científico-técnico de la medicina ha transformado a ésta en una disciplina
eficaz y con amplias posibilidades de realización. Pero a la vez ha convertido su
ejercicio individual artesanal en actividad masiva institucional, y su visión
totalizadora de la persona enferma en una percepción especializada o segmentada del
paciente. Asimismo, el avance tecnológico ha profundizado la división del trabajo
médico (especialidades y subespecialidades), y ha elevado los costos de la atención
médica, obligando a concentrarla en grandes centros asistenciales que tienen que asumir
formas empresariales (estatales o privadas), lo que ha hecho de la atención médica un
acto impersonal y del médico y demás trabajadores de salud simples asalariados. Aquí
hay aspectos de la propia organización médica moderna que condicionan su
deshumanización (11).
Desde hace décadas se mantiene el carácter inorgánico, incoherente, injusto y de pobre
desempeño del sistema nacional de salud. Pero particularmente en los últimos diez años,
al interior del sistema sanitario, se aprecia un incremento de las condiciones adversas y
limitantes para el ejercicio digno, humano, liberador y creativo del acto médico (12-15).
La Reforma de Salud de la década pasada obligó a un reajuste en la gestión de los
establecimientos a cargo del Ministerio de Salud (considerados como empresas) en desmedro
del paciente y la atención médica. El recorte presupuestal en salud por parte del
Estado, no sólo llevó a extraer recursos de los pacientes y a la semiprivatización de
los hospitales (reapertura de las clínicas), sino ocasionó graves carencias de
medicinas, instrumental y equipos médicos que desmejoraron seriamente los resultados del
trabajo médico. Por otro lado, a pesar de la creación de Puestos y Centros de salud, la
cobertura sanitaria no alcanzó a los sectores más empobrecidos, sobre todo los de la
sierra y selva, y de las zonas rurales de país. Se mantuvo la tendencia a privilegiar la
asistencia en los hospitales de grandes ciudades y para sectores de población que tenían
algunos recursos económicos para co-financiar su atención.
Asimismo, se introdujo de modo autoritario un nuevo régimen administrativo y de gobierno
en el IPSS, no sólo se recortó su autonomía y sus alcances en seguridad social, sino se
modificó la reglamentación laboral para lograr mayor exigencia de trabajo y
productividad, y se promovió la contratación de servicios de terceros en diferentes
áreas. Por otro lado, se mantuvo un régimen de privilegio para las grandes clínicas
privadas y se alentó el aseguramiento privado y la formación de Empresas Prestadoras de
Salud, favoreciéndose una recomposición del gran sector privado en el que se advierte
una creciente diferenciación entre las entidades financieras y las empresas que prestan
atención directa de salud. La brecha existente entre el creciente número de egresados de
las facultades de medicina y la oferta estatal de empleo a fines de los 80, fue
amortiguada por la práctica del consultorio privado individual u organizado en pequeños
o medianos policlínicos o centros médicos. Pero dado el mayor empobrecimiento de la
población ha tenido serias dificultades para extenderse. En la década pasada también
ocurrió la emergencia de un subsector privado sin fines de lucro, consistente en una red
de promoción y atención de salud por parte de ONGs, las iglesias, centros de salud
comunitarios y formas autogestionarias populares de servicios locales. Su radio de acción
es aún limitado pero es probable que debido a las condiciones de pauperización en las
zonas urbano-marginales, pueda seguir ampliándose (16).
Dos fenómenos adicionales han contribuido a configurar un marco organizativo poco
propicio para un ejercicio integrador de la medicina:
El convencimiento entre los médicos
que la mejor forma de competir en el mercado laboral es mediante la especialización. En
1964 el 41.8% de médicos declaraba una especialidad (17); en 1988 esta proporción se
incrementó al 67.2% (18). Asimismo, en 1988, el 46.6 % de los médicos declaraban tener
una especialidad básica; en 1996 sólo el 24.5 % tenía una especialidad básica y el 25
% tenía una subespecialidad (19).
La extensión y profundización de la
condición de asalariado del médico y el empeoramiento de su situación económica y sus
posibilidades de superación profesional. En 1988 el 78.1% de los médicos de Lima
trabajaba para el estado y consideraba que sus ingresos eran insuficientes (20). En 1988
el 58.8% de los médicos tenía entre dos y tres empleos (21). En 1988 el nivel económico
de los médicos en Lima era variable, pero en promedio no correspondía a una situación
de altos ingresos, lo que determinó que un 66% de quienes estaban suscritos a revistas
médicas abandonara sus suscripciones (22). En la última década, la condición de
subempleo en la profesión médica (p.e. contratos por servicios no personales) se
incrementó notoriamente, a la par que el mercado de oferta laboral adecuada se hizo más
estrecho.
Finalmente, el escenario general en el cual el médico tiene que desempeñar su cotidiana
labor es el de una pobreza creciente y agobiante de la población. El 25% del público
está completamente marginado de la atención médica. En la última década los pobres
extremos disminuyeron su demanda de atención hospitalaria y de consultas en farmacia. Los
pobres críticos disminuyeron su demanda de atención hospitalaria pero aumentaron su
consulta en farmacia. Mientras que los no pobres aumentaron su demanda de atención
hospitalaria y su consulta en farmacia. Esta situación evidentemente condujo a una
extensión de la automedicación y a que cada vez más empíricos u otros profesionales de
la salud pudieran invadir el campo de la actividad médica.
LOS ESCENARIOS POSIBLES DEL ACTO
MÉDICO
Lo señalado anteriormente
nos permite deducir que el acto médico se realiza en cuatro posibles escenarios: 1)
grandes clínicas y empresas de salud, 2) consultorios privados y policlínicos, 3)
hospitales y centros médicos estatales, de ESSALUD, municipales, y 4) consultorios del
sub-sector privado sin fines de lucro. Es indudable que las cualidades personales del
médico juegan un rol primordial en la calidad del acto médico. Pero no se puede negar la
influencia que tiene sobre éste el escenario inmediato en que se desarrolla.
Así, el acto médico en las grandes clínicas privadas a menudo reviste cierta
teatralidad y sofisticación, es personalizado y usualmente se presenta como satisfactorio
para el paciente porque considera que el dinero invertido ha sido bien retribuido por la
aparente calidad y eficacia de la atención. En este nivel es donde se percibe más
claramente cómo el móvil lucrativo ha convertido la relación médico-paciente de una
relación ética en una relación mercantil. En las clínicas para los sectores de altos
ingresos el acto médico se convierte muchas veces en un vehículo para lograr sobrecostos
de atención que los paga el cliente o los seguros que este contrata.
El acto médico en los policlínicos y consultorios privados suele ser personalizado y a
menudo satisfactorio para el usuario, pero muchas veces también es precario y fuertemente
influido por la necesidad de no perder al paciente: es en este nivel donde surge más
agudamente el conflicto interprofesional, tanto entre los mismos médicos como entre el
médico y otros profesionales de salud. A pesar de ello este es un escenario donde la
relación médico-paciente, si es que la formación y la personalidad del médico son
idóneas, podría tener un contenido humano.
El acto médico en los hospitales públicos y en las clínicas con contratos de atención
masiva reviste las características de un acto burocrático. La labor médica en este
escenario se torna impersonal, mecánica y superficial. Se acentúa la relación
autoritaria entre el médico y el paciente, se demanda de él un simple acatamiento a las
indicaciones médicas, sin explicarle el por qué ni el cómo de sus dolencias y el modo
de aliviarlas. El acto médico deviene rutinario, protocolizado, sin atisbos de
imaginación, afecto y humanidad. Por otro lado, la especialización refuerza la tendencia
hacia atender al paciente como un órgano, una parte, o un caso. Se requiere de una
profunda convicción humanista para que a pesar de estas condiciones negativas el médico
hospitalario pueda tratar con cordialidad, respeto y consideración al paciente.
En los establecimientos del subsector privado sin fines de lucro como ONGs, centros
parroquiales o de iglesias y comunales, puede darse un trato personalizado y más cálido
al paciente en la medida que estos centros y consultorios médicos están más vinculados
al escenario natural de la población pauperizada. Aquí las cualidades personales del
médico podrían ejercerse más libremente que en los otros escenarios.
En conclusión, en las últimas décadas la medicina en el Perú ha mantenido y
profundizado sus contradicciones fundamentales: pretende dar salud para todos pero es
insuficiente para atender las enfermedades; defiende la libre elección pero excluye
masivamente de la atención médica a la población empobrecida; desea asistir al paciente
en su escenario natural, pero le exige que acuda a los centros de salud y hospitales;
quiere asumir la atención primaria, pero es incapaz de regular la atención en el tercer
nivel; intenta promover una cultura sanitaria, pero restringe el conocimiento médico a
sectores profesionalizados; pretende dar un trato humano al paciente pero lo maltrata con
la atención burocratizada. Tal es el escenario general en que se ha desenvuelto también
el acto médico.
REFLEXIONES FINALES
Es indudable que esta situación debe
cambiar. Debemos rescatar para el acto médico su identidad humanística, su rol liberador
y su condición ética. Ello exige comprender con amplitud y objetividad lo que es el acto
médico e implica asumir una defensa de la salud como derecho universal, de la medicina
como medio de mejorar la sociedad y la vida, del conocimiento médico como un instrumento
de libertad, y del trabajo médico como una actividad social digna, creativa y
constructiva.
Para ello se requiere corregir ciertos defectos de percepción de lo que es el acto
médico, y que hemos comentado como tema del presente artículo.
- En primer lugar, si bien es
indispensable señalar que el núcleo esencial del acto médico es la relación
médico-paciente, es necesario también tomar en cuenta otras variantes del acto médico
que no necesariamente implican una relación interpersonal directa e inmediata. Por otro
lado, si bien es cierto que el acto médico es aquel que realiza el médico como
profesional de la medicina, debemos recordar que no toda acción de él debe considerarse
como tal. El acto médico tiene que ser definido por su contenido y objeto: la salud y el
hombre.
- En segundo lugar, el acto médico no es una acción que tenga componentes innatos,
encargos especiales o sensibilidades poco comunes en la relación con los pacientes. La
medicina lejos de ser una disciplina divina, extraña o superior al hombre es por el
contrario un instrumento social de primera línea para su desarrollo y promoción, y hay
que entenderla como uno de los medios con que los hombres desde su origen lucharon por
conservar y mejorar su vida. Ello nos permitirá no sobrevalorar a la profesión médica y
ubicar en su real dimensión el conflicto interprofesional generado por el abandono de la
Salud Pública, la carencia de una normativa general para las profesiones de la salud, y
la escasa oferta laboral de un sistema social que ya no es coincidente con el progreso.
- En tercer lugar, al aproximarnos a la comprensión del acto médico, no debemos
desligarlo de la práctica médica, ni a ésta del marco organizativo de la medicina ni
del real contexto histórico y social en que se desenvuelve. De lo contrario propondremos
soluciones parciales y medicalizadas, con la idea que sólo con cambios en la educación,
la formación del médico, y una mejor legislación del trabajo médico se puede revertir
la actual tendencia de la medicina a la burocratización y deshumanización. La idea de la
libre elección no resuelve el problema, pues la atención integral de la salud requiere
una enérgica y decidida acción social del Estado. Otra cosa es el ejercicio de la
medicina en libertad, que implica liberarla de toda motivación pecuniaria o crematística
para cumplir su verdadero fin social.
- En cuarto lugar, debemos entender la medicina y el acto médico como una manifestación
del trabajo humano. El acto médico y el quehacer médico no obstante todas sus
particularidades que hacen de ella una de las disciplinas con mayor acercamiento al
hombre, es simple y llanamente, trabajo humano: es manifestación de una actividad para
modificar la realidad interponiendo instrumentos naturales o no para tal fin (23). La
medicina la ejercen los hombres en beneficio de los hombres y la ejercen para adaptarse
(transformar la realidad sanitaria en que viven) aplicando sus cualidades innatas y
adquiridas.
Retomar la identidad y esencia humana del
acto médico, significa no sólo asumir una posición consciente respecto a su
significado, sino también desarrollar una actitud crítica ante sus actuales limitantes:
la deplorable situación sanitaria del país, la marginación y postergación de nuestra
población, la ausencia de una política nacional de desarrollo humano y de un proyecto
efectivo de renovación social, la persistencia de condiciones negativas para el trabajo
médico, la insuficiente formación humanística profesional. Lo que, además de la
reflexión, implica fortalecer las instituciones democráticas y los organismos
representativos del cuerpo médico nacional, esclareciendo el contenido y el objetivo de
sus reivindicaciones y sus metas.
En esta jornada no debemos considerarnos ni los únicos ni los elegidos. No olvidemos que
los demás profesionales y trabajadores de la salud viven también una desvalorización de
su quehacer profesional y laboral. No olvidemos también que plantear una renovación a
fondo de las políticas de salud que signifiquen la superación de la llamada Reforma del
Sector Salud de la década pasada tiene que tomar en cuenta las necesidades y aspiraciones
de nuestra población. Defender un acto médico idóneo va de la mano con mejorar las
posibilidades del trabajo médico y luchar por reivindicar la función social de la
medicina. La tarea es grande y la identificación actualizada de sus diversos aspectos
está a la orden del día. Tratemos de cumplir bien nuestra función como médicos, como
científicos, pero ante todo como seres humanos con responsabilidad social irrenunciable.
Biblografía
* Médico Pediatra.
Profesor Principal UNMSM.
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