La ancianidad fue por siglos sinónimo de sabiduría, y las culturas mas desarrolladas supieron ubicar en su debido status a aquellos hombres cargados de experiencia y de óptimas respuestas para la solución de los más diversos problemas; hoy en cambio, el vértigo del mundo moderno ha ido alejando esta percepción, conduciéndolos en su mayor parte hacia una casi carcelaria inactividad. ¿Qué puede motivar el dar la espalda a la historia? ¿Qué puede llevar a desperdiciar indiscriminadamente el inapreciable valor de quienes albergan en sí un acúmulo de respuestas, aciertos o errores de cuya experiencia podríamos beneficiarnos? El ciclo vital de todo individuo trae consigo un progresivo deterioro de sus capacidades biológicas; físicamente no es discutible la menor agilidad y fortaleza, siendo entendible que los cambios que sufren todos los órganos con el paso de los años, incluyan naturalmente al cerebro. El poder comprobar sin embargo, que el daño neuronal relacionado a la edad no siempre va aparejado con un equivalente menoscabo de la capacidad intelectual en un cerebro entrenado, nos lleva a considerar que los mecanismos de plasticidad juegan aquí un papel importante; mas no sólo eso, sino que es posible encontrar a menudo muchas mentes longevas tan brillantes y cultivadas, que ya quisiera poseer cualquier joven intelectual. A pesar de dar por aceptada esta premisa, tampoco podemos ignorar, el que a diario seamos testigos del implacable efecto que sobre estas mismas mentes ha tenido la postergación, el retiro de los afectos y a veces el olvido. La búsqueda de una respuesta y una solución a esta realidad debe merecer nuestro máximo interés. Probablemente uno de los más grandes esfuerzos para preservar la integridad o tratar algunas de las patologías más frecuentes en esta etapa de la vida, ha sido la desarrollada en éstos cinco primeros años de la denominada "Década del Cerebro"; sin embargo, ello constituye sólo un aspecto de éste problema. El inicio de un enfoque más amplio parte por destacar la importancia de entender que en la persona humana la intelectualidad y la afectividad no pueden ni deben ser dicotomizadas. Esta afirmación, en éste caso, no tiene solamente implicancias conceptuales o evaluativas, sino que nos lleva a resaltar el error de pretender observar a nuestros pacientes ancianos como una pieza de disección y no como un ser humano influenciado por su entorno, por sus propias motivaciones y estados afectivos. Llevar a la práctica este concepto nos permitirá identificar el problema como el de una persona, que se ve afectada no sólo por un deterioro neuronal, sino también por un deterioro afectivo y social, que lleva a desencadenar o acentuar el desmoronamiento de una personalidad. Es pues importante el señalar la necesidad de hacer patente la aplicación de una concepción integral de la persona humana en nuestro diario quehacer, ello nos permitirá no sólo brindar una mejor atención a nuestros pacientes, sino propugnar por la preservación de un rol activo y un entorno adecuado, acorde a su condición de seres humanos. Para finalizar, queremos recordar que todo esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de los hombres y mujeres de la "tercera edad", es un esfuerzo para mejorar nuestro propio futuro, pues ellos constituyen sin duda el destino común de todos nosotros.
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