Revista de Neuro-Psiquiatría del Perú - Tomo LXIV Setiembre, Nº 3  2001

 

NECROLOGÍA

Don Pedro Laín Entralgo (1908-2001)

Don Pedro Laín Entralgo se despojó de su envoltura corporal el 5 de junio del año en curso, en Madrid, para acceder a la inmortalidad por la benemerencia de su vida y la excelencia de su obra. Había nacido en Teruel en 1908, de modo que tenía 93 años de edad. Era y es una de las figuras más destacadas de la inteligencia en la España en el siglo XX.

Médico, escritor, filósofo, historiador, lingüista, esteta, no hay campo de la experiencia y del conocimiento humano que Laín no haya iluminado con su inteligencia excepcional y sus diferenciados talentos. Don Pedro es a la vez testigo y testimonio de una España removida por hechos extraordinarios de los que ha dado cumplida crónica y crítica. Antes de dar cuenta de su obra escrita queremos adelantar que Laín ha prestado preferente atención al ensayo, difícil género literario; "pienso con Marañón - escribe el maestro - que lo que más hacemos los hombres es ensayar y ensayar", desde que el ensayo es una "sugestiva teoría de la urgencia" con "la aspiración al sistema", esto es, una obra que debe hacer explícita, en algún momento, las bases fundamentales de lo que se intenta exportar, su teoría implícita.

Pedro Laín Entralgo nació en Urrea de Gaén, villa de la provincia de Teruel, el 15 de febrero de 1908, hijo de Pedro Laín, un médico rural ejerciente, y de Concepción Entralgo, su madre, generosa y leal compañera de ruta. El ámbito de la familia era pues de clase media "poco acomodada", en un pueblo muy pequeño, entonces de algo más de mil habitantes. De los tres hermanos, los dos varones militarían durante la Guerra Civil en bandos opuestos: Pedro, nacionalista, José, republicano. La hermana mayor, Concha como la madre, era complemento de la convivencia familiar. "En su familia, como en la España de entonces, el espíritu religioso y conservador de la madre y el liberalismo republicano del padre, enseñando a los tres hijos que sí, que era posible la pacífica coexistencia entre españoles de diferente credo" (Albarracín).

Tras el colegio municipal urreolano, vino la prosecución de los estudios en distintos escenarios: Castilla, Aragón, Navarra, hasta el comienzo de la universidad en Zaragoza. Su primera estación seria la sección de química de la facultad de ciencias, que tendrá gran importancia formativa en el futuro de Laín ("cultivo teorético, al par de la química, de la nueva física"). Una beca lo llevaría a Valencia, a estudiar medicina en una facultad entonces de discreto nivel académico. Pero ahí descubre su vocación antropológica esencial, que lo orienta a Viena, la entonces Capital Psiquiátrica de Europa, a tentar la especialidad en las clínicas neurológicas y psiquiátricas que regentaba el Profesor Otto Pötzl, sucesor del famoso Ritter Julius Wagner von Jauregg, Premio Nobel de Medicina en 1927.

Era 1932, tiempos aún de apogeo del psicoanálisis de Sigmund Freud - y de otros líderes heterodoxos del análisis -. Laín no conoció en persona a Freud, lo que lamentó después, pero el pensamiento del maestro vienés influyó por lo menos en su primera aproximación a la antropología médica. Razones económicas y un concurso para médico de guardia del Manicomio de Valencia lo trae de regreso a España y, tras posiciones breves en establecimientos psiquiátricos menores, en Sevilla y Valencia, se orienta definitivamente, de manera autodidacta, por la antropología y la historia y la teoría de la medicina.

No es difícil rastrear las pistas de la aproximación y el posterior alejamiento de Laín de la psiquiatría. En Valencia llegó a preparar una tesis doctoral que debía referirse al problema del "trastorno esencial" de la esquizofrenia, con material clínico del manicomio valenciano. Las lecturas del joven e inquieto médico fueron entonces afanosas y copiosas. La amistad con Francisco Marco Merenciano - con quien hiciera un trabajo psiquiátrico en colaboración - influyó grandemente en esta etapa en que los médicos se formaban psiquiatras de modo autodidacta; una práctica privada psiquiátrica, pequeña, parecía coronar esa inclinación. Escribe Laín de propria vita: "Yo era un psiquiatra sin particular afición a la clínica e intensamente atraído, en virtud de una inexorable y mal definida vocación teorética, hacia los temas de la antropología general. ¿Por qué no intentar un acercamiento a la antropología médica a través de la historia de la Medicina? ¿No era éste un dominio intelectual prácticamente virgen, acaso por su posición intermedia entre la medicina teórica, la filosofía y la historia del saber médico?"

La última tentación del lado psiquiátrico vino cuando Carlos Jiménez Díaz le propuso dictara un curso de patología psicosomática dentro de su equipo de clínica médica: al darle la negativa por respuesta, pese a la amistad que lo ligaba al célebre clínico, "cerré mi tienda psiquiátrica, y decidí seguir hasta el fin de mi vida el incierto camino del profesor-escritor" (Sin embargo, apuntamos nosotros, algo quedó de esa invitación cuando, en 1950, dio a la estampa una Introducción histórica al estudio de la Patología Psicosomática, que inicialmente debió ser un prólogo para la obra de Rof Carballo, que se hizo muy extensa para el propósito inicial y remató en libro).

"¿Qué es lo que solemos llamar vocación?" se preguntaba Laín. Y respondía: "En sentido metafísico, la posibilidad de una persona según la cual: ésta logra que su realidad más propia cobre su más propia perfección. En sentido psicológico, aquello cuyo ejercicio otorga a la existencia de cada uno el sentido que él, en su intimidad, considera más verdaderamente suyo". La vocación raigal, autentica, lo llevaría a una perspectiva antropológica por igual filosófica y médica. La inclinación por la historia remataba en una dedicación mayor a la historia de la medicina y a las bases teóricas del saber médico. Una más lograda formulación de este proyecto vital sería la siguiente: un acercamiento a la antropología médica a través de la historia de la medicina. Una aproximación entonces a este ambicioso proyecto orientó a Laín en toda su obra de investigador original e inspiró su celo de profesor. "Antes que homo sapiens o animal rationale, el hombre es animal credens y animal amans; y todo ello a través del hábito que - según la reiterada enseñanza de Zubiri - le instala en la realidad en tanto que realidad: su inteligencia sentiente".

A este aspecto del conocimiento dedicaría su vida con una producción selecta y copiosa y como profesor de la asignatura, Cátedra de Historia de la Medicina en la Universidad entonces Central, hoy Complutense, de Madrid, desde 1942 y por 36 años. Durante 5 años Laín fue rector de esa Universidad, empeñándose en restañar viejas heridas sufridas por el claustro en los largos años de represión política, devolviéndole el aire liberal y convivencial propio de una institución universitaria de elevado rango. Quiso Don Pedro que volvieran, sin lograrlo, profesores proscritos, entre los principales José Ortega y Gasset y Xavier Zubiri, este último que influyera grandemente en su pensamiento filosófico y de quien se sintiera discípulo. Mucho se hizo entonces y después por la incorporación de grandes valores hispánicos repartidos por el mundo, la bien llamada "Otra España" o "España peregrina".

Como hemos señalado, Laín militó desde joven en el movimiento nacionalista. Estuvo entre quienes crearon la revista Escorial (1940) con Dionisio Ridruejo, Luis Rosales y Antonio Marichalar, que trató de tender puentes entre los bandos que quedaron tras la Guerra Civil. En un libro de memorias, Descargo de conciencia (1930-1960) (1976), nos ofrece el maestro una crónica detalladísima y esclarecedora de sus relaciones con la política oficial y con el franquismo.

Laín es autor de una obra escrita al par numerosa y original, como lo fue su extendido magisterio que cumplió en la universidad española y en los numerosos escenarios científicos y médicos que reclamaron su presencia. Intentaremos enumerar sus principales obras. Quizás sirve de orientación la selección hecha por el propio Laín para un hermoso volumen de Obras Escogidas, incluyó: Menéndez y Pelayo (1944); La espera y la esperanza; Historia y teoría del esperar humano (1956), una de sus más importantes obras; La historia clínica; Historia y teoría del relato patográfico (1950), libro por el que sentía particular afecto; La relación médico-enfermo (1964); Teoría y realidad del otro (1961), dos volúmenes; El diagnóstico médico; Historia y teoría (1982); Antropología médica para clínicos (1984); La esperanza en tiempo de crisis (1993); Historia universal de la medicina (1973-1975), siete tomos; El cuerpo humano; Oriente y Grecia Antigua (1987); Teoría actual (1989); Cuerpo y alma; Estructura dinámica del cuerpo humano (1991); y Alma, cuerpo, persona (1994), entre otras.

Pedro Laín Entralgo es un académico por vocación y disciplina personal. Miembro de la Real Academia Nacional de Medicina de Madrid (desde 1946), de la Real Academia Española de la Lengua (desde 1954), de la que fue director de 1982 a 1987, lo es también de la Real Academia de Historia (desde 1964). Acude todas las semanas, los días martes, a las sesiones de la Academia de Medicina de Madrid, y los jueves a la Academia de la Lengua, y participa activamente en los debates. En una densa quincena madrileña, tuve el privilegio de verlo en acción en las dos corporaciones; en la de la Lengua sus intervenciones eran frecuentes y muy lúcidas; en la de Medicina, casi no hay conferencia o exposición cuya discusión no comprenda al maestro. Invitado por el Director entonces de la Institución que cuida el idioma, Fernando Lázaro Carreter, pude asistir a toda la sesión, dividida en dos partes de una hora de duración, y apreciar que nuestra lengua se encuentra en muy buenas manos. No regresé la semana siguiente, pese a que estaba en Madrid, por el temor de ser interrogado y fallar esta vez (tuve fortuna en la primera de responder con adecuación). Otros días, Don Pedro concurre a las bibliotecas y archivos de estas Instituciones, para proseguir su tarea de investigación en los campos que más acaparan su atención, la antropología, la historia y la lengua ("Hablar, decir, eso es lo que hace el hombre. El idioma es el código con que un pueblo mejor manifiesta su identidad").

Tuvimos ocasión de visitarlo todos los años al comienzo de la década del noventa. En 1991 tuve la satisfacción de llevarle los distintivos de Doctor Honoris Causa de la Universidad Peruana Cayetano Heredia conferidos en septiembre de 1988. La última imagen del maestro fue la cena de clausura del Encuentro Iberoamericano de Academias de Medicina en el Casino de Madrid (noviembre, 1997), lo vimos de pie largo rato, erguido desde su altura atlética, atento a todo, con pasmosa memoria, siempre interesado en los demás en su típica actitud generosa. Cuando cumplió 90, en una charla en los salones de la Academia de la Lengua, nos dijo: "a esta edad hay que tener algo" para justificar una cierta dificultad para levantarse con presteza del sillón. Llamaba a esta limitación "mi relativa invalidez crural". Hace un año nos enteramos que había sufrido un accidente cerebrovascular. En silla de ruedas seguía concurriendo a sus academias.

Laín Entralgo visitó el Perú, concretamente Lima, en tres ocasiones, en 1948, 1954 y 1964, la última como conferencista principal del III Congreso Latinoamericano de Psiquiatría, organizado por la Asociación Psiquiátrica Latinoamericana (APAL). En esa última visita, en el mes de noviembre, ofreció en el Paraninfo de la Facultad de Medicina una conferencia sobre Unamuno que comenzó con una cita de José Carlos Mariátegui. En el Congreso de la APAL dictó las principales conferencias programadas, pero fue "raptado" hacia otros escenarios que querían beneficiarse de su saber: "no perderse a Laín" era la consigna en la circunstancia excepcional de su visita a Lima. Fue en una comida que le ofreció Baltazar Caravedo en su casa que pudimos conversar con amplitud; llevó a su hotel a Laín y a Ramón Sarró: aproveché de la ocasión para que me dedicara el libro La relación médico-enfermo.

De su primer viaje, en 1948, con invitación del Instituto de Cultura Hispánica, ofreció una serie de conferencias en Nuestra América. Recuerda en su autobiografía que permaneció una semana en Lima. Memora como amigos, en este orden, a Honorio Delgado, Pancho Graña (sic), Juan Lastres y Carlos Alberto Seguín. Estuvo el mismo lapso en Santiago de Chile; Buenos Aires, tuvo la fortuna de retenerlo casi un mes. Ahí encontró a figuras notables de la intelectualidad española de la diáspora, que fueron bien acogidos en los países latinoamericanos menos influidos por las ideas fascistas y franquistas (México y Argentina, en primer lugar).

Laín tenía una densa jornada de trabajo. Concurría, pese a estar jubilado, al Instituto Arnau (de Historia de la Medicina y Antropología Médica), donde se reunía con sus discípulos y con los estudiantes que siguen alguna investigación. Dos de sus discípulos predilectos son Diego Gracia (su continuador en la Cátedra) y Adrián Albarracín. En su casa también lee y escribe (y los domingos es dramaturgo), se han publicado, hasta poco antes de su deceso, en diarios madrileños, sus bien recortados artículos periodísticos. Laín tiene, como Marañón, una admirable utilización del tiempo. Esta relación se hace más patente por la siguiente anécdota: pocos meses después de la muerte de Marañón, Don Pedro fue obsequiado por su viuda, Lola Moya, con el reloj de bolsillo, de doble tapa, con monograma, que perteneciera a Don Gregorio. "El tic tac que durante años y años mecánicamente había pautado el tiempo personal de Don Gregorio", siguió acompañando las fecundas jornadas de Don Pedro, hasta el fin de sus horas. No conozco detalles de los últimos momentos de Pedro Laín Entralgo. Solo sé que después de unas horas de sueño, le sobrevino paro respiratorio: muerte generosa pues pasó del sueño natural al sueño eterno.

Laín Entralgo se inscribe en la mejor tradición cultural hispánica. De la vertiente médica, está la excepcional línea de Letamendi, Ramón y Cajal, Del Río-Hortega, Gregorio Marañón y Carlos Jiménez Díaz. En la meditación filosófica, en la huella de españoles exigentes como Unamuno, Ortega y Gasset y Xavier Zubiri. Como escritor y ensayista, en la de Ramón Menéndez Pidal, Eugenio D'Ors, Pío Baroja y Américo Castro. Es fundador de una escuela española de historia de la medicina, de vasta presencia y proyección universal.

Cada año publicaba no menos de dos libros y, siempre activo, desarrollaba sin pausa su proyecto de "idea general del ser humano" que debía resumir su pensamiento antropológico, de acuerdo con el avance de las ciencias positivas, la filosofía, el testimonio y la intuición de ensayistas y poetas. Al alcanzar la edad del noventón podía repetir con Picasso: "En mi juventud fui tan joven, que sigo siendo joven".

Javier MARIÁTEGUI

 


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