Logos

 

Julio César Krüger Castro1

FILOSOFÍA, AMÉRICA Y FUTURO

EN HEGEL

A propósito del mito del «fin de la historia»

 

En la filosofía de la historia de Hegel, América está fuera de la historia.
Constituye el continente del futuro, el país del porvenir. Junto a ésta, hay otra tesis de Hegel también objeto de muchos comentarios y aparentemente aceptada como una verdad indiscutible: Como pensar del mundo, la filosofía llega siempre demasiado tarde. Surge por primera vez un tiempo después que la realidad ha cumplido su proceso de formación y está realizada. La filosofía «pinta gris sobre gris» porque ya un aspecto de la vida ha envejecido. En la penumbra no se le puede rejuvenecer, sólo reconocer. Como el búho de Minerva, alza su vuelo al atardecer.

Ambas tesis están íntimamente vinculadas. Más exactamente, la tesis de Hegel sobre América es íntimamente dependiente de su concepción de la filosofía como reflexión o reflejo de lo ya acontecido: los filósofos sólo se dedican a interpretar el mundo. En el presente texto, quisiera no sólo sugerir, sino también reflexionar sobre esta íntima dependencia.

El mundo, según Hegel, se divide en el mundo viejo y en el mundo nuevo. El mundo nuevo está constituido por América y Australia. Hegel reconoce que el nombre les ha venido por haber sido conocidos recientemente por los europeos.

En el sentido historiográfico corriente, todos sabemos sin embargo que América tenía una antigüedad de miles de años, y viejas culturas, representadas sobre todo por grandes civilizaciones como las de México y Perú. Sabemos también que estas civilizaciones quedaron truncadas en su desarrollo, precisamente con el «descubrimiento» de América por los europeos.

No obstante, Hegel sostiene que estas partes del mundo son «nuevas», respecto a su contexto físico y espiritual: «El mar insular entre América del Sur y Asia muestra una inmadurez física», y «Su antigüedad geológica -dice Hegel- no tiene que ver con nosotros». Aquí se sugiere un primer sentido: «nuevo» quiere decir para Hegel «inmaduro». Pero también se sugiere la clave de una relación.

«De América y su cultura -escribe- tenemos noticias, pero sólo aquellas de que la misma era una cultura completamente natural que tenía que perecer tan pronto como el espíritu se le aproximara. América se ha mostrado siempre física y mentalmente desfallecida y sigue mostrándose así, pues los nativos han perecido, después que los europeos aterrizaban en América, poco a poco por el soplo de la actividad europea».

No se trata pues de que América sea lo nuevo «por desarrollarse». Su cultura era natural y tenía que perecer tan pronto como el «espíritu» -es decir Europa- se le aproximara. Más aún, física y mentalmente América se ha mostrado siempre así, y sigue mostrándose de tal manera.

La destrucción -por la fuerza- de la cultura nativa de América (Perú y México) es presentada por Hegel como si fuera la desintegración completamente natural de una cultura que perece tan pronto como el espíritu -léase los europeos- se le aproximaba, como algo que se desintegra al contacto con la luz o el aire. El genocidio practicado por expansión capitalista europea es presentado por Hegel como que los nativos perecen poco a poco por la «actividad» del «espíritu».

La «cultura natural» que Hegel atribuye a los nativos de América pareciera que simplemente se refiere a una inferioridad gradual del desarrollo cultural americano con respecto al nivel alcanzado en Europa. Pero no es así. La inferioridad de América según Hegel se da también por «naturaleza». Los nativos tienen una «naturaleza débil», prueba de ello es que «algunas artes que han adoptado los nativos de los europeos», entre otras, «las de tomar aguardiente» produjeron en ellos «un efecto destructivo». A diferencia de los europeos, este curioso «arte» de «tomar aguardiente» les produjo un efecto destructivo, seguramente porque eran débiles.

Pero no sólo fueron débiles para las «artes», también lo fueron para el trabajo. Según Hegel: «En el sur los nativos fueron tratados por la fuerza y usados para duros servicios, para lo cual sus fuerzas no alcanzaron».

«Suavidad y falta de impulso, humildad y servilismo frente a un mestizo, y más aún respecto a un europeo, son el carácter principal de los americanos y durará bastante tiempo hasta que los europeos logren otorgarles autoconciencia -afirma Hegel-. La inferioridad de estos individuos en cada respecto, aun respecto a su tamaño, se deja reconocer en todo; sólo las tribus sureñas en Patagonia son de naturalezas más fuertes, pero en el estado de total brutalidad y salvajismo». Curioso dualismo moderno: la brutalidad y el salvajismo europeos sí son muestra del «espíritu» y «actividad» de la «autoconciencia».

«Cuando los jesuitas y el clero católico querían acostumbrar a los indios a la cultura y costumbres europeas, les prescribían como a menores de edad las tareas del día y ellos aceptaban la autoridad de los padres a pesar de ser flojos. Estas prescripciones (inclusive a media noche una campana debía recordarles sus obligaciones matrimoniales) han, por lo pronto, conducido al despertar de las necesidades, a los impulsos de la actividad del ser humano en general...»

Curiosas «obligaciones matrimoniales» -de una institución de origen esclavista-, que los indios no cumplían «voluntariamente», mientras que en la «civilizada» Europa se cumplían «voluntaria» y «espontáneamente». Se olvidó Hegel por completo del origen de la institución matrimonial. Resultan paradójicos estos sudamericanos flojos, primitivos y salvajes que, por un lado, sólo piensan en dar rienda suelta a sus pasiones, pero que por otro lado, no cumplen «voluntariamente» necesitando que «a media noche una campana» les recuerde que deben cumplir sus «obligaciones matrimoniales».

«La debilidad de la naturaleza americana fue una razón principal para llevar a los negros a América para que realicen mediante sus fuerzas los trabajos, pues los negros son más receptivos para la cultura europea que los indios y un viajero inglés ha proporcionado ejemplos de que los negros han llegado a ser hábiles clérigos y médicos (un negro ha encontrado la aplicación de la corteza china mientras que sólo conocía a una tribu que llegaba a estudiar,

pero pronto murió a causa del aguardiente)».

Es sobre esta base «natural» que -según Hegel- se fundaría la debilidad social y cultural de los americanos. Más aún, «a la debilidad de la organización humana americana», se uniría la falta del caballo y del hierro, «medios con los que se venció a los americanos». En realidad de lo que se trata es de estos medios de guerra y no de alguna debilidad «natural». Hablar del espíritu, de la razón, de la conciencia, de la moral y finalmente del derecho, es en este contexto simplemente hablar de la fuerza.

¿Cómo compatibiliza Hegel la aporía evidente entre este naturalismo crudo y el célebre historicismo radical de su dialéctica? ¿Cómo compatibiliza Hegel este desprecio naturalista de América con su célebre tesis de que «América es el país del futuro»? Pues de la misma manera que logra compatibilizar la aporía entre la historia y su filosofía: declarando el fin de la historia con la Europa capitalista. Después de ella, sólo queda en pie su sistema filosófico.

Esto es así porque «por el lado de la historia, tenemos que ver con lo que ha sido y con lo que es, y en la filosofía, ni con lo que ha sido ni con lo que será, sino con lo que es y es eternamente, con la razón, y con esto hemos hecho suficiente». Cuando Hegel atribuye a América ser el país del «futuro», lo hace en el sentido de que está fuera de la Historia y fuera de la Filosofía, pues no ha sido, ni necesariamente «es», sólo es posibilidad, no realidad (resultado), ni racionalidad (devenir).

En la visión de Hegel, América no representaría el futuro como lo nuevo -en el sentido de potencialidades que no tendría Europa que representaría lo viejo- sino como lo inmaduro todavía. Sólo es futuro en la medida de un mundo poshistórico que no tiene nada nuevo que añadir a la historia y la filosofía. Tal es la razón por la que Hegel le niega todo valor, todo ser; tanto en el aspecto físico como en el aspecto histórico o espiritual. Para el gran dialéctico Hegel, el presente, lo que es (Europa), es visto como culminación del proceso.

El futuro (América) no está en el presente, porque no está contenido en él como necesidad sino como pura potencialidad. Para Hegel, la filosofía es el propio tiempo, aprehendido como devenir racional (necesario) en el pensamiento, por lo tanto, re-flexión del proceso acontecido. Y es precisamente este énfasis en el aspecto puramente reflejo del pensamiento, como pura representación, donde reside la fuente filosófica de su unilateralidad. Es insensato -según Hegel- pensar que alguna filosofía pueda anticiparse a su mundo, así como que cada individuo deje atrás a su época y salte más allá sobre su Rodas.

La visión hegeliana sobre América es íntimamente dependiente de su concepción sobre el objeto de la filosofía. Ella se representa una realidad sólo en la medida que ella ha cumplido ya su proceso de formación y está realizada; pinta un claroscuro, cuando la vida ya ha envejecido. América inmadura es racionalmente irrepre-sentable, a diferencia de Europa que es lo que es. Y sólo lo que es, es necesario, es decir racional. Por ello la filosofía no debe alzar su vuelo al amanecer como la Calandria, sólo describir y justificar lo existente.

La crítica de Marx: «Los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo, mas de lo que se trata es de transformarlo» está explícitamente dirigida contra esta tesis de Hegel, en la medida que su representacionismo idealista restringe la filosofía a la mera representación pasiva de los hechos consumados (como resultado). Pero el hombre no sólo interpreta la realidad sino que él mismo la crea en su acción.

América es y puede ser objeto de la filosofía, precisamente porque tiene un presente que contiene realidades y posibilidades de transformación, y no un presente como mero producto y culminación del pasado. Hegel no puede ver que a la filosofía nueva le interesa la transformación y el futuro.

La visión de Hegel sobre América es todavía heredera de la tradición europea que comparten los naturalistas e historicistas, de que la ciencia y la filosofía surgen después que «la realidad» ha cumplido su proceso de formación y está «realizada». El camino del pensar (que va de los efectos a las causas) es el «regreso» del camino de Ser (que va de las causas a los efectos). El presente aparece en Hegel sólo como culminación del proceso de formación de la realidad, como coronación del proceso de desarrollo; y la filosofía como el propio tiempo reflejado en el pensamiento no tiene por objeto el futuro.

Pero la realidad no es sólo ni fundamentalmente un proceso cumplido, ya realizado, como sostiene Hegel, sino el proceso virtual de su desarrollo actual y posible, si no la concebimos simplemente como acto de contemplación, sino como praxis e imaginación creadora. Son los hombres los que hacen la historia y no algún inexorable destino homérico llamado «razón».

El «futuro del mundo» está en nuestra praxis actual y no en el «mundo del futuro» (que está sólo como potencia en nuestra representación imaginaria); en cierto modo lo es ya ahora. Es completamente unilateral -y no dialéctico- ver el presente sólo cargado de pasado o como una «culminación» del pasado, y peor aún, de un pasado que quiere conservarse. El gran dialéctico Hegel, parece que no lo fue al hablar de América. Leibniz, al afirmar que el presente contiene huellas del pasado y está cargado de porvenir, estuvo en este punto más cerca de la dialéctica que Hegel.

 


1. Doctor en filosofía. Profesor principal de la UNMSM. Actual Director del IIPPLA. Ex-Decano de la Facultad de Letras de la UNMSM. Ha publicado numerosos artículos y ensayos sobre temas de la filosofía moderna. Actualmente se encuentra en prensa un libro suyo sobre el Principio de razón suficiente en Leibniz.


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