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ALMA MATER
© UNMSM. Fondo Editorial

ISSN versión electrónica 1609-9036

Alma Mater    1998;  (15) : 153-164

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POÉTICA Y PERSONAJES EN ZAVALETA

José Luis Mejía Huamán



Dedicamos esta sección a Carlos Eduardo Zavaleta, por haber cumplido hace pocos meses 50 
años en el oficio de escritor. Su primera novela corta "EI Cínico", recibió un premio en los 
Juegos Florales sanmarquinos en 1947. Aquí se enjuician algunos de sus primeros cuentos y, 
luego, en la sección Reseñas, se estudian algunas de sus últimas novelas (N. del E.).




1. CUESTIONES PREVIAS

El texto analizado corresponde a una de las tres novelas cortas del libro de Carlos Eduardo Zavaleta, Campo de espinas (Lima, Jaime Campodónico editor, 1995; 170p.), aquella que lleva por título La esquina de Torre Tagle (pp. 49-123).


El análisis propuesto intenta descifrar los códigos poéticos latentes en el texto, en función a lo que se denomina la "Novela poética peruana", término que aún se encuentra en un serio proceso de estructuración a través de los trabajos -todavía inéditos- del mismo Zavaleta, a cuyos estudios debemos sus nociones fundamentales.

El concepto general de "novela poética" pudiera resumirse, siempre en palabras de Zavaleta, de la siguiente manera:

La "novela poética" es un concepto distinto de la llamada novela del lenguaje.

  1. Si bien el adorno de la prosa, en la "novela poética", es muy antiguo, proviene de la tradición y no está sujeto a modas, "booms" ni "ismos".

  2. En la "novela poética" prima la exaltación del lenguaje, en obras donde la prosa se subraya y se da gran importancia a la melodía verbal.

  3. Si bien la prosa, en la "novela poética", está emparejada profundamente con la lírica, nunca se olvidan las características esenciales de una novela, como son la trama, el despliegue de escenas, el orden temporal, la atmósfera, los personajes y el remate.

Sólo cuando se hagan públicos los trabajos de investigación de Carlos Eduardo Zavaleta, se tendrá un marco teórico lo suficientemente sólido que sirva para intentar análisis más audaces y la ampliación de conceptos y definiciones.

La opción que se ha tomado al intentar ubicar los rasgos poéticos a través de los personajes más importantes de la narración, permitirá apreciar, de manera más evidente, el manejo que el autor hace de un estilo directo, lineal, con marcadas evocaciones que van construyendo el armazón de la trama, sustentan la lógica de la novela y justifica el desenlace.

La novela La esquina de Torre Tagle cuenta la historia de Teófilo, un diplomático peruano destacado en España que debe regresar a Lima de improviso e inopinadamente, como consecuencia de una serie de intrigas que cuestionan su desenvolvimiento y lealtad al régimen de turno.

Desde su inmensa preocupación por las acusaciones en su contra, hasta su ascenso final, Teófilo va desenmascarando a los que aparentemente son -gratuitos- enemigos, poderosos e invencibles, hasta dejarlos en su verdadera y pobre dimensión de arribistas, corruptos y oportunistas. Como en un sube y baja, la suerte adversa de los "buenos" varía en un esquema inversamente proporcional con la de los "malos", estos ceden sus espacios a aquellos que se doblan ante la aplastante realidad de la capacidad y el trabajo, ante la oscura pobreza de su propia ignorancia y ante la imposibilidad de seguir abusando del poder que detentan.

La novela presenta la lucha de fuerzas, el enfrentamiento de voluntades y las intrigas versallescas que dominan el manejo de la Cancillería. Desde La esquina de Torre Tagle puede verse, desde una platea, las batallas que libran uno y otro bando por el poder. "La esquina" representa, en primer lugar el exilio desmoralizante de los condenados por el nuevo régimen, que si no puede mandar a sus casas a todos los que quisiera, los maltrata, trayéndolos a Lima arbitrariamente (con el consecuente problema que significa la reducción drástica de sus ingresos en un país sumido en una alarmante crisis económica) y relegándolos de cualquier responsabilidad, obligándolos sin sentido a tener un puesto sin ocupación especifica en este destierro interno, donde los hombres -probos y trabajadores- son humillados por oportunistas e incapaces.

Posteriormente, "la esquina" sirve para ser testigo de la inmensa dignidad de algunos, representados por Diego, que no pierden ni su aplomo ni su coraje, y que resisten orgullosamente las arremetidas del poder. Es el lugar donde se ve el paso de los derrotados y de los vencedores, el atalaya desde el cual es posible divisar las fluctuaciones de la marea política, y desde donde, finalmente, se contempla el triunfo -seguramente parcial, momentáneo, pasajero, pero triunfo al fin y al cabo- del coraje, la perseverancia y la inteligencia.

"La esquina", casi imperceptible (es nombrada tres o cuatro veces en todo el relato), se constituye en el eje desde el cual la transformación es posible, siendo a la vez la metáfora mayor de toda la novela, de todos los valores y desvalores que confluyen dando origen a la confrontación que se resuelve, al menos ahora, con la victoria de la justicia, la amistad, la solidaridad y el amor.

La construcción de los personajes es sumamente rica y permite esbozar una poética en la cual el hombre, como ser humano, es capaz de redimirse. Si bien, como totalidad, en la prosa de la novela no priman ni la exaltación verbal ni el ritmo (estricta y poéticamente hablando), se alcanzan momentos magistrales, especialmente en las continuas y reiteradas descripciones de Roxana, en el desenfreno de sus relaciones con Teófilo y en la cólera y temores que, indistinta y consecutivamente, los inundan.

No es sólo la prosa del narrador, sino los personajes los que se constituyen como elementos poéticos, representantes exaltados de las virtudes humanas y de sus negaciones, metáforas vivas capaces de tocar las fibras más íntimas del lector; animan la ternura y la cólera, provocan sentimientos encontrados y otorgan a la narración un ritmo galopante que fluye, hoja tras hoja, hasta el vértigo definitivo del encuentro último, coronado por la cólera y la vergüenza de los vencidos y por la algarabía incontenible de los vencedores.

Son muchos los personajes a través del relato, desde los amigos que despiden a Teófilo en Madrid, en una escena llena de ternura y poesía, "estrujando sus manos con una tibieza que no moría"; (p. 52) hasta el "enjambre de funcionarios diplomáticos y administrativos" (p. 123) que se arremolinan alrededor del reloj, para marcar a la hora de salida, al final de la novela.

Entre tantos personajes tenemos a Luz, la mujer de Teófilo, que es descrita como una mujer frívola y egoísta (metáfora de lo banal), quien lo acusa de haber perdido las comodidades de la vida en el extranjero por su culpa, "por ayudar a profesores tontos y a estudiantes muertos de hambre..." (p. 113).

Nilda, su cuñada y demás familiares (metáfora del retorno, sin gloria, a la pobreza anunciada), que aparecen como el anuncio final de una era, la vuelta y la derrota, la miseria y la mala suerte, lo cruzan los "gritos de los niños como si fueran flechas" (p. 54). 

Hugo, el amigo periodista (símbolo del triunfador y del oportunista bien intencionado), que le da la posibilidad de escribir en el "influyente diario cuyo edificio vela en la misma acera" (p. 55), cerca de Torre Tagle, propuesta que olvida, pero que luego acepta, cuando ve sus carencias económicas (p. 95), rechaza, -casi de inmediato- cuando suma la miseria que van a pagarle por artículos que él concebía como pequeños ensayos (p. 96), reconsidera cuando ve la oportunidad de promover el centro de estudios internacionales, y finalmente, vuelve a aceptar por convenir a sus planes.

El jefe de personal de la Cancillería "de voz y ademanes suaves" (p. 55), un caballero comprensivo y tolerante que empieza a dar las primeras pistas para desentrañar la confabulación tejida contra Teófilo (metáfora -casi como el contador- de los diplomáticos de carrera que aceptan los atropellos -por temor de perder sus puestos- pero en privado casi le confiesa su desaprobación).

Eva (la amistad), la secretaria fiel, la del "cuerpecito alegre, desangelado, huesudo" (p. 57), la que se mantiene al lado de él, aun cuando se presiente la desgracia, la que le presenta a Roxana, la que significa el trabajo de hormiga, constante y disciplinado.

Los cambistas (el desorden, el caos) que "invaden" el jirón Ocoña y transforman esa Lima que él dejó por esta nueva, provinciana, desarraigada, violenta y sin tradición.

La "claque" del nuevo régimen (el sectarismo partidario y carnetizado), "un grupo de funcionarios, hombres y mujeres bien vestidos, de oscuro" (p.61).

Violeta (la carnalidad), "creo que tengo derecho. ¿no-" (Pag. 77). La fugaz amante de Teófilo, sólo mentada un par de veces, pero marca de importancia para crear el ambiente donde surge la relación entre Teófilo y Roxana.

Mendiola (la repulsión moral y la pequeñez intelectual), un tipo mediocre y abusivo, cuya influencia había convertido a Roxana en su amante desde los quince años, con la falsa promesa de divorciarse y casarse con ella más adelante, promesa que nunca se cumplió y terminó estimulándola para seguir la carrera diplomática, un "hombre mitad suave, de modales elegantes, y una vez encerrados (con Roxana) en el motel, inflexible, cobrando hasta el último aliento de ella las dos horas que debían pasar juntos" (p. 117), un sujeto que "casi ofendía con el ceño adusto y los ojos viciosos" (p.88), un torpe, autoritario e incapaz, subido al carro de los poderosos que, ni siquiera, alcanza la magnitud nefasta del "Buda Negro".

Bellido, subjefe de asuntos económicos, hombre capaz que también es afectado por los desmanes del régimen, compañero y miembro "del grupo" (metáfora del hombre, que aún con poder, no ignora los atropellos ni le da la espalda a los "caídos en desgracia", siempre con más valor -moral y hasta poético que otros como él, ya sea el Jefe de personal o el contador, aunque sin llegar a la entrega romántica, desinteresada y heroica de Diego Brunet).

El contador del ministerio (casi la representación -como el jefe de personal- del funcionario sin malicia, pero que cumple las órdenes como vienen), también de apariciones fugaces pero determinantes, primero, a la llegada a Lima para proveerlo de lo necesario y aliviar el viaje de retorno, luego, como el anuncio de la derrota (con la. mezquina reclamación de la mitad del sueldo pagado en el extranjero, que significaba un paso más en el empobrecimiento y el deterioro) y, al final, como el resurgimiento de la serenidad por la justicia.
Su apoderado en Tarma (o la tabla de salvación) que le permite liquidar rápida y eficazmente sus vínculos con el pasado (vender la casa heredada y saldar cuentas del divorcio con Luz).

Finalmente, la mujer de Mendiola, "flaca, altiva y trigueña" (p. 122), caricatura de las mujeres que saben de las amantes de sus maridos pero que, coléricas o a regañadientes, aceptan la situación para mantener "su sitio".

Frente a esta rica gama de personajes que van enmarcando el desarrollo de la novela, tenemos las figuras principales de redención y condena.

En primer lugar, los que se redimen o van "de menos a más" son: Teófilo, que vence, sobre todas las cosas, "el aura poco benigna" (p. 54) que llevaba en tomo suyo; Roxana, de una vitalidad y sensualidad desbordantes, que vence la marca impuesta por la del hecho "repugnante" (p. 80) de su relación con Mendiola y encuentra en Teófilo, la madurez y la serenidad necesarias para superarse; y Diego Brunet, el hombre bueno, caído en desgracia y recuperado por el mismo peso de sus virtudes.

Por otro lado, y en representación de todo lo oscuro, de todo lo nefasto, de todo lo que termina deshaciéndose por incapacidad e inconsistencia, surge la figura de "el Buda Negro".


a. Teófilo

Teófilo, es el personaje principal, el hombre que es capaz de ver su futuro, de augurar los males que vendrán. La victoria final no hace sino desbaratar lo que él suponía, un "aura poco benigna" (p.54), que lo persigue desde que el nuevo gobierno "democrático" (en su origen, pero no en sus formas, puesto que atropella a diplomáticos de carrera como él), lo hace abandonar repentinamente su puesto en Madrid. Teófilo no sólo es el hombre que sabe ver la desgracia, también tiene el coraje y la fuerza suficientes para vencerla.

El proceso del comportamiento de Teófilo está precedido por la desgracia inminente que significa su retorno -obligado- a Lima. La opacidad de la capital será el anuncio de una derrota que se construye página a página y que será superada sólo por la persistencia, por la capacidad de resistir, por el combate de un vencido -porque así se sabe y se siente- que no acepta el aplastamiento anunciado, que se rebela contra el destino.

El juego de luz y sombra (probablemente representado en la magnifica ironía del nombre de su mujer, "Luz"; una luz gris, opaca, contradictoria) se desarrolla en una Lima víctima y victimaria, constantemente adormecida y moribunda entre las brumas y la niebla de una ciudad sin cielo. Así, Lima es una "ciudad huérfana de la luz y la belleza de Arequipa, Ayacucho o el Callejón de Huaylas" (p. 53); la luz de una lámpara no puede alterar el aire que "seguía ensombrecido de un modo extraño" (p. 54); cuando se encoleriza al saber que es víctima de las intrigas de un miserable, él era "tragado por la sombra. ¿ Sería la sombra de la muerte-" (p. 93); los contratiempos con el contador se convierten en "la nueva sombra de esa advertencia" (p.94); cuando riñe con Roxana no puede dejar de ver "el aire sombrío de esa noche extraña" (p. 115); y, finalmente, luego de la pelea, la reconciliación y el insomnio, con el cual "no había pared alguna entre el día y la noche, y ésta era blanca y sucia, como el cielo rutinario de Lima" (p. 120).

Este tema ya dio origen al conjunto de cuentos que Zavaleta publicó bajo el título de El cielo sin cielo de Lima (Lima, Municipalidad de Lima Metropolitana, Colección Munilibros 7, 1986; 145 p.) y que contrasta notablemente con otro libro suyo, Pueblo Azul (Chimbote, Río Santa Editores e INC-Ancash, 1996; 161 pp.). Cielo sin cielo y cielo azul, opresión y libertad, chatura e inmensidad, tristeza y alegría, probidad y vicio, entre la ciudad y el campo que es recurrente en toda la vasta obra del autor y cuyo estudio (como el de otras de sus pistas comunes, o lugares de siempre de donde extrae, con vitalidad y frescura, nuevas historias; tales como, por ejemplo, la capacidad de sus personajes para prever las desgracias y vencerlas o no, o la notable cantidad de datos biográficos ocultos en sus libros", que él mismo confiesa en el prólogo de Niebla Cerrado (Lima, Lluvia editores, 1995; 140 pp.), merece un análisis profundo a través de toda la producción de Zavaleta.

Teófilo no sólo conoce la desgracia y la enfrenta, la vence, la convierte en una situación remota pero acechante -la soledad y la vejez rondan como buitres (algo mucho más evidente en la novela "El otro amanecer", PP. 125-170 del mismo libro Campo de Espinas)-. Él no representa al héroe (ese papel probablemente encaja mejor en la personalidad de Diego -el probo, el campesino convertido en diplomático, que ha logrado mantenerse inmaculado de las taras y vicios de la vida en la Lima señorial, aburguesante y decadente); él tiene tantos errores como aciertos, es temeroso del futuro, de la decadencia de su situación económico-social y de la física, tiene amantes y se ha casado (y ha convivido diez años) con una mujer estúpida y superficial.

Él representa al hombre común y corriente, inmerso en la eterna lucha entre sus contradicciones que se resuelven -no siempre (ver el cuento "Unas cuantas ilusiones")- de la manera más amable, con el triunfo, al menos parcial, de la honradez, el trabajo, la inteligencia y la justicia.

Siempre sus buenos sentimientos se levantan sobre sus debilidades, una vida dedicada a no hacerse problemas con nadie, a alejarse de "el odio o rencor ajenos, que, desde niño, había evitado provocar" (p. 53), huyendo de la vergüenza ("otro sentimiento que había evitado en su vida"; p. 63), se ve ésta de repente trastocada, primero por una sensación de culpa ("reparó en que, por su egoísmo, había olvidado plantear y defender el caso de Roxana"; p.73), y luego, por la solidaridad ("Se volvió avergonzado, como si fuese el culpable de tantas injusticias. No resistiría los ojos de sus amigos traicionados"; p. 101).

Es un hombre valiente ("nunca le habían asustado los problemas"; p. 54); "él no importaba mucho, aguantaría", p.101), pero atormentado por la posibilidad de la desgracia ("la soledad le cerraba hasta la boca"; p. 95), de la decadencia, de "compartir la suerte de millones de compatriotas, desde hacia tiempo olvidados por él" (p. 95) ya que "seguía descendiendo en la escala social desde su vuelta" (p.96).

Es una persona cultivada de buenos gustos, bebe champagne francés (p.99) y su apreciación de las cosas se ha depurado en sus viajes, mientras "la moda en Lima seguía siendo gringa(...), pero él había aprendido en Europa el gusto por los muebles de veras nobles, viejos, pulido como la piel humana" (p. 74) [figura que también se encuentra en su novela Pálido pero sereno y en otros textos, cuya recurrencia será necesario estudiar a profundidad en algún momento, para comprender e mundo que crea y recrea Zavaleta en el continuo desarrollo de su obra].

Teófilo posee una sensibilidad formada en su contacto cor la literatura ("además de leer su biografía en el diccionario enciclopédico de Tauro. Pocos diplomáticos vivos están ahí"; p. 56) y no puede soportar los arranques histéricos y simplones de Roxana ("si no hay promoción o ascenso, tampoco hay para ti mujer gratis(...) Ni más cacharé contigo"; p. 115), su actitud le llena de cólera, tanta como la que siente por la "mano negra" e invisible que confabula en su contra, la abofetea porque "tremenda vulgaridad le quemó como una llama" (p. 115).

Teófilo se enfrenta a un enemigo silencioso que, poco a poco, a través del desarrollo de los acontecimientos va mostrando sus lados más débiles, más vulnerables, hasta convertirse en la poca cosa que es, en el arribismo más rampante y el servilismo más crudo, conjugados con una incapacidad casi ilimitada.

Los conspiradores son derrotados todos, el amor y la amistad conjugan en un beso con Roxana y un abrazo con Eva y Diego, y la confrontación se resuelve (esta vez) a favor de los justos.


b. Roxana

Quién sabe si la definición de "novela poética" para esta obra se justifique ampliamente o sólo las descripciones reiteradas, elocuentes y musicales, que hacen de Roxana, una muchacha arrastrada por la pobreza a servir de amante de un tipo repugnante como Mendiola, y esa relación se descubre vital, fuerte, apasionada, llena de fuegos y ardores que muchas veces la ponen en aprietos (los dos amigos en Panamá, el incidente con el consejero Fábregas, algunos episodios de la misma relación con Teófilo). Ella es la poesía de la novela, la que es dibujada con regodeo por el autor que la construye, desde su primera aparición, como "una ven esbelta, felina, de buena talla, quizá mulata" (p. 5 8) y continúa, con trazos que van en aumento (y que sólo se detienen ante el dolor de la frustración, para resurgir, nuevamente, más adelante), partiendo desde la objetiva y fría capacidad para descubrir algunos defectos hasta el éxtasis y la maravilla de la visión de lo bello:

"Era mestiza, con rasgos de blanca de la cintura arriba, si bien con la tez de arena húmeda, la cabellera silvestre, la nariz filuda y las mejillas con marcas de acné" (p. 58).

"Roxana lo miró con toda la sombra que bajaba desde el mechón salvaje de su frente, desde el ribete oscuro de sus ojos pardos, medio inyectados de sangre, hasta el brillo súbito de una gran sonrisa" (p. 59).

"La muchacha de aire impetuoso y rebelde, entre mulata y chola, cuya voz agresiva, pero huérfana, iba abriendo su carne sin saberlo"

"Tiene buen poto, dijo él, cambiando su vocabulario después de tantos tragos. 'Sí, de negra,...'(p.71)

"Roxana atrae como un panal de miel; sólo hay que verla caminar. Unos tipos quieren tirársela, nada más, ni siquiera hablarle; otros la odian por haber sido rechazados; mientras los demás acechan, esperando la primera oportunidad" (p. 71).

"Con la agitación, Roxana parecía más joven de lo que era, casi una muchacha; el rostro, huesudo y fuerte, alcanzó una extraña belleza, los ojos negros fascinaban, la boca era un imán, la ansiedad le asentaba; ya no se veía el acné de sus mejillas" (p. 75).

"Roxana alzó los ojos negros y brillantes; se había recogido el pelo en un moño y por primera vez tenía la cara libre, en especial las mejillas hundidas. Pero él seguía mirando su boca, rosada, henchida, una nueva clase de flor" (p. 77).

"Roxana retozaba como una gata en la cama" (p. 79).

"Roxana vestía de negro, la falda a la última moda, muy larga, el saco de hombreras anchas y la blusa blanca de volantes cerrada al cuello: todo la ponía ingenua y doctoral al mismo tiempo. De veras que es guapa, dijo Diego. Él [Teófilo] la siguió mirando al volver a su asiento. En el rostro oval, de cejas pobladas y boca palpitante, el maquillaje ocultaba el acné" (p.89).

"Ese era su futuro, frente al cual el tibio y sinuoso cuerpo de Roxana significaba tal vez el único consuelo real, la única ganancia" (p. 96).

"Roxana, muy tostada, se había cortado el pelo, y el contraste de la nueva piel con los dientes blanquísimos y con los ojazos blancos y negros era grato. Tenía menos vientre, y cuando bajaron a pie a la playa de Miraflores, el bikini, las nalgas de negra y la potencia de muslos y piernas hacían brillar los ojos de los hombres" (p. 106).

"Sentía que Roxana, a medida que vibraban los ritmos cambiantes de la orquesta, gozaba con fruición de la música; su cuota de sangre negra le daba vivacidad y destreza en el baile, su felicidad expandía y transformaba el aire, al extremo de que las parejas más jóvenes ya giraban en torno a ellos (...) contemplándola en sus brazos, diciéndose cuánto había embellecido en los últimos meses, oculta ya la muchacha arisca de antes" (p. 107).

"Teófilo veía sus largos muslos, las colinas de sus pechos, el rostro volcado, mestizo o blanco, según las sombras, como si toda ella hubiera crecido igual que las estatuas y monumentos de las plazas" (p. 116).

"El jabón que modelaba la estatua viva de Roxana" (Pág.120). "Los grandes ojos negros y blancos de ésta" (p. 122).

"Los ojos nuevos y felices de Roxana" (p. 122).

"Los ojos de Roxana pasaban de una fiesta a otra" (p. 123).

Así, la figura de Roxana está presente en todo el texto como la frescura de un rocío que no se evapora, a pesar de los maltratos y de las marginaciones de que es objeto.

Las mujeres -hasta Eva, su gran amiga, sufre las consecuencias de los celos- ven en esta mujer que "atrae como un panal de miel" (p. 71), a una rival, a una "quita- hombres", que pone en peligro la integridad de cualquier relación. Sólo cuando estaba acompañada de Teófilo era saludada con cordialidad puesto que eso "equivalía a una póliza de seguro" (p. 107). Su posición ante las mujeres -las de su grupo, las secretarias y diplomáticas de Torre Tagle- estaba bastante comprometida por los incidentes con Mendiola y por sus actitudes escandalosas y ligeras (como meterse a la oficina de un funcionario a declararle su amor o vociferar contra Mendiola cuando se tomaba unos tragos); sólo la relación con Teófilo, y la influencia que este ejerce sobre ella, la convertirá en la mujer respetable, inteligente y trabajadora, a la que "un grupo de antiguas compañeras (...) rodeó, felicitándola por fin. Algunas nuevas secretarias se disculparon por haberla juzgado sin conocerla" (p. 120).

El ritmo y la exaltación del lenguaje se conjugan en ella porque, como ya se dijo, Roxana es la poesía de la novela: bella, exuberante, tentadora, de movimientos felinos y actitudes provocantes, la niña convertida en mujer a manos de un canalla que, final y mágicamente, es redimida por el amor.


c. Diego

El embajador Diego Brunet representa la figura del héroe, no porque esté lleno de actitudes audaces o épicas, todo lo contrario, la serenidad con que toma el avasallamiento de que es objeto y los reiterados abusos del poder es la marca que lo dignifica. Al contrario de los otros -el jefe de personal o el contador-, cuya actitud frente a los abusos del poder es de dos caras, una oficial -cínica- para sonreír a los nuevos jerarcas y otra - oculta, cobarde, oscura para confesar que "realmente no están de acuerdo...".

Diego es la experiencia, la calma de los años, la capacidad de permanencia, el hombre que se ha hecho solo, el que resiste con eterno optimismo y cuando parece que está liquidado resurge de sus cenizas, sin intrigas, sin movimientos ilegales, sin bajezas.

Su aparición es determinante en el desarrollo de la trama, cuando Teófilo ha regresado a Lima y ha iniciado sus vacaciones, lo ve en la "esquina de Torre Tagle" donde él mismo está observando el movimiento de los empleados. Su sola presencia es tranquilizadora, puesto que es un hombre "bonachón, cargado de años y risueña paciencia" (p. 59). No se deja aplastar por los abusos del nuevo régimen e invita a "Teo" a sonreír, "no eres el único" (p.60), el es sólo un ministro consejero, su castigo será olvidado, en cambio "a nosotros [los embajadores] nos dan un cargo donde no llega un expediente en años" (p. 60).

Diego es el hombre que aclarará las dudas de Teófilo, devolverá al "Buda Negro" al sitio que le corresponde, arrebatándole la atmósfera de indestructibilidad que lo rodea desde un principio. Empieza por señalar al conspirador (hasta entonces desconocido) y dice "sospecho que te dio el úkase el número dos del ministerio, que ya no es el secretario general, como antes, sino un arribista" (p. 60): Diego, conocedor de todos los secretos de la Cancillería, es el gran desmitificador, sabe de las intrigas del poder y no se deja seducir por ellas. Mira con desdén a los hombres del régimen, ceremoniosos y de negro, y se burla diciendo "me imagino lo que dirían estos futres si supieran que yo trabajé de niño en el campo -y no conocí zapatos hasta los doce. Imagínate, un embajador peón" (p. 61).

Indesmayablemente, Diego representa la persistencia, todos los días tomaba su descanso observando, de pie, en la esquina, el paso de la gente. Es él, también, el que cuenta la historia de Roxana y la presenta tal como se le conoce en el ministerio, "Roxana atrae como un panal de miel" (p. 71).

Aun cuando es barrido por el régimen no se deja vencer, es su optimismo visceral el que mantiene unido al grupo y trabajando, "es sólo una escaramuza) de ningún modo una batalla perdida, dijo Diego, animado y vigoroso" (p. 102). Nada de derrotas, nadie como él personifica la esperanza, la energía, "a partir de hoy nuestra labor debe ser paciente e intensa, sin descansar ni los domingos" (p. 103). Pone a disposición de sus amigos sus conocimientos y contactos, su prestigio y hasta su casa. Funda el "Centro de Estudios Internacionales" y les demuestra a todos que los desfavorecidos por el régimen son personas capaces, devolviéndoles la confianza y la autoestima. Sin él la victoria de los arribistas sería definitiva.

Finalmente, apuesta por Roxana y se enfrenta con Mendiola hasta hacerlo ceder y aceptar el ascenso -largamente merecido- de la diplomática. Así pues, no sólo es la dignidad y la paciencia, es también la lealtad y el coraje.

La última visión de Diego es realmente hermosa y resume todo lo que este personaje significa y aporta en la poética de la novela:

"Diego no se había marchado. Los esperaba en la penumbra de la esquina, donde sólo hasta las cinco en punto se veía la carretilla del frutero. Ahora estaba desierta, excepto por esa figura canosa y de aire campechano, cuya sonrisa iba descubriéndose a medida que ellos avanzaban." (p.123).


d. El Buda Negro

Es un personaje que no llega a convertirse en el antihéroe por su incapacidad; mientras se encuentra en la sombra ejerce un poder extraordinario y parece realmente invencible; cuando poco a poco se va desenmascarando no queda de él sino la caricatura de un tirano. Arribista, trepado al carro del partido vencedor en las últimas elecciones, confabula para hacerse del puesto de Teófilo en Madrid.

Inicialmente es sólo el "tipo injusto que, en Lima, para acusarlo, se pondría al otro lado del escritorio lujoso y vacío, en contraste con el suyo [el de Teófilo] que había reventado de trabajo" (p. 51), no tiene forma específica, es uno o varios, no se define, ni siquiera existe la seguridad de una rencilla personal, "quizá no provenía [la confabulación] de un solo ser humano, sino de ojos múltiples equivocando el blanco, (p. 53). Luego, el jefe ( personal le aclarará que "eso, es decir, su castigo "nada tiene que ver con Torre Tagle" (p. 56 desligando al Buda Negro de los funcionarios del ministerio.

Más adelante, es Diego quien descubre la personalidad del famoso Buda Negro, "El número dos del ministerio (...) un arribista" (p. 60) y luego confirma que ha sido éste el causante de la destitución de Teófilo " [el Ministro] sabe quién eres, cómo te han traído; pero dio que sólo fue por insistencia del Buda Negro; así le llaman al advenedizo..." (p.69).

Una vez identificado, el Buda Negro empieza a deshacerse, despintarse, a convertirse en una masa deforme que no merece ningún respeto, salvo el que le da el poder que ostenta y del que abusa. En esas circunstancia Teófilo lo enfrenta:

"Entró en el ala de nuevos jefes, de quienes ya se sabía que trabajaban poco o nada, sin un cargo preciso, y detrás de la secretaria, que tampoco hacía nada sólo oír la radio bajita, vio la barriga y la cara hinchada del Buda Negro, oh no, del cholo zambo. La figura de bolas sucesivas... (p.71), "que cayera todo él en su sillón por el peso del pecho y la barriga" (p. 72).

"Según Diego, la foja de servicios del Buda Negro sólo registraba dos cargos, regidor en Lambayeque y cónsul en Quito. ¡Menudo historial! Mejor hubiera constado que era un valido del nuevo Mandamás" (P. 72).

"el gordo de cara sebosa" (p. 72).

"la figura de bolas sucesivas se repantigó en su sillón, volvió a quedar con la barriga en alto, e hizo una mueca de desdén" (p. 73).

Es torpe que "castiga" a Teófilo mandándolo a trabajar a la biblioteca porque "ahí no entra nadie y no lo verán" (p. 73), lo que ocasiona el siguiente comentario:

"No le cabía sorprenderse más [a Teófilo]. En la biblioteca de Torre Tagle habían trabajado diplomáticos ilustres como Porras Barrenechea y Lohmann Villena, pero el advenedizo juzgaba un castigo ese lugar" (p. 73).

La cólera que siente contra el Buda Negro se convierte en decepción, su enemigo es un pobre diablo, un advenedizo.

Ya no es un rival digno, es sólo un vulgar arribista que cuando tiene que intervenir en público es un desastre, torpe, burdo, incoherente, él y Mendiola caracterizan la incapacidad de los que llegan a un puesto sin merecerlo, sólo por favores políticos e intrigas.

Al cabo, el Buda Negro consigue su cometido, es nombrado en el mismo puesto que ocupaba Teófilo, "aunque con sueldo de embajador" (p. 93), y si bien se aleja físicamente, continúa manejando los hilos del poder en la Cancillería, al punto de evitar, momentáneamente, el ascenso de Teófilo.

Finalmente, el tiempo, la distancia y las evidencias de la capacidad de Teófilo y "su" grupo, serán suficientes para ir destiñendo al Buda Negro, quien desaparece, poco a poco, como las aguas contaminadas se diluyen en el océano invencible.

La esquina de Torre Tagle, es un hito más en el desarrollo de la "novela poética peruana", demuestra la continuidad de una larga y bien aprendida tradición narrativa y ensaya un lirismo, construido a través de los personajes, con que Carlos Eduardo Zavaleta linda, magistralmente, con los parajes de la poesía.

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