
PARTE II
EL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO Y LA OLIGARQUÍA PERUANA
EN EL SIGLO XX
CAPITULO III
EL GOBIERNO MILITAR : 1968-1980
La década del 80. Los gobiernos de Acción Popular (1980-1985) y el APRA (1985-1990). El
Fondo Monetario Internacional
La década del 80 fue el decenio del fin del velasquismo; significó el retorno
conservador de Fernando Belaúnde a la presidencia en 1980; pero no regresó el viejo
orden, el Estado no se desprendió de las empresas públicas ni la tierra fue devuelta a
los antiguos latifundistas. Fue sorpresa la supervivencia del aprismo a la desaparición
del fundador, la aceptación de la democracia por una izquierda legal que la asume en
tanto que una nueva forma de militancia. Sorpresa el fenómeno Alan García,
el fenómeno Vargas Llosa, el fenómeno Fujimori. Qué sorpresa,
qué fenómeno; el Imperio había decidido que había llegado la hora para cambiar a los
viejos partidos como aliados tradicionales en el control de los países coloniales,
semicoloniales o neocoloniales. Estos partidos habían demostrado ineficiencia, en el
manejo de la cosa pública, ineficiencia en la política de aplicación de métodos
económicos que aperturen, amplíen o vinculen de mejor manera el mercado nacional a los
productos de exportación, necesario para la reactivación del aparato productivo del
imperio.
Las burocracias gubernamentales durante todo el período del Estado de Bienestar habían
sido incapaces de ser eficiente en el manejo del Estado, se había incrementado la
burocracia hasta el tremendismo en el aparato estatal, las políticas proteccionistas
constituían impedimentos reales para la ampliación de las nuevas políticas
neoliberales. Había que terminar con el estatismo que ahogaba las iniciativas del sector
privado que alentaba una economía de mercado. La partidocracia tenía necesariamente que
ser cambiada, el proceso no podía ser brutal, se tenía que contar con aliados
incondicionales. Belaúnde lo fue.
En Wáshington había ingresado a la Casa Blanca un nuevo inquilino, se inauguraba una
nueva doctrina en todos los frentes: el neoliberalismo, los Chicago boys, entraban a
escena de manera abierta y predicaban su doctrina sin empacho en el ámbito global. Ya
venían aplicando sus recetas macroeconómicas en Asia con los tigres asiáticos, bajo
fuertes dictaduras o gobiernos fuertes, como los prefería llamar el buque insignia del
Fondo Monetario Internacional, en el ámbito de las finanzas internacionales. Este modelo
se aplicaba desde el golpe militar en 1973 en Chile donde para erradicar una corriente
ideológica, según hoy sabemos, el presidente Nixon dijo a sus ayudantes que había que
hacer gritar a la economía chilena, en abierta alusión de que el gobierno de Salvador
Allende tenía que caer. La historia hoy es por todos conocida.
La ineficiencia en la política tenía que ser reemplazada por nuevas dirigencias que no
tuvieran vinculaciones nefastas con el pasado oligárquico. Había llegado la hora de
liquidar a los viejos partidos y la partidocracia, el caudillismo en América Latina,
Perú no fue la excepción. Era la hora de los tecnócratas, de la eficacia y eficiencia
en la gobernabilidad. Este modelo lo vamos a ver mejor durante el gobierno cívico-militar
de los 90-2000. En esta década (80), la recesión de la economía mundial y el fin del
crecimiento produjeron el incremento de la deuda externa, la irrupción de Sendero, el
acoso de la violencia, la descomposición del tejido social, la pobreza masiva, la nueva
delincuencia y la narcoeconomía. La guerra interna que dejaría miles de víctimas.283
En pocos años el Perú se vuelve el país de todos los peligros. El retorno de las
instituciones democráticas coincidió con una degradación impresionante del nivel de
vida acortando las expectativas no sólo de los sectores populares, sino de las capas
medias y profesionales tan laboriosamente constituidas en los decenios precedentes del
crecimiento moderado.
Una respuesta popular de los sectores desplazados de los resortes oficiales de la
economía, en tanto no constituía sujetos de crédito para la sociedad oficial o la
economía formal, produjo en los desocupados una expansión de lo que se ha dado en
denominar la economía informal,284 inesperado balón de oxígeno; reemplazó
el espacio de la economía asalariada que se redujo aterra-doramente, y los que tenían
empleo seguro, los formales, pasaron de un 35% de la PEA en 1981 a un 10% en 1992. Es un
tiempo de paradojas, de crisis y democracia, de debilidad del Estado y de iniciativa
popular para lograr sobrevivir.
Los ochenta es el período de la inflación galopante, tanto o más que los años treinta,
un tiempo excepcional, uno de esos momentos de ruptura y continuidad en la historia de los
peruanos. Además en este período se acumuló y condensó un conjunto de crisis que
pusieron en cuestión la viabilidad del Perú como nación.285
El agotamiento de la industrialización substitutiva de importaciones como modelo de
acumulación y de desarrollo,286 la acumulación de la riqueza en pocas manos y
el crecimiento vertiginoso de la masa de desempleados y subempleados, la informalización
creciente de las clases medias y populares, la crisis orgánica de los partidos, la
militarización de la política, el derrumbe del Estado, el conjunto de estos problemas
críticos se expresará en el campo de la política y asumió la forma de una crisis
orgánica de dirección y representación. Producidas las elecciones, Belaúnde retomó el
poder en 1980 y continuó con mayor decisión el ciclo de liberalización económica
iniciado en 1976.
Durante los dos primeros años de su gobierno aplicó un populismo que le permitió elevar
su popularidad al 62% de la aceptación ciudadana. Para mantener buenas relaciones con la
banca internacional aceptó las cartas de intención del FMI y se propuso pagar la deuda
en un monto que comprometía alrededor del 50% de los ingresos fiscales, limitando
drásticamente la atención de las necesidades sociales; hasta que se produjo la crisis
fiscal, la cual fue incrementada por los desastres del norte del país en 1983, que
impidió continuar pagando la deuda y que agravó la inflación y la recesión generadas
por la liberalización y privatización de la economía. La política de concertación
propugnada por el ministro de trabajo no prosperó porque chocaba con la política liberal
del Ministerio de Economía. En mayo de 1980 se inició la guerra de Sendero Luminoso con
la quema simbólica de las ánforas en la comunidad de Chuschi, Ayacucho. Había decidido
abandonar las aulas universitarias de Huamanga en las que se formó287 para
iniciar la guerra popular del campo a la ciudad.
En un primer momento su accionar se limitó al departamento de Ayacucho en donde su
presencia fue creciendo a medida que demostraba su debilidad el Estado en esa región.
Entre 1983 y 1985 sendero amplió su accionar a otros departamentos del territorio
nacional como resultado de la ofensiva militar y entre 1985 y 1990 consolidó algunos
escenarios de guerra que arrinconaron cada vez más a la política y a los políticos
afincados en la democracia. Su crecimiento tiene que ver no sólo con la ofensiva militar
de 1983 que los sacó de Ayacucho a otros lugares del país, sino también con la crisis
económica y fiscal que redujo el mercado debilitando más aún al Estado y expandieron
por eso mismo sus espacios geográficos y sociales de acción.
Uno de los problemas que desgastó al gobierno del arquitecto Belaúnde y a la política
general fue el accionar de los actos terroristas provenientes del grupo alzado en armas,
que luego se le conocerá como Sendero. Subvalorado en un primer momento, no sólo por el
gobierno, lo enfrentó con las Fuerzas Armadas luego de resistir su intervención a fines
de 1982. Desde entonces las FF. AA., siguiendo la doctrina de la Seguridad Nacional que
privilegia los aspectos militares288 y que identifica las protestas sociales
con el comunismo como enemigo interno, aplicaron una estrategia militar que, además de
violar los derechos humanos no tuvo éxito: Un comando conjunto timorato, atravesado
por múltiples contradicciones y al vaivén de las correlaciones políticas del país;
unas fuerzas policiales en repliegue y principales partidos en el Congreso, completan el
marco en que se producía la respuesta estatal a la insurgencia senderista.289
El APRA de los 80 era un partido populista cuyas banderas reformistas había abandonado
debido a sus alianzas y compromisos con la oligarquía en las décadas del 50 y del 60 y
cuya capacidad para volver a enarbolarlas se vio limitada porque Velasco realizó los
sueños del populismo reformista en la década del 70. En los 80 vivió la prueba de fuego
este partido, ya sin su jefe carismático, luego de la muerte de Haya. Para ponerse de
acuerdo con los tiempos y poder competir tanto con la derecha como con la izquierda, el
APRA intentó modernizarse y democratizarse bajo una nueva generación liderada por Alan
García Pérez. Una vez que ganó las elecciones, Alan García reforzó su imagen de
caudillo carismático pretendiendo ocupar el vacío dejado por Haya. Se produjeron
entonces las tensiones inevitables entre Alan García y la institucionalidad partidaria,
las mismas que marcaron la dinámica del APRA y del gobierno entre 1985 y 1990.
La limitación del pago de la deuda externa al 10% del valor de las exportaciones
permitió cierto respiro a las finanzas públicas y elevó la popularidad de Alan García
hasta aproximarse a los linderos de la unanimidad (95%). La política basada en la
reactivación de la demanda y en políticas expansivas y populistas del Estado tuvieron
cierto éxito hasta que mostraron su límite por el lado del cuello de botella de falta de
divisas requeridas por la industria reactivada. A partir de 1988 tuvo que aplicar las
políticas de estabilización exigidas por el Fondo Monetario Internacional y por la
derecha y al final de su gobierno quiso volver a la aplicación de políticas populistas
dilapidando los pocos dólares que el BCR había logrado reclutar por mejora de las
exportaciones. La consecuencia de esta política de dispendio nos llevó a una inflación
galopante que crecía a niveles siderales, la popularidad de Alan García decrecía a
niveles (9% en 1989) que pusieron en cuestión la legitimidad de su gobierno. Comenzó a
auspiciar destacamentos paramilitares desde el Ministerio del Interior para liquidar y/o
sacar fuera de carrera a la oposición de derecha o de izquierda que ante la conyuntura,
si bien no se habían aliado, cada lado (al sentirse afectados directamente por esta
política de dispendio de Alan) realizaban acciones de resistencia o de crítica a la
labor gubernamental.290
Durante el gobierno de Alan García se inició la superposición entre la guerra y la
política. Es cuando Sendero Luminoso decidió entrar a la lucha social y a pelear un
lugar en la opinión pública; el APRA y las fuerzas policiales decidieron organizar
comandos paramilitares.291 Se consolidaron los escenarios de la guerra en la
cual el senderismo mostró mayor capacidad militar y de enfrentamiento ampliándose las
zonas de emergencia en el territorio nacional. En otras palabras, se amplió la guerra y
la política se redujo hasta poner en cuestión sus propios canales y mecanismos de
acción y de representación.
Al comienzo de su gobierno Alan García intentó una nueva estrategia basada en el
desarrollo microrregional y en la guerra, pero según dijo respetando
los derechos humanos. Para demostrarlo destituyó a algunos altos mandos militares
acusados de violar los derechos humanos. Posteriormente, el gobierno sucumbió ante la
lógica de guerra sucia, uno de cuyos hitos fue la masacre de los penales en junio de
1986. Recordemos que con la masacre de casi trescientos inculpados por terrorismo en los
penales de Lima el 18 y 19 de junio de 1986 y su famosa frase: O se van ellos (los
responsables de la matanza) o me voy yo (en realidad nadie se fue) se deslegitimó
totalmente el discurso del gobierno en defensa de los derechos humanos. Un mito que se
desmorona con Alan García es el de unas élites financieras dispuestas al desarrollo, lo
que conduce al tema de los doce apóstoles y a la confiscación de la banca
privada. En pleno ensayo desarrollista Alan García va a negociar con los grupos
económicos más importantes, los llamados doce apóstoles.
En palacio, en plena euforia del minicrecimiento, se había montado una sala de
computadoras (ordenadores) y un equipo de técnicos. Una buena mañana las máquinas
comenzaron a dar unos datos financieros absolutamente descorazonadores; los capitalistas
locales, no sólo los doce sino los setenta y dos, grupos engreídos del
régimen, todo el sistema financiero-industrial beneficiado por el auge de la demanda
interna, auge que costaba al país sus reservas, no estaban invirtiendo como se esperaba,
sino que de acuerdo a viejas tácticas y esquemas fraudulentos propios desinvertían.
Mientras tanto los recursos expatriados, unos 5 mil millones de dólares, se depositaban
en la banca norteamericana. Con un sector de clase así el crecimiento por demanda era
imposible. Sintiéndose engañado Alan decidió la expropiación de la Banca; se hizo con
resultados extraordinarios y azarosos.
Los propietarios de tierras se habían tendido ante el rodillo compresor del velasquismo
cuando aquél hizo la reforma agraria; pero los dueños del dinero no estaba tocando
el espinazo del capitalismo, el capital bancario-financiero internacional aliado de los
banqueros peruanos, sus aliados locales. Eso explica por qué salieron a pelear y ganaron.
Tocó el lado más sensitivo del capitalismo nativo dependiente, el que estaba ligado Alan
se equivocó al capital financiero internacional. Era la fibra neurálgica del control de
la economía nacional y mundial o global. Los dueños del dinero no eran peruanos, sus
verdaderos dueños estaban ubicados en las bolsas de valores de Nueva York, Londres,
París, Tokio, entre otros.
Un marco de ideas diferentes esperaba la ocasión para saltar a la arena política. Esto
ocurre cuando los tanques, como en los buenos tiempos del militarismo velasquista,
derriban una de las puertas del Banco de Crédito produciéndose así la inmensa
explosión de descontento de los sectores afectados que comienzan a articular su protesta
y resistencia a la decisión gubernamental; lo hicieron financiando la
movilización de amplios sectores populares en la histórica Plaza San
Martín, en julio de 1987. Ese día con su discurso de fondo se produjo el lanzamiento de
Vargas Llosa como opositor a Alan García. Vargas Llosa fundó el Movimiento LIBERTAD el
cual lo postuló como candidato presidencial en las elecciones de 1990... y lo que siguió
fue la victoria de Alberto Fujimori, por las torpezas políticas de aquél. Además,
porque demostró que era un miembro (con cara nueva) de la vieja oligarquía que
resucitaba remozada y con un lenguaje (acorde con los tiempos) neoliberal, ya no como
latifundistas, sino como banqueros y financieros. Eran tiempos del neoliberalismo, no
podían darse el lujo que el pueblo habiéndolo identificado como tal, fuera capaz de
rebelarse con consecuencias imprevisibles.
Para entonces, no había sido sólo la polarización social ni las iras incontroladas de
las masas las que erosionaron al Estado, y muy concretamente al gobierno de Alan García
Pérez sino, también, la caída vertical de los ingresos fiscales. En 1989 la
presión tributaria representó un 5% del producto bruto interno, frente al 9% observado
en 1988. Si se observa la revolución de los ingresos tributarios, puede verse que en 1989
éstos representaron sólo un 30% de lo recaudado en 1985.292 No sólo
fue la política sino la economía la que había corroído y debilitado los muros
estatales. La crisis fiscal impactó en varios niveles la estructura del Estado.
En primer impacto fue institucional. La crisis fiscal, incapacitó a las instituciones
estatales para atender las necesidades sociales de educación, salud, vivienda y para
hacer los gastos mínimos de capital y de promoción de las inversiones en
infraestructura, y, por otro, empobreció y generalizó el malestar en la burocracia
estatal.
La crisis fiscal tocó también las puertas de los cuarteles y las comisarías. Las
Fuerzas Armadas y la Policía Nacional se vieron frecuentemente en problemas para
movilizar en esa década su maquinaria represiva y para renovar sus equipos, pese a que
seguían llevándose la parte del león en el reparto de la torta fiscal.293 El
segundo nivel fue político. Al desmoronarse las instituciones estatales, la crisis fiscal
corroyó los cimentos del puente institu-cional que el Estado había tendido en las tres
últimas décadas hacia la sociedad para reducir la brecha histórica que ha separado a
los sectores de clase en el poder con los que no lo han detentado nunca, desde la
conquista española. La crisis de los aparatos hegemónicos y económico-admistrativos
bloquearon la poca capacidad de legitimidad que el Estado y los gobiernos tenían,
especialmente en los períodos de aguda crisis económica.
En estas circunstancias el discurso y la práctica estatales perdieron credibilidad y
eficacia y exacerbaron más bien el descontento de la sociedad. Ésta no encontraba
razones valederas para obedecer cuando los gobernantes fallan y son incapaces de
satisfacer siquiera parcialmente sus expectativas. La situación se agravó cuando estas
expectativas fueron crecientes y la capacidad estatal para atenderlas era decreciente. Se
produjo, en consecuencia, una crisis de gobernabilidad y de inestabilidad política de
diverso alcance. En unos casos afectó sólo al gobierno, en otros alcanza al régimen
político y en ciertas situaciones, como en el caso peruano de la década del 80, llegó a
los cimientos mismos del Estado. La crisis de los aparatos coercitivos del Estado
producto no sólo de la crisis fiscal sino también de la violencia política
tocó los puntos neurálgicos del orden social y el ámbito jurisdiccional en donde impera
el Estado. Éste dejó de imponer su autoridad en algunos lugares del territorio nacional,
especialmente en las zonas abandonadas y en las zonas liberadas por Sendero
Luminoso.
Pese a la coexistencia de estas diversas crisis de legitimidad, de gobernabilidad y de
jurisdicción territorial la situación no llegó a ser revolucionaria, sino que tuvo que
ver más con las peculiaridades de la crisis de la sociedad que con la crisis del Estado.
La crisis social generó más un proceso de disgregación que de polarización y de
confrontación social. El tercer nivel es propiamente estatal, y tiene que ver con el
sistema institucionalizado de dominación social. La crisis fiscal desmoronó las formas
más modernas de dominación de las décadas del 60 y del 70 para reabrir el paso a las
formas tradicionales basadas en el patrimonialismo, la clientela y la prebenda. La
modernización y la institucionalización del Estado cedieron su lugar, en este período,
a formas tradicionales de dominación que se habían resignado a asumir un papel
subordinado.
Pese a la crisis fiscal el Estado seguía subsidiando a la empresa privada con
exoneraciones tributarias, los precios de los bienes y servicios de las empresas
públicas, el Certex se mantuvieron agravando la crisis. En el lenguaje de los apóstoles
del neoliberalismo, el Estado había demostrado ser ineficiente en la solución de los
problemas neurálgicos de la sociedad: empleo, bienestar, crecimiento económico, entre
otros grandes objetivos. Los burócratas del llamado Estado benefactor para estos
apocalípticos demostraron ser malos administradores de la cosa pública, que los había
llevado a niveles de gigantismo burocrático; el intervencionismo estatal en la economía
era un freno a la libertad de empresa, la iniciativa y competencia del sector privado.
Había que reducir el Estado a la mínima expresión. La crisis cerró el ciclo estatista.
El estado de bienestar social si en algún momento hubo, estaba llegando a su
fin. Estaban dadas las condiciones favorables para la implantación de una economía libre
de mercado y un Estado neoliberal, que será el nuevo fantasma que recorre el mundo. Su
ingreso al Perú no fue una excepción.
283
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Los datos (de revistas,
organizaciones de derechos humanos nacionales y extranjeras, periódicos independientes,
cifras oficiales y extraoficiales) más conservadores nos demuestran que en la década de
los 80 fueron más de 30 000 los muertos por ambos bandos. |
284
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Véase DE SOTO, Hernando. El otro
sendero. 8.a edición, Lima, Instituto Libertad y Democracia, prólogo de Mario Vargas
Llosa, 1990. En el prólogo a este libro Mario Vargas Llosa, quien se convirtió en uno de
los fundamentalistas más connotados en América Latina y en el Perú del neoliberalismo,
sobre la economía informal, dirá: No deja ser una paradoja que este libro, escrito
por un defensor de la libertad económica, constituya una requisitoria contra la ineptitud
y la naturaleza discriminatoria del Estado en el Tercer Mundo que en su severidad y
contundencia no tiene acaso parangón y, por ejemplo, reduce a meros desplantes retóricos
buena parte de las críticas radicales o marxistas publicadas en nuestros días sobre la
condición del mundo subdesarrollado. Cuando la legalidad es un privilegio al que sólo se
accede mediante el poder económico y político, a las clases populares no les queda otra
alternativa que la ilegalidad. Ibíd., p. XX. |
285
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Hasta este período la dirigencia
política descendientes de la revolución del XIX, por las razones expuestas en la I parte
de este trabajo, todavía no ha sido capaz de construir un Estado-Nación en el vasto
territorio llamado Perú. Ha sido incapaz de convertirse en clase dirigente, en tanto no
ha podido construir una economía independiente. Ésta es la tragedia. Los intentos de
crecimiento y desarrollo han estado orientados más por los requerimientos externos del
nuevo imperio que por las necesidades de un desarrollo autóctono con un espíritu
capitalista en el vasto territorio peruano. Por eso afirmamos que conviven varias
naciones, muchas etnias, que inviabilizan un Estado Unitario, centralizado y nacional. |
286
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Hay que tener presente que el
concepto de desarrollo alcanzó su punto más radical y al mismo tiempo más divulgado, al
decir de Theotonio Dos Santos, con la obra de W. W. Rostow en la década de los 60. Él ya
había publicado en los 50 su libro Un manifiesto anticomunista en el cual Trataba
de demostrar que el inicio del desarrollo no dependía de un Estado revolucionario como
había sucedido en la URSS y sí, de un conjunto de medidas económicas tomadas por
cualquier Estado Nacional que asumiera una ideología desarrollista. En un libro posterior
menos divulgado, Rostow defendía la necesidad de que este Estado desarrollista fuese un
Estado fuerte (así lo requieren los organismo internacionales como el Banco Mundial, El
Fondo Monetario Internacional, El Banco Interamericano de Desarrollo). Sus trabajos como
consultor de la CIA fueron unas de las principales referencias de las políticas de golpes
de Estado modernizadores llevados a cabo en las décadas del 60 y 70 a partir del golpe
brasileño de 1964... A pesar del primitivismo este modelo prevalece en la cabeza de los
científicos sociales. DOS SANTOS, Theotonio. La teoría de la
dependencia un balance histórico y teórico. En Theotonio Dos Santos, Los retos de
la globalización, ensayos en homenaje a Theotonio Dos Santos. Volumen I, 2.a edición,
Unesco-Caracas, Perú Mundo, Instituto de Investigaciones Sociales, Francisco López
Zegarra (Edit.), pp. 98, 1999. Sobre la teoría de la dependencia el mismo autor, quien es
uno de sus fundadores, dirá que es el esfuerzo crítico para comprender la
limitación de un desarrollo iniciado en un período histórico en el cual la economía
mundial ya había sido constituida bajo hegemonía de grandes grupos económicos y
poderosas fuerzas imperiales, aun cuando una parte de estas entraba en crisis abriendo la
oportunidad para el desarrollo del proceso de descolonización. Ibíd., pp. 103-104.
En esta misma obra de dos volúmenes se encuentran los trabajos más recientes sobre
dependencia y desarrollo, éstos son: VALENZUELA, José. Acumulación, productividad
y plusvalía extraordinaria. En DOS SANTOS, Theotonio. Los retos de la
globalización, ensayos en homenaje a Theotonio Dos Santos. Volumen I, 2.a edición,
Unesco-Caracas, Perú Mundo, Instituto de Investigaciones Sociales, Francisco López
Zegarra (Edit.), p. 567 ss, 1999. ALVATER, Elmar. Obstáculos en la trayectoria del
desarrollo. En DOS SANTOS, op. cit., p. 599 ss. BAMBIRRA, Vania, Éxodo rural
y éxodo urbano. La lucha por la reforma agraria en el Brasil. En DOS SANTOS, op.
cit., pp. 615 ss. GONCALVES, Reynaldo. Globalización productiva, inversión externa
directa y empresas transnacionales en el Brasil: Una perspectiva histórica. En DOS
SANTOS, op. cit., p. 635 ss. MÜLLER-PLANTENBERG, Urs. Lo que todavía puede
esperarse de las multinacionales. En DOS SANTOS, op. cit., pp. 663
ss. |
287
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DEGREGORI, Carlos Iván. El
surgimiento de Sendero Luminoso: Ayacucho 1969-1979. Lima, Instituto de Estudios Peruanos
(IEP), 1990. |
288
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Doctrina contrainsurgente
aprendida por los militares peruanos que fueron educados en la Escuela de las Américas de
los Estados Unidos de América ahí y en Panamá. |
289
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TAPIA, Carlos. Las Fuerzas
Armadas y Sendero Luminoso. Dos estrategias y un final. 1.a edición, Lima, Instituto de
Estudios Peruanos (IEP), 1997. |
290
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Estos comandos, a semejanza de
las Triple AAA (Alianza Anticomunista Argentinas), tomaron el nombre de un líder aprista,
Rodrigo Franco, fallecido en circunstancias no esclarecidas por el Gobierno de Alan
García. Los investigadores de la revista Gente habían llegado a la presunción de que su
muerte fue decidida en la esfera gubernamental, según todas las pruebas indiciarias que
ellos poseían. La muerte de este líder aprista beneficiaba a Alan García y a su
entorno, pues el dirigente iba a denunciar la corrupción en el ámbito gubernamental. |
291
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Hoy se sabe que fueron creación
del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). Esto constituyó el inicio de la guerra sucia
abierta a partir del Estado; se comenzó a implementar un terrorismo de Estado
institucionalizado, con manifiesta impunidad. Ninguno de sus autores que se sepa ha sido
juzgado. Esta manifiesta impunidad va a persistir durante el Gobierno de
Fujimori. |
292
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PAREDES, Carlos y Jeffrey Sachs.
Estabilización y crecimiento en el Perú, una propuesta independiente. Lima, Grade and
the Brookings Institution, 1990. |
293 |
Actualidad Económica. Febrero,
N.º 113, Lima, CEDAL, 1990. |
294 |
Op. cit. |
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