
PARTE II
EL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO Y LA OLIGARQUÍA PERUANA
EN EL SIGLO XX
CAPITULO III
EL GOBIERNO MILITAR : 1968-1980
El contragolpe: La segunda etapa 1975- 1980
La ofensiva de los sectores desplazados del poder entre sus acciones de recaptura del
poder, entre 1973 y 1976, no excluyó la colaboración de algunos sectores empresariales
con el gobierno para alimentar adeptos y con ello agudizar la lucha interna; se recurre
esta vez a una amplia coordinación entre líderes de los viejos partidos, prensa,
colegios de abogados y gremios del empresariado. La progresiva y consistente dinamización
del movimiento popular en la década del 70 alimentó los temores de la clase dominante,
tanto en el empresariado como en los políticos tradicionales y en los militares
reformistas menos audaces. La ofensiva de los sectores desplazados encontró así terreno
preparado en la propia composición y rasgos del gobierno militar, pudiendo obtener en
julio de 1976 la victoria más consistente: el desplazamiento de los sectores progresistas
de la cúpula castrense. Indudablemente, poco antes, con el derrocamiento de Velasco, se
había abierto la compuerta que hizo posible el viraje, esta depuración gradual y luego
la contrarreforma. Así el 29 de agosto de 1975, al derrocar a Velasco, se afectó parte
importante de la cúpula castrense y sus mandos regionales incluyendo las tendencias más
radicalizadas del reformismo militar. Este hecho hacía difícil al gobierno de la segunda
fase (Morales Bermúdez) recomponer plenamente su total ejercicio del poder sin fisuras,
los sectores que los apoyaron pedían más. Por ello, desde Setiembre de 1975 la ofensiva
se agudizó en todos los planos hasta arrinconar al gobierno y eliminar de éste las
posiciones más radicalizadas del reformismo alterando con ello la anterior preponderancia
pequeño burguesa del régimen militar, para enrumbarlo en función de la recomposición
de los viejos sectores en el poder.
La nueva clase social en el poder no podía ser la misma luego de un proceso que había
partido desde las mismas esferas del poder. Los nuevos retos en el ámbito mundial así lo
exigían; los tradicionales sectores tuvieron que aceptar que había llegado la hora de su
reforma interior y de su cambio. Al excluir del gobierno y de la Fuerzas Armadas las
tendencias progresistas que encarnaban los radicalizados generales velasquistas se produjo
un cambio en la cúpula castrense que enrumbar el gobierno de Morales Bermúdez hacia la
corrección de las reformas velasquistas y señalará el derrotero para la
transferencia a los civiles. Era hora de volver a los cuarteles en espera de mejores
tiempos. Con esta recomposición del gobierno se concretó un rumbo diferente al de todo
el período anterior: el gobierno de Morales Bermúdez abandonó sus intentos de
conciliación con el campo popular, sacrificó las reformas políticas más
características poniendo todo su empeño en restablecer la quebrada relación con los
empresarios privados y los políticos tradicionales y la burguesía. Éstos serán los
interlocutores privilegiados que, aunque demandarán más de lo que los militares
gobernantes podían ofrecer, sobre todo ante las dificultades económicas, recibieron
gradualmente la acogida necesaria para acelerar la corrección de rumbos del gobierno. Y
sobre esta base mantendrán la iniciativa política y forzarán la transferencia del
gobierno. Sin embargo, si bien el gobierno reprimió al pueblo e impuso una férrea
disciplina laboral, no fue capaz de disciplinar su política económica que siendo
drástica en comprimir el salario real no logró frenar el gasto público. Además en este
primer tramo del período 76-80, que cubre de julio de 1976 a julio de 1977, no se aprecia
nítidamente una definición en la cúpula castrense que indique efectiva retirada a los
cuarteles tal como lo demandan los gremios y políticos civiles de la burguesía. Este
hecho hace recrudecer los niveles de conflicto pues en la cúpula los ministros quieren
hacer obra a la par que consolidan los gastos de defensa y, de hecho, anulan
el efecto del plan de estabilización del Ministro de Economía (Barúa).
Por otro lado, durante el año de emergencia, cuando ya en la cúpula castrense no quedan
pretensiones reformistas, al amparo del poder absoluto conferido a los mandos castrenses
por la legislación de emergencia, se encuban voluntades de permanencia
combinadas con algunos intentos cuasigolpistas. De este modo, durante el primer año del
período 1976-1980 se dio un intento de continuar gobernado sin fijar fecha de salida
contrariamente a lo que reclamaban los trabajadores y los políticos diversos. Esa
voluntad de permanencia se combinó con la corrección de las reformas, los incentivos
otorgados a los empresarios y la represión a las fuerzas populares, presentándose
reiteradamente el gobierno como el único capaz de poner orden en este país.
El fracaso de este intento, puesto de manifiesto en julio de 1977, llevó al gobierno al
máximo punto de aislamiento y a definir los términos y plazos de la transferencia del
poder a la civilidad. Luego de un exitoso paro nacional de los trabajadores de la ciudad y
el campo, rompiendo a su vez la hegemonía en el mundo sindical del aprismo, insurgió
por primera vez un nuevo movimiento sindical organizado dirigido principalmente por los
pequeños partidos de izquierda.
La nueva burguesía bancaria, financiera e industrial, no lo podía tolerar, era demasiado
riesgoso dejarlos que se desarrollen (el nuevo movimiento sindical ya lejos del control
del aprismo), el 19 de julio fue un día histórico en los sectores populares del país.
El país se tambaleó por primera vez. Los trabajadores se hacían escuchar. La respuesta
de Morales Bermúdez y la vieja dirigencia retardataria y la nueva que era beneficiaria
directa de la contrarreforma de Morales van a saludar que éste autorizara el despido de
todas las dirigencias sindicales del país hayan o no participado del paro nacional del 19
de julio. Antes y después de esta fecha la historia será radicalmente distinta.
Hoy se puede confirmar lo que se decía entonces, el intento de Morales Bermúdez fracasó
rotundamente: (a) fracasó la política económica de Barúa y el empresario Piazza (fue
un intento tardío de poner directamente a los industriales en el gobierno), apenas duran
un par de meses enfrentándose, también, a la voluntad de permanencia de la cúpula
castrense que en economía era sinóni-mo de mayor gasto; (b) fracasó la política
represiva ante el masivo y en gran parte espontáneo rechazo popular y ante la capacidad
coyuntural de la izquierda de dar por un momento dirección política a esta protesta
masiva. Logró el definitorio paro nacional del 19 de julio de 1977 a pesar de la
continuada vigencia de la inexistencia de libertades impuesta durante el estado de
emergencia.
Estos dos fracasos llevaron al gobierno al más profundo aislamiento en un momento en el
cual afloraba a la escena política la profunda crisis orgánica en la relación de este
Estado con amplias y distintas fuerzas de la sociedad peruana. En julio de 1977 el
gobierno no sólo estaba aislado del pueblo, lo estaba también dentro del nuevo campo
burgués pues un gran sector de los políticos de la burguesía insistió en reclamar un
cronograma electoral y los empresarios nativos que aguantaron el coqueteo de un año se
impacientan ante la profundización de la crisis económica y, ahora desde la propia
sociedad de industrias y no sólo desde los partidos tradicionales reclaman elecciones
generales. La nueva burguesía, en conjunto, tomó cartas en el asunto para evitar la
indefinida continuidad de este régimen. Es en este punto crítico donde se define
pública y solemnemente el cronograma que dará término al régimen militar.
Morales Bermúdez, en nuevo ajuste de pragmatismo, no sólo verá en este cronograma el
camino adecuado para conseguir objetivos importantes para el poder militar, sino que lo
seguirá puntualmente, como derrotero propio. Sin embargo, el desarrollo de la crisis y la
zigzagueante política del gobierno lo llevó a una coyuntura. En ésta no sólo la
burguesía estaba presente en la escena política sino, también, un amplio movimiento
popular, aunque con débil dirección política del campo de la izquierda, había logrado
con el paro del 19 de julio imponer su presencia en escena.
La respuesta desesperada a esta histórica gesta popular, conducida principalmente por las
dirigencias sindicales, de nítido dominio de las izquierdas, será la autorización
gubernamental para el despido de las dirigencias sindicales de todo el país. Esta
circunstancia va a ser aprovechada por la burguesía industrial, el comercio, la banca y
todos los sectores de la producción y de servicios para proceder al despido. La
inviabilidad para su posterior reposición al puesto de trabajo creó las condiciones
materiales (en tanto muchos de estos dirigentes consideraron que se habían cerrados los
canales democráticos de protesta popular) para la radicalización de sus posiciones
rompiendo con el sistema; buscando alternativas en acciones no tradicionales de tipo
democrático; abonando en contingentes de hombres a las agrupaciones políticas que se
habían alzado en armas en esa década: el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y el
Partido Comunista (que años después se le conocerá como Sendero Luminoso y finalmente
como Sendero). Regresemos a lo del cronograma. El cronograma de salida fue tarea compleja
y así lo comprendió el sector empresarial como el político. Con el establecimiento del
cronograma de la transferencia del poder a los civiles el gobierno del general
Morales Bermúdez buscaba, en realidad, un repliegue ordenado, viable y honroso de los
militares a sus cuarteles. Las Fuerzas Armadas no querían correr riesgos innecesarios.
Sin embargo, era ya un riesgo abrir el escenario electoral en medio de la dictadura y de
una crisis social de enormes proporciones, superior a la dimensión de la crisis
económica. Morales Bermúdez apelaba con frecuencia a la analogía de la transferencia
como un puente frágil que se podía romper si se le cargaba con el peso excesivo de las
movilizaciones sociales. Éstas, sin embargo, se intensificaron mediante las huelgas y
paros regionales y nacionales impulsados por la izquierda al interior del movimiento
obrero, en respuesta al ataque frontal abierto por el gobierno.
Con el proceso de la transferencia del poder a los civiles [¿qué civiles?],
la izquierda parlamentaria y la izquierda radical salieron del terreno sindical para
entrar a la escena política. Ese tránsito tuvo muchas ambigüedades, contradicciones y
desgarra-mientos. La mayoría de los líderes de la izquierda pensaron que salir del
espacio sindical era abandonar la lucha directa de las masas que conducía a la
revolución para caer en la trampa de la dictadura militar. La convocatoria a elecciones y
la transferencia de poder a los civiles eran una maniobra de la dictadura para sacar a las
masas y a sus vanguardias de la lucha directa. Surgieron entonces dos posiciones en el
seno de la izquierda: la táctica de la abstención electoral y la participación. El
primer camino, escogido por Patria Roja, Sendero Luminoso y otros grupos menores,
conducía a la confrontación abierta. El segundo, seguido por las fuerzas políticas
restantes, constituyó la incursión democratizadora de las clases populares y de la
mayoría de la izquierda electoral (democrática) en el Estado.
Las grandes movilizaciones de masas y la apertura democrática contribuyeron a la
unificación de la izquierda legal (democrática) dispersa en diversos frentes políticos:
el UNIR, el FOCEP, la UDP, la Unidad de Izquierda, etc. Se iniciaba de ese modo la
reversión de la división de la izquierda predominante en la década del 60, por un lado
y la radicalización de otro sector de la misma en tanto no creyeron en el camino
democrático de las elecciones.
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