PARTE I
SOCIEDAD, ESTADO Y DERECHO



CAPITULO II
LOS ORÍGENES DEL ESTADO PERUANO. LA INFLUENCIA EUROPEA

 

 

Una estructura arcaica y precapitalista
  

El Perú existe desde el siglo XVI. Nace con una catástrofe, nace con el hundimiento del mundo organizado de los Incas. Es un final apocalíptico para el único caso de “Estado” que se edificó no sólo en los Andes sino en América del Sur. Este “Estado” delimitaba por el norte con Pasto, en la actual Colombia; por el sur con el norte de Chile, toda la actual Bolivia, el norte de Argentina; por el este la Amazonía y, finalmente, por el oeste con el océano Pacífico.

Los Incas no eran todavía peruanos, aunque mucho de lo andino sea herencia de nuestros tiempos. Somos “una civilización interrumpida” diría Octavio Paz. El mundo precolombino se transformó. La organización social inca revela no tanto un imperio unido, sino una etnia real cuzqueña enlazada a diversas jefaturas étnicas regionales por una serie de nexos económicos y políticos, entre los cuales habría que resaltar el de la relación de parentesco, la poligamia señorial.

El sistema se revela eficaz y a la vez frágil. Sabemos que las huancas del valle del Mantaro se pusieron de acuerdo con Gonzalo Pizarro para terminar de aniquilar el poder de los cuzqueños, en 1533, cuando todavía ejércitos Incas enteros seguían peleando contra los invasores.

Diversos males corroían el edificio social inca, acaso el más grave era la lucha por la sucesión que desencadenaba la muerte de cada inca. A la llegada de los españoles el imperio inca se debatía en una cruenta guerra civil por la sucesión.145 Por eso, parte del aparato de poder y también parte del pueblo se sumaron al nuevo orden. Huáscar era el prisionero de Atahualpa quien a su vez lo era de Pizarro. Y mientras el ejército imperial, o huascarista controlaba el Cuzco, las ciudades menores y los caminos, los curacas, es decir, el poder local, corrieron a Cajamarca a pedir ayuda a los extranjeros, y así Pizarro consigue el apoyo de los cañaris y de los chachapoyas, entre otras etnias, quienes le proporcionaron víveres, cargadores y tropas de apoyo.146 Visto desde nuestros días, podemos considerar muchos de esos actos como traición. Pero no es lícito trasladar nuestro concepto de nación a la resistencia india del siglo XVII y menos ver traición en quienes querían liberarse de los despóticos cuzqueños.

La identidad india, entendida en parte como apego a los ritos y a las costumbres ancestrales, vino después en la situación colonial de servidumbre bajo el impacto de las dolorosas transformaciones (minas, haciendas, reducciones). En el desgraciado cautiverio colonial, la identidad india va a crecer como conciencia desdichada y a la vez esperanzada.147 Manuel Burga sitúa en la década de 1560-1570, es decir, muy temprano, la primera crisis del naciente sistema colonial.148 Guerra de las huacas, de las danzas y los mitos el Taqui Onkoy, rebelión de cantos y preparativos para una expulsión de los blancos y de sus dioses, fue la primera de una serie de manifestaciones de respuesta indígena a la dominación colonial. Algunas manifestaciones fueron violentas, otras más sordas y sutiles pero que van a constituir la historia de la cultura indígena en los días coloniales y contemporáneos. Ni aniquilada ni vencedora la indianidad permaneció no sin cambios, no sin occidentalización. Su mayor victoria fue persistir. Una expresión de esta afirmación ha sido la defensa de su lengua —el quechua y el aymara— y su cultura.

El tema de la supervivencia india es vasto, es casi nuestra historia aunque el protagonista fuera cambiando: acorralada elite inca, notables indios y curacas ricos como José Gabriel Condorcanqui a fines del siglo XVIII149 , líderes campesinos en el siglo XIX y XX... no cesaron las revueltas e insurrecciones indias, formas diversas y dramáticas del rechazo. En el largo peregrinar por los siglos, por los cambios lentos y profundos, los herederos están ahí en el tiempo y el espacio como una realidad lacerante que aun hoy reclama una cuota de poder real del que fueron despojados por el conquistador europeo. Hugo Neira nos dirá al respecto: “El mundo precolombino no es que haya muerto, se ha transformado”.

A) La Colonia y sus instituciones
  

El colonato, como dicen en España, el coloniaje, como preferimos decirlo nosotros, desde finales del siglo XVI señala la manera cómo los españoles se instalaron en América, el particular interés de los conquistadores por indios de servicio, la organización social semifeudal de los beneficios, la encomienda, los favores, la composición de tierras, la hacienda colonial, la mita y la minka. Pero todo eso era economía colonial. Es decir, un nivel de la realidad sin duda decisivo, pero no toda la realidad. La era virreinal incluyó también a los corregidores y alcaldes mayores, la Casa de Contratación en el puerto de Sevilla y el Consejo de Indias en Madrid, una red de instituciones tanto peninsulares como locales, el Virrey y las Audiencias, y también, alguaciles, mayorazgos y gentilhombres de Cámara. El concepto de coloniaje pone el acento, acaso con exceso, en los aspectos de la explotación, algunos tan abyectos como la esclavitud; pero la experiencia del siglo XX, el lento pero necesario crecimiento de nuestras instituciones políticas nos hace desconfiar de una interpretación sólo economicista.

Hubo un Estado español en las Indias y su valor no fue sólo formal sino experimental. Fue una experiencia de Estado que los criollos y los vicios de la estructura colonial no soportaron; existió un orden con un principio de legitimidad. Hubo legalidad no-legitimidad, que es otra cosa. La legalidad provenía de Europa, la legitimidad se imponía con un riguroso absolutismo. Existió todo un sistema institucional, una organización política: en la primera etapa fueron los adelantados y gobernadores; después, los virreyes y capitanes generales quienes dieron origen a los virreinatos y a las capitanías generales.

Para el control de las colonias los reyes enviaban a visitadores generales, éstos eran los ojos y oídos del rey. El control interno estaba a cargo de la Inquisición. A los virreyes se les sometía a lo que se conoció como juicios de residencia, en los cuales se enjuiciaba la legalidad de sus actos. La noción de economía colonial permite abordar el tema de la lucha por el control de los océanos, el comercio transatlántico, las flotas.
Eugenio Chang-Rodríguez nos dirá: “Detrás de la fachada espiritual e imperial (civilizar, cristianizar, ganar honra y gloria para la corona), la Conquista fue en gran parte una empresa económica muy lucrativa. Se creó la Casa de Contratación... se encargaba de controlar el movimiento de cosas y gentes de España a las Indias, y de objetos, animales y seres humanos de las Indias a la Metrópoli. Era una combinación de aduana, oficina de inmigración, centro de estudios marítimos y cosmográficos, escuela de cartografía, cámara de comercio y hasta de corte de justicia”.150 Se impuso un riguroso monopolio económico.151 

También se impuso la organización financiera de indias, la recaudación tributaria, esta última recayó especialmente sobre los indios (hoy, los famosos impuestos indirectos que recaen sobre los más pobres). Lo mismo en lo que atañe a los impuestos o múltiples gravámenes, alcabalas, almojarifazgos, venta de oficios, estancos, multas y comisos.

Encomenderos, corregidores, mayorazgos en su poder se entrelazan la apropiación del esfuerzo ajeno gracias a la legalidad que les conferían las leyes y costumbres. Entonces deberíamos hablar de virreinato, es decir, de un tipo específico de régimen político. Esa misma legalidad virreinal, precisamente por incumplida, es la que otorga sentido a las reivindicaciones indígenas. Legalidad, muchas sublevaciones y en particular la de José Gabriel Condorcanqui se hicieron con las armas en la mano, sin por ello dejar de invocar las traicionadas leyes que ofrecían protección a los atropellados naturales. Un reclamo de juridicidad se mezcló casi siempre con la misma rebelión.

Hay una legislación político administrativa que señala el carácter virreinal: El organismo creado por la corona fue El Consejo de Indias, máquina judicial frondosa de abogados y letrados encargados de fallar sobre juicios civiles y criminales y asesorar al rey. Ejercía su jurisdicción sobre todos los asuntos civiles, militares y religiosos de las indias. En esa institución imperó el nepotismo y la corrupción; las leyes se acataban, pero no se cumplían, en favor de los españoles, y no sólo eso. La ocupación o conquista de los reinos americanos dio lugar a un debate jurídico (ético y moral) de un raro apasionamiento, desde la ceremonia del requerimiento y la guerra justa a la encomienda y la legislación indígena. Hace sólo unos años se hubiera argumentado que todo fue superestructura, institucionalidad, es decir, ideología. Hoy sabemos que una institución es siempre un dato de lo real, tanto o más que una cifra económica al revelar un conjunto concreto de normas y comportamientos o lo que es lo mismo, el fondo de los valores de una época.

La conquista incorporó a Perú al imperio colonial español en formación. Ese imperio se formó explosivamente en menos de 50 años: 1492-1532, entre los viajes de Colón y la empresa de Pizarro. Ese período corresponde a dos reinados en España.152 El virreinato del Perú fue creado en 1542. Su primer virrey, Núñez de Vela, fue asesinado por los pizarristas en la batalla de Añaquito. El último fue don José de la Serna derrotado por los criollos en Ayacucho (1824). Entre 1542-1824 hubo 40 virreyes en el Perú. 

B) El proceso emancipador
  

Para los andinos y amazónicos el coloniaje había sido insoportable durante todo el tiempo desde el siglo XVI en adelante. Por eso su proceso de independencia (frustrado), su movimiento de liberación, fue continuo y arrancó desde Manco Inca a lo largo de todos los siglos XVII y XVIII hasta Santos Atahualpa y Túpac Amaru. Para los criollos no fue así. Ellos estuvieron largo tiempo con el régimen colonial; formaron parte de la casta dominante, aunque los mejores puestos, los mejor remunerados, los mejores privilegios siempre fueron para los peninsulares, a los criollos en ese sentido siempre se les discriminó, estaban “más opuestos entre sí que en Europa franceses y españoles”.153 

El siglo XVII fue el siglo criollo, fue el siglo de los hacendados, de los latifundios, de los propietarios de tierra. Ellos gozaban de las haciendas, también gozaban de las encomiendas y eran nombrados corregidores por la corona española. Tenían la universidad en sus manos, así como colocaciones en la Iglesia y la administración pública.

Se tiene que tener presente que en esta etapa el Perú controlaba todo el comercio de Suramérica, el virreinato comprendía casi todos los países que antiguamente habían formado el imperio Inca; todo ello beneficiaba económicamente al Perú y, por consiguiente, también a los criollos quienes eran parte del grupo dominante. España tuvo que hacer frente a las incursiones de corsarios, traficantes, contrabandistas de otros países quienes le disputaban el monopolio de su mercado americano. Estos eventos no eran aislados, formaron parte de un plan de Inglaterra. Este país tenía una industrial pujante en ese tiempo; contaba con una burguesía que le exigía mercados para sus productos por eso diseñó una estrategia de expansión colonial contra España. Por eso puso a Cronwell a la cabeza, con su Western Design (Proyecto Occidental), ya que Inglaterra era consciente de que además “se trataba de una lucha contra el contrincante más extremo del puritanismo”. Además, sentó las bases para el tráfico en los mares hispánicos, “asumió, en términos vehementes, la defensa de los autóctonos del continente y de todas las naciones excluidas por España del trato con sus colonias... La tan planeada empresa inglesa-americana terminó en forma relativamente modesta, con la conquista de Jamaica”.154 
A nuestro entender ésta fue la cabecera de plaza desde donde el futuro imperio inglés se extendió en los mares hispánicos, que sentó las bases para la caída del poderoso imperio español. Inglaterra sería en los siglos venideros (XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial)155 el nuevo imperio occidental sobre la faz de la tierra. Desde fines del siglo XVIII, y debido a que España se vio envuelta en las guerras napoleónicas, la metrópoli se vio imposibilitada de hacerse presente en América; con mayor razón después de la derrota de Trafalgar. Desde entonces, el vacío metropolitano se notaría en forma creciente dejando interrumpidos y debilitadas las reformas que desde mediados del siglo XVIII se venían implemen-tando en América.

La invasión de España por los ejércitos napoleónicos y la deposición de Fernando VII significaron el descalabro de la monarquía española y el principio del fin de su imperio en América. España buscó reconstituirse alrededor de la Junta Central y con el fin de asegurarse la solidaridad de las colonias favoreció la conformación de Juntas Provisionales en América reconociendo a éstas como integrantes de España y a los criollos y peninsulares igualdad en sus derechos.

En todas las principales ciudades americanas, salvo Lima, se establecieron esas juntas dando como resultado una dualidad de poderes. Mientras las Juntas Provinciales, siguiendo a la Central, se mantuvieron leales a Fernando VII, las autoridades coloniales reconocieron a José I quien fue impuesto por los ejércitos franceses. En Caracas, Bogotá, Quito, Santiago, Buenos Aires, una ciudad tras otra, esa dualidad se resolvió en 1810 con el expediente de la autonomía política. La emergencia económica de los criollos y su marginación de los cargos administrativos coloniales, sumada a la quiebra del imperio, convergieron para que éstos aseguraran su hegemonía a través de la conquista del aparato político.

En Lima fue diferente. La aristocracia criolla, sobre todo después de Túpac Amaru, percibía su existencia en función de la continuidad del andamiaje español. De allí que durante todo el lapso de las guerras napoleónicas, en que se debilita la presencia española, esta aristocracia buscaba recuperar las posiciones perdidas en la reforma borbónica. Cuando, debido al desarrollo de los acontecimientos, se vieron obligados a tomar posición frente a la causa independentista la apoyaron pensando más en preservar la dominación colonial. Por todo ello no resulta exagerado afirmar que la independencia resultó teniendo un fuerte contenido contrarrevolucionario.156 

El proyecto monárquico de San Martín y de una parte importante de la aristocracia criolla fue la expresión más concreta del carácter contrarrevolucionario de la independencia. Sin embargo, la oposición de los criollos, de provincias perteneciente a los estratos medios, fue lo suficientemente fuerte como para que se desistiera de dicho intento. Más aún cuando las autoridades españolas no les prestaron su apoyo.

La búsqueda de un acuerdo con las autoridades españolas, a fin de encontrar la paz que asegurara una solución de continuidad política, y el manifiesto rechazo a desarrollar una masiva movilización popular son las explicaciones de la indecisión bélica y de la incapacidad de un triunfo militar de San Martín y de los aristócratas limeños sobre los españoles. Esto explicaría el porqué, entre otras razones, San Martín cedería la posta al Libertador del Norte en su encuentro en Guayaquil. No hay que olvidar que los dos líderes continentales diferían en la forma de gobierno para las naciones liberadas; para San Martín era el monárquico y para Bolívar el republicano. Los seguidores de San Martín no se retirarían del escenario, ello explicaría su posterior ruptura con Bolívar.

La acción de Bolívar con sus tropas y oficiales provenientes de la Gran Colombia y el retiro de San Martín rompieron aquel delicado equilibrio político-militar decidiendo la suerte de la América del Sur con los decisivos triunfos de Junín y Ayacucho, en 1824. El triunfo militar de Bolívar significó un serio conflicto con la aristocracia criolla, por su demostrada ambivalencia y complicidad con los españoles.157 

Al romperse los lazos con la metrópoli la aristocracia criolla no pudo, como hubieran querido, servir de reemplazo y estabilidad. Con la eliminación del Estado colonial dominante y la desarticulación de los sectores populares las fracciones oligárquicas no pudieron llenar ese vacío de poder debido a su incapacidad de integrarse políticamente, ni de poder integrar a la población. La oligarquía criolla colonial limeña al tener una posición vacilante en el proceso independentista, y después del triunfo de Bolívar, se tuvo que replegar y entra en franca descomposición siendo reemplazada por los sectores oligárquicos de provincias. Pero estos sectores tampoco lograron constituirse como una clase dirigente, causa que explica las calamidades políticas de entonces como la incapacidad para estructurar un aparato estatal estable restando así posibilidades para la constitución real de un Estado-Nación cuya realización, incluso hoy, es una tarea incumplida; se ha hecho pero parcialmente
 

 

 

145
 
 
 
 

NEIRA, op. cit., capítulo II: “Perú, la postrera conquista”, pp. 86-102. Chang-Rodríguez contará la historia oficial; que la conquista fue obra de “dos hombres incultos y de modesto origen, Francisco Pizarro (¿1475?-1541) y Diego de Almagro (1475-1538), se asociaron con el clérigo Hernando de Luque (m.1532) para emprender la conquista del Perú...”. CHANG-RODRÍGUEZ, Eugenio. Latinoamérica, su civilización y su cultura. Capítulo 4, 4.1, 2.a edición, Boston, EE. UU., Heinle & Heinle Publishers, 1991.

146
 

ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO, María. Historia del Tahuantinsuyo. Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), p. 178, 1988.

147

FLORES GALINDO, Alberto. Buscando un inca. Identidad y utopía en los Andes. Lima, I.A.A., 1987.

148

BURGA, Manuel. «La Sociedad Colonial». En Guillermo Lumbreras et al., Nueva visión del Perú. Lima, Editorial TAREA, 1988.

149

Encabezará la primera rebelión seria que hizo tambalear al imperio español en esta parte del mundo. Véase LEWIN, op. cit. 

150

CHANG-RODRÍGUEZ, op. cit., pp. 74-76.

151


Véase a Peter J. Bakewel, Heraclio Bonilla, Josep Fontana, Jünger Golte, Herbert Klein, Margarita Manuel Miño Grijalva, Magnus Mörner, Ruggiero Romano, María Rostoworowsky, Enrique Tanderter. Además ver CARAVAGLIA, Jurlos. El sistema colonial en la América española. Barcelona, Editorial Crítica, Heraclio Bonilla (Edit.), 1991.

152
 
 
 
 
 
 
  

Véase la siguiente bibliografía básica para entender el período que va desde el descubrimiento hasta el siglo XX, inclusive: LOZANO FUENTES, José Manuel y Amalia López Reyes. Historia de América. México, Editorial Continental, 1978. FERNÁNDEZ MÉNDEZ, Eugenio. Descripción del segundo viaje de Colón, crónicas de Puerto Rico. San Juan, Editorial Universidad de Puerto Rico, 1973. CARO COSTAS, Aída R. Antología de lecturas de historia de Puerto Rico, (siglos XV-XVIII). San Juan Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1987. En este último libro véase la Bula de Alejandro VI en favor de los reyes de España (4 de mayo de 1493), pp. 19-23. COLÓN, Cristóbal. Los cuatro viajes del almirante y su testamento. 9.a edición, España, Espasa Calpe, edición y prólogo de Ignacio B. Anzóategui, 1986. CHANG-RODRÍGUEZ, op. cit. HALPERIN DONGHI, op. cit. NEIRA, op. cit. 

153

LEWIN, op. cit., p. 21.

154
 
 
LEWIN, op. cit., pp. 24-25. Obsérvese si el imperio norteamericano tiene igual vocabulario en nuestros días: defensores de la Libertad, de la Democracia, de los Derechos Humanos en todo el globo. ¿El destino manifiesto?, pero que ya no se dice por pudor o por conveniencia de política exterior.
155
 
 

En América Latina desde los años 20, los Estados Unidos van convirtiéndose en la nueva potencia hegemónica, sus inversiones son en exceso superiores a los US$ 12 000 000.000oo, véase DUROSELLE, J. B. Política exterior de los Estados Unidos, 1913-1945. 1.a edición, Fondo de Cultura Económica, traducción de Julieta Campos, pp. 22 ss,1965. 

156

MACERA, Pablo. Historia del Perú. Tomo III: “Independencia y República”. Lima, Editorial Juan Mejía Baca, 1985.

157
 

BASADRE, Jorge. El azar en la historia. Lima, Ediciones P. L. Villanueva, 1973. COTLER, Julio. Clases, Estado y Nación en el Perú. 1.a edición, Lima, Instituto Estudios Peruanos (IEP), 1978. COTLER, op. cit., 6.a edición, Perú, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Problema 17, pp. 66-67, 1992. Este texto lo hemos tenido muy en cuenta.

  

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