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Hígado
19.1. TUMORACIONES DEL HÍGADO
Dr. Hildebrando Ruiz Cisneros
INTRODUCCIÓN
El tema propuesto requiere para su conocimiento médico quirúrgico amplio, del recuerdo
de la anatomía del hígado tanto morfológica como segmentaria, además de la estructura
y correlación estrecha con los conductos biliares, así como vasculares.
Todo proceso expansivo en el hígado, llámese quístico, tumoral benigno o maligno, y
otros, que son quirúrgicos de necesidad, repercuten de todas maneras en la estructura
anatómica de la víscera hepática distorsionando la morfología, comprimiendo sus
estructuras, infiltrando o necrosando los elementos intrahe-páticos, como también al
parénquima propiamente dicho, lo cual debe ser considerado para el tratamiento
quirúrgico respectivo, de modo que en función del tipo de patología se tendrá que
efectuar ablación de segmentos o lóbulos hepáticos, resecciones parciales de
parénquima, derivación de vías biliares o vasculares, desvascularizaciones, etc. Nada
de esto será posible de realizar sin el conocimiento profundo de la anatomía
hepatobiliar y vascular.
Por otro lado, deben tenerse presente las alteraciones fisiopatológicas que derivan como
consecuencia de la acción del proceso mórbido de indicación quirúrgica sobre la
fisiología normal hepatobiliar, las que se expresan en los exámenes bioquímicos de la
sangre.
1. ABSCESOS HEPÁTICOS
Los tipos de patología quirúrgica que más frecuentemente se presentan en el hígado son
de origen infeccioso, condicionados por gérmenes gram negativos de preferencia o
anaerobios, dando lugar a abscesos piógenos que pueden ser intrahepáticos o
perihepáticos; estos últimos son los abscesos subfrénicos, que se localizan en los
espacios hepatofrénicos derecho o izquierdo, pudiendo ser anteriores o posteriores según
su ubicación en ellos. Los de localización subhepática son más infrecuentes.
Cuando el absceso es de tipo intrahepático, la forma más probable de su origen es la
colangiolar, es decir, a partir de una Colangitis primaria o secundaria, siguiendo la de
origen vascular, sea venosa portal o arterial hepática. Los abscesos hepáticos por
continuidad como complicación de una colecistitis aguda necrótica perforada hacia el
lecho vesicular son raras, pero de pronóstico reservado.
Los abscesos pueden ser de diferente dimensión o número. Pueden ir desde los abscesos
muy pequeños o múltiples, es decir, los microabscesos o abscesos miliares que pueden
confluir para convertirse en uno o varios abscesos mayores, que puedan requerir de la
cirugía.
Sintomáticamente, los abscesos piógenos intrahepáticos se manifiestan por dolor en
H.D., fiebre en agujas, anorexia, dispepsia moderada, subictericia en ocasiones. Puede
encontrarse hepa-tomegalia o masa palpable.
Para certificar el diagnóstico se puede hacer uso de la Rx simple, que sirve para dar
datos indirectos en la silueta o masa hepática, así como en el hemidiafragma derecho, en
que habrá deformación en la silueta. Puede detectarse la presencia de burbujas de aire
en la cavidad, cuando la infección es por anaerobios. La ecografía puede ser un tanto
más específica, ya que puede dar la imagen del absceso, graficando el número, el
volumen y hasta su naturaleza. Es con la TAC o la resonancia magnética que se pueden
obtener en forma precisa todos los datos para concluir que se trata de abscesos piógenos,
debido a la alta resolución de estos elementos de diagnóstico. Actualmente es también
factible usar la laparoscopía diagnóstica, convirtiéndola en algunos casos en
tratamiento laparoscópico, efectuando aspiración y drenaje de los que son fácilmente
abordables.
Identificado bien el problema del absceso piógeno hepático queda el tratamiento
quirúrgico, el que puede ser hecho a cielo abierto, o sea, a través de una laparotomía,
procediendo a des-bridar el absceso, evacuar su contenido por aspiración, limpiar
adecuadamente la cavidad del absceso, eliminando todo el tejido necrótico y el detritus
que existe, para luego drenar al exterior con drenes tubulares o planos, teniendo la
posibilidad de usar los drenes tubulares para hacer irrigaciones, aplicar antisépticos
locales, soluciones de antibióticos tópicos, mientras dure el proceso de cierre de la
cavidad abscedada.
Desde hace pocos años se tiende a evitar la laparotomía, usando la punción
transparietohepática dirigida por medio de la pantalla ecográfica, a través de un
trócar de buen calibre que llegue al centro de la colección purulenta, de modo que se
pueda aspirar el contenido al máximo, luego de lo cual, se inserta una sonda de
polietileno o de otro material, para ser fijado y dejado en la cavidad con la finalidad de
hacer aspiración, limpieza y administración de fármacos; todo ello, con el soporte de
un tratamiento intensivo con antibióticos potentes. Estos mismos recursos pueden ser
empleados también para la evacuación de hematomas intrahepáticos, secundarios a
traumatismos cerrados o raras veces abiertos del hígado.
Otro tipo de abscesos en el hígado que pueden requerir de tratamiento quirúrgico, son
los parasitarios, es decir, los producidos por la Ameba histolytica, cuando se instalan en
el hígado a partir de su hábitat natural que es el colon, donde producen la disentería
amebiana. El tratamiento es generalmente médico, por medio de fármacos amebicidas.
Ocasionalmente puede generar un absceso amebiano en el hígado, llegando a él por el
sistema porta.
Instalada la ameba en el hígado, se reproduce continuamente dando lugar a un ameboma
hepático, el que progresivamente va a ir afectando el parénquima hepático, dando lugar
a la lisis de las células hepáticas y por consiguiente a la necrosis del tejido
hepático propiamente dicho, el que se convierte en una colección achocolatada y
pútrida, que puede estar infectada secundariamente por bacterias. Clínicamente se
evidencia por dolor hepático, crecimiento hepático, fiebre persistente de tipo héctico,
consunción del paciente llegando hasta la caquexia, subictericia y anemia. Llegan a este
estado cuando no han sido drenados y tratados quirúrgicamente y también si no reciben
amebicidas.
El drenaje quirúrgico del absceso hepático amebiano se hace a cielo abierto, es decir
por laparotomía para tener mayor maniobrabilidad y evitar a la vez difusión a otros
espacios del abdomen.
2. QUISTES HEPÁTICOS
En el hígado se presentan dos variedades de quistes. Los más infrecuentes son los no
parasitarios, o sea, los quistes serosos o mucosos que mayoritariamente son congénitos y
que pueden desarrollar hasta dimensiones considerables de 20 cm de diámetro cuando son
únicos. Otras veces, los quistes no parasitarios pueden ser múltiples, dando lugar a la
poliquistosis hepática, entidad que frecuentemente cursa con quistes en otros órganos,
como el riñón.
A. Poliquistosis del Hígado
Llamada también enfermedad poliquística del hígado, es una afección caracterizada por
la presencia de quistes pequeños o medianos por toda la glándula, o con predominancia en
el lóbulo derecho. Raramente existen quistes grandes entre ellos. Se debe a una
alteración en el desarrollo de los conductos biliares, por tanto es congénita.
Generalmente se asocia con la presencia de múltiples quistes en los riñones
(poliquistosis renal).
Sintomatológicamente es muda. Presenta hepatomegalia como signo. La ecografía y la TAC
son muy útiles para hacer la presunción diagnóstica. Es la laparoscopía la que da la
confirmación.
No requiere operación a no ser que se complique, como que se rompan por traumatismo o
espontáneamente, o se infecten. Excepcionalmente se puede practicar quistectomía de los
más grandes o superficiales.
B. Quistes no Parasitarios
Denominados también como quistes solitarios por ser únicos. Alcanzan dimensiones de
hasta 20 cm de diámetro. Hay reportes de casos con mayor dimensión y contenido de varios
litros. El origen es también congénito a partir de conductos biliares intrahepáticos.
Pueden tener una sola cavidad (Unilocular) o múltiples cavidades (multiloculares).
El contenido de estos quistes pueden ser de tipo bilioso o mucoso. Clínicamente puede
haber dolor, explicado por la expansión y compresión de elementos vecinos. Muy pocas
veces se infectan secundariamente.
Los medios más efectivos para el diagnóstico son la ecografía, la TAC y la
laparoscopía en la actualidad. Como tratamiento, en los casos que realmente sea
necesario, se practica la quistectomía, o sea, la ablación total del quiste; pero como
no siempre es posible la quistectomía, se puede resecar parcialmente o hacer la
derivación a una víscera hueca vecina como el intestino delgado, practicando una
cistoyeyunos-tomía, semejante a lo que se hace con el pseudoquiste pancreático.
C. Quiste Hidatídico
La afección parasitaria hepática por la Taenia echinococcus o Equinococcus granuloso en
su forma larvaria en el hombre, es de frecuencia importante en la patología nacional.
Se presenta preferentemente en las provincias o departamentos con ganadería, donde
confluyen los tres elementos epidemiológicos, como son el perro (huésped definitivo), el
ganado ovino, bovino o suino (huéspedes intermediarios), y que infestan al hombre que se
halla en contacto con ellos. La larva del parásito en el huésped intermediario, que es
el hombre, adopta la forma de una vesícula redonda a la que se denomina hidátide y a la
enfermedad Hidatidosis. No es pertinente tratar sobre el ciclo evolutivo del parásito,
pero es conveniente recordarlo para comprender mejor el problema. Vamos a referir a
continuación el aspecto quirúrgico.
El quiste hidatídico es un complejo patológico conformado por la hidátide, o sea, el
párasito propiamente dicho en su estado larvario y la reacción perihidatídica que
produce la hidátide en el órgano que parasita, constituyendo lo que se denomina la
membrana adventicia.
En el humano la localización más frecuente del quiste hidatídico es en el hígado con
un 55% del total, le siguen los pulmones con un 30% y cualquier otro órgano con el 15%.
La importancia de la hidatidosis hepática en nuestro país es grande, por su frecuencia,
aunque no en la magnitud en que se presenta en Países como Uruguay, Grecia, incluyendo
Chile y la Argentina.
Es necesario recordar los elementos constituyentes del quiste hidático, para conocer el
aspecto quirúrgico del problema. La hidátide antes mencionada se forma desde el momento
de la implantación del embrión hexacanto del parásito en el parénquima hepático, al
que llega por la circulación porta, luego de haber transpuesto la pared intestinal.
Anidado en un capilar intraparenquinal del hígado, el embrión genera una vesícula con
una pared que será la membrana hidatídica o parasitaria, que consta de una capa externa
quitinosa y una interna germinativa, la que produce hacia el interior el líquido
hidatídico, tipo cristal de roca y las vesículas proligeras hijas que pueden ser
estériles o fértiles, además de arenilla hidática compuesta de scolex.
Esta vesícula va desarrollando y creciendo progresivamente a razón de 1 cm por año
aproximadamente. Esta hidátide condiciona alteración en el parénquima hepático
circundante, produciendo un proceso inflamatorio compatible al tejido de granulación con
varias capas, que en la etapa madura se presenta como una membrana consistente, fibrosa,
que puede sufrir alteraciones de diferente índole.
El quiste hidatídico hepático puede ser único o múltiple, de las mismas dimensiones o
diferentes, respondiendo a infestación única o múltiple.
Se hace clínicamente evidente cuando ha adquirido diámetros mayores a 10, 15 ó 20 cm o
cuando se complica de alguna forma.
Se manifiesta por un síndrome tumoral en la zona hepática, deformando el hipocondrio
derecho, produciendo hepato-megalia o dando presencia de tumoración palpable en la zona.
Puede ser encontrado también incidentalmente, por exámenes para otro tipo de patología.
El dolor que condiciona es de tipo gravativo, sordo, en el H.D. debido al proceso
expansivo que produce. Algunas veces existe rash alérgico o urticaria.
Actualmente el diagnóstico de la hidatidosis hepática se hace complementando el estudio
clínico y epidemiológico del caso, con los exámenes auxiliares. Clínicamente es
válido considerar la falta de compromiso del estado general en estos casos y la no
presencia de ictericia.
Como exámenes auxiliares se manejarán las radiografías, la ecografía, la TAC, como
recursos más al alcance y de bastante certeza; sobre todo, con ecografía y TAC, se puede
definir la presencia del quiste, el tipo de quiste, el número de ellos, la localización
exacta y sobre todo las dimensiones, datos muy importantes para la conducta quirúrgica.
Se pueden utilizar métodos invasivos como angiografía selectiva y la laparoscopía,
ésta última con mucha prudencia. Se completa con un hemograma, en busca de eosinofilia
marcada, inmunoreacciones cuando son positivos.
El quiste hidatídico de localización central en el hígado, sufre alteraciones
generalmente debido a la resistencia para su expansión, a la circulación insuficiente o
la anoxia.
Puede haber vesiculización exógena o endógena, involución, proceso más frecuente, con
reabsorción del líquido hidatídico y degeneración gelatiniforme o caseiforme, con
posterior calcificación, o disgregación granulosa. El proceso de involución es por el
trastorno nutritivo del parásito, debido a modificaciones en la adventicia que puede
sufrir engrosamiento, esclerosis, hialinización e infiltración calcárea.
Complicaciones del Quiste Hidatídico: Infecciosas
A nivel hepático el quiste hidático puede ser invadido por bacterias gramnegativas o
grampositivas, a veces por anaerobios, cuando se comunica con las vías biliares sobre
todo. Puede comprometer a la adventicia, llegando a la supuración o formación de
microabscesos, con compromiso de tejido hepático periférico, es la adventicitis.
Absceso perivesicular
Cuando en el quiste la hidátide se mantiene sin alteraciones, es decir, en estado hialino
y en el espacio interhidatídico-adventicial, se forma una capa purulenta de variable
espesor.
Absceso Hidatídico
Es cuando la hidátide propiamente dicha supura y condiciona ruptura de su membrana,
haciendo que la cavidad adventicial contenga pus y restos hidatídicos.
Otro tipo de complicación es por ruptura del quiste hacia los conductos biliares, en que
se deben valorar los siguientes problemas:
El grado de obstrucción que
los restos parasitarios producen en la vía biliar.
La cantidad de restos
parasitarios que permanecen en la cavidad adventicial.
El grado de rigidez de la
adventicia, permitiendo o no el colapso de la cavidad adventicial.
Que sobrevenga o no una
infección secundaria de la cavidad adventicial.
Los quistes hidatídicos de hígado
pueden abrirse paso hacia espacios vecinos como la cavidad pleural, previa horadación del
diafragma; no pocas veces se comunican hacia bronquios, vaciando su contenido en ellos y
dando lugar a la conocida vómica hidatídica.
Otras veces el vaciamiento de los quistes hepáticos superficiales puede producirse hacia
la cavidad peritoneal, condicionando un shock de naturaleza anafiláctica, que puede ser
fatal.
Tratamiento
Diagnosticado y adecuadamente evaluado, el quiste hidatí-dico hepático requiere
tratamiento.
El tratamiento es eminentemente quirúrgico, salvo algunos casos en los que se puede
tratar médicamente con antiparasi-tarios de tipo Benzoimidazólicos.
En pequeños quistes tratados con albendazol, puede lograrse la muerte del parásito y
evitar la consiguiente evolución. El quiste tratado médicamente puede ir a la
involución o la calcificación, quedando curado el caso.
Quistes mayores de 5 ó 6 cm de diámetro no complicados, pueden tratarse médicamente,
pero sucede que el complejo patológico del quiste muerto sufre complicaciones que van a
requerir el tratamiento quirúrgico.
Por tanto, es mejor intervenir el quiste o los quistes de localización hepática.
El tratamiento operatorio debe estar en función de si se trata de un quiste no complicado
o complicado.
El quiste no complicado es ideal para la operación y es lo único que puede garantizar la
curación de la enfermedad.
No es el caso describir la técnica quirúrgica a aplicar. Lo importante es el concepto de
lo que debe obtenerse con la técnica operatoria. Frente a un quiste hidatídico no
complicado, hay que pensar en dos problemas. El primero, lo relativo a la hidátide
propiamente dicha, y lo segundo, lo concerniente a la membrana adventicia y la cavidad que
queda una vez extirpada la hidátide. En relación a la hidátide lo que se hace es
extirparla en forma integral, cuidando de que no haya fuga de su contenido, sobre todo de
la arenilla hidatídica que es la que produce siembra secundaria en el mismo hígado o en
otras áreas de la cavidad abdominal. La arenilla es un sedimento constituido por scolex y
vesículas hijas concentradas en el fondo de la hidátide, conteniendo por cada ml de
sedimento por lo menos 400.000 scolex.
Inclusive el líquido cristal de roca no debe fugar en el momento de la extirpación del
quiste para evitar la anafilaxia. La capacidad contaminante de este contenido quístico se
trata de contrarrestar con introducción dentro de la hidátide de formol en solución o
cloruro de sodio al 33%, que suele inactivar a los scolex.
Si se ha practicado el tratamiento médico previo con ben-zoimidazoles en dosis y tiempo
adecuados, puede actuarse sobre contenido ya esterilizado.
Extirpada la hidátide, queda en el hígado una cavidad circundada por la membrana
adventicia de variable tamaño, profundidad, calidad de adventicia y número. Existen
formas diferentes de tratar la cavidad según el caso.
Se puede practicar el procedimiento clásico, es decir abocar la cavidad hacia la pared
abdominal para que por fibrosis y en tiempo prolongado se cierre por segunda intención.
Este procedimiento se conoce como la marsupialización. Actualmente ya casi no se
recomienda.
Cuando la cavidad es amplia, profunda, con adventicia flexible, por tanto plegable, se
hace el capitonaje, o sea, el adosa-miento de las paredes de la cavidad, de fondo a
superficie con puntos de cerclaje, obturando por completo la cavidad en un solo tiempo.
Este método es el más recomendable por tener un postoperatorio muy corto.
En caso de que la adventicia esté rígida por fibrosis callosa o calcificación y no
permita el afrontamiento de las paredes, se procede a hacer el taponamiento de la cavidad
con el epiplon mayor pediculizado, el que se fibrosará en el futuro y ocluirá
convenientemente la cavidad.
En casos extremos en que la cavidad haya laminado el parénquima hepático, no quedando
prácticamente tejido en todo un lóbulo, se hace la extirpación total del lóbulo.
Pueden haber complicaciones durante el acto operatorio, como el shock anafiláctico,
hemorragias cataclísmicas o insuficiencia hepática grave y mortal.
Los casos de complicaciones hidatídicas en el hígado, tipo supuraciones, apertura y
evacuación en vías biliares, apertura y evacuación en cavidad peritoneal, apertura en
tórax y evacuación en cava inferior, compresión de los gruesos conductos biliares,
compresión de la vena porta y apertura y evacuación en una víscera adyacente, todos son
tratados quirúrgicamente para solucionar el problema de los restos parasitarios y el
problema de la cavidad quística.
Respecto al primero, se hace la limpieza de restos de membranas o de vesículas en forma
prolija; para lo segundo, se hacen drenaje, resecciones, taponamiento, extirpación y/o
reparaciones, según el caso. En el postoperatorio es recomendable hacer tratamiento
médico con benzoimidazólicos con la finalidad de contrarrestar la diseminación que se
ha producido y la aparición de hidatidosis secundaria en el futuro; esto, sobre todo,
cuando se ha producido la peritonitis hida-tídica.
3. NEOPLASIAS EN EL HÍGADO
El hígado es asiento de procesos expansivos con relativa frecuencia. Es del caso recordar
la presencia de los quistes parasitarios y no parasitarios, de los cuales ya nos acupamos
en la parte correspondiente. Este acápite se ocupa de las masas expansivas de naturaleza
tumoral, los que se denominan en forma genérica neoplasias del hígado y más
específicamente tumores. Estos procesos pueden ser de naturaleza benigna o maligna, en
función de que si en su evolución condicionan riesgos de vida o no.
Cuando se habla de tumores en el hígado es necesario hacer la precisión de que son
tumores que se originan en el parénquima hepático, o más precisamente en el hepatocito,
sin que pueda descartarse también el tumor originado en la mucosa del conductillo biliar
intraparenquimal.
A. Tumores Benignos
Eran considerados como tumores infrecuentes en el hígado, siendo reportados como
hallazgos incidentales o de necrop-sias, hasta la aparición de hormonas anticonceptivas
sobre todo orales. Es a partir del consumo de estos medicamentos, que se evidencia la
mayor frecuencia de tumores benignos en el hígado. Estos son generalmente asintomáticos.
Cuando presentan síntomas es debido al proceso expansivo que producen con distensión de
la cápsula de Glisson, originando dolor en el H.D., o también, cuando condicionan
hemorragia interna, que en ocasiones puede ser masiva.
La clasificación de los tumores benignos en el hígado es la que considera el tejido del
cual derivan. La clasificación más recomendable es la de Ishack and Goodman, que se
transcribe a continuación:
Tumores Epiteliales
Hepatocelular: Trasformación nodular, hiperplasia nodular focal, adenoma hepatocelular.
Colangio Celular: Adenoma de conductos biliares, cistoade-noma biliar.
Tumores Mesenquiales
Tumores de tejido adiposo: Lipoma, fibrolipoma, angio-miolipoma
Tumores de tejido muscular: Leiomioma.
Tumores de vasos sanguíneos: Hemagioendotelioma infantil, hemangioma.
Tumores de tejido mesotelial: Mesotelioma benigno.
Tumores mixtos mesenquimales y epiteliales misceláneos: Hamartoma mesenquimal. Teratoma
benigno, tumor de restos adrenales.
Restos celulares pancreáticos.
A continuación se describen algunos tumores más frecuentes, de variedad benigna:
Angiomas hepáticos: Son tumores congénitos, cuya característica principal es la
neoformación de vasos según Aschoff. El tejido en que se sostienen los angiomas es de
naturaleza conjuntivo fibrosa.
Existen diferentes tipos de angiomas, siendo los más frecuentes los de tipo cavernoso.
Éste sigue en frecuencia de presentación a los tumores metastáticos. Son predominantes
en el sexo femenino.
Clínicamente son poco manifiestos, casi asintomáticos, sobre todo cuando son pequeños.
Pueden alcanzar grandes dimensiones, hasta de 30 cm de diámetro, condicionando dolor en
el área hepática, naúseas o vómitos. Si se rompen, dan lugar a hemorragia
intraabdominal.
Laparoscópicamente, se observan masas rojovinosas, de consistencia blanda, esponjosa y de
bordes imprecisos. Sufren modificaciones en su evolución como:
Trombosis, calcificación, transformación fibrosa hialina o lipomatosa de su estroma,
constituyendo las formas mixtas, supuración, osificación, degeneración neoplásica
(angiosar-coma).
En los tumores pequeños tipo angiomas no complicados, la conducta es sólo de
expectación. Cuando existe hemorragia, se opera de emergencia.
En los hemangiomas grandes y sintomáticos también se opera, practicando segmentectomías
o lobectomías hepáticas. Puede en algunos casos hacerse embolectomía arterial o
ligadura de la arteria hepática correspondiente.
Hemangioendotelioma Infantil
Es considerado como la contraparte en el niño del heman-gioma cavernoso en el adulto. Es
el tumor más común en la infancia, se presentan asociados a hemangiomas en piel. Cuando
pequeños son asintomáticos; si son grandes, presentan crecimiento del hígado,
insuficiencia cardiaca y heman-giomas cutáneos. Terapéuticamente, hay que controlar la
insuficiencia cardiaca y luego evaluar si ha involucionado el tumor. El tratamiento
quirúrgico es definitivo.
Linfangiomas
Son una anomalía del sistema linfático. Tienen poca incidencia. Presentan canales
linfáticos dilatados. El signo que predomina es la hepatomegalia. En la forma solitaria
pueden evidenciarse como tumores de hasta 30 cm.
Adenoma Hepatocelular
Esta tumoración es de presentación más frecuente a partir de la década de 1960 y está
en correlación a la administración de anticonceptivos orales preferentemente. Los
adeno-mas presentan dolor en el hipocondrio derecho o en el epigastrio, también presentan
anorexia, naúseas y vómitos.
En oportunidades presentan un cuadro agudo de hemorragia interna por sangrado del tumor.
El tratamiento es la resección quirúrgica del tumor. Pueden ser lesiones únicas de
algunos centímetros, hasta de más de 20 cm. En los casos no quirúrgicos, se debe
suspender la medicación y observar si regresiona.
Hamartoma Mesenquimal
Tumoración rara, producto de una anomalía del desarrollo en la placa ductal. Se
manifiesta en niños mayores de 2 años.
La presentación clínica es de un crecimiento abdominal progresivo, dolor, pérdida de
peso, vómitos, diarreas, constipación. Macroscópicamente son tumoraciones solitarias y
grandes de 20 cm de diámetro.
B. Tumores Malignos
Cáncer Hepático
Al respecto es importante hacer algunas precisiones. En primer lugar, el cáncer a nivel
del hígado puede originarse primariamente en él, a expensas de las células hepáticas
que son el componente del parénquima hepático y que representa el 60% del volumen total
del órgano o también en la mucosa de los conductillos biliares intrahepáticos. Se
denomina hepatocarcinomas en el primer caso y colangiocarcinomas en el segundo. En
ocasiones pueden ser hepatocolangiocar-cinomas. Los carcinomas primarios son de menor
frecuencia que los carcinomas secundarios o metastásicos y difieren obviamente desde el
punto de vista histológico, pues los últimos tienen la identidad y la estructura del
órgano del que proceden.
Cáncer Hepático Infantil
Otro aspecto a considerar, es que el cáncer primario del hígado infantil tiene una forma
algo diferente al del cáncer en el adulto.
El cáncer hepático infantil es una neoplasia de poca frecuencia y se divide en dos
grupos:
a) Hepatoblastoma,
b) Carcinoma Hepatocelular.
La edad de inicio del cáncer hepático en niños está relacionada con la histología del
tumor.
Los hepatoblastomas se hacen presentes antes de los 3 años de edad, mientras que los
carcinomas hepatocelulares tienen hasta 2 etapas con más incidencia. La primera en niños
de 0 a 4 años de edad y la segunda en niños de 12 a 15 años de edad.
Las células del carcinoma hepatocelular de tipo Adulto son epiteliales
comparadas con una apariencia embrionaria, menos diferenciada del hepatoblastoma.
Se ha descrito una variante histológica distintiva del carcinoma hepatocelular en los
hígados no cirróticos de niños mayores y adultos jóvenes. Esta variante, llamada
carcinoma fibrolamelar, se ha asociado con un mejor pronóstico.
La mayoría de los pacientes tienen un marcador tumoral (alfafetoproteína sérica) en el
suero que refleja en forma paralela la actividad de la enfermedad. Una falta de
disminución significativa en los niveles de alfafetoproteína en pacientes con
tratamiento puede predecir una respuesta mala a la terapia. La ausencia de
alfafetoproteína elevada puede ser un signo pronóstico precario en el hepatoblastoma;
está asociada con la variante histológica de célula pequeña ana-plástica y responde
muy poco a la terapia.
Se ha empleado un sistema de clasificación basado en el grado tumoral y en el grado de
resección quirúrgica para agrupar a los niños con cáncer hepático. Este sistema de
clasificación se emplea para determinar el tratamiento.
Etapa I.- El tratamiento inicial para la etapa I del cáncer del hígado
infantil consiste en la remosión completa del tumor por resección en cuña, lobectomía
o lobectomía extendida.
Etapa II.- El tratamiento para la etapa II del cáncer de hígado
infantil consiste en la remosión macroscópica del tumor con enfermedad residual
microscópica (Ejemplo: Márgenes positivos).
Etapa III.- En esta etapa, la enfermedad se considera inicialmente
irresecable o resecable con tumor residual macroscópico, ganglios linfáticos positivos o
tumor esparcido. Puede convertirse en resecable luego de quimioterapia intensiva.
Etapa IV.- En la etapa IV del cáncer de hígado infantil hay metástasis
distante sin importar el grado de complicación hepática.
Por último, el cáncer hepático infantil recurrente es el que reaparece a distancia en
el mismo foco de origen.
Estos conceptos son aplicables a los 2 tipos de tumor hepático infantil. O sea,
hepatoblastoma y carcinoma hepatocelular.
Cáncer Hepático en el Adulto
La forma hepatocelular es más frecuente (90%) que la colangiocelular. El cáncer primario
del adulto se ha descrito asociado a la cirrosis en la mitad de los casos de autopsias.
Actualmente son cada vez más frecuentes los casos quirúrgicos de tumor único, masivo,
sin cirrosis, localizado en un lóbulo. Adquieren dimensiones de hasta un peso de 1700
gramos. Son de consistencia sólida. Al corte son de tipo encefaloide. El hepatoma tiene
por característica el invadir las gruesas venas, formando trombos tumorales. La trombosis
neoplásica de las venas suprahepáticas condiciona la ascitis hemorrágica y el síndrome
de Budd-Chiari.
Clínicamente puede confundirse con varios síndromes: 1.- tumoral; 2.- Cirrótico, con
síntomas de dolor y ascitis hemo-rrágica; 3.- Febril, confundible con absceso hepático;
4.- Colostático con hiperbilirrubinemia e ictericia, por compresión de vías biliares
intrahepáticas o invasión de la masa tumoral dentro de la vía biliar principal o de
coágulos (hemo-bilia); 5.- forma aguda hemorrágica, por rotura en la cavidad peritoneal;
6.- Síndrome paraneoplásico, alteraciones en relación con la actividad metabólica o
endocrina del tumor, que se suman a los cuadros anteriores: hipoglucemia, eritremia,
porfiria, síndrome carcinoide.
El diagnóstico generalmente se realiza cuando el tumor adquiere bastante tamaño. El
examen clínico, la ecografía, la tomografia axial computarizada (TAC) y/o la resonancia
magnética, son elementos de diagnóstico útiles en el cáncer de hígado. La
laparoscopía con biopsia hace el diagnóstico preciso.
Cuando el tumor es potencialmente resecable, debe prac-ticarse una angiografía para mayor
orientación. Un procedimiento que puede tener resultado bueno en los tumores
hipervascularizados es practicar la ligadura de la arteria hepática correspondiente y
hacer perfusión de citostáticos. La hepatectomía subtotal reglada, que ablaciona el
tumor con porción de glándula sana, es el más adecuado si el tumor se presenta
localizado como enquistado en el hígado sano.
El carcinoma hepatocelular es potencialmente curable con resección quirúrgica, pero la
cirugía es el tratamiento preferido para una fracción muy pequeña de pacientes, con
enfermedad localizada.
El carcinoma hepatocelular se debe distinguir del cáncer de conductos biliares
(Colangiocarcinoma), así como también del cáncer metastásico que se origina en otro
órgano.
El marcador biológico A.F.P. es útil para el diagnóstico del carcinoma hepatocelular.
Por medio de una técnica de radioinmunoanálisis, 50 a 70% de pacientes con carcinoma
hepatocelular tienen niveles elevados de A.F.P.
Se ha demostrado que los niveles de A.F.P. tienen importancia pronóstica, siendo la
supervivencia media de los pacientes negativos a A.F.P. significativamente mayor a la de
pacientes positivos a A.F.P.
Etapas del Cáncer de Hígado
El American Joint Committe on Cancer (A.J.C.C.) ha formulado etapas T.N.M. para el cáncer
hepático de la siguiente forma:
Tumor primario (T)
TX: |
No puede evaluarse tumor
primario. |
T0: |
No hay evidencia de tumor
primario. |
T1: |
Tumor solitario de 2 cm o
menos de diámetro, sin invasión vascular. |
T2: |
Tumor solitario de 2 cm o
menos con invasión vascular; o tumores múltiples limitados a un lóbulo, ninguno con
más de 2 cm de diámetro sin invasión vascular, o en tumor solitario de más de 2 cm de
diámetro sin invasión vascular. |
T3: |
Tumor solitario de más
de 2 cm de diámetro con invasión vascular o tumores múltiples limitados a un lóbulo,
ninguno más de 2 cm en dimensión mayor con invasión vascular o tumores múltiples,
limitados a un lóbulo, cualquiera de más de 2 cm de diámetro con o sin invasión
vascular. |
T4: |
Tumores múltiples en
más de un lóbulo o tumor(es) afectando una rama principal de la vena portal o de la
hepática. |
Ganglios linfáticos regionales
(N):
NX: No pueden evaluarse los ganglios linfáticos
regionales
N0: No hay metástasis a ganglios linfáticos
regionales.
N1: Metástasis o ganglios linfáticos regionales.
Nota: Los ganglios linfáticos regionales son los hiliares (es decir
aquellos en el ligamento hepatoduodenal, ganglios hepáticos y periportales), también son
los que están a lo largo de la vena cava inferior, arteria hepática y vena portal.
Cualquier afección de ganglio linfático más allá de estos ganglios se consideran
metástasis distantes y deberán ser codificadas como M1.
Metástasis distante (M):
MX: No puede evaluarse la presencia de metástasis
distante.
M0: No hay metástasis distante.
M1: Metástasis distante.
Nota: Las metástasis ocurren con más frecuecia en huesos y pulmones.
Grupos de Etapas del A.J.C.C.
Etapa I.-
T1, N0, M0
Etapa II.-
T2, N0, M0
Etapa III.-
T1, N1, M0
T2, N1, M0
T3, N0, M0
T3, N1, M0
Etapa IV A.- T4, cualquier
N, M0
Etapa IV B.- Cualquier
T, cualquier N, M1.
Para fines de tratamiento, los pacientes con cáncer hepático se agrupan así:
- Enfermedad localizada resecable,
- Enfermedad localizada no resecable,
- Enfermedad avanzada.
Estos grupos se describen con las siguientes correlaciones T.N.M:
1. Localizada resecable
(T1, T2, T3, y T4, N0, M0, seleccionados)
Este tipo de cáncer hepático se limita a una masa solitaria, en una porción del
hígado, que permite la posibilidad de remosión quirúrgica completa del tumor con un
margen de hígado normal.
2. Localizado no resecable
(seleccionados T2, T3, T4, N0, M0)
Este tipo parece estar limitado al hígado, pero la resección quirúrgica de todo el
tumor no es posible.
3. Avanzado
(cualquier T, N1 o M1)
El cáncer avanzado es aquél que se halla presente en ambos lóbulos del hígado o que ha
metastasiado a lugares distantes.
4. Recurrente: significa que el cáncer ha vuelto a
aparecer después de haber sido tratado.
Debido a la alta proporción de pacientes que sufren recaídas después de la cirugía de
cáncer hepático localizado, se han empleado enfoques adyuvantes usando infusión
arterial regional del hígado o terapia sistemática con agentes quimioterapéuticos.
C. Cáncer Secundario o Metastásico
Es más frecuente que el primario.
El tumor primario está condicionado en su pronóstico por la metástasis, sobre todo a
nivel hepático, por tal razón deberá buscarse decididamente el foco de origen, por
métodos clínicos y auxiliares. A expensas del sistema porta del hígado es sembrado
secundariamente por los tumores de localización en el tubo digestivo o anexos.
La metástasis puede ser advertida precozmente, simultánea al tumor primario o
tardíamente, a veces hasta 10 a 15 años después de la resección del tumor primario. Al
examen laparoscópico o a cielo abierto, se observan nódulos múltiples, de diferentes
tamaños, a veces confluentes, formando un tumor difuso infiltrante. Los nódulos
centrales no son advertidos en forma simple.
El hígado también puede ser metastasiado por cánceres que asientan en las mamas, los
pulmones, ovarios, riñón, etc.
El Neuroblastoma y el melanoma producen metástasis hacia el hígado muy frecuentemente.
El cáncer secundario se manifiesta clínicamente por hepato-megalia, nodulaciones,
síndrome febril prolongado.
Puede haber colostasis por compresión o por infiltración de vías biliares principales,
como también hemobilia. En cualquier momento la evolución se acelera por trombosis
portal o suprahepática, con gran hepatomegalia, ascitis, ictericia, derrame pleural,
fiebre, coma y muerte.
El tratamiento que se puede ofrecer es el de perfusión de citostáticos previa ligadura
de la arteria hepática. La mortalidad en un periodo no mayor de un año es la regla.
Pueden ser utilizadas diferentes técnicas, como la enucleación del tumor cuando hay
encapsulación y presencia de un plano de despegamiento. La desarterilización hepática,
es decir, la ligadura total de la arteria hepática, para inducir la necrosis del tumor,
complementada con infusión de citos-táticos por vena porta es también practicada. Está
demostrada la tolerancia a la ligadura de la arteria hepática, siempre que haya excelente
flujo por la vena porta.
Serían nefastas las causas que agravan la anoxia hepática, tipo hipovolemia, sepsis,
distensión abdominal.
La resección del tumor con una porción del parénquima normal es la operación de
elección para los tumores localizados.
El transplante hepático no es indicado por la invasión linfá-tica hacia el pedículo o
hacia el mediastino.
Todas las acciones posibles son de carácter paliativo con la finalidad de lograr mayor
supervivencia. No se puede pretender curación en casos de cáncer secundario.
Cancer Metastásico por Contigüidad
Es cuando existe infiltración por vecindad al hígado, de tumores en órganos inmediatos,
como estómago, riñones, a veces ángulo derecho del colon y también páncreas.
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