El arte es uno de
los medios de comunicación. Evidentemente, realiza una conexión entre el emisor y el
receptor (el hecho de que en determinados casos ambos puedan coincidir en una misma
persona no cambia nada, del mismo modo que un hombre que habla solo une en sí al locutor
y al auditor. ¿Nos autoriza esto a definir el arte como un lenguaje organizado de un modo
particular?
Todo sistema que
sirve a los fines de comunicación entre dos o numerosos individuos puede definirse como
lenguaje (como ya hemos señalado, en el caso de la autocomunicación se sobreentiende que
un individuo se presenta como dos). La frecuente indicación de que el lenguaje presupone
una comunicación en una sociedad humana no es, en rigor, obligatoria, puesto que,
por un lado, la comunicación lingüística entre el hombre y la máquina y la de las
máquinas entre sí no es en la actualidad un problema teórico, sino una realidad
técnica. Por otro lado, la existencia de determinadas comunicaciones lingüísticas en el
mundo animal está fuera de dudas. Por el contrario, los sistemas de comunicación en
el interior del individuo (por ejemplo, los mecanismos de regulación bioquímica o de
señales transmitidas por la red de nervios del organismo) no representan lenguajes.
En este sentido,
podemos hablar de lenguas no sólo al referirnos al ruso, al francés, al hindi o a otros,
no sólo a los sistemas artificialmente creados por diversas ciencias, sistemas creados
para la descripción de determinados grupos de fenómenos (los denominan lenguajes
artificiales o metalenguajes de las ciencias dadas), sino también al
referirnos a las costumbres, rituales, comercio, ideas religiosas. En este mismo sentido,
puede hablarse del lenguaje del teatro, del cine, de la pintura, de la
música, del arte en general como de un lenguaje organizado de modo particular.
Sin embargo, al
definir el arte como lenguaje, expresamos con ello unos juicios determinados acerca de su
organización. Todo lenguaje utiliza unos signos que constituyen su
vocabulario (a veces se le denomina alfabeto; para una teoría
general de los sistemas de signos estos conceptos son equivalentes), todo lenguaje posee
unas reglas determinadas de combinación de estos signos, todo lenguaje representa una
estructura determinada, y esta estructura posee su propia jerarquización.
Este
planteamiento del problema permite abordar el arte desde dos puntos de vista diferentes:
Primero,
destacar en el arte aquello que lo emparenta con otro lenguaje e intentar describir estos
aspectos en los términos generales de la teoría de los sistemas de signos.
Segundo, y
basándose en la primera descripción, destacar en el arte aquello que le es propio como
lenguaje particular y le distingue de otros sistemas de este tipo.
Puesto que en
adelante utilizaremos el concepto de lenguaje en ese significado específico
que se le da en los trabajos de semiología y que difiere sustan-cialmente del empleo
habitual, definiremos el contenido de este término. Entenderemos por lenguaje cualquier
sistema de comunicación que emplea signos ordenados de un modo particular. Vistos de esta
manera los lenguajes se distinguirán:
Primero,
de los sistemas que no sirven como medios de comunicación;
Segundo,
de los sistemas que sirven como medios de comunicación, pero que no utilizan signos;
Tercero,
de los sistemas que sirven como medios de comunicación, pero que no emplean en absoluto o
casi no emplean signos ordenados.
La primera
oposición permite separar los lenguajes de aquellas formas de la actividad humana que no
están relacionadas de un modo directo y por su finalidad con el almacenamiento y
transmisión de información. La segunda permite introducir la siguiente distinción: la
comunicación semiológica tiene lugar principalmente entre individuos; la no
semiológica, entre sistemas en el interior del organismo. Sin embargo, sería, al
parecer, más correcto interpretar esta oposición como antítesis de las comunicaciones
al nivel del primero y del segundo sistemas de señales, dado que, por un lado, son
posibles relaciones extrasemiológicas entre organismos (particularmente considerables en
los animales inferiores, pero se conservan en el hombre en forma de los fenómenos que
estudia la telepatía), y por otro, es posible la comunicación semiológica en el
interior del organismo. Nos referimos no sólo a la autoorganización por parte del hombre
de su mente mediante determinados sistemas semiológicos, sino también a aquellos casos
en que los signos irrumpen en la esfera de la señalización primaria (el hombre que
conjura con palabras un dolor de muelas; que actúa sobre sí mismo con
palabras para soportar un sufrimiento o una tortura física).
Si aceptamos con
estas restricciones la tesis de que el lenguaje es una forma de comunicación entre dos
individuos, deberemos hacer algunas precisiones. Será más cómodo sustituir el concepto
de individuo por los de transmisor del mensaje (remitente) y
receptor del mensaje (destinatario). Esto nos permitirá introducir en el
esquema aquellos casos en que el lenguaje no une a dos individuos, sino a dos mecanismos
transmisores (receptores), por ejemplo, un aparato telegráfico y el dispositivo de
grabación automática conectado a aquél.
Pero hay algo
más importante: no son raros los casos en que un mismo individuo se presenta como
remitente y como destinatario de un mensaje (notas para no olvidar, diarios,
agendas). En este caso la información no se transmite en el espacio, sino en el tiempo, y
sirve como medio de autoorganización de la persona. Podría considerarse este caso como
un detalle poco importante dentro de la masa general de comunicaciones sociales, de no ser
por una objeción: se puede considerar como individuo a una sola persona, en tal caso, el
esquema de mensaje A ® B (del remitente al destinatario) prevalecerá evidentemente sobre
el esquema A ® A (el propio remitente es destinatario, pero en otra unidad de tiempo).
Sin embargo, basta con sustituir A por el concepto, por ejemplo, de cultura
nacional para que el esquema de comunicación A ® A adquiera por lo menos el valor
equivalente de A ® B (en una serie de tipos culturales será dominante ). Pero demos el
siguiente paso: sustituyamos A por la humanidad en su totalidad. En este caso la
auto-comunicación se convertirá (al menos dentro de los límites de la experiencia
histó-rica real) en el único esquema de comunicación.
La tercera
oposición separará los lenguajes de aquellos sistemas intermedios de los que se ocupa
esencialmente la paralingüística (mímica, gestos, etc.).
Si entendemos por
lenguaje lo indicado anteriormente, este concepto incluirá:
a) las lenguas
naturales (por ejemplo, el ruso, el francés, el estonio, el checo);
b) los lenguajes
artificiales: los lenguajes de la ciencia (metalenguajes de las descripciones
científicas), los lenguajes de las señales convencionales (por ejemplo, de las señales
de carretera), etc.
c) los lenguajes
secundarios de la comunicación (sistemas de modelización secundaria), es decir,
estructuras de comunicación que se superponen sobre el nivel lingüístico natural (mito,
religión). El arte es un sistema de modelización secundario. No se debe entender
secundario con respecto a la lengua únicamente, sino que se sirve de la
lengua natural como material. Si el término tuviese este contenido sería
ilegítima la inclusión en él de las artes no verbales (pintura, música y otras). Sin
embargo, la relación es aquí más compleja: la lengua natural es no sólo uno de los
más antiguos, sino también el más poderoso sistema de comunicaciones en la colectividad
humana. Por su propia estructura influye vigorosamente en la mente de los hombres y en
muchos aspectos de la vida social. Los sistemas modelizadores secundarios (al igual que
todos los sistemas semiológicos) se construyen a modo de lengua. Esto no significa que
reproduzcan todos los aspectos de las lenguas naturales. Así, por ejemplo, la música
difiere radicalmente de las lenguas naturales por la ausencia de conexiones semánticas
obligatorias, aunque en la actualidad sea evidente la total regularidad de la descripción
de un texto musical como una cierta estructura sintagmática (trabajos de M. M. Langleben
y B. M. Gasparov). La puesta de manifiesto de las relaciones sintagmáticas y
paradigmáticas en la pintura (trabajos L. F. Zheguin, B. A. Uspenski), en el cine
(artículos de S. Eisenstein, Yu. N. Tinianov, B. M. Eiejnbaum, Ch. Metz) permite ver en
estas artes objetos semiológicos: sistemas construidos a modo de lenguas. Puesto que la
conciencia del hombre es una conciencia lingüística, todos los tipos de modelos
superpuestos sobre la conciencia, incluido el arte, pueden definirse como sistemas
modelizadores secundarios.
Así, el arte
puede describirse como un lenguaje secundario, y la obra de arte como un texto en este
lenguaje.
Ahora nos
limitaremos a traer una citas que destacan el carácter indivisible de la idea poética
respecto a la estructura peculiar del texto que le corresponde, respecto al lenguaje
peculiar del arte. He aquí una anotación de A. Blok (julio de 1917): Es falso que
las ideas se repitan. Toda idea es nueva, puesto que lo nuevo la rodea y le da forma. Para
que, resucitado, no pueda levantarse. Que no pueda levantarse del ataúd. (Lermontov, lo
he recordado ahora) son ideas totalmente distintas. Lo común en ellas es el
contenido, lo cual prueba una vez más que un contenido informe no existe por
sí mismo, no posee peso propio.
Al examinar la
estructura de las naturalezas semiológicas, se puede hacer la siguiente observación: la
complejidad de la estructura es directamente proporcional a la complejidad de la
información transmitida. La complicación del carácter de la información conduce
inevitablemente a una complicación del sistema semiológico empleado para su
transmisión. Además, en un sistema semiológico correctamente construido (es decir, que
alcance el objetivo para el cual ha sido creado) no puede haber una complejidad superflua,
injustificada.
Si existen dos
sistemas, A y B, y ambos transmiten íntegramente un cierto volumen único de información
efectuando un gasto idéntico para superar el ruido en el canal de conexión, pero el
sistema A es considerablemente más sencillo que el sistema B, no cabe la menor duda de
que este último será desechado y olvidado.
El discurso
poético representa una estructura de gran complejidad. Aparece como considerablemente
más complicado respecto a la lengua natural. Y si el volumen de información contenido en
el discurso poético (en verso o en prosa, en este caso no tiene importancia) y en el
discurso usual fuese idéntico, el discurso poético perdería el derecho a existir y, sin
lugar a dudas, desaparecería. Pero la cuestión se plantea de un modo muy diferente: la
complicada estructura artística, creada con los materiales de la lengua, permite
transmitir un volumen de información completamente inaccesible para su transmisión
mediante una estructura elemental propiamente lingüística. De aquí se infiere que una
información dada (un contenido) no puede existir ni transmitirse al margen de una
estructura dada. Si repetimos una poesía en términos del habla habitual, destruiremos su
estructura y, por consiguiente, no llevaremos al receptor todo el volumen de información
que contenía. Así, pues, el método de estudio por separado del contenido y
de las particularidades artísticas tan arraigado en la práctica escolar, se
basa en una incomprensión de los fundamentos del arte, y es perjudicial, al inculcar al
lector popular una idea falsa de la literatura como un procedimiento de exponer de un modo
prolijo y embellecido lo mismo que se puede expresar de una manera sencilla y breve. Si se
pudiera resumir en dos páginas el contenido de Guerra y Paz o de Eugenio Oneguin, la
conclusión lógica sería: no hay que leer obras largas, sino breves manuales. A esta
conclusión empujan no los maestros malos a sus alumnos indolentes, sino todo el sistema
de enseñanza escolar de la literatura, sistema que, a su vez, no hace sino reflejar de un
modo simplificado y, por tanto, más neto, las tendencias que se hacen sentir en la
ciencia de la literatura.
El pensamiento
del escritor se realiza en una estructura artística determinada de la cual es
inseparable. Decía L. N. Tolstoi acerca de la idea fundamental de Ana Karenina: Si
quisiera expresar en palabras todo lo que he querido decir con la novela, tendría que
escribir desde un principio la novela que he escrito. Y si los críticos ya lo entienden y
pueden expresar todo lo que he querido decir, les felicito [...] Y si los críticos miopes
creen que yo pretendía describir únicamente lo que me gusta: de qué modo come Oblonski
y cómo son los hombros de Karenina, se equivocan. En todo, en casi todo lo que yo he
escrito, me ha guiado la necesidad de recoger las ideas encadenadas entre sí para
expresarme; pero todo pensamiento expresado en palabras de un modo particular pierde su
sentido, se degrada terriblemente si se lo toma aislado, fuera de la concatenación en que
se encuentra. Tolstoi expresó de una manera extraordinariamente gráfica la idea de
que el pensamiento artístico se realiza a través de la concatenación
la estructura y no existe sin ésta, que la idea del artista se realiza en su
modelo de la realidad. Continúa Tolstoi: ... hacen falta personas que demuestren lo
absurdo que es buscar ideas aisladas en una obra de arte y dirijan constantemente a los
lectores en el infinito laberinto de concatenaciones que constituyen la esencia del arte y
en las leyes que forman la base de estas concatenaciones.
La definición
la forma corresponde al contenido, justa en el sentido filosófico, no
refleja, sin embargo, de un modo suficiente la relación entre estructura e idea. Ya Yu.
N. Tinianov señaló la incomodidad que (en su aplicación al arte) suponía su carácter
metafórico: Forma + contenido = vaso + vino. Pero todas las analogías
espaciales que se aplican al concepto de forma son importantes únicamente porque se
fingen analogías: en realidad, en el concepto de forma se desliza invariablemente un
rasgo estático estrechamente relacionado con la espacialidad. Para tener una noción más
gráfica de la relación entre idea y estructura lo más cómodo es imaginarse los
vínculos existentes entre la vida y el complejo mecanismo biológico del tejido vivo. La
vida, que constituye la propiedad más importante del organismo vivo, es inconcebible al
margen de su estructura física, es una función de este sistema operante. El investigador
de la literatura, que espera captar la idea desgajada del sistema modelizador del mundo
del autor, de la estructura de la obra, recuerda al sabio idealista que se esfuerza por
separar la vida de la estructura biológica concreta de la cual es función. La idea no
está contenida en unas citas, incluso bien elegidas, sino que se expresa en toda la
estructura artística. El investigador que ignora esto y que busca la idea en unas citas
aisladas recuerda al hombre que, al enterarse que la casa obedece a un plano, empezará a
derribar los muros para encontrar el lugar donde está escondido. El plano no está oculto
en la pared, sino realizado en las proporciones del edificio. El plano es la idea del
arquitecto; la estructura del edificio, su realización. El contenido conceptual de la
obra es su estructura. La idea en el arte es siempre un modelo, pues recrea una imagen de
la realidad. Por consiguiente, la idea es inconcebible al margen de la estructura
artística. El dualismo de forma y contenido debe sustituirse por el concepto de la idea
que se realiza en una estructura adecuada y que no existe al margen de esta estructura.
Una estructura
modificada llevará al lector o al espectador una idea distinta. De aquí se deduce que un
poema carece de elementos formales en el sentido que se confiere habitualmente
a este concepto. Un texto artístico es un significado de compleja estructura. Todos sus
elementos son elementos del significado.
El arte entre
otros sistemas semiológicos
El estudio del
arte partiendo de las categorías de un sistema de comunicación permite plantear, y en
parte resolver, una serie de problemas que habían quedado fuera del campo visual de la
estética tradicional y de la teoría de la literatura.
La moderna
teoría de los sistemas de signos posee una concepción suficientemente elaborada de la
comunicación que permite esbozar los rasgos generales de la comunicación artística.
Todo acto de
comunicación incluye un remitente y un destinatario de la información. Pero hay más: el
hecho que todos conocemos, de incomprensión, prueba que no todo mensaje llega a
entenderse. Para que el destinatario comprenda al remitente del mensaje es precisa la
existencia de un intermediario común: el lenguaje. Si tomamos la suma de todos los
posibles mensajes en una lengua, observaremos fácilmente que algunos elementos de estos
mensajes se presentarán, en unas u otras relaciones, como recíprocamente equivalentes
(así, por ejemplo, entre las variantes de un fonema, en un sentido; entre fonema y
grafema, en otro, surgirá una relación de equivalencia). Es fácil observar que las
diferencias aparecerán debido a la naturaleza de la materialización de un signo dado o
de su elemento, mientras que las semejanzas surgirán como resultado de una posición
similar en el sistema. Lo que de común tengan diferentes variantes recíprocamente
equivalentes aparecerá como su invariante. De este modo, obtendremos dos aspectos
distintos del sistema de comunicación: un flujo de mensajes aislados encarnados en una
determinada sustancia material (gráfica, sonora, electromagnética en una conversación
telefónica, en las señales telegráficas, etcétera) y un sistema abstracto de
relaciones invariantes. Corresponde a F. de Saussure la distinción de estos principios y
la definición del primero como habla (parole) y lengua (langue).
Es evidente que, puesto que las unidades lingüísticas se presentan como portadoras de
determinados significados, el proceso de comprensión consiste en que un mensaje verbal
determinado se identifica en la conciencia del receptor con su invariante lingüística.
Algunos rasgos del texto verbal (aquellos que coinciden con los rasgos invariantes en el
sistema de la lengua) se destacan como significativos, mientras que otros los descarta la
conciencia del receptor como no esenciales. De este modo, la lengua se presenta como un
código mediante el cual el receptor descifra el significado del mensaje que le interesa.
En este sentido y admitiendo un cierto grado de inexactitud, se puede identificar la
división del sistema en habla y lengua, en la lingüística
estructural, con mensaje y código, en la teoría de la
información. Sin embargo, si concebimos la lengua como un sistema definido de elementos
invariantes y de reglas de su combinación aparecerá ante nosotros como justa la tesis
presentada por R. Jakobson y otros investigadores de que en el proceso de transmisión de
la información se emplean de hecho no uno, sino dos códigos: uno que codifica y otro que
decodifica el mensaje. Este sentido tiene la distinción entre las reglas del que habla y
las reglas del que escucha. La diferencia entre unas y otras se hizo evidente en cuanto
surgió el problema de la generación artificial (síntesis) y decodificación (análisis)
del texto de una lengua natural mediante ordenadores.
Todos estos
problemas están directamente relacionados con la definición del arte como sistema de
comunicación.
La primera
consecuencia de que el arte es uno de los medios de comunicación de masas es la
afirmación: para poder entender la información transmitida por los medios del arte es
preciso dominar su lenguaje. Procedamos a otra digresión necesaria. Imaginémonos un
cierto lenguaje. Por ejemplo, el lenguaje de los símbolos químicos. Si hacemos una lista
de todos los signos gráficos empleados, comprobaremos fácilmente que se dividen en dos
grupos: uno las letras del alfabeto latino designa los elementos químicos; el
otro (signos de igualdad, de adición, coeficientes en cifras) señalará los
procedimientos de su combinación. Si anotamos todos los símbolos-letras obtendremos un
conjunto de nombres del lenguaje químico que en su totalidad designarán la suma de
elementos químicos conocidos hasta el momento.
Supongamos ahora
que segmentamos todo el espacio designado en determinados grupos. Por ejemplo, describimos
todo el conjunto del contenido mediante un lenguaje que posea únicamente dos nombres:
metales y metaloides, o introduciremos otros sistemas de anotación hasta que lleguemos a
la segmentación en elementos y su designación mediante letras aisladas. Es evidente que
cada uno de los sistemas de anotación reflejará una determinada concepción científica
de clasificación de lo que se designa. De este modo, todo sistema de lenguaje químico
es, al mismo tiempo, un modelo de una determinada realidad química. Hemos llegado a una
conclusión esencial: todo lenguaje es un sistema no sólo de comunicación, sino también
de modelización, o más exactamente, ambas funciones se hallan indisolublemente ligadas.
Esto es asimismo
válido para las lenguas naturales. Si en el ruso antiguo (siglo xii)
cest [honor] y slava [gloria] eran antónimos, y en el
moderno, sinónimos; si en ruso antiguo sinij [azul] era a veces sinónimo de
cornyj [negro], a veces de bagrovo-krasnij [azul púrpura],
seryj [gris] significa nuestro goluboj [azul claro] (en el sentido
del color de los ojos), mientras que goluboj equivale a nuestro
seryj (para referirse al pelaje de los animales o al plumaje de los pájaros);
si en los textos del siglo xii el cielo nunca se llama azul o celeste, mientras que el
fondo dorado de los iconos expresaba, al parecer, el color del cielo de un modo verosímil
para los espectadores de aquella época; si en el antiguo eslavo el que tiene los
ojos azules, no será que le gusta el vino, que vigila donde hay banquetes debe
traducirse por ¿Quién tiene los ojos purpúreos (inyectados de sangre) sino el
borracho, el que busca donde hay banquetes?, es evidente que nos hallamos ante
modelos distintos de espacio ético y de colores.
Pero, al mismo
tiempo, es evidente que no sólo los signos-nombres, sino también los
signos-cópulas desempeñan un papel modelizador; reproducen la concepción de
relaciones en el objeto designado.
Por consiguiente,
todo sistema de comunicación puede desempeñar una función modelizadora y, a la inversa,
todo sistema modelizador puede desempeñar un papel comunicativo. Desde luego, una u otra
función puede expresarse de un modo más intenso o casi no percibirse en un determinado
uso social. Pero potencialmente ambas funciones están presentes.
Esta
circunstancia es extremadamente importante para el arte.
Si la obra de
arte me comunica algo, si sirve a los fines de comunicación entre el remitente y el
destinatario, en tal caso se puede destacar en ella:
1) la
comunicación, lo que se me transmite;
2) el lenguaje,
un determinado sistema abstracto, común para el transmisor y el receptor, que hace
posible el acto mismo de la comunicación. Aunque, como veremos más adelante, la
consideración aislada de cada uno de los aspectos indicados sea posible únicamente como
abstracción científica, la oposición de estas dos facetas en la obra de arte se revela
como imprescindible en una fase determinada de la investigación.
El lenguaje de la
obra es algo dado que existe antes de que se cree un texto concreto y que es idéntico
para ambos polos de la comunicación (más adelante introduciremos ciertos correctivos en
esta tesis). El mensaje es la información que surge en un texto dado. Si tomamos un grupo
grande de textos funcionalmente homogéneos y los examinamos como variantes de un cierto
texto invariante, eliminando todo lo que en ellos se presenta como no
sistémico bajo este aspecto, obtendremos una descripción estructural del lenguaje
de este grupo de textos. Así, por ejemplo, está construida la clásica Morfología del
cuento, de V. Ya. Propp, la cual ofrece un modelo de este género folclórico. Podemos
estudiar todos los ballets posibles como un solo texto (del mismo modo que consideramos
todas las ejecuciones de un ballet dado como variantes de un texto) y, tras describirlo,
obtenemos el lenguaje del ballet, etc.
El arte es
inseparable de la búsqueda de la verdad. No obstante, es preciso destacar que la
verdad del lenguaje y la verdad del mensaje son conceptos
esencialmente distintos. Para captar esta diferencia, imaginémonos, por un lado,
enunciados acerca del carácter verdadero o falso de la solución de un problema
determinado, acerca de la exactitud lógica de una afirmación determinada, y por otro,
razonamientos acerca de la verdad de la geometría de Lobachevski o de la lógica
cuadrivalente. Ante cualquier mensaje en ruso o en otra lengua natural se puede plantear
la cuestión de si es verdadero o falso. Pero esta pregunta pierde totalmente el sentido
si se aplica a una lengua en su conjunto. Por esta razón, las frecuentes reflexiones
acerca del carácter inservible, insuficiente o incluso vicioso de
determinados lenguajes artísticos (por ejemplo, del lenguaje del ballet, del de la
música oriental, del de la pintura abstracta) contienen un error lógico que resulta de
la confusión de conceptos. Sin embargo, antes de emitirse un juicio acerca de la verdad o
falsedad, debe aclararse la cuestión de qué es lo que se valora, si el lenguaje o la
comunicación. Y en consecuencia funcionarán diferentes criterios de valoración. La
cultura está interesada en una especie de poliglotía. No es casual que el arte en su
desarrollo deseche los mensajes caducos pero conserve con asombrosa perseverancia los
lenguajes artísticos de épocas pasadas. Abundan en la historia del arte los
renacimientos de los lenguajes del pasado que se perciben como innovadores.
La distinción de
estos aspectos se revela como esencial para el teórico de la literatura (y en general
para el teórico del arte). No se trata únicamente de una constante confusión entre la
peculiaridad del lenguaje del texto artístico y su valor estético (con la afirmación
permanente lo incomprensible es malo), sino también de la ausencia de una
distinción consciente de la finalidad de la investigación, de la renuncia a plantear el
problema de qué es lo que se estudia: el lenguaje artístico general de la época (de una
tendencia, de un escritor) o un mensaje determinado transmitido en este lenguaje.
En este último
caso se presenta como más racional la descripción de los textos de masas, los
medios, los más estandarizados, en los cuales la norma general del lenguaje
artístico se revela de un modo más preciso. La no distinción entre estos dos aspectos
conduce a la confusión que la tradicional teoría literaria ya indicó en su tiempo y que
intentó evitar a un nivel intuitivo al exigir que se distinguiera entre lo
general y lo individual en la obra de arte. Entre los primeros
intentos, muy lejos de la perfección, del estudio de la norma artística del arte de
masas se puede citar, por ejemplo, la conocida monografía de V. V. Sipovski sobre la
historia de la novela rusa. A principios de los años veinte la cuestión ya se había
planteado con toda claridad. Así, V. M. Zhirmunski escribía que, en el estudio de la
literatura de masas, por la esencia misma del problema planteado es preciso hacer
abstracción de lo individual y captar la difusión de una cierta tendencia general.
Los trabajos de Shklovski y de Vinogradov plantearon con toda claridad este problema.
Sin embargo, una
vez tomada conciencia de la diferencia entre estos aspectos, no se puede dejar de observar
que la relación entre ellos en los mensajes artísticos y no artísticos es profundamente
distinta, y el mismo hecho de identificación insistente de los problemas de la
especificidad del lenguaje de un tipo de arte determinado con el valor de la información
que transmite está tan difundido que no puede ser casual.
Toda lengua
natural está compuesta de signos que se caracterizan por la existencia de un determinado
contenido extralingüístico y de elementos sintagmá-ticos cuyo contenido no sólo
reproduce las relaciones extralingüísticas, sino que además posee en una medida
considerable un carácter formal inmanente. Es verdad que entre estos grupos de hechos
lingüísticos existe una constante interpenetración por un lado, los elementos
portadores de significado se convierten en auxiliares, por otro, los elementos auxiliares
se semantizan constantemente (la interpretación del género gramatical como
característica de contenido sexual, la categoría de lo animado, etcétera). Sin embargo,
el proceso de difusión es tan imperceptible que ambos aspectos se distinguen con gran
precisión.
En el arte esta
cuestión se plantea de un modo muy distinto. Aquí, por un lado, se manifiesta una
tendencia constante a la formalización de los elementos portadores de contenido, a su
fijación, a su transformación en clichés, a la transición completa de la esfera del
contenido al campo convencional del código. Citaremos un solo ejemplo. En su ensayo sobre
la historia de la literatura egipcia, B. A. Turaiev observa que las pinturas murales de
los templos egipcios presentan un tema particular: el nacimiento de los faraones en forma
de episodios y escenas que se repiten rigurosamente. Es una galería de
representaciones acompañadas de texto que reproducen una antigua composición creada,
probablemente, para los reyes de la V dinastía y posteriormente transmitida oficialmente,
en forma estereotipada, de generación en generación. El autor indica que
este poema dramático oficial lo utilizaban de buena gana aquellos cuyos derechos al
trono se impugnaban, como, por ejemplo, la reina Hatshepsut, y comunica el siguiente
hecho notable: con el fin de consolidar sus derechos, Hatshepsut ordenó que se
representara en los muros de Deir el-Bahari su nacimiento. Pero el cambio correspondiente
al sexo de la reina se introdujo únicamente en la inscripción. La imagen seguía siendo
rigurosamente tradicional y representaba el nacimiento de un niño. La imagen se había
formalizado por completo y lo que se revelaba como portador de información no era la
referencia de la imagen de un niño a su prototipo real, sino el hecho mismo de la
inclusión o no inclusión en el templo del texto artístico cuya relación con la reina
en cuestión se establecía únicamente mediante una inscripción.
Por otro lado, la
tendencia a interpretar todo el texto artístico como significante es tan grande que con
razón consideramos que en la obra nada es casual. Y volveremos reiteradamente a la
afirmación profundamente justificada de R. Jakobson acerca del significado artístico de
las formas gramaticales en el texto poético, así como a otros ejemplos de semantización
de los elementos formales del texto en el arte.
Naturalmente, la
correlación de estos dos principios en diversas formas históricas y nacionales del arte
será diferente. Pero su existencia e interrelación son constantes. Es más, si admitimos
dos enunciados: En la obra de arte todo corresponde al lenguaje artístico y
En la obra de arte todo es mensaje, la contradicción en que incurrimos será
sólo aparente.
Surge
naturalmente la cuestión: ¿no se podría identificar el lenguaje con la forma de la obra
de arte y el mensaje con el contenido y no desaparecería entonces la afirmación de que
el análisis estructural elimina el dualismo del examen del texto artístico desde el
punto de vista de la forma y el contenido? Es evidente que no se puede hacer semejante
identificación. Ante todo porque el lenguaje de una obra de arte no es en modo alguno
forma, si conferimos a este concepto la idea de algo externo respecto al
contenido portador de la carga informacional. El lenguaje del texto artístico es en su
esencia un determinado modelo artístico del mundo y, en este sentido, pertenece, por toda
su estructura, al contenido, es portador de información. Ya hemos señalado
que el modelo del mundo que crea el lenguaje es más general que el modelo de mensaje
profundamente individual en el momento de su creación. Ahora conviene indicar otra
circunstancia: el mensaje artístico crea el modelo artístico de un determinado fenómeno
concreto; el lenguaje artístico construye un modelo de universo en sus categorías más
generales, las cuales, al representar el contenido más general del mundo, son la forma de
existencia de objetos y fenómenos concretos. De este modo, el estudio del lenguaje
artístico de las obras de arte no sólo nos ofrece una cierta norma individual de
relación estética, sino que asimismo reproduce el modelo del mundo en sus rasgos más
generales. Por eso, desde determinados puntos de vista, la información contenida en la
elección del tipo de lenguaje artístico se presenta como la esencial.
La elección, por
parte del escritor, de un determinado género, estilo o tendencia artística supone
asimismo una elección del lenguaje en el que piensa hablar con el lector. Este lenguaje
forma parte de una completa jerarquía de lenguajes artísticos de una época dada, de una
cultura dada, de un pueblo dado o de una humanidad dada (al fin y al cabo surge también
este planteamiento de la cuestión). Aquí es preciso tener en cuenta un rasgo esencial al
que todavía volveremos: el lenguaje de una ciencia dada es para ella único, ligado a un
objeto y aspecto particulares que le son propios. La transcodificación de una lengua a
otra, extraordinariamente productiva en la mayoría de los casos, y que surge en relación
con problemas interdisciplinarios, descubre en un objeto que parecía único los ejemplos
de dos ciencias o conduce a la creación de una nueva rama del conocimiento y de un nuevo
metalenguaje que le es propio.
En principio la
lengua natural admite traducción. Esta se reserva no al objeto, sino a la colectividad.
Sin embargo, la lengua natural posee en sí misma una determinada jerarquía de estilos
que permite expresar el contenido de un mismo mensaje desde diferentes puntos de vista
pragmáticos. La lengua construida de este modo modeliza no sólo una determinada
estructura del mundo, sino también el punto de vista del observador.
En el lenguaje
del arte, con su doble finalidad de modelización simultánea del objeto y del sujeto,
tiene lugar una lucha constante entre la idea acerca de la unicidad del lenguaje y la idea
de la posibilidad de elección entre sistemas de comunicación artísticos en cierto modo
equivalentes. En un polo se halla la reflexión que ya preocupaba al autor del Cantar de
las huestes de Igor: cantar según las bilinas de la época o según lo
entendía Bayan; en el otro polo, la afirmación de Dostoievski: Yo incluso
creo que para diferentes formas de arte existen las correspondientes series de ideas
poéticas hasta el punto de que ninguna idea se puede expresar en forma distinta a la que
le corresponde.
La oposición de
estas declaraciones no es en el fondo más que aparente: allí donde existe un solo
lenguaje posible no surge el problema de la correspondencia o no correspondencia de su
esencia modelizadora respecto al modelo del mundo del autor. En este caso, el sistema
modelizador del lenguaje no queda al descubierto. Cuanto mayor es la posibilidad de
elección, tanto mayor es la cantidad de información que comporta la estructura misma del
lenguaje y tanto mayor la nitidez con que se pone al descubierto su correspondencia con
uno u otro modelo del mundo.
Y es porque el
lenguaje del arte modeliza los aspectos más generales de la imagen del mundo sus
principios estructurales (en una serie de casos el lenguaje se convertirá en el contenido
esencial de la obra, en su mensaje) mientras que el texto se cierra sobre sí mismo.
Esto ocurre en todos los casos de parodias literarias, de polémicas, en aquellos casos en
que el artista define el tipo mismo de relación con la realidad y los principios
fundamentales de su reproducción artística.
Por consiguiente,
no se puede identificar el lenguaje del arte con el concepto tradicional de la forma. Es
más, al recurrir a una determinada lengua natural, el lenguaje del arte hace que sus
aspectos formales sean portadores de contenido.
Y, por último,
es preciso examinar otro aspecto de la relación entre lengua y mensaje en el arte.
Imaginémonos dos retratos de Catalina II: uno de gala, obra de Levitski, y otro
costumbrista representando a la emperatriz en Tsarskoie Selo, pintado por Borovikovski.
Para los cortesanos de la época era de suma importancia el parecido del retrato con el
semblante de la emperatriz a la que ellos conocían bien. El hecho de que los dos retratos
representaran a una misma persona constituía para ellos el mensaje esencial, mientras que
la diferencia en el tratamiento, la especificidad del lenguaje artístico preocupaba
únicamente a las personas iniciadas en los secretos del arte. Para nosotros se ha perdido
para siempre el interés que estos retratos tenían a los ojos de aquellos que conocieron
a Catalina II, mientras que destaca en primer plano la diferencia en el tratamiento
artístico. El valor informacional de la lengua y del mensaje dados en un mismo texto
varía en función de la estructura del código del lector, de sus exigencias y
esperanzas.
Sin embargo, la
movilidad e interrelación de estos dos principios se manifiesta de un modo
particularmente acusado en otra circunstancia. Si estudiamos el proceso de funcionamiento
de la obra de arte, observaremos necesariamente una particularidad: en el momento de
percepción del texto artístico tendemos a considerar muchos aspectos de su lenguaje como
mensajes; los elementos formales se semantizan; aquello que es inherente a un sistema de
comunicación general, al formar parte de la totalidad estructural del texto, se percibe
como individual. En una obra de arte de talento todo se percibe como creado ad hoc. Sin
embargo, más tarde, al pasar a formar parte de la experiencia artística de la humanidad,
la obra se convierte toda ella en lenguaje para las futuras comunicaciones estéticas, y
lo que era casualidad de contenido en un texto dado se torna código para la posteridad.
Ya a mediados del siglo xvii escribía Novikov: Nadie me podrá convencer de que
Harpagon de Molière está tomado de un vicio general. Toda crítica a una persona se
convierte al cabo de muchos años en una crítica de un vicio general; Kaschei,
ridiculizado con toda razón, será con el tiempo el modelo general de todos los
concusionarios.
El concepto de
lenguaje del arte literario
Si utilizamos el
concepto de lenguaje del arte en el sentido que hemos convenido más arriba,
es evidente que la literatura, como una de las formas de comunicación de masas, debe
poseer su propio lenguaje. Poseer su propio lenguaje: esto significa tener un
conjunto cerrado de unidades de significación y de las reglas de su combinación que
permiten transmitir ciertos mensajes.
Pero la
literatura ya se sirve de uno de los tipos de lenguaje: la lengua natural. ¿Cuál es la
correlación existente entre el lenguaje de la literatura y la lengua natural
en que la obra está escrita (ruso, inglés, italiano o cualquier otra)? ¿Pero existe
además este lenguaje de la literatura o basta con distinguir entre contenido
de la obra (mensaje; cf. la pregunta ingenua del lector: ¿De qué
trata?) y el lenguaje de la literatura como un estrato estilístico funcional de la
lengua natural nacional?
Con el fin de
dilucidar esta cuestión planteémonos la siguiente tarea completamente trivial.
Seleccionemos los siguientes textos: grupo I, un cuadro de Delacroix, un poema de Byron,
una sinfonía de Berlioz; grupo II, un poema de Mickiewicz, obras para piano de Chopin;
grupo III, textos poéticos de Derzhavin, conjuntos arquitectónicos de Bazhenov.
Propongámonos, como ya se ha hecho reiteradamente en diversos estudios de historia de la
cultura, representar los textos dentro de cada grupo como un solo texto, reduciéndolos a
variantes de un cierto tipo invariante. Este tipo invariante será para el primer grupo el
romanticismo europeo occidental; para el segundo, el romanticismo
polaco; para el tercero, el prerromanticismo ruso. Se sobreentiende que
se puede plantear la tarea de describir los tres grupos como un solo texto introduciendo
un modelo abstracto de invariante de segundo grado.
Si nos planteamos
esta tarea, deberemos, naturalmente, aislar un sistema de comunicación un
lenguaje primero para cada uno de los grupos, después, para los tres
juntos. Supongamos que la descripción de estos sistemas se hace en ruso. Es claro que en
este caso el ruso aparecerá como metalengua de la descripción (dejamos de lado el
problema acerca de la impropiedad de semejante descripción, ya que es inevitable la
influencia modelizadora de la metalengua sobre el objeto), pero el lenguaje del
romanticismo descrito (o cualquiera de los sublenguajes parciales correspondientes a
los tres grupos indicados) no puede identificarse con ninguna de las lenguas naturales,
puesto que será válido para la descripción de textos no verbales. Y, sin embargo, el
modelo de lenguaje del romanticismo obtenido de este modo puede aplicarse asimismo a las
obras literarias y, a un nivel determinado, puede describir el sistema de su construcción
(a un nivel común para textos verbales y no verbales).
Pero es preciso
examinar qué relación guardan con la lengua natural aquellas estructuras que se forman
en el interior de las construcciones literarias y que no pueden ser transcodificadas a los
lenguajes de las artes no verbales.
La literatura se
expresa en un lenguaje especial, el cual se superpone sobre la lengua natural como un
sistema secundario. Por eso la definen como un sistema modelizador secundario. Desde
luego, la literatura no es el único sistema modelizador secundario, pero su estudio
dentro de esta serie de sistemas nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo
inmediato.
Decir que la
literatura posee su lenguaje, lenguaje que no coincide con la lengua natural, sino que se
superpone a ésta, significa decir que la literatura posee un sistema propio, inherente a
ella, de signos y de reglas de combinación de éstos, los cuales sirven para transmitir
mensajes peculiares no transmisibles por otros medios. Intentaremos demostrarlo.
En las lenguas
naturales es relativamente fácil distinguir los signos unidades invariantes
estables del texto y las reglas sintagmáticas. Los signos se dividen claramente en
planos de contenido y de expresión, entre los cuales existe una relación de no
condicionamiento mutuo, de convencionalidad histórica. En el texto artístico verbal no
sólo los límites de los signos son distintos, sino que el concepto mismo de signo es
diferente.
Ya hemos tenido
ocasión de señalar que los signos en el arte no poseen un carácter convencional, como
en la lengua, sino icónico, figurativo. Esta tesis, evidente por lo que se refiere a las
artes figurativas, aplicada a las artes verbales arrastra una serie de consecuencias
esenciales. Los signos icónicos se construyen de acuerdo con el principio de una
relación condicionada entre la expresión y el contenido. Por ello es generalmente
difícil delimitar los planos de expresión y de contenido en el sentido habitual para la
lingüística estructural. El signo modeliza su contenido. Se comprende que, en estas
condiciones, se produzca en el texto artístico la semantización de los elementos
extrasemánticos (sintácticos) de la lengua natural. En lugar de una clara delimitación
de los elementos semánticos se produce un entrelazamiento complejo: lo sintagmático a un
nivel de la jerarquía del texto artístico se revela como semántico a otro nivel.
Pero es necesario
recordar aquí que son precisamente los elementos sintag-máticos los que en la lengua
natural marcan los límites de los signos y segmentan el texto en unidades semánticas. Al
eliminar la oposición semántica-sintaxis, los límites del signo se
erosionan.
Decir: todos los
elementos del texto son elementos semánticos, significa decir: en este caso el concepto
de texto es idéntico al concepto de signo.
En una cierta
relación así sucede: el texto es un signo integral, y todos los signos aislados del
texto lingüístico general se reducen en él al nivel de elementos del signo.
De este modo,
todo texto artístico se crea como un signo único, de contenido particular, construido ad
hoc. A primera vista esto contradice a la conocida tesis de que los elementos repetidos
que forman un conjunto cerrado pueden servir para transmitir información. Sin embargo, la
contradicción es sólo aparente. Primero, porque, como ya hemos señalado, la estructura
ocasional del modelo creada por el escritor se impone al lector como lenguaje de su
conciencia. Lo ocasional se ve sustituido por lo universal. Pero no se trata solamente de
eso. El signo único se revela ensamblado de signos tipo y, a un
nivel determinado, se lee de acuerdo con las reglas tradicionales. Toda obra
innovadora está construida con elementos tradicionales. Si el texto no mantiene el
recuerdo de la estructura tradicional deja de percibirse su carácter innovador.
Aun representando
un solo signo, el texto sigue siendo un texto (una secuencia de signos) en una lengua
natural y por ello conserva la división en palabras-signos del sistema lingüístico
general. Surge así ese fenómeno característico del arte por el cual un mismo texto, al
aplicarle diferentes códigos, se descompone distintamente en signos.
Simultáneamente
a la conversión de los signos lingüísticos generales en elementos del signo artístico,
tiene lugar un proceso contrario. Los elementos del signo en el sistema de la lengua
natural fonemas, morfemas, al pasar a formar parte de unas repeticiones
ordenadas, se semantizan y se convierten en signos. De este modo, un mismo texto puede
leerse como una cadena organizada según las reglas de la lengua natural, como una
secuencia de signos de mayor entidad que la segmentación del texto en palabras, hasta la
conversión del texto en un signo único, y como una cadena, organizada de un modo
especial, de signos más fraccionados que la palabra, hasta llegar a los fonemas.
Las reglas de la
sintagmática del texto están asimismo relacionadas con esta tesis. No se trata
únicamente de que los elementos semánticos y sintagmáticos sean mutuamente
convertibles, sino también de que el texto artístico se presenta simultáneamente como
conjunto de frases, como frase y como palabra. En cada uno de estos casos el carácter de
las conexiones sintagmáticas es distinto. Los dos primeros casos no exigen comentarios,
pero es preciso detenerse en el último.
Sería un error
considerar que la coincidencia de los límites del signo con los límites del texto
elimina el problema de la sintagmática. Estudiado de este modo, el texto puede dividirse
en signos y respectivamente organizarse sintagmáticamente. Pero no se tratará de la
sintagmática de la cadena, sino de la sintagmática de la jerarquía: los signos
aparecerán ligados como las muñecas rusas, uno dentro del otro.
Semejante
sintagmática es perfectamente real para la construcción de un texto artístico, y si
para el lingüista resulta insólita, el historiador de la cultura hallará fácilmente
paralelos, por ejemplo, en la estructura del mundo vista por un hombre del Medievo.
Para el pensador
medieval el mundo no es un conjunto de esencias, sino una esencia, no una frase, sino una
palabra. Pero esta palabra está jerárquicamente compuesta de palabras aisladas, como
insertas unas en otras. La verdad no radica en la acumulación cuantitativa, sino en el
ahondamiento (no hace falta leer libros muchas palabras, sino reflexionar
sobre una palabra, no acumular nuevos conocimientos, sino interpretar los viejos).
De lo dicho se
infiere que el arte verbal, aunque se basa en la lengua natural, lo hace únicamente con
el fin de transformarla en su propio lenguaje, secundario, lenguaje del arte. En cuanto a
este lenguaje del arte, se trata de una jerarquía compleja de lenguajes
relacionados entre sí pero no idénticos. Esto está ligado a la pluralidad de posibles
lecturas del texto artístico. Está asimismo relacionado, al parecer, con la densidad
semántica del arte, inaccesible a otros lenguajes no artísticos. El arte es el
procedimiento más económico y más compacto de almacenamiento y de transmisión de la
información. Pero el arte posee asimismo otras propiedades que merecen perfectamente la
atención del especialista en cibernética y, con el tiempo, quizá, del ingeniero
constructor.
Al poseer la
capacidad de concentrar una enorme información en la superficie de un
pequeño texto (cf. el volumen de un cuento de Chejov y de un manual de psicología), el
texto artístico posee otra peculiaridad: ofrece a diferentes lectores distinta
información, a cada uno a la medida de su capacidad; ofrece igualmente al lector un
lenguaje que le permite asimilar una nueva porción de datos en una segunda lectura. Se
comporta como un organismo vivo que se encuentra en relación inversa con el lector y que
enseña a éste.
El problema sobre
los medios con los que se alcanza esto debe preocupar no sólo al humanista. Basta con
imaginarse un dispositivo construido de un modo análogo que transmita información
científica para comprender que el descubrimiento de la naturaleza del arte como sistema
de comunicación puede producir una revolución en los métodos de conservación y
transmisión de la información.
Sobre la
pluralidad de los códigos artísticos
La comunicación
artística posee una interesante peculiaridad: los tipos habituales de conexión conocen
únicamente dos casos de relaciones del mensaje en la entrada y salida del canal de
comunicación: la correspondencia y la no correspondencia. Esta última se considera un
error y surge a causa del ruido en el canal de conexión, es decir, diversas
circunstancias que obstaculizan la transmisión. Las lenguas naturales se aseguran contra
las deformaciones gracias al mecanismo de redundancia, una especie de reserva de
estabilidad semántica.
El problema de la
redundancia en el texto artístico no será por el momento objeto de nuestro estudio. En
este caso lo que nos interesa es otra cosa: entre la comprensión y la incomprensión del
texto artístico existe una amplia zona intermedia. Las diferencias en la interpretación
de las obras de arte constituyen un fenómeno cotidiano que, en contra de una extendida
opinión, no se debe a causas accesorias fácilmente evitables, sino a causas
orgánicamente inherentes al arte. Al menos y por lo que parece, a esta propiedad se debe
precisamente la ya señalada capacidad del arte de entrar en correlación con el lector y
de ofrecerle justamente la información que necesita y para cuya percepción está
preparado.
Aquí debemos
detenernos ante todo en una distinción de principio entre las lenguas naturales y los
sistemas modelizadores secundarios de tipo artístico. En lingüística ha obtenido
reconocimiento la tesis de R. Jakobson sobre la distinción entre las reglas de la
síntesis gramatical (gramática de hablante) y la gramática del análisis (gramática
del oyente). Un enfoque análogo de la comunicación artística permite descubrir su gran
complejidad.
Se trata de que,
en una serie de casos, el receptor del texto se ve obligado no sólo a descifrar el
mensaje mediante un código determinado, sino también establecer en qué
lenguaje está codificado el texto.
Aquí es preciso
distinguir los siguientes casos:
I. a) El receptor
y el transmisor emplean un código común: sin duda se sobreentiende que existe un
lenguaje artístico común, tan sólo el mensaje es nuevo. Este es el caso de todos los
sistemas artísticos de identidad estética. Cada vez la situación de la
realización, la temática y otras condiciones extratextuales sugieren infaliblemente al
oyente el único lenguaje artístico posible del texto dado.
b) Una variedad
de este caso será la percepción de los modernos textos de masas hechos de clichés. Pero
si en el primer caso ello supone la condición para establecer la comunicación artística
y como tal se destaca por todos los medios, en el segundo caso el autor se esfuerza por
disimular este hecho: confiere al texto los rasgos falsos de otro cliché o sustituye un
cliché por otro. En este caso el lector, antes de recibir el mensaje, debe elegir entre
los lenguajes artísticos de que dispone aquel en el que está codificado el texto o una
parte del mismo. La propia elección de uno de los códigos conocidos produce una
información suplementaria. Sin embargo, su magnitud es insignificante, puesto que la
lista a partir de la cual se efectúa la elección es siempre relativamente pequeña.
II. Muy distinto
es el caso en que el oyente intenta descifrar el texto recurriendo a un código distinto
al del creador. Aquí son igualmente posibles dos tipos de relaciones.
a) El receptor
impone al texto su lenguaje artístico. En este caso el texto se somete a una
transcodificación (a veces incluso a una destrucción de la estructura del transmisor).
La información que intenta recibir el receptor es un mensaje más en un lenguaje que ya
conoce. En este caso se maneja el texto artístico como si de un texto no artístico se
tratara.
b) El receptor
intenta percibir el texto de acuerdo con los cánones que ya conoce, pero el método de
pruebas y errores le convence de la necesidad de crear un código nuevo, desconocido para
él. Tienen lugar aquí una serie de procesos de interés. El receptor entra en pugna con
el lenguaje del transmisor y puede resultar vencido en esta lucha: el escritor impone su
lenguaje al lector, el cual lo asimila, lo convierte en su instrumento de modelización de
la vida. Sin embargo, es más frecuente, al parecer, en la práctica, que en el proceso de
asimilación el lenguaje del escritor se deforme, se someta a una especie de
criollización de los lenguajes ya existentes en el arsenal de la conciencia del lector.
Surge aquí una cuestión fundamental: este proceso posee, al parecer, sus leyes
selectivas. En general, la teoría de la mezcla de las lenguas, esencial para la
lingüística, deberá desempeñar un enorme papel en el estudio de la percepción del
lector.
Otro caso de
interés: la relación entre lo casual y lo sistemático en el texto artístico posee
distinto significado para el transmisor y para el receptor. Al recibir un mensaje
artístico, para cuyo texto debe aun elaborar el código para descifrarlo, el receptor
construye un determinado modelo. Pueden surgir aquí sistemas que organicen los elementos
casuales del texto confiriéndoles significación. De este modo, al pasar del emisor al
receptor, puede aumentar el número de elementos estructurales significativos. Es éste
uno de los aspectos de un fenómeno complejo y hasta ahora poco estudiado como es la
capacidad del texto artístico para acumular información.
La magnitud de la
entropía de los lenguajes artísticos del autor y del lector
El problema de la
correlación entre el código artístico sintético del autor y el analítico del lector
posee otro aspecto. Ambos códigos representan una construcción jerárquica de gran
complejidad.
El problema se ve
complicado por el hecho de que un mismo texto real puede, a distintos niveles, estar
supeditado a diversos códigos (este caso, bastante frecuente, no lo estudiaremos más
adelante por razones de simplificación).
Para que un acto
de comunicación tenga lugar es preciso que el código del autor y el código del lector
formen conjuntos intersacados de elementos estructurales, por ejemplo, que el lector
comprenda la lengua natural en la que está escrito el texto. Las partes del código que
no se entrecruzan constituyen la zona que se deforma, se somete al mestizaje o se
reestructura de cualquier otro modo al pasar del escritor al lector.
Debe señalarse
otra circunstancia: últimamente se han emprendido intentos de calcular la entropía del
texto artístico y, por consiguiente, de determinar la magnitud de la información. Aquí
cabe indicar lo siguiente: en las obras de vulgarización se confunde, a veces, el
concepto cuantitativo de la magnitud de la información y el cualitativo, su valor. Sin
embargo, se trata de cosas totalmente distintas. La cuestión ¿Existe Dios?
ofrece la posibilidad de elegir entre dos. El ofrecimiento de elegir un plato en el menú
de un buen restaurante ofrece la posibilidad de agotar una entropía considerablemente
grande. ¿Prueba esto el mayor valor de la información obtenida de la segunda manera?
Al parecer toda
la información que entra en la conciencia del hombre se organiza en una jerarquía
determinada, y el cálculo de su cantidad tiene sentido únicamente en el interior de los
niveles, ya que sólo en estas condiciones se observa la homogeneidad de los factores
constitutivos. La cuestión de cómo se forman y se clasifican estas jerarquías de
valores pertenece a la tipología de la cultura y debe excluirse de la presente
exposición.
Por consiguiente,
al abordar los cálculos de la entropía de un texto artístico, se deben evitar las
confusiones:
a) de la
entropía del código del autor y del lector,
b) de la
entropía de los diferentes niveles del código.
El primero en
plantear el problema que nos interesa fue el académico A. N. Kolmogorov, cuyos méritos
en la creación de la moderna poética son excepcionalmente grandes. Una serie de ideas
apuntadas por A. N. Kolmogorov constituyó la base de los trabajos de sus alumnos y, en lo
fundamental, determinó la actual orientación de los estudios de lingüística
estadística en la poética soviética contemporánea.
Ante todo, la
escuela de A. N. Kolmogorov planteó y resolvió el problema de la definición
estrictamente formal de una serie de conceptos de partida de la ciencia del verso.
Seguidamente, apoyándose en un amplio material estadístico, se estudiaron las
probabilidades de aparición de determinadas figuras rítmicas en un texto no poético (no
artístico), así como las probabilidades de diversas variaciones dentro de los tipos
fundamentales de la métrica rusa. Puesto que estos cálculos métricos daban
invariablemente características dobles: de los fenómenos del substrato fundamental y de
las desviaciones del mismo (el sustrato de la norma lingüística general y el discurso
poético como caso individual; las normas estadísticas medias del yambo ruso y las
probabilidades de aparición de variedades aisladas, etc.), surgía la posibilidad de
valorar las posibilidades informacionales de una determinada variedad de discurso
poético. Con ello, a diferencia de la ciencia del verso de la década de los años 1920,
se planteaba el problema de la capacidad de contenido de las formas métricas y, al mismo
tiempo, se avanzaba hacia la medición de este contenido con los métodos de la teoría de
la información.
Esto,
naturalmente, condujo al problema de la entropía del lenguaje poético. A. N. Kolmogorov
llegó a la conclusión de que la entropía del lenguaje (H) se componía de dos
magnitudes: de una determinada capacidad semántica (h1) capacidad del
lenguaje en un texto de una extensión determinada de transmitir una cierta información
semántica y de la flexibilidad del lenguaje (h2), posibilidad de expresar un
mismo contenido con procedimientos equivalentes. Es precisamente h2, la fuente de
la información poética. Los lenguajes con h2 = 0, por ejemplo, los lenguajes
artificiales de la ciencia, que excluyen por principio la posibilidad de una sinonimia, no
pueden constituir material para la poesía. El discurso poético impone al texto una serie
de limitaciones en forma de un ritmo dado, de rimas, normas léxicas y estilísticas. Tras
medir qué parte de la capacidad portadora de información se emplea en estas limitaciones
(se designa con la letra b), A. N. Kolmogorov formuló una ley, según la cual la
creación poética es posible mientras la cantidad de información empleada en las
limitaciones no supere b<h2, la flexibilidad del texto. En un lenguaje con b ³ h2
la creación poética es imposible.
La aplicación
por parte de A. N. Kolmogorov de los métodos teórico-infor- macionales al estudio de los
textos poéticos hizo posible la medición exacta de la información artística. Es
preciso destacar aquí la extraordinaria prudencia del investigador, quien puso en guardia
reiteradamente contra el excesivo entusiasmo por los todavía bastante modestos resultados
del estudio matemático-estadístico, teórico-informacional y, en definitiva,
cibernético, de la poesía. La mayor parte de los ejemplos de modelización en las
máquinas de los procesos de creación artística, citados en las obras de cibernética,
nos sorprenden por su carácter primitivo (compilación de melodías con fragmentos de
cuatro o cinco notas tomados de unas decenas de conocidas melodías, etc.). En las
publicaciones no cibernéticas el análisis formal de la creación artística hace tiempo
que ha alcanzado un nivel elevado. La inclusión en estas investigaciones de las ideas de
la teoría de la información y de la cibernética puede ser de gran utilidad. Pero un
avance real en esta dirección exige una elevación esencial del nivel de los intereses y
de los conocimientos humanísticos entre los investigadores en cibernética.
La distinción
por parte de A. N. Kolmogorov de tres componentes fundamentales de la entropía del texto
artístico verbal la diversidad del contenido posible dentro de los límites de un
texto de una extensión dada (su agotamiento constituye la información lingüística
general), la diversidad de la diferente expresión de un mismo contenido (su agotamiento
constituye la información propiamente artística) y las limitaciones formales impuestas a
la flexibilidad del lenguaje las cuales reducen la entropía de segundo tipo es de
una importancia fundamental.
Sin embargo, el
estado actual de la poética estructural permite suponer que las relaciones entre estos
tres componentes son dialécticamente mucho más complejas. Ante todo, es preciso señalar
que la idea de la creación poética como elección de una de las posibles variantes de
exposición de un contenido dado, teniendo en cuenta unas determinadas reglas formales
restrictivas (y en esta idea se basan precisamente en la mayoría de los casos los modelos
cibernéticos del proceso creador) adolece de una cierta simplificación. Supongamos que
el poeta se vale para crear precisamente de este método. Lo cual, como es sabido, dista
de ser siempre así. Pero incluso en este caso, si para el creador del texto se agota la
entropía de la flexibilidad del lenguaje (h2), para el receptor las
cosas pueden presentarse de un modo muy diferente. La expresión se convierte para él en
contenido: percibe el texto poético no como uno de los posibles, sino como único e
imposible de repetir. El poeta sabe que podía escribir de otro modo; para el lector que
percibe el texto como artísticamente perfecto, no hay nada casual. Es propio del lector
considerar que no podía estar escrito de otro modo. La entropía h2, se
percibe como h1, como una ampliación de la esfera de aquello que se
puede decir en los límites de un texto de una extensión dada. El lector que siente la
necesidad de la poesía no ve en ésta un medio para decir en verso lo que se puede
comunicar en prosa, sino un procedimiento de exposición de una verdad particular que no
se puede construir al margen del texto poético. La entropía de la flexibilidad del
lenguaje se transforma en entropía de la diversidad de un contenido poético particular.
Y la fórmula H = h1 + h2 toma la forma de H = h1
+ h1 (la diversidad del contenido lingüístico general más el
contenido poético específico). Intentemos explicar qué significa esto.
Partiendo de que
el modelo de A. N. Kolmogorov no tiene como finalidad reproducir el proceso de creación
individual que, claro está, transcurre de un modo intuitivo y por múltiples vías
difícilmente definibles, sino que nos ofrece únicamente un esquema general de aquellas
reservas del lenguaje a costa de las cuales tiene lugar la creación de la información
poética, intentemos interpretar este modelo a la luz del hecho indiscutible de que la
estructura del texto, desde el punto de vista del remitente, difiere en su tipo del
enfoque que a este problema da el destinatario del mensaje artístico.
Así, pues,
supongamos que el escritor, al agotar la capacidad semántica del lenguaje, construye un
cierto pensamiento y, a expensas del agotamiento de la flexibilidad del lenguaje, elije
los sinónimos para su expresión. En este caso el escritor es realmente libre para
sustituir algunas palabras o partes del texto por otras semánticamente equivalentes.
Basta con echar una mirada a los borradores de muchos escritores para comprobar este
proceso de sustitución de algunas palabras por sus sinónimos. Sin embargo, al lector el
cuadro se le presenta de un modo distinto: el lector considera que el texto que se le
ofrece (si se trata de una obra de arte perfecta) es el único posible "no se
puede quitar ni una sola palabra de la canción". La sustitución de una
palabra en el texto no supone para él una variante del contenido, sino un contenido
nuevo. Si llevamos esta tendencia a un extremo ideal, podemos afirmar que para el lector
no existen sinónimos. En cambio, se amplía considerablemente para él la capacidad
semántica del lenguaje. Se puede decir en verso aquello que los no-versos no tienen
medios de expresar. La simple repetición de una palabra varias veces la convierte en
desigual a sí misma. De este modo, la flexibilidad del lenguaje (h2) se
transforma en una cierta capacidad complementaria de significado, creando una peculiar
entropía del "contenido poético". Pero el propio poeta es oyente de sus versos
y puede escribirlos guiado por la conciencia de lector. En este caso las posibles
variantes de texto dejan de ser equivalentes desde el punto de vista del contenido:
semantiza la fonología, la rima, las consonancias le sugieren la variante a elegir del
texto, el desarrollo del argumento cobra autonomía, como cree el autor, respecto a su
voluntad. Esto significa el triunfo del punto de vista del lector, quien percibe todos los
detalles del texto como portadores de significado. A su vez, el lector puede ponerse en el
lugar del "autor" (históricamente esto sucede con frecuencia en las culturas de
amplia difusión de la poesía en que el lector es igualmente poeta). Empieza a valorar el
virtuosismo y tiende a h1 ® h2 (es decir, a
percibir el contenido lingüístico general del texto únicamente como pretexto para
superar las dificultades poéticas).
Puede decirse
que, en un caso límite, cualquier palabra del lenguaje poético puede convertirse en
sinónimo de cualquiera. Si en el verso de Tsvetaieva "Allí no estás tú, y no
estás tú", "no estás tú" no es sinónimo, sino antónimo de su
repetición; en Voznesenski, empero, resultan sinónimos "spasivo" [gracias] y
"spasite" [salvad]. El poeta (como en general el artista) no se limita a
"describir" un episodio que aparece como uno de los muchos posibles argumentos
que en su totalidad constituyen el universo: el conjunto universal de temas y aspectos.
Este episodio se convierte para él en modelo de todo el universo, lo colma por su
unicidad, y, entonces, todos los posibles argumentos que el autor no eligió no son
relatos de otros rincones del mundo, sino modelos de ese mismo universo, es decir,
sinónimos argumentales del episodio realizado en el texto. La fórmula adquiere el
aspecto de H = h1 + h. Pero del mismo modo que
la "gramática del hablante" y la "gramática del oyente", divididas
en su esencia, coexisten realmente en la conciencia de todo portador del habla, así el
punto de vista del poeta penetra en el auditorio de lectores, y la conciencia del lector,
en la conciencia del poeta. Se podría incluso esbozar un esquema aproximado de los tipos
de actitud hacia la poesía en los que triunfa una u otra modificación de la fórmula
inicial.
En principio,
para el autor sólo son posibles dos posiciones (la suya y la de
lector o espectador). Puede afirmarse lo mismo del auditorio que
puede adoptar únicamente una de las dos actitudes, la suya o la del
autor. Por consiguiente, todas las situaciones posibles se pueden reducir a una
matriz de cuatro elementos.
Situación
núm. 1. El escritor se halla en la posición H = h2 + h2;
el lector, en H = h1 + h1. El
destinatario (lector o crítico) distingue en la obra el "contenido" y los
"procedimientos artísticos". Aprecia por encima de todo la información de tipo
no artístico contenida en el texto artístico. El escritor valora su propio trabajo como
artístico, mientras que el lector ve en él, ante todo, al publicista y juzga la obra por
la "tendencia" de la revista en que se publicó (cf. la acogida que tuvieron Padres
e hijos, de Turgueniev, al publicarse en Russki vestnik) o por la actitud
social manifestada por el escritor al margen del texto dado (cf. la actitud hacia la
poesía de Fet por parte de la juventud progresista de los años 1860 tras la aparición
de los artículos reaccionarios del escritor). Una manifestación clara de la situación
número 1 es la "crítica real", de Dobrobubov.
Situación
núm. 2. El escritor se halla en la posición H = h2 + h2;
el lector, en H = h2 + h2. Surge en
épocas de cultura artística refinada (por ejemplo, en el Renacimiento europeo, en
determinadas épocas de la cultura de Oriente). Amplia difusión de la poesía: casi todo
lector es poeta. Concursos y competiciones poéticas extendidas en la antigüedad y en
muchas culturas europeas y orientales del Medievo. En el lector se desarrolla el
"esteticismo".
Situación
núm. 3. El escritor se halla en la posición H = h1 + h1;
el lector, en H = h1 + h1. El escritor se
considera a sí mismo como un investigador de la naturaleza que ofrece al lector hechos en
una descripción verídica. Se desarrolla la "literatura del hecho", de los
"documentos vividos". El escritor tiende al ensayo. Lo "artístico" se
convierte en un epíteto peyorativo, equivalente a "arte de salón" y
"esteticismo".
Situación
núm. 4. El escritor se halla en la posición H = h1 + h1;
el lector, en H = h2 + h2. El escritor y
el lector han cambiado paradójicamente sus puestos. El escritor considera su obra como un
documento de la vida, como un relato de hechos reales, mientras que el lector tiende a la
percepción estética de la obra. Un caso extremo: las normas del arte se superponen sobre
las situaciones reales: las luchas de gladiadores en los circos romanos; Nerón juzgando
el incendio de Roma según las leyes de la tragedia teatral; Derzhavin haciendo ahorcar a
un partidario de Pugachov "por curiosidad poética". (Cf. la situación en I
Pagliacci, de Leoncavallo: el espectador percibe la tragedia real como teatral.) En
Pushkin:
La
fría muchedumbre contempla al poeta
Como
a un bufón de paso: si
Expresa
profundamente el penoso lamento del corazón,
Y el
verso nacido del dolor, agudo y melancólico,
Golpea
los corazones con fuerza inusitada,
La
muchedumbre aplaude y elogia, o, a veces,
Mueve
malévola la cabeza.
Todas las
situaciones descritas representan casos extremos y se perciben como violencia ejercida
sobre una norma, dada intuitivamente, de actitud del lector hacia la literatura. Para
nosotros su interés reside en que se hallan en la base misma de la dialéctica del
criterio de escritor y de lector acerca del texto literario que, a
través de los casos extremos, esclarece su naturaleza constructiva. Otra cosa es la
norma: los sistemas de escritor y de lector son diferentes, pero
todo el que domina la literatura como un cierto código cultural único reúne en su
conciencia estos dos enfoques distintos, del mismo modo que todo el que domina una lengua
natural combina en su conciencia las estructuras lingüísticas analizadoras y
sintetizadoras.
Pero un mismo
texto artístico, visto desde el punto de vista del remitente o del destinatario, aparece
como el resultado de la consumición de distinta entropía y, por consiguiente, como
portador de diferente información. Si no se toman en consideración las notables
modificaciones en la entropía de la lengua natural, relacionadas con la magnitud de b, en
tal caso la fórmula de la entropía del texto artístico se podrá expresar así:
H
= h1 + h2,
Donde
H = h1 + h1
y H = h2 + h2.