Indagaciones peruanas: El Legado Quechua                               

 

Raúl Porras Barrenechea

 

Huamán Poma, desterrado de Suntunto, estuvo, pues, durante veinte o treinta años dando la vuelta de noria a su provincia de Lucanas. Por las huellas dejadas en su libro se puede presumir que estuviese en Lima hacia 1600 ó 1601. Afirma el cronista que informó al Virrey don Luis de Velasco (1596-1604) sobre la falta de atención que los corregidores hacían para las demandas de los indios. "Y por el servicio lo informe al Señor Excmo don Luys de Velasco Bisorrey le puso de pena de cien pesos ensayados a cada corregidor para que las peticiones de los yndios lo hiciesen lo diesen y sobre ello proviesen justicia en este reyno" (518). La afirmación del cronista está confirmada en el capítulo VII de la Ordenanza de Corregidores de don Luis de Velasco de 31 de julio de 1601, donde se establece la dicha multa de cien pesos.21  El retrato del Virrey Velasco dibujado por el cronista (468) parece revelar conocimiento personal. No tiene uniformidad ficticia de rasgos que adjudica a otros virreyes y ofrece la peculiaridad de las gafas que no llevan los demás gobernantes y que pudo ser un apunte personal del cronista dibujante.

Cuando regresa a su pueblo, después de veinte o treinta años de vagabundeo por los pueblos vecinos, Huamán Poma encuentra todo cambiado. Han desaparecido sus amigos y discípulos y acaso el cura Diego Beltrán de Saravia que había defendido a los pobres y ayudádoles con su cristiandad y caridad durante treintaicinco años (731). Huamán Poma encuentra su tierra desierta y sus casas y sementeras ocupadas por otros indios intrusos. El indio aristócrata siente dolor y vergüenza al comprobar que habían hecho curaca principal de Santiago de Hipao a un indio tributario, Diego Suyca, y en San Cristóbal de Suntunto estaban por caciques don Gabriel Cacyamarca y don Francisco Usco, legítimos, pero enteramente subordinados al corregidor don Juan de León Flores y al padre Peralta. Su casa y solar estaban ocupadas por Pedro Colla Quispe y Esteban Atapillo y su sementera de Chinchaycocha repartida entre otros indios por orden de Diego Suyca. El pueblo se alborota al ver llegar a este anciano gemebundo y los indios pobres le acompañan a llorar. Huamán Poma estaba muy cansado y muy pobre y después de haber andado tantos años en el mundo "no tenía un grano de maíz" (1097).

La miseria no abate al altivo descendiente de los Yarovilcas. Este se presenta al corregidor y le reclama sus oficios y cargos de cacique principal y mayor de la provincia y le endereza la retahíla dudosa de sus títulos y honores: hijo de virreyes, nieto de incas, príncipe y excelentísimo señor. Juan de León Flores, el corregidor, escucha con tolerante curiosidad la cháchara del indio alucinado y declara que le honrará como a quien es y le dará un asiento adecuado a su rango. Pero no termina allí la locura o la cordura de Huamán Poma y, a renglón seguido, increpa al corregidor por qué obliga a los indios a tejer piezas de ropa en grandes cantidades en su pueblo, por qué explotaba a los pobres vendiéndoles en las pulperías y en otros rescates y por qué sacaba indios para los trajines del comercio y los transportes. Ante la incontinencia del apóstol indio, el corregidor depone sus buenas intenciones, elude devolverle sus casas y sementeras y le echa de la provincia. Huamán Poma protesta inútilmente, alegando ante el escribano las provisiones reales, pero, según un estribillo trágico "¡no hay remedio!" y el viajero valetudinario tiene que reemprender el viaje dirigiéndose por el camino de Huancavelica a Lima. Esto debió ocurrir hacia 1613. El cronista dice tener entonces como 80 años. No es edad de peregrinar, pero, aparte de que su cronología no es muy prolija, lleva en su alforja de viaje para presentarlo al Virrey el manuscrito de su Nueva Crónica y buen gobierno, que ha de ser enviado al Rey y ha de aliviar en el futuro la suerte de los indios. El ansia de redención le vuelve joven.

La relación del viaje de Huamán Poma de Huamanga a Lima, octogenario y echado de su pueblo por los opresores de éste y por sus propios hermanos de raza, ocupa las últimas páginas de su crónica. Iba por los ásperos caminos de la sierra con su bordón de caminante, acompañado únicamente por su hijo Francisco de Ayala, su caballo Guiado (?) y sus perros Amigo y Lautaro (grabado pág. 1095). Al salir de su pueblo, aún dentro de los linderos de la provincia de Lucanas, en el pueblo de Otoca le asaltaron los indios por orden del indio bajo Juan Capcha y le robaron quinientos pesos. Después de este robo –que no está bien aclarado si ocurrió en esta ocasión– continuó su marcha por el camino de Chocorvos y Huaytará donde vivía alguno de sus parientes y fue a prosternarse en el ingenio minero de Choclococha ante la imagen de Nuestra Señora de la Peña de Francia, que era su devoción infantil.22  Era una de las advocaciones de la Inmaculada Concepción ante la cual estaba acostumbrado a orar en su pueblo de San Cristóbal de Suntunto (819, 827, 908, 919, 1100, 1105 y 1109). Recorrió Castrovirreyna, San Cristóbal, el asiento de Sotomayor, y pasó a Jauja, Huancayo, Concepción y los pueblos del valle del Mantaro. El caballo iba por los pasos nevados de los Andes, aterido de frío, con un temblor semejante al de los indios azogados en Huancavelica. El peregrino vio las extorsiones de los encomenderos en Yauyos y Huarochirí, oyó contar las pesquisas implacables del visitador Avila, extirpador de idolatrías en el pueblo de San Felipe que arrebataba a los indios sus topos y adornos de oro para las fiestas, vio a los cargueros servir en los tambos de los Yauyos y del Chorrillo y siguió su camino tratando de enderezar entuertos. En su odisea terrestre halló españoles amigos y hostiles, caciques compasivos como el de Jauja, perdió dos mulas y sus perros, y se le escapó su hijo don Francisco de Ayala. Quedó solo y desamparado. Los pasantes, al verle vagar vacilante y aturdido por los caminos, miserable y anciano, casi ciego, preguntaban al indio que a quién servía. El respondía, cazurra y simbólicamente, que a don Cristóbal de la Cruz, con lo que quería decir que servía a Jesucristo. Y cuando le preguntaban quién era aquel señor, decía que era un minero muy rico y muy poderoso. Sirviendo a este enigmático señor, llegó por fin, acompañado de un pobre viajante encontrado en la ruta, a la Ciudad de los Reyes. No hallaron posada y durmieron la primera noche sin probar bocado en el zaguán de una casa limeña. Su aspecto desgarrado y miserable hacía que le echasen de los lugares a donde entraba, pero él tenía alguna plata, con la que alquiló al fin una casa por la que pagaba veinte reales cada mes y donde se fue a vivir con otros pobres. Al día siguiente de su llegada, fiel a su devoción juvenil, fue al templo de Santa Clara, recién levantado, en cuyo altar mayor estaba el corazón del santo arzobispo Toribio de Mogrovejo, velado por las monjas clarisas y en lo alto del cual le sonreía la imagen familiar de Nuestra Señora de la Peña de Francia que hasta hoy se conserva en el dicho sitio. Es el último acto conocido del cronista indio y devoto. En Lima termina su crónica en servicio de Dios y su Majestad hacia 1614 (1104 y 1128). No hay más noticias de él: probablemente murió en Lima en 1615 bajo el gobierno del Virrey Marqués de Montesclaros. "¡Y no hay remedio!".


II

La obra


El manuscrito de la crónica consta de 1179 páginas y se halla dividido en dos partes perfectamente distintas e independientes: la primera parte a la que conviene el título de Nueva Crónica y la segunda que es el Buen Gobierno. La primera parte tiene 435 páginas y la segunda 740. La primera es la Historia antigua "de nuestros antepasados aguelos y mis padres y señores que fueron antes del inga". El cronista acentúa, desde la portada de su obra, su atención para la época anterior a los Incas: "me determine de escrivir la historia de los primeros reyes y señores y capitanes nuestros aguelos y des (sic) prencipales y vida de indios y sus generaciones y desendencia desde el primero yndio llamado uari uiracocha...". La segunda parte es la descripción de la vida principal bajo el régimen español denunciando sus vicios y abusos, la explotación del indio por las demás clases sociales y proponiendo las reformas necesarias a su juicio. Es a la vez alegato y memorial, sátira disimulada entre alabanzas y jaculatorias, sorna cazurra de los dibujos, proyectismo ingenuo, alabanza servil de indio mediatizado y a veces grito herido y franco de dolor y protesta. La primera parte tiene interés para la arqueología y el folklore prehispánicos, la segunda para la historia social de la Colonia.


La época preincaica

El plan de la primera parte es simple y revela la falta de criterio constructivo del indio semi-culto. Huamán Poma concibe su obra como los edificadores de muros incaicos: por pequeños fragmentos adosados unos a otros, sin mezcla ni trabazón interna. El texto de cada página, generalmente referente al dibujo fronterizo o del reverso, es independiente del de la página anterior y de la posterior o simple eslabón de una serie de párrafos completos en sí mismos y con vida celular. No hay pues una narración continua, sino una serie de trozos y sobre todo de leyendas o explicaciones de los dibujos. La historia está subordinada a éstos y no los dibujos en función o ilustración de la historia. En lugar de una historia de los Incas tenemos una serie de biografías y apuntes sumarios sobre leyes, fiestas, oraciones, bailes, oficios o cargos de la administración incaica, siempre dosificados dentro del marco constreñido de una página. Es el método de la albañilería incaica trasladado a la crónica.

La narración histórica comienza, como otras crónicas indias y eclesiásticas, con la creación del mundo y los principales episodios bíblicos: Adán y Eva, el Arca de Noé, el sacrifico de Abraham, la historia de David hasta el nacimiento de Cristo. Luego una mixtura confusa de historia romana y española, y la lista o más bien batahola de todos los pontífices hasta llegar a la época del descubrimiento del Perú.

La contribución original de Huamán Poma se halla, principalmente, en sus noticias, probablemente de remotísima tradición oral, sobre las primeras edades del Perú. El mundo fue creado para Huamán Poma 6613 años antes de Cristo. El hombre aparece en América el año 5000. Los primeros hombres fueron los Huari huiracocha runa o Pacarimoc. La segunda época es la de los Huari runa. La tercera de los Purun runa y la cuarta de los Auca runa. Huamán Poma nos da la cronología exacta que no se puede tomar en serio de cada una de estas etapas y los caracteres de los hombres que en ella vivieron, con alguna intuición sociológica. En la primera época los hombres vivían desnudos, como bestias, en cuevas y peñascos hasta que llegaron los Huari huiracocha runa que usaban vestidos y habían descubierto el arado o taclla para cultivar la tierra y tenían "una sombrilla de conocimiento del dios creador". La segunda generación o sea la de los Huari runa duró 1300 años y en ellos desarrollaron los procedimientos agrícolas formando andenes y construyendo acequias. Vestían de cueros de animales y vivían en unas casitas que parecían hornos, "que ellos les llaman pucullo". Estos hombres adoraban al dios creador Ticze-caylla-huiracocha y le dirigían preces, semejantes a las que Santa Cruz Pachacútec recoge como provenientes de la época incaica. La tercera generación de los Purun runa, que dura 1100 años, aprende el arte de tejer ropas de avasca y de cumbe, domestica a los animales y ensaya la fundición de los metales. La tierra es dividida y cercada, se eligen capitanes, se dictan leyes y se construyen casas de piedra. La cuarta edad o generación de los Auca runa dura 2100 años. Los Auca runas son guerreros, luchan unos contra otros hasta que los valles se despueblan y los pueblos se construyen en lo alto de los cerros y peñas que se convierten en fortalezas o pucaras. Se inventan las armas de guerra, los robos y depredaciones de tierras y mujeres y los caudillos toman nombre de leones y tigres, zorros, buitres y gavilanes. En ella florece la dinastía de los Pomas (leones) y de los Huamanes (halcones) de los que desciende el cronista. De esta guerra sale triunfante la dinastía de los Yarovilcas que se establece en Allauca Huánuco y domina el Chinchaysuyo, el Ande-suyo, el Colla-suyo y el Conde-suyo. Para Huamán Poma la unidad imperial, que la tradición más común atribuyó a los señores del Cuzco, se realizó siglos antes por los Yarovilcas de Huánuco. Estos fueron también los creadores de la organización decimal y de la asistencia social atribuida a los Incas. Fue una época de vida idílica mucho más dichosa que la que Garcilaso atribuye al Incario. En esta época arcádica no había adúlteras ni ladrones, no había codiciosos porque no había oro, "ni avia luxuria embienes avaricia gula sobervia yra acidia pereza y no había deudas ni mentiras". Para completar el cuadro paradisíaco los elementos y fuerzas naturales colaboran, pues tampoco había "pistelencia ni hambre ni matanza ni sequedad de agua porque llovía mucho y abia bondancia de comida y multiplico de ganado y mucho multiplico de indios". La leyenda de una edad de oro se traslada así, por obra de la imaginación de Huamán Poma, del Incario a la remotísima época de los Yarovilcas. La exaltación de la bondad incomparable de aquella lejana era, en que no había tributos ni trabajos forzados, es, en el fondo, una cazurra burla del indio yarovilca contra Incas y españoles.

Huamán Poma llega hasta consignar la lista de los monarcas de cada una de estas épocas, dándonos los nombres de cuarenticinco soberanos de la dinastía de los Yarovilca. He aquí repetida la audacia retrospectiva del clérigo Montesinos, con sus 96 Incas anteriores a Manco Cápac. Como en el caso de Montesinos, podría admitirse que sea, también en parte, obscura tradición popular, sobre épocas más recientes, trascordadas por el cronista con su habitual confusionismo. La transgresión está patente en la adjudicación de muchos usos e instituciones incaicas a los primitivos habitantes del Perú que vivían en plena behetría, según la historia más consciente de Cieza y Garcilaso.

El notable arqueólogo peruano, don Julio C. Tello, ha dedicado un ensayo de interpretación a esta primera parte de la obra de Huamán Poma, deduciendo de ella las diversas edades arqueológicas del Perú.

La historia incaica

Huamán Poma no emprende una historia narrativa del Incario. Dentro de su plan fragmentario, aborda la historia narrativa de los Incas trazando, primero, la biografía de cada uno de los monarcas, de cada una de las coyas y de los grandes capitanes. Su versión de la historia incaica es, no sólo por razón de plan, sino también por falta de disposición simpatizante, incompleta y superficial. Falta, sobre todo, la evolución gradual del imperio y la asimilación lenta y tenaz de los pueblos sometidos. No se percibe, a través de la biografía sumaria de cada Inca, la creciente grandeza del Tahuantinsuyo, las luchas y rivalidades con las tribus vecinas y los avances y retrocesos hasta el reinado expansionista de los últimos Incas. En la crónica de Huamán Poma no se siente, siquiera, el formidable peligro de la invasión de los Chancas hasta las puertas mismas del Cuzco. Y esto proviene de la estrechez de la página correspondiente a cada Inca, que constriñe al cronista a conceder el mismo espacio al reinado de Incas insignificantes, como al de los grandes conquistadores Pachacútec o Túpac Yupanqui.

Se ha dicho que la voz de Huamán Poma se alza para defender a los Incas de la acusación de tiranía que les hicieron las Informaciones de Toledo y de algunos cronistas españoles. La lectura de la Nueva Crónica produce una impresión diversa. La voz del cronista yarovilca parece más bien sumarse, en representación de los pueblos del Chinchaysuyo, vencidos y oprimidos por los Incas, a las más graves acusaciones dirigidas por los cronistas toledanos contra el Incario, y aún sobrepasarlas.

Para el criterio de Huamán Poma los Incas, como los españoles, son unos advenedizos y los verdaderos señores de la tierra son los antiguos pobladores Auquiconas y Ñustaconas. "Inga no quiere decir rey cino que Inga ay gente vaja como chilque, Inga, ollero, quilliscachi, equeco, Inga, lleva chismes y mentiras" (118). Y agrega con su característica manía de repetición: "no es señor, ni rey, ni duque, ni conde, ni marqués, ni cavalleros ingas sino son gente vaja inga y pecheros" (118). Huamán Poma acusa sobre todo a los Incas de haber rebajado la espiritualidad de los antiguos pobladores yarovilcas que tenían una "sonbrilla del dios creador" y haberlos convertido a la más baja idolatría. "No siguieron –dice– la ley antigua de conocer al señor y creador dios hazedor de los hombres y del mundo que es lo que llamaron los indios antiguos Pachacmac Dios runa hurac".

La aversión incanista de Huamán Poma se manifiesta, principalmente, contra la figura más venerada de los Incas, contra el fundador semidivino del imperio o sea el Inca Manco Cápac. Le trata como un advenedizo, dice que fue hijo de una bruja de los Andes, Mama Huaco, que "se echava con los hombres que ella quería" y que no tuvo padre conocido y que no fue del linaje de Huari huiracocha runa. Le achacaba ser el introductor de la idolatría, con la mentira de llamarse hijo del sol y de la luna, y escribe, despreciativamente: "no tuvo pueblo ni tierra ni chacra ni fortaleza ni casta ni parientes antiguallas pacarimoc".

El cronista indio colabora con los más acres cronistas toledanos, no sólo en la afirmación de la tiranía de los Incas y de los rudos usos guerreros y en la existencia de los sacrificios humanos, sino que agrega otros hábitos bárbaros que parangonan las costumbres de los Incas con las de los antiguos imperios orientales. De Túpac Inca Yupanqui dice que "por una mentira lo mandaba matar" a cualquier indio (111). De Huayna Cápac que mandó matar a dos de sus hermanos. De Topa Amaru, Capitán del Inca, que conquistaba y mataba "y sacaba ojos a sus enemigos" y reproduce, en un grabado, la forma brutal en que se hacía esto por medio de unas pinzas (147 y 148). De los capitanes Apomaytac y Vilcac Inga que "hizo una destrucción y mató muy mucha gente y destruyó" (152). De Auqui Topac Inga Yupanqui, hijo de Cápac Yupanqui, dice que "a sus enemigos cortaba las cavesas para lo presentar a su padre Cápac Yupanqui" (154). De Apo Camac Inga que "mató cien mil chilenos" (158).

Huamán Poma confirma lo dicho por muchos cronistas españoles sobre las costumbres de los Incas de hacer tambores humanos de los pellejos de sus enemigos y vasos macabros de las cabezas de aquellos. Huamán Poma nos dice que se llamaba runa tinya a esos tambores y que cuando Rumiñahui mató a Illescas "del pellejo hizo tambor y de la cavesa hizo mate de vever chicha y de los guesos antara y de los dientes y muelas quiro guallca" (164). El dibujante se confabula con el escritor, como hubiera dicho Markham, para descubrir la ferocidad de la escena en que aparece el cuerpo de Quilliscachi colgado de un árbol mientras su bárbaro enemigo le abre las entrañas con un cuchillo (163).

Un testimonio de la más directa autenticidad, agrega Huamán Poma, para atestiguar la costumbre de los tambores y es la canción popular siguiente:

El cráneo del traidor beberemos en él
llevaremos sus dientes como collar
de sus huesos haremos flautas
de su piel haremos un tambor
entonces bailaremos (314).

No se trata ya de cronistas españoles, estipendiados por el Virrey Toledo, para probar la crueldad de los Incas, sino del más auténtico vocero indio y violento detractor de la conquista española, ¡tan semejante a la conquista incaica en la dureza como en el empeño civilizador!

No es menos cruda la versión de Huamán Poma de Ayala sobre los sacrificios humanos entre los Incas. El indio yarovilca confirma las noticias de Sarmiento de Gamboa y de Cristóbal de Molina. En el mes de junio, dice, hacían el "sacrificio llamado capacocha que aterravan a los niños ynocentes, quinientos".

La obra de Huamán Poma, contiene, también, después de la historia de los Incas, coyas y capitanes, una colección de las leyes y ordenanzas incaicas. Estas leyes ponen de relieve la organización aristocrática del Imperio Incaico, la desigualdad social y la condición de cosas en que se hallaban ciertos seres humanos como los niños ofrecidos para los sacrificios, los mitimaes y las mujeres repartidas por el Inca a sus servidores. las leyes fijaban también las obligaciones civiles y familiares, reglamentaban el matrimonio, la herencia y las relaciones entre los miembros del ayllu. Huamán Poma se ocupa también de la división del trabajo, enumerando, del mismo modo que Ondegardo y Santillán, los grupos de trabajadores en que se subdividía el Imperio, según las edades de los individuos, ya fuesen hombres o mujeres. Por último, señala el cronista las principales disposiciones en materia penal, los delitos y las penas y los funcionarios encargados de ejecutarlos. Varallanos, en su estudio sobre el derecho inca, ha hecho notar la drasticidad de la ley penal en la que abundan las penas de muerte y las corporales. Señala entre ellas la decapitación, el descuartizamiento, despeñamiento, asfixia, emparedamiento, hoguera, muerte por tormento, arrastrar, colgar de los cabellos, pisar o entregar a los animales feroces. No obstante su extensión, las anotaciones de Huamán Poma sobre las leyes y las instituciones incaicas son suficientes. El cuadro jurídico y administrativo del Imperio está trazado con más solvencia de información y de juicio en otros cronistas. Actúan siempre en contra del cronista indio el fragmentarismo e incoherencia de sus apuntes y sus lagunas mentales. Al hacer el comentario de sus aportaciones jurídicas en un valioso ensayo, José Varallanos ha tenido que suplir los vacíos e incorreciones de Huamán Poma con las noticias más orgánicas y certeras de Cieza, Santillán, Garcilaso y Cobo.

La parte más sustantiva e interesante de la obra de Huamán Poma es seguramente la que se refiere a las fiestas incaicas. El cronista nos refiere, mes por mes, las fiestas y canciones –aravis, hayllis y taquis– de los indios de las diversas regiones del Perú. Recoge, en quechua o en aymara y en otros dialectos, los textos mismos de las canciones indígenas y nos describe los instrumentos musicales con las que las acompañaban. Están allí las canciones de la siembra y de la cosecha, el aymoray cuando se llevaba el maíz a los trojes, los cantos de los pastores o llamamiches y los cantos regionales de los collasuyos, los condesuyos y los bárbaros andesuyos.

Las primera parte de la crónica contiene, aún en el desorden y cháchara repeticionista del indio viejo, noticias folklóricas de gran interés sobre los ídolos y los huacas, los sacrificios y los ritos, los hechiceros, las abusiones, las procesiones, el ayuno, los entierros y otras costumbres incaicas. Es en este sentido una cantera magnífica. El doctor Lastres ha relievado en un jugoso ensayo, las noticias del cronista indio en materia de prácticas curativas, hechicerías y costumbres medicinales. Huamán Poma repite a menudo noticias recogidas por otros cronistas, sin método ni plan, pero aportando a cada paso contribuciones frescas y originales extraídas directamente del fondo popular de la tradición incaica. Su contribución al folklore andino es inapreciable.

La provincia que vio Huamán Poma

La segunda parte de la obra de Huamán Poma es la que se titula Buen Gobierno y está destinada a analizar y censurar la realidad social y política de la época en que le tocó vivir al cronista. Intérprete de la lengua quechua y procurador de pleitos de indios, Huamán Poma escribe, más que una crónica una serie de memoriales y proyectos dirigidos al rey y a las autoridades coloniales, en los que se mezclan quejas y protestas justísimas por los abusos de algunos funcionarios provinciales, sátiras embozadas contra algunos de ellos, digresiones y repeticiones constantes de los mismos hechos y opiniones, jaculatorias religiosas y protestas de adhesión al régimen español, mezclados con planes de reforma de un proyectismo ingenuo y casi infantil.

Las principales diatribas de Huamán Poma están dirigidas contra la tríada provincial que representan el corregidor, el cura doctrinero y el cacique indio, con su cortejo de "mandones" y de "mandoncillos". Sarcásticamente compara a los diversos personajes provinciales con los animales de la fauna local. Los corregidores, dice, con gracia de fabulero, se parecen a las sierpes porque aprietan a los indios con sus trabajos, los encomenderos por su arrogancia semejan leones, los curas doctrineros son como zorras mañosas, el escribano es el gato cazador y los caciques indios, dice, son ratones peores que todos estos animales porque no cesan de roer a los indios ni de día ni de noche.

Corregidores, encomenderos, padres doctrinantes, caciques principales, mandones y mandoncillos indios, jefes decimales de grupos a la manera incaica y hasta los mestizos, negros y mulatos explotan, vejan y maltratan al indio. El sistema opresivo contraría no sólo las leyes y los propósitos humanos de la colonización, sino que produce la disminución de la raza indígena y la despoblación de las ciudades y villorios andinos. Los indios huyen a las punas y las soledades agrestes para librarse de las extorsiones y abusos de los funcionarios de la ciudad. Es el lamento más constante en la pluma de Huamán Poma: "se acaban los indios, se despueblan las villas, todos paren ya mestizos y cholos" (446). Pero no es un grito aislado del cronista indio. Es también la opinión de los virreyes contemporáneos don García Hurtado de Mendoza y don Luis de Velasco que coinciden casi literalmente en sus expresiones con Huamán Poma. "Los indios –dice el Virrey Mendoza– están pobres y oprimidos a causa de los servicios personales y mucho tributo que pagan". Y agrega, con una expresión que deja pálidas las protestas de Huamán Poma, "son la gente mas miserable encoxida y oprimida que debe de haber en el mundo". Y el Virrey Velasco, defendiendo la conservacion de los indios "de quien todo pende" expresa que "por evadirse los indios de este Reyno de los trabajos y vexaciones que padecen en sus pueblos, se esconden y ocultan en chácaras, montes y quebradas... y se vuelven a sus ydolatrias y biben como salvajes". Es lo mismo que apunta Huamán Poma: "no quieren servir a dios ni a su magestad y se ausentan y están en las punas estancias y chacaras y huaycos metidos y anci no se confiesan ni viene a la doctrina ni a misa ni le conosen el padre ni el corregidor ni cacique principal ni obedese a sus alcaldes y caciques pincipales y comen carne cruda y vuelven a su antigua ydulatria ni quieren servir a su magesta".

La vida provincial descrita por Huamán Poma es de escarnio permanente para el indio. Este debe pagar el tributo al corregidor o al encomendero, labrar los campos, servir de carguero en los trajines comerciales, trabajar en las misas y ciudades, tejer en los obrajes y sufrir todos los caprichos y abusos de los encomenderos y corregidores.

Huamán Poma protesta no sólo de la depresiva condición del indio sino que defiende su libertad y su dominio sobre la tierra de sus antepasados. Sostiene que ésta le pertenece desde los tiempos de Huari huiracocha runa en que los indios primitivos desbrozaron las tierras y echaron las piedras que las cubrían. Con orgullo de señor feudal dice refiriéndose a las tierras que él tenía en el campo de Chupas que eran suyas y de sus antepasados "desde que dios fundó la tierra". El dominio de los Incas es para él tan advenedizo e ilegítimo como el de los españoles, aunque por razón de conveniencia sostiene que el Rey de España es el heredero legítimo de los Incas del Perú. "¿Quién es el Inga sino el Rey Católico?", exclama (193). Pero el vasallaje no significa esclavitud. Huamán Poma protesta sobre todo del tributo cobrado a los indios principales porque esto los reduce a la condición de pecheros (897). "Que no diga tributo –reclama varias veces– cino pecheros i dezir tributos es decir esclavo" (457).

El cobro del tributo era la señal y el punto de partida para todas las extorsiones. El tributo se pagaba primitivamente en especies según las provisiones de Vaca de Castro y de la Gasca, hasta que el Virrey Toledo ordenó pagarlo también en moneda, y tasarlo por los visitadores. Pero las exacciones continuaron, no obstante las ordenanzas, por la exigencia del servicio personal de los indios para ciertas tareas como las minas, los obrajes, los trajines comerciales y el servicio de las ciudades y de los encomenderos. El corregidor exigía al indio el pago del tributo en especies y en servicios y le obligaba a hacerle continuos "camaricos" o presentes; el padre doctrinante exigía a su grey parte de los frutos de la tierra, hacía hilar a las indias en su provecho o reunía a las doncellas "con color de la doctrina" en la cocina. El encomendero se hacía llevar en andas como los ingas, mandaba hacer sogas y costales, exigía carneros, papas, huevos y conejos y ejercía el derecho de pernada entre las indias "desvirgando a las doncellas y forzando a las casadas" (533). La explotación se remataba en las bajas esferas por la colaboración de los caciques principales y demás indios mandoncillos coludidos con el corregidor y el encomendero para esquilmar la última gota de sudor del indio.

Con los apuntes dispersos, e insistentes hasta la saciedad, de Huamán Poma se puede rehacer el cuadro de la administración provincial española en la época colonial y el de las diversas escalas sociales que lo integraban. Una rápida comparación entre los datos del cronista y los contenidos en otros documentos oficiales de la época basta para acreditar la veracidad y realismo de sus acusaciones.

En el peldaño superior de la vida provincial estaban los españoles, cuyo representante máximo era el corregidor, delegado del Rey con poderes ejecutivos, judiciales y hasta legislativos. El corregidor ejecutaba las órdenes reales, cobraba las rentas de la corona, fijaba los precios de los comestibles e intervenía en la vida privada de los vecinos para vigilar las buenas costumbres. El exceso de autoridad y el aislamiento de los pueblos andinos, fueron las causas principales de los abusos de los corregidores. El Virrey Velasco señalaba ya esta causa en 1596, diciendo que los excesos de estos funcionarios eran mayores que los de la Nueva España, por ser la tierra menos poblada "y las provincias della son tan distantes una de otras y los pueblos de los yndios tan divididos y apartados entre sí". Don García Hurtado de Mendoza se quejaba también al Rey de la imposibilidad de vigilar las provincias porque los corregidores "suélense concertar ellos y los doctrineros y caciques y en haciendo esto es imposible saber como proceden". El Príncipe de Esquilache apuntaba en su memoria: "El brazo del Virrey no es poderoso contra la negligencia y mala administarción de los corregidores". La tiranía de los corregidores creció con la irresponsabilidad y el aislamiento. La residencia del cargo era tomada al corregidor saliente por el sucesor, lo que los volvía generalmente solidarios. El corregidor debía ganar de dos mil a tres mil pesos del corregimiento a costa de los indios (437). El corregidor se coludía, desde su llegada, con el encomendero, con el fraile, con el cacique principal y el escribano. La primera extorsión era el cobro del tributo, el que se exigía cobrando mayor número de especies de las que estaban tasadas, obligando a los indios a que sus hijas y mujeres hilasen y tejiesen la ropa del corregidor y su séquito, y exigiendo constantemente a los indios pobres, carneros, charqui, lana, maíz, papas, cuando no gallinas y perdices (555). Los corregidores cometieron tantos atropellos que hubo necesidad de imponer castigos y reprimendas constantes y dictar ordenanzas restringiendo sus atribuciones y señalando sus responsabilidades. Así, el Virrey Mendoza ordenó repartir las rentas de los bienes de Alonso de Hinojosa entre los indios de Parinacochas "en restitución de los servicios personales y excesivos servicios que exigió a los indios" (Noticias Cronológicas del Cuzco, 242). Los virreyes Hurtado de Mendoza y Velasco dictaron también severas disposiciones. El primero promulgó sus Ordenanzas sobre Corregidores de 21 de julio de 1594 y el segundo, la Ordenanza de Corregidores de 31 de julio de 1601. Huamán Poma se suma, humorísti-camente, al propósito de los Virreyes y pide que los corregidores no duren cinco años sino que el corregidor bueno esté "un año no más", el malo "que no esté un día" (500). Todas las disposiciones fueron inútiles. El Duque de la Palata decía a fines del siglo XVII estas palabras: "Hay que tener por buenos a los que no son verdaderamente inicuos. Son como las langostas en Castilla y por doquier que vayan consumen todo y hechan a perder la tierra". La formidable insurreción india de Túpac Amaru, también contra la vesanía de los corregidores, recogió en 1780 la queja provisora de Huamán Poma.

A la sombra del corregidor medran naturalmente otros españoles. El más odiado por su altanería y sus exigencias es el encomendero. Este exige yanacones, labradores, caballerizos, pastores de ganado, hortelanos, chinaconas y muchachos yanacones para sus trapiches, estancias e ingenios y les hace trabajar sin pagarles el salario. Huamán Poma tiene con ellos un resentimiento especial: el de su promiscuidad con las mujeres de su raza. Protesta indignado de los atropellos sexuales de los encomenderos y clama repetidas veces porque "todas las mujeres se van tras de los españoles" (1018). En este punto es cuando cobra más vigor el anti-hispanismo del indio septuagenario. Los españoles, dice en pleno delirio mancista, han venido a corromper las costumbres de los indios que eran mucho más puras en la época de los Incas y sobre todo en la de Huari huiracocha runa. "Los dichos españoles les enseñan los dichos yndios de este rreyno malos costumbres" (61). Abomina de la codicia del español que "se dejaría matar por medio real" y declara "parezeme a mi cristiano todos vosotros condenays al infierno" (367). Entre tanto llega el castigo divino, Huamán Poma se conforma con el alejamiento terreno. Los españoles dice son mitimaes de Castilla y deben irse a su tierra: "el español a España y el negro a Guinea" (915). Es la negación más absoluta de la trilogía racial peruana.

La crítica de Huamán Poma se encona también particularmente contra los curas doctrinantes, aunque reconozca el buen ejemplo de algunos. Insiste el cronista indio en los abusos de los curas al exigir a los indios tributos graciosos y víveres para su sustento y el de los visitadores, pero incide sobre todo, constantemente, en la nota de lujuria y de incontinencia erótica de los doctrinantes. Estos eran de dos clases: clérigos y frailes destacados de sus conventos por las diversas congregaciones, distinguiéndose éstos, principalmente, fuera de la vigilancia conventual, por su conducta poco arreglada. De la doctrina dice el Virrey Montesclaros "se van todos tan desenfrenadamente que la más ruin doctrina vale mas el día de oy que ningún repartimiento" y agregaba "tienen en las doctrinas carceles y cepos para los yndios y tratan y contratan con ellos muy en su perjuicio". Diversas cédulas reales y cartas y sentencias de los virreyes condenan estos vicios y abusos de los doctrineros y les hacen cargo "por su poca caridad y mucha codicia". Huamán Poma denuncia los hechos más escandalosos en algún grabado de la más burda obscenidad en el que un fraile con su acólito alumbran con una vela las "verguenzas" de una mujer india y cuando refiere que el fraile mercedario Morúa intentó arrebatarle su mujer al propio Huamán Poma en el pueblo de Yanaca. De esta crítica mordaz del cronista sólo exime a los franciscanos, a los jesuitas y a los ermitaños de San Pedro. De los primeros dice: "los dichos reverendos padres todos ellos son sanctos y cristianos... jamás se ha oído pleitos ni quexas de los bienaventurados frayles y confesarse con ellos es gloria". De los padres de la Compañía apunta: "son sancticimos", "ama y quiere la pobreza", "no tiene soberbia ni quiere hacienda ajena", y "son grandes letrados y predicadores". Huamán Poma coincide en este juicio con el Virrey Montesclaros quien también exceptúa de sus juicios condenatorios a franciscanos y jesuitas.

Debajo del español están los criollos, mestizos y castas intermedias y por último los indios. El criollo tiene la misma soberbia del español aunque le falten algunas letras y virtudes para igualar a sus padres. El medio y su condición social indefinida les imprimen cierta indolencia y tendencia a la haraganería. Pero apunta en ellos un espíritu de independencia y de amor a la tierra que es ya una semilla de patriotismo. El propio Virrey don García Hurtado de Mendoza, por haber vivido en su juventud en las Indias escribía al Rey: "me tenían por padre de la patria y medio criollo". El criollo y la patria nacen juntos. El Virrey Mendoza temía ya en 1593 a las ciudades que estaban llenas de mestizos y criollos. Y decía: "la gente se va arraigando en la tierra y los naturales de ella creciendo y no solamente son hijos de los que allá vinieron pero ay nietos y bisnietos dellos". El instinto político del segundo marqués de Cañete, y acaso su sentimiento criollo, llegaron hasta aconsejar al Rey que incluyese a este nuevo Perú de los criollos en la Convocatoria a cortes de los reinos de Castilla, anticipándose en dos siglos al Conde de Aranda. Huamán Poma a diferencia de Garcilaso no puede ocultar su antipatía a los criollos. "Son peores que mestizos y mulatos y negros...son brabicisimos y soberbiosos... y de ello no se a aparecido servicio a dios de su magestad" (539). Su posición frente a ellos es de burlona malquerencia. Los ridiculiza diciendo que se crían con la leche de las indias y las negras y parodia los diálogos familiares entre los padres sobre el destino de sus hijos: "Bueno que Aloncito sea frayle agustino y Martinillo dominico, Gonzalico mercenario" (536).

El odio capital de Huamán Poma es, sin embargo, para los mestizos, cholos, mulatos y sambahigos. Su resentimiento proviene, principalmente, de sus rígidas ideas racistas y aristocráticas, como veremos en seguida. Pero, también, de los abusos que los mestizos y mulatos cometían entonces en los pueblos y del desprecio con que estas clases intermedias trataban a los indios. "Cada uno de estos mulatos y mestizos –decía el Virrey Marqués de Montesclaros– es rayo contra los indios".

El régimen legal y la situación social de los mestizos eran indecisos, hasta que el número creciente de ellos y las capacidades y virtudes demostradas por algunos, obligaron a legalizar su situación social. El Arzobispo Mogrovejo se había negado hasta 1591 a ordenar mestizos para sacerdotes, pero, por cédula real dictada en El Pardo a 2 de noviembre de 1591, se ordenó que los mestizos fuesen habilitados para cualquier oficio. El Virrey García Hurtado de Mendoza anotaba, en 1593, que los mestizos eran en su mayoría "gente pobre y de poca consideración". Huamán Poma pide que sean excluidos de todos los derechos, como razas impuras y sólo los encuentra aptos para el presidio. "Mestizo, mulato buena señal para galeras" (535). Mientras Garcilaso declara sentirse orgulloso de sus dos razas y se llama mestizo a "boca llena", Huamán Poma restalla toda su ira contra los "mestillos y mesticillos" con que las indias, de mal nombre, infestan el nuevo mundo.

Huamán Poma tiene tan mala idea de los corregidores españoles como de los caciques indios. De donde se ve, como en su frase favorita, que el mal no tiene remedio. Para el indio legitimista hay dos clases de caciques: los de casta y los improvisados, indios tributarios usurpadores de esa jerarquía. Los únicos con derecho a gobernar son los caciques de casta, a quienes "dios les puso" (762) y cuyos derechos provienen desde Adán, Noé y Huari huiracocha runa. El cacique de casta es de ánimo leal y noble y lleva en la sangre el servicio de Dios. Los que no son de casta sólo sirven para vender a sus prójimos, al corregidor, al padre doctrinante y al encomendero. Estos caciques son los cómplices mayores del corregidor. Ellos le dan indios para sus trajines y rescates, para hacer ropa de cumbe y abasca y son los que organizan las derramas extraordinarias entre los indios para agasajar al juez o al visitador y comer todos a costa de los pobres. Los caciques, en su mayoría indios bajos, advenedizos que se han apoderado de los puestos que correspondían a los señores "de casta y sangre" y "cobran la tasa demasiadamente y se la beben y juegan y lo gastan". Son todos borrachos y coqueros, "todo lo hurta para emborracharse", cobra a los viejos y a los enfermos "y estando borracho se vuelve a su antigua ley" (774). Como sus únicas ocupaciones son las de hacer traer botijas de chicha y beberlas y mascar coca, todos los caciques son "tramposos, mentirosos y haraganes y se engañan a jugar con naipes y dados". El cacique, estupidizado por la coca, la "come de dia y de noche y estando dormiendo la come" (774). El Virrey Velasco decía de los caciques que algunos eran incapaces y otros inútiles y que otros gobernaban mal y con tiranía "a imitación de sus antepasados de quien se les viene como herencia". Diversas órdenes reales y ordenanzas de los virreyes trataron de cortar el lujo de los caciques mandando que no se vistiesen de seda, con recamados y holandas y que no usasen terciopelos ni caireles.

Los indios se tornaron viciosos con la conquista española, según Huamán Poma. En la época de los Incas, "aunque era barbaro el inga tenia muy gran justicia y castigo exemplo y así jamas avia borracha ni golosa y asi no ubo adultera ni luxuriosa mujer y a esta luego le matava en este rreyno". Los indios eran no sólo castos sino obedientes durante la época del Inca, "tenía tanta ubedencia como los frayles franciscanos y los reverendos padres de la compañia de jesús". Pero los españoles les enseñaron a ser lujuriosos y rebeldes. Después de la conquista todos los indios son borrachos y coqueros. Sus fiestas sólo son para beber y entregarse a los placeres livianos. "Idulatran y fornican a sus ermanas y a sus madres, las mugeres casadas y las mugeres estando borrachas andan salidas ayllas propias buscan a los hombres no mira si es su padre u ermano" (863). La conquista ha vuelto también a los indios perezosos, bachilleres y amigos de pleitos y cambalaches (869). Ni las indias se salvan de la admonición del cronista porque dice "son embusteras y rrevoltosas, enemigo mortal de los hombres y falso testimonieras y lloronas y pobres mugeres solo para dalle limosna a ellas es bueno" (855). Los indios tienen, sin embargo, facilidad para aprender todos los artificios y beneficios, son buenos cantores y músicos, organistas, flautistas, tocadores de vihuela, pintores, talladores, estofadores, bordadores, zapateros, carpinteros, plateros, etc. (822). "Si este dicho yndio no fuera borracho fuera tanto como español en la habilidad y brio y cristianismo" (945), dice de uno de sus mejores discípulos.

Este es el cuadro agrio y hosco de la vida provincial, sin afectos y sin dulzura, trazado por Huamán Poma, insistiendo principalmente en los vicios y en los defectos porque se trata, ante todo, de una protesta y de un plan de reforma.


Aristocratismo y racismo

¿Cómo pretendía Huamán Poma corregir los vicios de la administración provincial y la situación de sus hermanos de raza? Es difícil hallar los lineamientos de un pensamiento tan confuso como el del cronista indio. Pero pueden señalarse las directivas principales de su plan. Huamán Poma es, ante todo, un aristócrata empedernido y un racista convicto y confeso.

Se designa a sí mismo con el título de príncipe y al hablar de su padre le llama "el excelentísimo señor". Se le han atragantado las pomposas nominaciones españolas y sostiene que sus parientes son como los condes, duques y marqueses en Castilla y que su abuelo tenía la misma importancia que el Duque de Alba en la corte española.

Su protesta más airada es por el despojo de los caciques principales de los pueblos o auqui capac churi y por la mezcla de razas. Sostiene que los caciques, más antiguos que los incas, son los verdaderos príncipes de la tierra y que "an de tener encomiendas y señales como casta real". Para él, las jerarquías sociales y étnicas son inamovibles. El indio pechero debe seguir siendo pechero y el príncipe mandar. El peor delito es el mestizaje y la confusión de castas. "Para ser buena criatura de Dios hijo de Adán y de su mujer Eva español puro, yndio puro, negro puro, maldición de Dios hijo en el mundo de mala fama, mestizo y cholo, mulato sambahigo" (526). Restalla contra las indias principales que se casan con indios mitayos o que se amanceban con españoles para infestar al mundo de los "mesticillos" y castas intermedias (1128). Para él los negros deben casarse con negras y los blancos con blancas, los mitayos con las mitayas y los hijos de señores entre ellos. El mestizaje era para él la verdadera causa de la "despoblación" que tanto preocupó a los frailes indianistas y a Cieza. Temía, y lo expresaba a menudo, que desaparezcan los indios puros y que en el futuro todos sean mestizos o españoles. "Andando tiempo nos engualaremos y seremos unos en el mundo ya no abra yndio ni negro todos seremos españoles" (771).

El indianismo en Huamán Poma es, sin embargo, restrictivo y despótico. Quiere que los indios comunes sean tributarios y pecheros, sostiene la esclavitud, quiere que los negros y mulatos, los cholos y sambahigos, paguen tributo y también los chachapoyas, cañaris, y cayambis (526 y 854). "Los negros han de servir todos los servicios personales" (526, 1129). Se irrita cada vez que encuentra un indio bajo con título de cacique o principal. "Ahora –dice– un mitayo tiene título: el mundo esta perdido". En otra parte gime atribulado: "y anci esta el mundo al reves yndio mitayo se llama don Juan y la mitaya doña Juana en este rreyno".

El aristocratismo de Huamán Poma no se reduce al mantenimiento de las antiguas jerarquías: trasciende a la nueva época y es en su concepto, eterno y consustancial con la naturaleza humana. Sin haber leído a Aristóteles ni a Sepúlveda, el indio autoritario asienta "que los pies no pueden rregir a la cavesa, las manos no pueden mandar a la cavesa aunque sea el corason, que es mas, no vale nada sin la cavesa". En su afán nobiliario, el indio llega a sostener que los obispos deben ser hidalgos y se burla de los españoles que vienen a las Indias y tienen una hidalguía dudosa. Pulperos, zapateros, sastres, olleros, se llaman dones y doñas. Un judío moro ganapán aporrea al señor principal y alcalde de su tierra. El mayor título después de la nobleza de la sangre es, para Huamán Poma, el de la edad. Aboga por una verdadera geronto-cracia en que los corregidores y caciques tengan más de 60 años y los curas doctrineros de 60 a 80, a buen seguro de toda lubricidad. "A los biejos y a los letrados le aves depreguntar aunque no sepa la letra por que save mas el biejo que no el moso que dios le dio aquella sabeduria y vertud".


La utopía reformista

Huamán Poma trata de reformar el mundo colonial en que vive a base de estas ideas, reemplazando en buena cuenta un despotismo por otro despotismo más viejo todavía. Lo que él pretende, al fin y al cabo, es una restauración de los antiguos caciques o auqui capac churi, y un nuevo reparto de la riqueza conforme a las antiguas preeminencias, pero subsistiendo la desigualdad y un implacable régimen de castas. En su nuevo país utópico, Huamán Poma no permitirá que los indios comunes se mezclen con los principales (799) y todas las clases y razas se diferenciarán nítidamente por la indumentaria, los asientos y los distintivos capilares. Los españoles se distinguirán por sus barbas, los caciques por el cabello cortado al oído y, los indios bajos trasquilados, los clérigos con manteo, sotana y bonete (798). Las mujeres de los indios principales "an de tener alfombra, cogín y abito de señora, chapin, faldellin, escofreta, toca, sarcillo, anillo y gargantilla, axo, llicllay, llamarse doña Juana o doña Maria y an de deferenciarse todo su casta de los comunes yndios" (768). Cada jerarquía de indios principales o mandones se señalará por una "tiana" o asiento distinto, de diversas alturas y materiales desde el oro y plata, hasta la madera y el junco. Los matrimomios entre castas diversas estarán prohibidos y los mestizos inhabilitados para todas las funciones públicas. Los indios vivirán en sus pueblos mandados por sus caciques principales y antiguos señores a quienes pagarán "la setima" de sus productos y los españoles, negros y mestizos se quedaran en las ciudades.

Todo anhelo imposible de reforma desemboca, por lo general, en la utopía. El trazo de la ciudad o provincia ideal que Huamán Poma propone para reemplazar a la realidad ominosa que le ha tocado en suerte, tiene mucho de la República platónica, por la comunidad de los bienes para el pueblo y el gobierno de los filósofos o ancianos, pero su rigidez y automatismo primitivos se acercan más a modelos americanos más proximos y afines a las misiones jesuíticas del Paraguay o a las "reducciones" tan denostadas del Virrey Toledo, cuyo elogio como legislador está a cada rato, a regañadientes, en la pluma del cronista en esta parte de su obra. Difiere, en cambio, fundamentalmente, de la utopía indianista de Vasco de Quiroga en México. La organización del Obispo de Michoacán estaba fundada en la humildad y en la caridad cristianas, en los dulces vínculos familiares; la del indio Lucana, es un rígido estatismo, jerárquico e insensible, implacablemente aristocrático, sin las virtudes del régimén incaico y con todos los defectos de la burocracia española. De ambos toma únicamente la dureza. Todo lo compone con azotes o destierros. "El buen castigo es un buen hierro, dice, amansa bellacos" (719).

El plan político de Huamán Poma, como el de Toledo, se basa en la adaptación de las antiguas instituciones incaicas al régimen colonial, procurando el mayor alejamiento posible de los encomenderos y españoles de los pueblos de indios. El secreto o panacea extirpadora de todos los malos sería la devolución del gobierno a los antiguos caciques principales, que tendrían toda la suma del poder provincial.

Los nuevos caciques "no son obedecidos ni respetados –según el cronista– porque no son señores verdadero de linagi" (778). El cacique deberá ser, además, ilustrado, buen cristiano, conocedor de la lengua de Castilla y de la lengua general quichua, sabrá leer y contar, escribir peticiones e interrogatorios, ha de ser «probado y criado sin chicha" y "a de tener miel y hiel, ser bravo y manso, león y cordero para los españoles y para los indios bellacos" (769, 771).

Debajo de los caciques estarían, como en el régimen incaico, las "segundas personas", los caciques de huaranga o huaranga curacas, los pisca pacahaca camayoc, jefes de 500 personas, los pachacamayoc, jefes de 100 y los pisca chunga camayoc. Cada uno de estos funcionarios indios tendría distintivos especiales, diversos servidores a sus órdenes –pajes y lacayos– sementeras, ganados y "renta de la caxa de su magestad". Los caciques principales tendrían el tercio de cada pueblo de indios, "como en tiempo del inga" (456-457). El poder colonial representado por el corregidor, el cura y el encomendero intervendría apenas en la vida local al llamado de un veedor, indio ladino y cristiano –en buena cuenta el tucuyricuc incaico– quien avisaría a los jueces y vigilaría que los indios no idolatren, ni se emborrachen, ni maten.

El trabajo y la producción estarían repartidos meticulosamente en la ínsula huamanpomina. Todos los indios en edad viril trabajarían para las comunidades y sapci, para la iglesia, las viudas, las viejas y las solteras. Otros serían repartidos para las minas y obrajes, los indios maltones servirían a los caciques principales como sacristanes o cantores, hasta que lleguen a la edad de tributar, y a los indios maltoncillos se les ocuparía en las sementeras y ganados. Todo indio o india principal, deberá saber un oficio o artificio y los indios e indias pobres aprenderán a labrar, tejer o hilar y el que no tenga oficio, beneficio o hacienda "sea castigado por ladron" (774). Todo pueblo tendría su capilla, su reloj y su campana y sería gobernado por toques monótonos e invariables desde el alba al atardecer. El trabajo sería para todos de diez horas, de siete a doce en la mañana, con un descanso al medio día y de una a seis en la tarde. Huamán Poma llega en su reglamentismo a determinar no sólo el tamaño de cada huerta –de uno o dos topos– sino que pretende fijar el número de coles y de lechugas, de gallinas y de conejos que tenga cada indio, los precios de los carneros y hasta las puchuelas de chicha que se darían a los indios en el almuerzo y en la comida. En este mundo celosamente inventariado, el personaje central resulta el escribano público de cabildo, quien tomaría nota de todo en sendos libros desde los indios tributarios, las especies tributadas, las comidas, los abusos, las limosnas, las misas, las doncellas, las chácaras, los pastos, los ganados, los árboles, las lagunas, los pozos y las acequias y hasta el incienso y el jabón (825-26). El instinto estadístico de los quipucamayos antiguos, asoma por debajo de la indumentaria española de Huamán Poma y se une a su propensión tinterillesca de influencia colonial. Nada se haga sino por escrito dice el indio "jamás haga justicia de palabra si no de letra" (827).

A la par que la exactitud y la justicia cronométrica y su afán de restaurar la ley antigua de los incas y, sobre todo, la de huira huiracocha runa, dominan, también, en la organización utópica de Huamán Poma, propósitos de ilustración, religiosidad e higiene que revelan una innegable occidentalización del espíritu del cronista. Sostiene que todos los indios e indias y niños y niñas deben aprender la lengua de Castilla, y saber "leer y escribir como españoles y al quien no las supere le tengan por barbaro, al final, caballo, no puede ser cristiano ni cristiana". Los caciques no sólo han de ser ladinos "y capaces de redactar un inventario" sino que han de saber latín. A más de la alfabetización y castellanización de los pueblos indígenas, Huamán Poma reclama, ardiente y sinceramentre, su cristianización. Quiere que todos los indios sepan rezar el padrenuestro, el avemaría y el credo; que en cada pueblo haya una cofradía; que los indios marchen limpios y con rosario y que todo indio tenga su candela de bien morir. Abomina también de los indios hechiceros e idólatras que mochan secretamente a las huacas y contra todos los ritos o abusiones incaicas. Los pueblos han de resplandecer como espejos por su limpieza en forma que en "las calles muy limpias no ayga una sola piedra" (812) y en el interior de las casas la vajilla sea toda de plata o de oro, y las que no pudieran tenerlo de esos metales los tengan de palo o de barro, pero con "tinajas con agua y jarros limpios y todo el adereso y bufete y banquillos como buen cristiano".

La máxima alegría y prueba de espíritu democrático de su colectividad parsimoniosa, sería la de las reuniones dominicales, en la plaza pública, en que los caciques principales comerían con las gentes del pueblo, enviarían los restos del festín para auxiliar a los pobres, a los inválidos, los huérfanos y los enfermos. Esta fue una costumbre incaica que Huamán Poma sostiene que era de la ley antigua, anterior a los incas y que el virrey Toledo ordena restablecer en sus célebres reducciones (447). Huamán Poma considera que esta costumbre es una "ley de misericordia" que no ha tenido otro pueblo alguno en el mundo "cristianos, moros, turcos, franceses, judíos, indios de México y de la China, Paraguay, Tucuman", etc. y prescribe una pena de diez azotes para los que no asistan a esta jornada fraternitaria.

El éxito de tal sistema depende en gran parte de su legitimidad. ¿Cómo podría el Rey de España encontrar a los auténticos caciques principales que debían presidir todo el engranaje reformatorio de Huamán Poma? En un diálogo imaginario con el Rey de España, responde el mismo Huamán Poma, proponiendo que el monarca le nombre a él mismo segunda persona en el Perú, como su abuelo Huamán Chava fue segunda persona de Huayna Cápac, y le haga algo que oscila entre Virrey y Príncipe Cronista del reino, quien estaría encargado de dar testimonios escritos a los que él considerase como descendientes auténticos de los antiguos señores del Perú, por lo que se le abonaría como salario "la sétima del rreino". "Quijote indio", "Las Casas americano", le han llamado algunos admiradores. Como se ve, El Quijote no iba únicamente a desfacer entuertos, ni por puro amor al prójimo, como el fraile español, sino que reclamaba, como cualquier Sancho cazurro y ventrudo, su ínsula Barataria.


Valor histórico y moral

Las opiniones formuladas hasta ahora sobre el valor histórico y nacional de la obra de Huamán Poma, difieren completamente. Markham considera a Huamán Poma como "un héroe" que honraría a cualquier nación, lo cual, además de prescindir de las adulaciones de Huamán Poma a Virreyes y funcionarios, no es precisamente un juicio sobre su obra como historiador. Tello dice que tiene una "extraordinaria erudición en la geografía y en la historia" y agrega que, "no existe libro alguno escrito en este período que pueda competir con él en riqueza de información histórica". Otros historiadores más objetivos, como Pietschmann y Riva Agüero, encuentran deficientes sus informaciones en muchos puntos.

Conviene precisar por esto, en forma serena, el aporte histórico de la Nueva Crónica y la actitud de su autor frente a las presiones e intereses de su época. Hay, en primer lugar, un prejuicio en quienes consideran a Huamán Poma como un figura solitaria en la denuncia de los abusos cometidos por los españoles en el Perú. La voz de Huamán Poma no hace sino sumarse al largo y constante coro de los defensores de los indios, españoles casi todos ellos, que desde el siglo XVI, sostuvo intrépidamente la defensa de la personalidad humana de los aborígenes americanos y denunció los atropellos que contra ellos se cometían. Esa lista epónima, de espíritus valerosos, se halla encabezada en la Antillas por montesinos y fray Bartolomé de las Casas e ilustrada, en el Perú, con nombres beneméritos como los de fray Domingo de Santo Tomás, fray Luis de Morales –el las Casas de la Conquista del Perú– el licenciado Falcón, el licenciado Santillán, el Padre José de Acosta que proclama, doscientos años antes que el Mercurio Peruano la aptitud de los indios, Diego de León Pinelo, fray Diego Gutiérrez Flores, Alberto de Acuña, el criollo Juan del Campo Godoy a quien los indios llamaban padre, fray Juan de Silva y los innúmeros cronistas y doctrineros que recogieron celosamente las huellas del pasado indígena. La posición asumida por Huamán Poma se halla, pues, dentro de una corriente ética propiciada y sostenida por los mismos colonizadores españoles, ninguno de los denunciantes sufrió por ello persecución o amenaza, de modo que es absolutamente inocua la dramatización que se hace principalmente por Markham y Means, de los riesgos corridos por el miserando autor de la crónica. La denuncia de los atropellos contra los indios, que fue hazaña singular, en la época de Colón y de Cortés, era ya un "tópico" en la época de Huamán Poma. Este pudo, pues, dentro del ambiente de libertad del pueblo español, en lo que no se refiriese a materia religiosa, decir abiertamente como las dijo, su verdad y su protesta. Sus apuntaciones sobre el régimen colonial, no son menos claras y expresivas que las que contienen la propia correspondencia o las memorias de la Virreyes y otros particulares de la época colonial, anteriores o posteriores, como los de don Juan de Padilla, denunciando al Rey los agravios, injusticias y tiranías que sufrían los indios del Perú, los de fray Francisco de la Cruz, pidiendo la extinción de la mita de Potosí o de los que años más tarde, escribieron los célebres viajeros españoles Juan y Ulloa, sobre los abusos y vicios de todo el Virreinato austral.

No es posible juzgar el valor histórico de la obra de Huamán Poma fundándose en criterios racistas o sentimentales. Es un mérito que un indio de su tiempo con su escasa y confusa cultura, pero ayudado por su viva intuición, abordara la hazaña intelectual de escribir una crónica. Pero esto no puede llevarnos a divinizar todos sus yerros, inepcias e inexactitudes. La crónica de Huamán Poma es una "monstruosa miscelánea", amasijo de quechua y español, en la que se mezclan y repiten en la forma más burda, las más diversas y encontradas noticias sobre el pasado incaico y las épocas prehistóricas del Perú. Es necesario analizar con cuidado este baratillo o cajón de sastre, para extraer de él los hilos de oro de la tradición oral.

Hay un indicio desfavorable para el enjuiciamiento del valor histórico de la Nueva Crónica y son sus continuos errores y confusiones sobre la historia y la geografía contemporáneas. Huamán Poma lejos de ser un erudito, yerra a cada paso en las noticias más sencillas y divulgadas sobre hechos cercanos del Incario o de la conquista ocurridos en vida de sus padres o en la suya misma, invitando a desconfiar de sus aseveraciones sobre personajes y sucesos de épocas más lejanas. Sin ir más lejos, Huamán Poma nos afirma que Almagro y Pizarro desembarcaron juntos en Tumbes (p. 47), que el dominico Valverde era de la orden de San Francisco; que Almagro fue a España con Pizarro (p. 71); que la guerra entre Huáscar y Atahualpa duró 36 años (p. 386); que Huayna Cápac y Pedro de Candia se entrevistaron en el Cuzco (p. 369); que Candia fue compañero de Colón (p. 370); que Luque estuvo en el Perú (p. 376) y Almagro en la prisión de Atahualpa y que este Inca fue "degollado" en Cajamarca. Es también notable su omisión del virrey Conde de Nieva en las semblanzas biográficas de los once virreyes –contemporáneos suyos– que hasta entonces habían gobernado el Perú, demostrando que perdía muy fácilmente la cuenta. Para estar a tono en lo geográfico, afirma, como ya queda indicado al hablar de sus viajes, que el Paraguay es "tierra en medio del mar" y el serrano Tucumán "tierra de mucho pescado". Estos despropósitos son, en parte suyos, culpa de su memoria senil y mal asimilada cultura, pero también obra de la tradición oral que fue su principal fuente de información y que es fácil rectificar cuando hay fuentes escritas. Tales errores nos previenen para juzgar el resto de su obra. No es honrado ni científico coger, como hacen algunos autores modernos, alguna de las muchas extravagantes y solitarias afirmaciones del indio enredado y enredista, sobre instituciones inéditas y hasta sobre cronología para colgar de ella alguna nueva y desconcertante tesis histórica, sin antecedente alguno, en las demás crónicas y documentos. Las afirmaciones históricas de Huamán Poma deben ser comprobadas severamente, confrontándolas con los datos recogidos por los demás cronistas indios y españoles, desconfiándose de ellas cuando atestigüen un hecho insólito o excepcional.

El propio cronista afirma, para dar validez a sus datos, que los ha tomado de indios muy viejos, "de edad de ciento y cincuenta años" y de las cuatro partes del Perú, los que le refirieron sus historias "cin escritura ninguna no mas de por los quipus y memorias rrelaciones de los indios antiguos de muy biejos y biejas sabios testigos de vista". Es indudable, aunque hay que disminuir prudencialmente la longevidad de los testigos, que Huamán Poma recogió tradiciones orales muy antiguas conservadas en el fondo inmemorial de los pueblos de la serranía andina. No es posible exigir exactitud cronológica a tales recuerdos y como tales cabe estimarlos dentro de su nebulosidad legendaria. Son alusiones milenarias imposibles de comprobar y en las que predomina la esencia poética de los mitos y de los sueños que es fundamentalmente diversa de la lógica histórica.

La contribución de Huamán Poma es, por esto mismo, muy apreciable para el estudio de las épocas prehistóricas del Perú. Huamán Poma, tratando de revivir el espíritu y los hechos de la época preincaica, que el Inca Garcilaso y otros cronistas desdeñaron, puede reclamar, para esta época, la primacía que aquellos detentan en las otras, y ser considerado como el Garcilaso de la época preincaica. Sin aceptar íntegramente su versión, hay que reconocer que él ha descorrido, en algo, el valor de la más antigua historia peruana y hallamos que, no todo es invención, por las coincidencias que sobre estas antiguas edades se encuentran entre muchas afirmaciones de Huamán Poma y referencias hasta ahora aisladas e incomprendidas en las crónicas de Cristóbal de Molina, Cieza, Sarmiento de Gamboa, Santa Cruz Pachacútec y el padre Cobo. Comparándolo, se pueden restaurar algunos eslabones de la perdida cadena histórica. Así, Santa Cruz Pachacútec habla de los tiempos de Purunpacha, que recuerdan los Purunruna de Huamán Poma, ambos hablan de Tocay Capac y de Pinau Capac, refiréndose ambos a los mismos fondos insondables de la tradición oral.

No puede dársele, en cambio, el mismo crédito ilimitado en lo que se refiere a la época ya más histórica de los Incas. Su narración de los hechos más importantes de la vida del Incario, tratada en la forma biográfica, es notoriamente deficiente y difiere de la de textos más seguros. Su enemistad hacia Manco Cápac y su extrañeza e incompresión para las tradiciones cuzqueñas, quita relieve a toda su versión. La historia externa de los Incas, de sus conquistas y de su acción civilizadora, no podrán estudiarse en los sumarios textos de Huamán Poma. Sus datos y referencias sobre instituciones y leyes incaicas que son en cambio extensas y abundantes, tienen una doble sombra de inexactitud. Huamán Poma trata de demostrar la importancia administrativa de los caciques y señores principales, cuyos derechos reclama y realza, e idealiza, intencionadamente, algunas prescripciones de la legislación incaica para enrostrar la insuficiencia y el yerro de la administración española. Su tendencia ponderativa le acerca a las tesis idílicas de Mancio Serra, llegando a veces a formular juicios de traza típicamente mancista. Donde Huamán Poma acierta es, principalmente, en todas las cosas en que son menos necesarias la exactitud y fidelidad del historiador: en la prehistoria legendaria y en la descripción de las costumbres que sobreviven en la memoria del pueblo: danzas, cantos, ritos, agrícolas y religiosos, en una palabra, en la descripción del folklore incaico. Pero su versión no es tampoco estrictamente histórica: él no sabe ni pretende discriminar lo pasado de lo presente, sino que recoge tan sólo la huella sobreviviente. Los cantos agrícolas o de fiestas que transcribe, no son seguramente los mismos que se cantaban en el incario, si no los ya evolucionados, cantados por el pueblo en la época del cronista, con las variantes y modificaciones sustanciales introducidas en el alma popular por el hecho capital de la conquista. Es, pues, típicamente, un folklorista.


La conquista y la colonización

La versión de la conquista es la más dificultosa y escombrada de errores y disparates de toda la crónica de Huamán Poma. Revela su inadaptabilidad al mundo occidental y su enemistad profunda para todo lo español. Confunde hechos y nombres lastimo-samente: hay que reconocer a Colón bajo el nombre de Culum, a Enciso bajo el de Fernández ynseso, a Vasco Núñez de Balboa en Bascones de Balboa, y al factor Illan Suárez en el "factor Gelin". Los errores abundan al referir la conquista y se duplican al intentar seguir el intrincado curso de las guerras civiles entre espeluznantes anacronismos. Enciso resulta conquistador del Perú junto con Pizarro (374) y Diego de Almagro el Mozo unido con los oídores que llegaron dos años después de muerto éste, libra una batalla con Gonzalo Pizarro a las puertas de Quito en que Gonzalo mata a Almagro. Por el estilo son las demás trasposiciones, no obstante que para el relato de las guerras civiles se descubre que ha leído y trata de extractar al Palentino, demostrando su incapacidad para un relato coherente y continuo.

Huamán Poma ve, naturalmente, la conquista con ojos adversos de indio desposeído. Desde su posición aristocrática de principal y terrateniente acusa a Pizarro y Almagro de haber robado la hacienda del Inca Atahualpa (388) pero echa la culpa a Pizarro –contra la verdad histórica pero de acuerdo con la leyenda popular– de la sentencia de Atahualpa, que Almagro se negó, según él, a firmar (391). Pizarro, dentro de su criterio legitimista, no tenía derecho a matar a Atahualpa, porque no era de casta real, sino súbdito de otro rey. El único móvil de la conquista es el oro y la causa de la derrota india la ayuda milagrosa y sobrenatural que reciben los españoles en Cajamarca y el Cuzco del Apóstol Santiago y la Virgen María. Sin embargo, de su posición adversa a la conquista, el cronista asienta varias veces que los conquistadores fueron más humanos que los corregidores y encomenderos.

Huamán Poma recoge, indudablemente, algunos recuerdos e impresiones de hechos conservados por la memoria popular sobre la llegada de los españoles, con sus "bonetes colorados", "mucho cascabel y penacho", envueltos en hierro como "amortajados", y con sus caballos "con ojotas de plata". El humor caústico del cronista describe a los españoles embarcándose ávidamente en todos los puertos de Castilla e Indias ante las noticias de un país en que el suelo era todo de oro macizo y a los soldados de Pizarro con sus espadas, de las que los indios decían que llevaban "las pixas colgadas" al hombro. "Todo era dezir pirú y mas pirú" (391).

El espíritu egocéntrico y particularista de Huamán Poma se revela también en esta parte de su crónica. Los protagonistas centrales de la historia son también sus parientes y allegados: Huaman Mallqui que fue embajador de Huáscar ante Pizarro (376). El capitán Luis Avalos de Ayala, "padre del hermano del autor" que mata a Quiso Yupanqui en el sitio de Lima (393), Guaman Chava que resulta quemado por Pizarro y Almagro después de haber muerto en la época de Huayna Cápac y Huaman Mallqui que decide la batalla de Chupas (413), salva a Avalos de Ayala en Huarina, hostiga a Hernández Girón en Chuquinga y le prende en Jauja "como a mujer" con sus indios guancas (433). La historia del Perú se convierte así en la historia apologética de la familia Huamán Poma de Ayala.

En cuanto a la época colonial, el escrito de Huamán Poma puede considerarse más que como historia o crónica, como un documento directo y vivaz sobre el régimen español, al finalizar el siglo XVI y comienzos del XVII. No cabe dudar de las afirmaciones del cronista sobre los abusos y extorsiones de los funcionarios españoles, que están patentizados por otros documentos, pero tampoco cabe adoptar su visión local y parcial como síntesis general de la obra española en el Perú. Hay que tener en consideración que el testimonio de Huamán Poma se refiere, solamente, a una provincia del Perú, y no a todo el Perú, y a una época determinada, y no a toda la historia colonial. Es evidente que Huamán Poma, aparte de su infantil residencia en el Cuzco, no conoció sino su provincia de Lucanas y las poblaciones que se hallan en el trayecto de ésta a Lima, por el camino de Huancayo o el de Ica. No hay una sola alusión en todo su voluminoso mamotreto a ninguna otra provincia del Perú ni a abusos cometidos fuera de Lucanas. Todos los encomenderos y funcionarios extorsionadores que cita son de la región de los Soras y Lucanas y nunca de otra provincia o región. Si es cierto que por un hilo se saca el ovillo, no lo es menos que los matices y los grados de opresión pudieran ser distintos en otras regiones. Las condiciones del trabajo no eran las mismas en la Costa que en la Sierra, ni idéntica la situación de las clases sociales en las ciudades que en los pueblos del interior, ni en Lima o en el Cuzco, bajo la mirada de la Audiencia o de la autoridad episcopal que en el villorio, sometido a la avidez del corregidor o del encomendero. El indio pudo ser analfabeto y coquero en la sierra y el criollo culto y activo en las ciudades.

El libro de Huamán Poma sólo refleja la vida en los pueblos de una provincia del interior del Perú, con todas sus pequeñeces y rivalidades y hasta con sus chismes característicos. Para Huamán Poma el personaje histórico más repudiable de su época es el indio Juan Capcha que le robó unas alforjas y convierte en cuestión histórica el robo de una mula o la deuda de cuatro reales, de una gallina. Largas páginas de su crónica están destinadas a protestar porque el corregidor y el padre doctrinante de los Lucanas sienten a su mesa a Juan Capcha que es indio bajo y tributario, y por añadidura hechicero, reverenciador de huacas. "Con los sacerdotes –dice tartufescamente– avian de comer los angeles" (788). Sólo con una miopía histórica insanable pueden erigirse tales relatos en hechos-símbolos. Huamán Poma no vio ni sintió todo el Perú: vio únicamente la provincia de los Soras y Lucanas y acaso, dentro de ellas, sólo unos cuantos pueblecitos con su cura, su encomendero y su cacique rival. La historia provincial de Lucanas no puede explicarnos toda la historia del Perú, como el examen de una sola célula no puede explicarnos la rica complejidad de todo el organismo.

La crítica barata y sentimental exhibe, por lo general, la obra de Huamán Poma como uno de los juicios más adversos y lapidarios que se han expresado en contra de la colonización española. Queda ya aclarado el carácter particularista y local de los juicios de Huamán Poma. Un examen superficial de la Nueva Crónica, con sus repeticiones y muletillas contra encomenderos y corregidores, puede llevar a una conclusión inexacta. Aparentemente el indio repudió todo lo español. El mundo provincial que él describe, aparece regido únicamente por el interés, el fraude, la violencia y el soborno. Todos los encomenderos son inhumanos, todos los frailes lascivos, todos los visitadores ladrones, todos los indios borrachos, coqueros y mentirosos. Cabe preguntarse ¿no hubo acaso funcionarios que no fuesen prevaricadores, frailes virtuosos, ni indios verídicos y abstemios? ¿El espejo de Huamán Poma no tendría alguna concavidad deformadora que aumentase los vicios y defectos? Lo cierto es que el cronista recoge, principalmente, las violaciones de la ley y esto se debe a que se ha asignado a sí mismo la función de fiscal y acusador. De ahí el tinte peyorativo de todas sus versiones.

No faltan a pesar de esto, sus notas laudables que contrarresten las sombras insistentes del cuadro. Abundan en la misma obra de Huamán Poma, no obstante sus diatribas generales, ejemplos de españoles nobles e hidalgos. Los virreyes, incluso Toledo, a quien no perdona la ejecución del Inca Túpac Amaru, reciben su cargada nube de incienso. El cronista dice, por de pronto que los españoles de la conquista eran mejores que los de su tiempo, que tenían más fe en Dios y tenían mucha caridad y humildad y de algunos españoles contemporáneos dice que "no habría papel" para escribir sus obras de cristiandad. En el propio reducido cuadro de la vida provincial, Huamán Poma menciona a muchos españoles piadosos y amigos de los indios. Así habla del buen encomendero Pedro de Córdova Guzmán que partía sus salarios con los indios de su encomienda; del capitán Cárdenas, el caballero Palomino, el corregidor de Aymaraes, Alonso de Medina, "cristianicimo hombre", del corregidor de Lucanas Gregorio López de Puga, gran letrado, muy cristiano y amigo de Huamán Poma, por cuya salida del corregimiento "lloraron todos los indios" y "los pueblos hicieron grandes llantos"; del visitador Juan López de Quintanilla que "avia de ser vicitador en todo el mundo", del padre Alonso Hernández Coronado "mas que dotor y letrado" por sus obras de misericordia (745); del vicario Diego Beltrán de Saravia, ejemplo de amor, caridad y humildad, y del padre bachiller Avendaño, cura por más de veinte años del pueblo de nombre de Jesús de Pucyulla, que no recibió jamás camarico de los indios, que no tenía mitayos a su servicio ni indias en la cocina y sólo comía humildemente una gallina en el almuerzo y un pollo en la cena parroquial (732). El cronista elogia aún como abuenos obispos del Cuzco a don Antonio de la Raya, don Sebasián de Lartaún y don Gregorio Montalvo. Y, para que las excepciones sean muchas, excluye de sus críticas contra los religiosos a los franciscanos, a los jesuitas, a los ermitaños de San Pablo y a la monjas de la Encarnación.

Tales ejemplos recogidos, no obstante el resentimiento del cronista, bastan en el reducido cuadro de la vida provincial, para demostrar la existencia de una corriente ejemplar y moralizadora, al lado de la depredatoria e inhumana. Huamán Poma escogió para copiarlo, por razón de su origen y misión, el hemisferio sombrío, pero hubo también un anverso luminoso cuyo resplandor, por encima de las pequeñeces de la crónica, ilumina la historia.


Caústico quechua: sátira y caricatura

El propio Huamán Poma nos ha prevenido, en lo que se refiere a la parte formal de su obra, reconociendo humildemente sus defectos y barbarie sintáxica, en esta frase, por sí sola demostrativa en que declara que aquella está "falta de inbinción y de aquel ornamento y polido estilo que en los grandes engeniosos se hallan". Huamán Poma desconoce no sólo la sintaxis, la prosodia y hasta la ortografía castellanas, sino que traslada al español los giros y la fonética del quechua. Pietschmann califica su engendro de una "monstruosa miscelánea hispano-quechua, plagada de tediosas prolijidades, digresiones y repeticiones". El noruego Sundt dice que es un "curioso mixtum compositum de español y quechua mezclado con varias lenguas indígenas". Varallanos califica su estilo de "telegráfico" y hasta de surrealista, y declara que su lenguaje desprovisto de toda gramática hace a veces difícil la interpretación de su pensamiento. Lastres dice que "la prosa de este anciano melancólico, atosigado por el bilingüismo, es un constante atentado contra la sintaxis". Tales juicios bastan para definir el subestilo de este escritor caótico, cuya exacta apreciación sólo tienen derecho de hacer quienes hayan tenido la paciencia inenarrable de leerle.

El gran defecto de Huamán Poma es su incultura o lo que es peor su semicultura. El mismo confiesa que tuvo que tropezar "en la rudeza de mi ingenio y ciegos ojos y poco ver y poco saver y no ser letrado ni dotor ni lisenciado ni latino". Lo que daña precisamente su espontaneidad e ingenio natural, es lo poco que ha aprendido y trata de probar a cada paso, con esas retahílas de nombres propios, listas de reyes y pontífices, trozos de homilía, vulgaridades históricas o fórmulas judiciales que denuncian, a la vez, al escolar de paporreta, al sacristán leguleyo o al tinterillo provincial. Si se pudieran extraer de la crónica de Huamán Poma sus innumerables repeticiones, letanías de hechos e insistentes triviali-dades, se abreviaría grandemente la vía crucis de su lectura.

El cronista indio no careció de dotes de ingenio y calidades de observación sicológica y de causticidad de expresión. A través del fárrago de su crónica destellan esas cualidades de su espíritu. Se vislumbra que debió ser un indio ladino, de cháchara alegre, acaso avivada por el alcohol, porque su relato tiene la insistencia de pesadilla y, a ratos, el acierto chispeante y jovial de los beodos. Huamán Poma descuella, principalmente, como satírico. Su burla recae de preferencia sobre los españoles y en general, sobre todos los enemigos de su comodidad o de su estirpe. Hemos mencionado ya sus burlas de los conquistadores y sus sátiras contra corregidores, encomenderos y curas doctrinantes, comparándolos con los animales de la fauna local. No obstante sus protestas de adhesión al régimen español, satiriza a menudo la falta de espíritu cristiano de los españoles y se burla del catolicismo español. Dice sarcásticamente que son "cristiano de palo", "justicia de palo" y que "dios estara en Castilla o en Roma", pero que no se hace presente para los indios del Perú. Cazurro y cauteloso, se asegura, después de haber lanzado alguna blasfemia, santiguándose contritamente. "Donde esta el pobre no esta ay [ahí] dios y la justicia". Pero agrega a renglón seguido: "pues a de saverse claramente con la fe que a donde esta el pobre esta el mismo jesucristo a donde esta dios esta la justicia".

También demuestra su vena satírica en la descripción de los diferentes tipos raciales de los indios, principalmente de los que no le eran gratos y en los retratos de algunos Incas. Así, describe a los Collas diciendo que eran "todos los hombres o mujeres, grandotes, gordos, sebosos, floxos, bestias solo es para comer y dormir". E insiste al compararlos con los de Chinchaysuyo, diciendo que tienen "muy poca fuerza y ánimo y gran cuerpo y gordo seboso para poco porque comen todo chuño y beben chicha de chuño" (336) en tanto que los Chinchaysuyo beben chicha de maíz. De los indios incas dice que eran gentil hombres y delgados: los Cuntis "flacos y delgados" y los Antis "delgados y flacos, mal inclinados, soberbios, fingidos y traydores como Chile". De los Chachapoyas dice que son blanquísimos como españoles pero que ellos y los Cañaris son rebeldes, "ladrones yembosteros", los Lucanas sus coterráneos "algo blancos y gentiles", los del Cuzco y Arequipa "algo morenos y de talla alta" y los Huancavelicas y los de Quito "morenetes de talle feo ancho bozalotes como negro de Guinea... sucios araganes ladrones mentirosos como dicho tengo como indios uaillas en todo este reyno". De los Huánucos –dice en cambio– que eran "fieles como en Castilla los bizcainos" (343). Su dardo más punzante es contra los negros criollos... ya que, estima a los bozales porque son de raza pura. De aquellos dice: "los negros y negras criollas son bachilleres y revoltosos, mentirosos ladrones y rrobadores y salteadores jugadores borrachos tramposos de mal bevir e puro vellaco matan a sus amos y rresponde de boca tienen rosario en la mano y lo que pensa es de hurtar y ni le aprovecha sermon ni predicación ni pringalli con tocino mientras mas castigos mas vellaco y no ay rremedio cienddo negro o negra criolla" (714).

En sus retratos de los Incas, coyas y capitanes campea también una sorna irrespetuosa. Aparte de sus diatribas contra Manco y su madre Mama Huaco, acentúa los tonos caricaturescos al describir a ciertos incas, así describe a Lloque Yupanqui con las "narices corcobadas" y "prieto de cuerpo"; a Mayta Cápac, como "muy feo hombre de cara y pies y manos y cuerpo delgadito friolento"; a Cápac Yupanqui "medianito de cuerpo cara larga avariento poco saber"; a Inca Roca, "largo y ancho, fuerte y gran hablon y hablaba con trueno, gran vagador y putaniero"; a Yahuar Huacac "pequeño de cuerpo anchete y recio y fuerte y sabio"; a Pachacútec "alto de cuerpo redondo de rostro alocado tronado uno ojos de león", y, a Huáscar Inca de "rostro morenete y largo y sancudo y feo y de malas entrañas". Su burla alcanza a las Coyas, pues nos pinta a Ypahuaco, mujer de Yahuar Huacac, diciendo que era "fea de narices larga y el rostro largo y el talle flaco y seca larga y amiga de criar paxaritos"; de la coya Chuquillanto que era "hermosa y blanquilla" pero que su marido Huáscar era muy avariento y "amanecía con la coca en la boca".

Los dibujos que acompañan el texto acentúan la tendencia caricaturesca del indio lucana. El escritor y el dibujante confabulados, dice Markham, no perdonan a sus víctimas. Algunos autores, como el propio Pietschmann, creen que los dibujos son de mucha mayor importancia que el texto que los acompaña. Posnansky considera que son "la más valiosa objetivación histórica que poseemos"; Means, en cambio, dice que los dibujos son atroces. Y el profesor argentino Aparicio encuentra que "para el propio autor fueron sus dibujos la parte fundamental de la obra y el texto sólo una explicación complementaria".

Los dibujos de Huamán Poma tienen, indudablemente, mucho mayor valor documental que artístico. El indio carece de imaginación y su defecto principal es como en el texto la insoportable repetición y monotonía de las mismas formas. Diríase que no percibe la individualidad, sino las tipificaciones genéricas. Todos sus incas son iguales, todos sus virreyes tienen las mismas barbas y vestidos, todas las ciudades son idénticas y hasta el propio autorretrato del autor, a pesar de sus 80 años, es el de un joven indio, imberbe y vestido a la española. El cronista dibujante no tuvo la sensibilidad de los indios costeños del Chimú que lograron aprisionar en sus huacos-retratos los más variados gestos de la expresión humana. En la historia pre-hispánica, el texto está, como lo ha observado Aparicio, subordinado al dibujo. Pero en la segunda parte, el Buen Gobierno, el dibujo colabora y amplía la voz del escritor, adquiere una intención política y agrega, en las leyendas en boca de los personajes, algunas censuras o audacias que el autor no se atrevió a incluir en el texto. De esto puede ser un ejemplo la leyenda del grabado en la página 709. Por esa intención descuellan algunos dibujos como el del Virrey Toledo en desgracia en la Corte.


Burla y lamento

El propio Huamán Poma anunció el efecto que su libro habría de producir en los lectores. "A algunos arrancará lágrimas a otros dará risa, a otros hará prorrumpir en maldiciones: estos lo encomendarán a dios, aquellos de despecho querrán destrozarlo: unos pocos querrán tenerlo en las manos".

El libro efectivamente divierte o conmueve a trozos, aunque lo que provoca más a menudo es el cansancio. Aparte de la nota burlesca hay efectivamente, a través de todo el informe volumen de Huamán Poma, una nota auténtica de dolor y de queja, que proviene de la situación desventurada del indio en los obrajes, en las mitas y en los mismos pueblos indígenas sujetos a todas las tiranías. No es el arte de cronista, evidentemente, el que realza la dramática situación de sus hermanos porque el abogado es inferior a la causa, sino ésta misma la que traspasa todas las imperfecciones y fatigas seniles de su estilo, para conmover los ánimos con su sola enunciación. Y es que, como dice inspiradamente Huamán Poma "escrivillo es llorar". El tono generalmente zumbón del satírico indio se torna a veces, cuando clama contra la esclavitud de su raza, de una austera simplicidad bíblica: "hasta cuando daré voces y no me oiras señor, hasta cuando clamaré y no me responderás" dice parodiando al profeta Habacuc. Y mezclando burla y tragedia, compone en quechua, con aparente inocencia, una oración para los indios dentro de la que se esconde el fuego de sus protestas: "Del fuego del agua, del terremoto líbrame jesucristo. Jesucristo librame de las autoridades, corregidor, alguacil, alcalde, pesquisadores, jueces, visitadores, padres doctrinantes, de todos los caballeros, hombres ladrones de los pueblos librame; librame Jesucristo de los que levantan falso testimonio, de los odiadores; librame Jesucristo de las malas lenguas, hombres y mujeres, de los borrachos, de los que no temen a Dios y a la justicia". Todas las quejas, todas las imprecaciones, recogidas de lo más hondo del alma indígena, se concretan en labios del cronista indio en una frase, repetida fatigosamente, que tiene de imprecación y de lamento: "¡y no hay remedio!".

La crónica de Huamán Poma no puede, históricamente, alcanzar el crédito ni la importancia de las obras contemporáneas escritas entre la segunda mitad del siglo XVI y los comienzos del XVII. No puede competir en información histórica con Cieza, Betanzos, Cristóbal de Molina o Sarmiento de Gamboa, ni tiene los primores de forma del padre Acosta o de Morúa, ni el sentimiento nacional ya patente en el Inca Garcilaso. Su racismo frenético le enemista, fundamentalmente, con el Perú del porvenir que sería un Perú mestizo. Lo único que lo vincula a la nación en potencia, que se preparaba oscuramente en universidades o en mazmorras coloniales, es su espíritu de protesta.

Huamán Poma no supo ser indio cabal porque se lo impedía su sentimiento de casta, ni mestizo nuevo del Perú porque le ahogaban los prejuicios racistas. Tampoco vio ni sintió el Perú en su integridad espacial e histórica, porque sentía única y absorben-temente su provincia recóndita. Las torres demasiado cercanas de los campanarios de Lucanas le impidieron ver la grandeza del Perú virreinal. Noticias de rivalidades pueblerinas entre encomenderos y caciques, minúsculos pleitos de sementeras y ganados obstruyen su visión panorámica y la hacen creer en un mundo colonial en el que sólo imperan la codicia, la inhumanidad y la incultura. Nada podría hacer suponer, leyendo la crónica biliosa de Huamán Poma, que en ese mismo territorio viviesen espíritus animados de nobles preocupaciones, almas capaces de piedad y filantropía. Era, sin embargo, la época en que se forjaba una nueva cultura, en la que el espíritu indio iba a tener puesto digno al lado del espíritu y la cultura hispánicos. Juan de Solórzano Pereyra preparaba en Lima el magnífico edificio de su Política Indiana, en la que recogía todos los clamores en favor de una humanización del trato de los indios. Miguel Cabello de Balboa y fray Martín de Morúa recogían con fruición las más hermosas leyendas del pasado incaico próximas a desaparecer en el olvido y don Juan de Miramontes y Zuázola, ponía en octavas heroicas la leyenda de Chalcuchimac y Cusi Coyllor. El jesuita Bernabé Cobo acababa de llegar a América para inventariar todas las plantas peruanas y los últimos misterios recalcitrantes de los quipucamayos y los padres Gonzales Holguín, Torres Rubio y Bertonio, fijaban definitivamente, en sus Gramáticas y Vocabularios, los cánones de las lenguas indígenas. En los conventos limeños daban ejemplos de piedad y ascetismo y ascendían a las cimas de la santidad, representantes de esas castas moralmente denostadas por Huamán Poma: la mestiza Isabel Flores de Oliva que llegaría a los altares como la más cándida flor de pureza bajo el nombre de Santa Rosa de Lima y el mulato fray Martín de Porres que se santificaría llevando el culto de la fraternidad y de la comprensión hasta enseñar una norma de convivencia a las más encontradas especies zoológicas. La criolla Amarilis lanzaba desde Huánuco, saetas de amor al Fénix español de los ingenios y el Inca Garcilaso escribía en la soberbia y morisca Córdoba sus recuerdos del Cuzco. En los pórticos de las catedrales y de las universidades fundadas en las ciudades peruanas, los artistas indios mezclaban los motivos ornamentales de su fauna y de sus mitos a las líneas severas del plateresco español o a las conturbadas formas del barroco. Nada de esto ve Huamán Poma, ciego de años y de prejuicios. Sólo percibe una roja legión de encomenderos, corregidores, frailes endemoniados, caciques usurpadores que le arrebatan sus tierras y sus títulos, una ola de mesticillos que crece indefinidamente y le arrolla y, allá en el fondo, el espectro resentido de los Yarovilcas Allauca Huánucos que reclaman su dudosa primacía. Hay un mundo que se le escapa indudablemente: el de las catedrales y las bibliotecas, el de las empresas de mar y cielo, de proa y velámenes, que desconoce su vivir mediterráneo, el del Océano y el aire latinos, el de la cultura occidental en una palabra. Es el mundo inerte de la Edad de Piedra y de la Prehistoria que se rebela, inútilmente, contra el mundo del Renacimiento y de la Aventura.


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