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La Conmoción Romántica: Víctor Hugo

 

De los poetas franceses modernos, Víctor Hugo sentó la raigambre más firme en nuestra cultura literaria del XIX. No es momento ni la coyuntura para formular ponderables juicios acerca de su obra, muy lejana ya de nuestra predilección. Pero de todos modos, su rastro es inconfundible en la poesía peruana del siglo anterior y aun en los primeros decenios del presente. Nadie podría discutir la profícua fuente de imitaciones que promovió la poesía de Hugo en nuestros poetas románticos de la segunda mitad del siglo pasado y la medida considerable como inficionó o impactó favorablemente en la poesía de muchos "modernistas" y en grado muy notable la de José Santos Chocano. Desafortunadamente, la imitación o la influencia de Hugo exacerbó una natural inclinación hacia la grandilocuencia, la pompa verbal y el circunstancialismo poético, defectos y males que debieron curarse con agresiva y dolorosa distorsión en los comienzos de la nueva poesía, emergida a raíz de las creaciones de José María Eguren y de Manuel González Prada.

La resonancia de la celebridad de Hugo proviene tanto de la inspiración de sus poemas característicos de una escuela literaria, como de sus novelas inflamadas de fe en el destino feliz de los hombres, de intensa inquietud social y de esperanzada invocación en favor de la justicia y de la libertad. Su vida inspirada en los altos ideales de mejoramiento social y consecuente con los principios de respeto a la ley y libre determinación de los pueblos, constituyó un admirable ejemplo de desinterés y de sacrificio. Su obra ingente de poeta, de dramaturgo y de novelista irradió pasando las fronteras de Francia hacia todas las latitudes. En el Perú de mediados del siglo XIX, Víctor Hugo constituyó un paradigma de renovación y un hito de modernidad. El impulso creador de varias generaciones peruanas se nutrió de su poesía cargada de secuencias líricas y de vibraciones sentimentales y aunque muchas veces fue imitado sin fortuna, no puede desconocerse la honda huella romántica que imprimió a nuestras letras.

Sobre la poesía

Las notas de sonora calidad que pueden caracterizar el sector lírico de la obra del gran poeta francés, fueron sin duda primeramente entrevistas por Felipe Pardo y Aliaga y por Ricardo Palma. Pardo realiza, el primero entre los peruanos, una traducción de Hugo, ya desde 1827, aunque sólo publicada más de 30 años después ("Oda a la Columna de Vendôme", en Revista de Lima , tomo IV, 1862). Palma publica en la misma Revista de Lima, su primera versión de "La Conciencia" (tomo V, 1860), fragmento de La Leyenda de los siglos. Es interesante anotar asimismo que dicho poema, previo a otras versiones de Palma, y por él calificado como "lo mejor que en verso castellano ha salido de mi pluma"1, apareció dedicado a Pedro Ignacio Noboa, un buen conocedor de la literatura francesa y muy devoto de Hugo. La dedicatoria fue promisoria de un estudio crítico y de múltiples versiones que Noboa publicó a continuación en la citada Revista de Lima (tomo I, 1860). Palma y Noboa podrían haber editado con sus variaciones un florilegio muy estimable de la poesía más reciente entonces del renombrado poeta francés.

Hugo tuvo así una fervorosa e inmediata acogida entre los poetas románticos peruanos. Apenas apareció su libro Odas et ballades en 1826, Felipe Pardo trasladaba al año siguiente la Oda antes citada.

Recién publicada La leyenda de los siglos (en 1859), ya Ricardo Palma traducía fragmentos de la misma el año siguiente. Pedro Ignacio Noboa, desde 1858, trasladaba al castellano originalmente en 1855, apenas 3 años antes.2 

En 1888, Palma recogió, muy revisadas, después de su viaje a Francia en 1864, en su tomo Traducciones (Lima, 1888) gran parte de sus versiones de poemas tomados de La leyenda de los siglos (1859), de Las Contemplaciones (1855) y de Los Castigos (1853) de Hugo que figuran en Armonías (París 1865) y posteriormente en las Poesías completas de Palma (Barcelona, Editorial. Maucci, 1911) los siguientes poemas de Hugo: "La Conciencia", "Confrontaciones", "Esperanza en Dios", "Nomen, numen, lumen", "Dios es amor", "Sedan", "Desdén", "A mi hija", "Fragmento", "El estanque", y "Necedad de la guerra".- Omitió insertar en aquella recolección algunas otras versiones fragmentarias.

Pedro Ignacio Noboa había publicado en Revista de Lima (1860) los siguientes poemas vertidos de Las Contemplaciones : "Elegía a la muerte de una joven", "En el borde del infinito", "La vida", "Dios", "La infancia", "La aparición", "Siempre guerra", "La vi al pie de un arroyo", "El hombre y su destino", "El hombre de genio", "La niña del cabello de Oro". Adicionó a esa serie una paráfrasis de Hugo titulada muy singularmente "El Cóndor de los Andes". Dos años antes habían visto la luz en El Constitucional, diario político y literario de Arequipa, en abril y mayo de 1858, las siguientes versiones del mismo libro: "Epitafio", "A una niña", "La vida", "La infancia" y "La Aparición".

Otro poeta de la misma generación de Palma, Manuel Adolfo García3 , en 1872, dio a la publicidad las traducciones suyas de "Los rayos y las sombras", "El estatuario de David", "La Historia", "Las dos islas", "La nube de tempestad", "La Mañana", "Su nombre", "Sombras", "El cielo de fulgores lleno", "Al Arco del triunfo", "Dios está siempre allí", "Décima" y "Balada". Por esa misma época, Manuel González Prada tradujo en hermosa realización, "La espera",4   inserta después en su libro póstumo Baladas (París, L. Bellenend, 1939), poema perteneciente a Las Orientales (1829).

Son igualmente dignas de mención las versiones de Juan Vicente Camacho, poeta venezolano radicado en Lima, sobre todo el poema "Juana la granadina" (aparecida en El Heraldo de Lima, N°136, 5 de agosto de 1854) después inserto con variantes en sus Poesías, (París, Rouge, Dunon y Fresné, 1872); la de Manuel Nicolás Corpancho del poema "En la muerte de una niña" (en R. Palma, antología Lira Americana, París, 1865); las de Belisario Calle (en El Correo del Perú, 1876); Samuel Velarde (en Lira arequipeña, Arequipa 1889 y en su libro Propio y ajeno, Arequipa, 1899); Aniceto Valdivia (en El Oasis, Lima, 1885 y en la Revista Social, Lima, 1887); Federico Barreto (en El Perú Ilustrado, Lima, 1888); Juan José Calle (en El Progreso, 1885); Nicolás Augusto González (en El Perú Ilustrado, Lima, 1889) y Juan Tassara (en Balnearios, Lima, 1913 y 1914).

Sería un tanto fatigoso enumerar todos los múltiples traductores de Hugo que se cuentan por decenas en las revistas y periódicos aparecidos entre 1850 y 1900, época que corresponde al esplendor de la fama huguesca en el Perú. Destacamos, por eso, únicamente al primer traductor Felipe Pardo y a los que dedicaron espacio considerable a sus versiones, como Pedro Ignacio Noboa, Ricardo Palma y Manuel Adolfo García.

Durante cerca de media centuria, la poesía de Víctor Hugo invadió las revistas y periódicos peruanos. Una verdadera cascada de versiones, de comentarios, de reproducciones, de noticias acerca de sus actividades políticas y de sus éxitos literarios, de paráfrasis e imitaciones, de inserciones de exaltada admiración, contiene la prensa diaria peruana, llámense El Heraldo, La Patria, La Época, El Nacional, El Comercio, El Constitucional, El Diario, o las revistas culturales como Revista de Lima, El Correo del Perú, El Cosmos, La Revista Social, El Perú , El Perú Ilustrado, Lima Ilustrado, Revista Americana, Lima Ilustrada, El Progreso.

Entre los traductores mencionados, débese señalar no sólo el caudal de los escritores de Lima, sino también el de los de provincias, como el cuzqueño José Palacios, los arequipeños Pedro Ignacio Noboa, Aniceto Valdivia, Belisario Calle, y Samuel Velarde, y también los tacneños Manuel A. Mansilla, Víctor Mantilla, Modesto Molina, Federico Barreto y el puneño Juan José Calle.

La importancia de la poesía huguesca estuvo latente en casi todos los poetas peruanos de las generaciones románticas, o sea en la de los nacidos en la década del 30 (como Palma, Corpancho, Mansilla, García) y la de los nacidos en la década del 40 (como Flores Galindo, Carrasco, Juan de Arona, Numa Pompilio Llona, Luis Benjamín Cisneros y González Prada).

El poeta Carlos Augusto Salaverry antepuso a un poema de sus Cartas a un ángel (1871) un epígrafe de Hugo: "Cette femme a passé: je suis fou: c’est l’histoire". Y escribe Salaverry uno de sus últimos poemas en homenaje a Hugo, con motivo de su muerte (1885). Por la misma época, Luis Benjamín Cisneros compone su extenso poema Aurora Amor, con fuerte impacto de Los castigos.

Nuestros poetas románticos habían asimilado todas las facetas de Hugo: La Odas, las Baladas, las Hojas de Otoño, Las Contemplaciones, las Orientales. Estas últimas estrofas contribuyeron, con las de Lamartine, a fomentar el culto "orientalista" que muestran los autores Clemente Althaus, en sus poemas y en el drama Antioco, y Manuel Nicolás Corpancho en su drama El poeta cruzado (Lima, 1851). Esa misma sugestión orientalista la recibe Juan de Arona (1839-1895) quien plasma en la prosa de sus Memorias de su viajero peruano, sus impresiones vividas del Cercano Oriente.

Sobre el Teatro de Hugo

Pero no solamente impactó la poesía del autor de La Leyenda de los siglos. Los escenarios peruanos acogieron obras teatrales suyas como Cromwell, Hernani, Marion Delorme, que acogieron en sus repertorios compañías de actores nacionales y extranjeras. El poeta José Toribio Mansilla (1823-1889) que se había educado en Francia, hizo una adaptación dramática de Nuestra Señora de París, prohibida por la censura en 1854, "por obscena" y por considerarla "superior a las luces de Lima", según consigna Ricardo Palma5. El mismo Mansilla insistió en su empeño y tradujo en verso el drama Marion Delorme, estrenado en Lima, según datos de Manuel Moncloa y C; en su Diccionario Teatral del Perú.

Sobre Hugo, Novelista

La otra faceta de Hugo, la de autor de novelas y ensayos, encontró eco más tardío y sosegado. Simón Martínez Izquierdo, escritor colombiano radicado en Lima por muchos años, integrante de la bohemia de 1886, publicó una versión afortunada de la novela Noventa y tres de Hugo, en fecha inmediata a su aparición en francés, primeramente en folletín del diario El Nacional (entre 1873-1874) y luego en volumen (Lima, Imprenta de El Nacional, 1874) y los artículos en el mismo periódico "Esquilo y la pérdida de sus obras" (en 1876) y "El derrumbamiento" (en 1878).

En octubre de 1880, La Opinión Nacional de Lima, publicó una vez más, en versión esta vez de Esteban Amador, el Prefacio del Cromwell (1827), lo cual indica que todavía no había perdido actualidad en 50 años de transcurso y que aún seguía vigente entonces el impulso romántico despertado por Hugo.

Así como las primeras producciones literarias de Hugo tuvieron en el Perú un comentarista devoto en Pedro Ignacio Noboa, en 1858, también la desaparición del escritor francés en 1885 mereció la inmediata exégesis crítica de Manuel González Prada, escrita y publicada al poco tiempo de haberse difundido la noticia de su muerte, dentro del mismo año de su fallecimiento6. Se trata sin duda de un agudo y elogioso comentario en torno a la figura de Hugo. González Prada parece influido por el aparato crítico de Sainte-Beuve y otros contemporáneos tratadistas franceses que se ocuparon entonces de Hugo, como E. Fournier y E. Biré, Teóphile Gautier y Asselineau. Pero más que una exégesis crítica, el ensayo resulta un escrito de exaltación y loa de "quien sublevó el espíritu nuevo contra el espíritu viejo". El ditirambo de González Prada llega a su culminación con esta frase: "la figura ideal de Víctor Hugo irá creciendo en proporción a la distancia que la separe de nosotros", la cual no vendrá a ser sino la variante del conocido elogio de Bolívar por el puneño Choquehuanca. A González Prada parece interesarle menos el poeta y más el pensador, menos el creador y más el hombre de acción y el político, el hombre de la prédica democrática antes que la figura literaria. Si bien se detiene en la biografía del poeta, sólo roza epidérmicamente la médula de su producción poética y tampoco analiza otras facetas del caudaloso creador. Es un discurso retórico en gran medida, antes que un ensayo de estricto análisis literario. Es el comentario de un fervoroso y romántico admirador de "el poeta del siglo", no exento de comparaciones inusitadas con Voltaire y Napoleón, con toda la espontánea y desmedida facundia del romántico que hubo en la primera etapa de González Prada, distante de la última faceta de su obra, tan afín a las nuevas corrientes del parnasianismo y del simbolismo.

El trabajo sobre Hugo que acotamos es muy inferior a otros ensayos de González Prada como los dedicados a Renan y a Heine. Sin embargo, refleja la devoción con que fue acogido por los románticos peruanos, tanto como la influencia espiritual y estilística del poeta francés en el Perú. "Tú eres el guía, el señor y el maestro" llegó a decir González Prada en elogio de Hugo, como otrora el Dante de Virgilio, en rendida devoción que no hizo reservas ni reparó en los aspectos negativos o los impactos desproporcionados y tardíos de su literaria influencia.

El interés por Víctor Hugo fue decreciendo desde los primeros años del presente siglo. Sin embargo, vale la pena mencionar por su alta calidad las versiones poéticas de Alberto Ureta (en Contemporáneos, 1909) y las de Juan Tassara (en Balnearios, 1913). Pero a finales del XIX y comienzos del XX, cabe señalar el más desbordado impacto de Víctor Hugo producido en el Perú: el ejercido sobre la poesía de José Santos Chocano, desde sus mismos comienzos.

Repercusiones de la obra de Hugo

Chocano agotó las posibilidades de adaptación de características huguescas en la poesía hispánica y constituye la suma y síntesis de la absorción de las cualidades menos estimables del poeta francés: un exceso de objetivismo que a veces raya en el prosaísmo, un exagerado dramatismo en las asociaciones de la inspiración subjetiva con el mundo físico, una plasticidad por demás exacta y materialista, descripcionismo exagerado, plétora de palabras y elocuencia poco acorde con la auténtica poesía, imágenes y comparaciones por demás frecuentes y demasiado concretas, imaginación truculenta y escenográfica. Por lo demás, lo que fueron defectos atemperados y compensados con otras grandes virtudes poéticas en Hugo, resultaron en Chocano defectos mucho más notorios e hipertrofiados, sin hallar un balance equilibrado con otras cualidades estimables que tuvo sin duda el poeta peruano de Alma América. Podemos advertir que a partir de Chocano, el auge de Hugo decrece en el Perú y en Hispanoamérica. Apenas se advierte alguna reminiscencia en algunos versos altisonantes de Carlos Germán Amézaga de Parra del Riego y definitivamente cesa su señorío entre los poetas más recientes. Sólo Palma y González Prada entrevieron en medio de la elocuencia y el tropel de imágenes, a mediados del XIX, las finas notas líricas del autor de Las Contemplaciones, su agudo sentido de la naturaleza, la humana comprensión de la vida; pero siempre dentro de lo poético. En prosa, en la novela, Hugo no fue sopesado en toda su grandeza. Fue notoria una pálida y tardía apreciación de Hugo como novelista. El sentido social de su narrativa fue escasamente considerado hasta muy entrado el siglo XX, en que las generaciones nuevas descubren la emoción social de sus novelas, antes que el efecto retórico de sus discursos7.

Ante Víctor Hugo novelista, se han perfilado dos posiciones críticas extremas, opuestas, formuladas en el Perú dentro del siglo XX. La una, debida a José de la Riva Agüero, crítico precoz y fundador de nuestra historia literaria republicana expuesta en un ligero discurso pronunciado en 1935, sobre la influencia de la literatura francesa, y la otra, en muchos de los conceptos contenidos en su recopilación de estudios sobre literatura francesa. (Lima 1943).

Aquella disertación mantiene vigencia cuando trata de autores clásicos y tradicionales consagrados, pero pierde validez a medida que enfoca figuras literarias modernas que requieren nuevos parámetros de crítica más comprensivos y más afines a una sensibilidad desarrollada en tiempos más recientes.

Entre los varios comentarios que registran las prensas peruanas sobre el autor de Las Orientales o El Conde de Montecristo hallamos una violenta e insólita apreciación seudocrítica de José de la Riva Agüero8 quien califica a Hugo como "retórico, estrepitoso" y le reprocha "su fondo paupérrimo", haciéndose eco de opiniones hoy poco confiables, provenientes de Claude Farrere, y otros, la innovación literaria, ha merecido la respuesta alturada de Aurelio Miro Quesada9 quien atribuye los excesos de Riva Agüero a ciertas debilidades de concepto advertidos en sus últimos años.

"Generalmente por razones extraliterarias y por una firmeza respetable doctrinaria en los campos ético o político pero perturbadora en el campo literario, su valoración de los escritores se oscurece y los reparos en esencia acertados, se exageran con una acumulación de adjetivos contrarios. Así sucede con Víctor Hugo, a quién ya había llamado "retórico estrepitoso" y al que ahora reprocha "su fondo paupérrimo, sus perogrullescas sentencias y vulgar filosofía política. La única explicación se halla según MiroQuesada en su beligerancia política creciente (en 1943) y en su concepto formalista de la literatura ...." 9

La otra posición crítica frente a la obra de Víctor Hugo formulada hace pocos años, se debe a la pluma de Mario Vargas Llosa, tan notable novelista como original crítico. En un ensayo dedicado a calar en la prosa de Los Miserables10 Vargas Llosa pone en evidencia la magia verbal, la opulencia retórica, la maestría poética de este ídolo romántico, al lado de su vigor creador de personajes. No le faltan a Hugo los recursos del novelista más sagaz, gracias a sus estratagemas para encandilar al lector, para sugerir situaciones, para hacer hablar a sus personajes en forma cautivadora, para esgrimir su dominio del estilo y apelar a recursos sicológicos poco usados antes, para lograr efectos de suspenso y usar tácticas para escamotear, esconder o retardar ciertas situaciones, recursos todos, en suma, para lograr que la ficción se parezca a la verdad y a la vida.

El ensayo de Vargas Llosa está cargado de observaciones sugestivas, reveladoras de la pasión con que leyó por primera vez, el libro, y luego como adolescente apasionado y más tarde, como investigador y como narrador tanto o más notable que el propio maestro.


1 Ricardo Palma, "La bohemia de mi tiempo" en : Tradiciones peruanas completas, Madrid, Aguilar, 1964.

2 Pedro Ignacio Noboa, desde 1857, puso en castellano gran parte de Las Contemplaciones, libro aparecido en 1855. En El Constitucional, N°s. 21, 23, 26, 29 y 31, Arequipa, abril y mayo de 1858; y en La Revista de Lima, tomo I , 1851, en varias entregas se publicaron sus traducciones y su ensayo "Estudios sobre Víctor Hugo y sus últimas poesías."

3 Manuel Adolfo García, Composiciones poéticas, Havre, 1872.

4 Manuel Gonzalez Prada, Baladas, París, L. Bellenand, 1939.

5 R. Palma, "La bohemia ... ", cit.

6 Manuel Gonzalez Prada, Pájinas Libres, París, Tip. P. Dupont, 1894, pp. 165-175, art. "Víctor Hugo", fechado en 1885.

7 Nuevas versiones de poesía de Hugo no se han hecho recientemente.

Algunos comentarios o críticas conmemorativas nos traen periódicos de 1902, de 1935-1936 y de 1952. Deben destacarse un informado y medular comentario de Oscar Miro Quesada (Racso) en El Comercio de Lima (N° 48734, del 1° de enero de 1936), sobre "Víctor Hugo, poeta", que recuerda el medio siglo de la muerte. Racso se revela admirador comprensivo y entusiasta del poeta francés y el trabajo reivindica su memoria preclara.

Luis Humberto Delgado publicó más tarde, una selección infeliz, El pensamiento vivo de Víctor Hugo, Lima, LatinoAmérica Editores, 1944, 201p.

Más adelante, con ocasión del sesquicentenario de su nacimiento, ofrecimos nosotros un ensayo ligero acerca de "Víctor Hugo en el Perú", en Mar del Sur, N° * Lima, 1952.

8 José de la Riva Agüero. Obras completas, Vol. III, pp. 297 passim, Lima, PUCP 1933. El otro texto aludido está contenido en su libro Estudios sobre literatura francesa, (Lima, Ed. Lumen, 1943).

9 Aurelio Miro Quesada S., Prólogo al Vol. III de O.C. de Riva Agüero, cit.

10 Mario Vargas Llosa, "Los Miserables el último clásico", en Cielo Abierto, Vol. II, p:3, Lima, 1983.


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