Sobre la escritura de Antonio Cisneros
No es fácil para mí condensar en un juicio mi opinión sobre la actividad creativa de Antonio Cisneros. En especial porque no sólo es un poeta sino un escritor, y como tal, se produce en varios espacios y con diversos discursos. En los últimos años, Cisneros aparece como uno de los más versátiles, más agudos de los poetas y, por igual atrayente en sus planteos y sus escritos, en poesía y en prosa, además de su línea literaria, política e ideológica. Si se acepta lo anterior como cierto, lo cual es fácilmente demostrable, se puede comprender que en 1964 cuando yo estaba por cerrar una antología de la poesía peruana, me cautivara su volumen Comentarios Reales. Descarté textos anteriores, de una vocación naciente y afortunada, pero los Comentarios era algo distinto. Algo que consiguió no sólo el ingreso (bien subrayado) de la personalidad de un poeta cuajado, sino que, a partir de entonces, unos más otros menos, pero todos por igual, reconocieron que con Cisneros aparecía un tipo de poetizar que no solamente tocaba a la escritura o el discurso poético de esos años, sino que acertaba quién apostaba a qué, a través de ese libro se filtraba otra forma de medir la relación entre la realidad y la palabra, entre la historia y la literatura, entre el pasado y el presente, entre el Perú prehispánico y la vertiente de hilos que anudan la república del siglo XX, y que, insinuaban las preguntas y las difíciles respuestas para las flechas que un poeta lanzaba hacia el porvenir. Entonces era obvio que este poeta disparaba dardos curiosos, antes inadmisibles. Este inusitado alquimista remontaba no al surrealismo, sino al expresionismo de Berthold Brecht, tomando como asidero la información de las crónicas, y filtrando la aventura española, la pensaba en castellano para comprender mejor esa especie de traducción lingüística y cultural, que significó el escribir los Comentarios Reales del Inca Garcilaso. El Inca depuso con el ánimo de reclamar una nobleza mancillada, un derecho a ser reconocido por la corona hispánica; al contrario, el poeta Cisneros escribía para documentar lo que, a sus ojos de espectador de otro tiempo, percibía del pasado en el presente, y postulaba una relectura por gracia de la visión artística, la versión del sentido resemantizado en los días corrientes. Como conclusión emergía una nueva lectura, una historia grotesca y eso era, entonces, el poema: la versión recreada de la historia por alguno de nosotros. Eso era exactamente lo que ocurrió, fuera verdad o fuera mentira, fuera historia o fantasía, la poesía del Inca Garcilaso trasmutó varios siglos después en la aventura de un joven escritor, quien no tenía una historia personal, pero daba pie para imaginar una historia encontrada entre varias desperdigadas en la época de los sesenta. El poeta invitaba a narrar colectivamente; fue así como mezclando estos elementos, sólo en lo aparente inconciliables, Cisneros echó las bases de su estilo sarcástico, los surcos de su humor, las huellas de esa distancia para situarse frente al pasado, escudriñar a los personajes, rehacer los dibujos y los colores, otear a los hombres de distintas épocas, de varias poblaciones. En este libro ya estaban trazados los signos persistentes, los más saltantes del poeta joven de entonces. Su arte arremetió desde esos años con una especie de candor e insolencia, que sería cada vez más palpable, en la continua rotura con el testimonio personal, sentimental, familiar e intelectual que bordeaba y recorría los temas eróticos, los asuntos escabrosos y que se complacía en exhibir una y otra vez las formas sexuales, los códigos que invitaban a inventar las figuras para enfatizar la soledad o el encuentro, o las poéticas sucesivas que hacían del cerdo o el eructo o el excremento, materiales que diseñan la vitalidad y la placidez, que el idioma adquiere en la medida que expresa la comunicación coloquial. El discurso se mueve en un registro del lenguaje oral, que reniega de lo académico, y, busca el vigor del hablar espontáneo. Después de libros de la importancia de Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968) o Como higuera en un campo de golf (1972) o Agua que no has de beber (1972), la obra de Cisneros y las discusiones en torno de ella, sus viajes, su actuar como poeta o escritor o como traductor y como profesor de literatura, lo llevan de un extremo al otro de Europa o de América. Entonces transitan en su memoria los halagos y los sufrimientos. Cisneros había demostrado la fuerza impactante de su poesía y la fibra de su renovación. Nadie duda que su poesía había ya inaugurado no un arte poética, no una retórica, sino que había abierto las ventanas de nuestra poesía para ventilar el recinto cerrado donde los escritores se repetían o imitaban, a los poetas mayores del país o del continente, en especial en la lengua castellana y en la traducción francesa. Los jóvenes de entonces, Cisneros al igual que Heraud y Hernández, fueron de los adelantados en pregonar su afición por la poesía en lengua inglesa contemporánea; de modo que no es gratuita la consonancia que se rastrea entre los elementos constructivos, formas recogidas de autores o de maestros de la poética en lengua inglesa. En Como higuera… el autor insiste en frasear las distintas Artes poéticas que aplica numerándolas 1, 2 y 3 como formas para mudar la presentación de la realidad en su arte. Ya sea en forma explícita o de manera velada, a través de los autores que menciona o los ejemplos que expone a contraluz, consigue dar una imagen en, por ejemplo, la Postal para Lima o temas que evocan como hitos de referencia o repetición (léase: aburrimiento o repugnancia a la falta de imaginación). Pero al mismo tiempo, es cierto también que la selección léxica subraya el uso de la voz popular para realzar, sin lugar a dudas, la grosería y lo grotesco o las formas disonantes. La disonancia es, en este arreglo fraguado de Cisneros, uno de los marcadores de su discurso que concilia escrituralmente con aquello que hemos llamado una de las formas de la insolencia a partir de los Comentarios, para extender y encender las ondas del sarcasmo y del humor. Quiero decir que a estas alturas de su carrera, no hay duda del papel que ha conseguido su poesía y el efecto que ha difundido en sus libros, en sus traducciones tanto como en la crítica cada vez más copiosa, como en sus presentaciones públicas, en los debates, en las simpatías y en las enemistades, pues se le pone como referencia para medirse con respecto a su obra y a su renombre. Encontraremos después en El libro de Dios y de los húngaros (1978) otra poética, una que olvida los premios, el deseo de escribir para halagar a los amigos, la ansiedad por hacer la obra y recibir el reconocimiento amical, para finalmente admitir que sólo la obra queda, y con ella basta la marca de la escritura. Pero esta valiosa colección, El libro de Dios y los húngaros, ha sido leída apresuradamente, sobre todo por lo que significa por el efecto de la reconversión de su autor al catolicismo; el autor mantiene su confesión religiosa y, al mismo tiempo, postula su opción por el ideal del socialismo. De modo que esta aparente dicotomía, entre una opción política y una fe religiosa, ha sido vista como el centro de la escritura de este poemario. Tales marcas, al contrario, son –para mí– expresión evidente de su convencimiento de que ambos factores se combinan, y en base a ésos consigue asumir una función directiva dentro del pensamiento no sólo literario sino también político en tiempos recientes. En 1984 Cisneros se alejó del Perú por un tiempo y residió en Berlín, donde gozó de una beca de escritor visitante. Lo más notable ahora de la producción poética de nuestro autor es la Crónica del niño Jesús de Chilca (1981), volumen presentado al concurso Rubén Darío de Managua, donde obtuvo una honrosa distinción. La Crónica plantea una serena reordenación de los juicios literarios, críticos y teóricos del arte poético narrativo que practica Cisneros, ahora en su versión más acabada, mejor elaborada y más unitaria. Para decirlo en pocas palabras, en este breve poemario se muestra la historia de una comunidad de pescadores y agricultores, situada a pocos kilómetros de Lima, en el desierto costeño. Durante siglos había existido una comunidad que poseía las Salinas de Chilca y cambiaba sal por el beneficio que le reportaba el uso de los antiguos canales de riego de origen andino. Los pueblos de la zona alta de Huarochirí, conservaban limpios los canales, a cambio de la sal, y el agua que llegaba así al desierto lo hacía florecer para los comuneros. Gracias a esta recíproca compensación que funcionaba entre los hombres de la altura y los hombres de la costa, la memoria colectiva contaba cómo la vida, el trabajo, la pesca y el cultivo, el amor y los percances eran parte de la experiencia de todos los comuneros de Chilca. La comunidad estaba consagrada al Niño Jesús, pero con el tiempo se inició un proceso de miseria y dispersión de sus miembros, a consecuencia del cual las gentes emigraban de la tierra. La emigración fue una consecuencia de la urbanización del territorio. Tiempo después las playas de lujo reemplazaron a las playas que fueron transitadas antiguamente por los pescadores y sus familias. La hermandad del Niño Jesús había desaparecido, y para el escritor de la historia hay una sincronía entre el hecho de la existencia de la comunidad como vida comunal y la identificación de la comunidad con el factor religioso; puesto que la unidad social estaba consagrada al Niño Jesús. En la medida que uno de los elementos de esta ecuación se rompió, se trizó la totalidad que es esa comunión, entre el hombre y su vida cotidiana, y entre el hombre y su trabajo, y su libertad para elegir la forma de optar por una norma solidaria. Diré que en este último libro, a diferencia de los previos, aunque los continúe, el poeta asume un tema que pone al mismo nivel el componente religioso y el factor social. Ahora se puede percibir perfectamente, que el hilo conductor a través de los momentos más logrados de la versión de Cisneros, fluye por una decisión que atrapa la poesía como una narración. La voz plural que surge de las varias voces, de los varios testimonios, del conjunto de personas que se definen a través de una historia popular y que plasma en la intensidad y su revelación en la cotidianidad del hacer comunal, hundido en historia y que difunde perspectivas para entender y valorar el sentido de lo narrado y de la sociedad englobante. La palabra, en el intercambio de la lengua, es un metro de la humanidad de la vida. Para mí, este factor es el más atractivo de la Crónica del Niño Jesús de Chilca. El libro convoca no sólo al recuerdo de todos, a través de las distintas voces, de distintos personajes, en varios momentos del discurso histórico, sino que los personajes hablan y, en su hablar traducen una versión que recrea el proceso que ha sido vivido, por una cantidad de hombres y mujeres existentes o no existentes, pero que dejaron una huella espiritual entre muchos de sus parientes, en sus vecinos y que, todos juntos, se agrupan en la pugna por construir una comunidad. Así quieren demostrar cómo se afianza el respeto por la persona humana y el peso de sus derechos prioritarios, frente a los utilitaristas que fraccionan la totalidad de la comuna, entendida como el cuerpo de un espíritu que la encarna. Por eso se puede decir, que la poesía de Cisneros se define, al mismo tiempo, como creencia e historia populares y como actitud política. No hay duda que es, historia vieja y poesía nueva o, al revés, es historia nueva y poesía vieja. Pero, lo evidente es que el autor desde los Comentarios hasta este último libro, no sólo ha pasado por una reconversión religiosa, sino que, también ha depurado los matices de sus distintos enfoques, para distanciar y privar la exposición de los elementos de sus antiguos libros y recibir el documento más convincente de lo que puede entenderse por poesía narrativa colectiva. Esta se aparta de la poesía intimista e individualista, pues el poeta no es el autor ni el emisor, sino es solamente la voz, la mano que consigue, al mismo tiempo, varias voces que configuran una narración percibida y reencontrada por los oyentes. La poesía es verdad, palabra compartida con la comunidad, oración transcurrida en la memoria y las tinieblas. Verdad o luz, es la poesía narrada por Cisneros. |
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