Las huellas de Martín Adán 

 Qué tarde llega el tiempo / A su punto de olvido...

 

Hay rostros de personas y rasgos de escritos que se fijan en nuestra memoria, de una manera que las hace imborrables. Ocurre así, en especial, en los días primeros de nuestro acercamiento a las fuentes de la naturaleza poética o artística.

Entonces, sin deslinde nítido entre herramientas y los procesos, para abordar el examen de una imagen, o un ritornello que subrayaba y que hasta lo aposentaba entre los bienes más queridos, en los días y los años por venir.

Estas líneas me sirven al recordar lecturas fragmentarias de la leyenda de un personaje sin par: Martín Adán (1908-1985), y el repique de su obra y su encanto sin igual.

La confidencia que sigue se refiere al hecho que empecé por el principio, es decir, por La casa de cartón, e incluso, cuando uno de nosotros, José Bonilla Amado, lo editó cuando era imposible hallarlo en el mercado de los libros recientes u olvidados; y nos deslizábamos por su prosa y su poesía. Fue así mismo, como este pequeño librito sirvió para iniciar la sección contemporánea de la narración en el Perú1.

Todo lo anterior vale, pues, para revisar los ecos de Martín Adán tan ligados al proceso intelectual de mi generación, tanto en torno de Juan Mejía Baca, Sebastián Salazar Bondy, Emilio Westphalen y Francisco Moncloa, amigos muy queridos, y con contacto con sus centros de trabajo y producción. Vivíamos lúcidamente el impacto de la vida y la obra de Adán, quien rondaba nuestros sueños mágicos en el arte y las frases célebres del poeta: "Hemos vuelto a la normalidad... "

Con los años y revisando los sonetos de Diario de poeta (Lima, 1ª Ed. 1975) mi vista se ha detenido varias veces en poemas que exigen la atención del lector, no sólo por su construcción e incitaciones laterales, sino también para confirmar un tejido subterráneo que aparece en el tramado de sus líneas más sensibles. Una visión estructural, dentro del horizonte sobre el cual Adán proyectó su obra y su luz, es obvia. He escogido seis poemas según la paginación de la primera edición del volumen Diario de Poeta, Inti Sol editores, 1975. Y además Obra poética, Tomo I, de Edubanco (Lima, 1980), a cargo de Ricardo Silva Santisteban.

En la revisión de los sonetos, el diálogo se expande entre el locutor y el poeta. A diferencia de los textos en las primeras colecciones de Adán, en ésta es más fácil ordenar los centros de interés, si no –además– percibir las líneas constructivas del pensamiento poético y realzar sus áreas más relumbrantes.

Leamos el poema II [página 27 (página 468)].

 

II

 

–Poeta dime tu oración callada,
Que no hace vana seña de escritura;
La que, en el seno de su noche obscura,
Ver no deja otra luz que su mirada.

Dime, esa tu oración... de desalada
Nube ciega a quien luz íntima apura...
De honda abeja en la flor de su presura,
Que se abre a ilusión de su llegada...

–Tú, que lo tienes todo si deseas!...
Tú, que lo tienes todo, que lo creas,
Y lo deseas todo todavía...

–Tú, que todo lo animas en tus aras...
Tú, que todo lo sabes ya y no paras
Tu pregunta perenne, Poesía...

Después de los dos versos iniciales, éstos se orientan a los tercetos finales al conocimiento dominante o buscado: ¿Qué es la poesía? Pregunta insistente en la obra de Adán.

Repárese que al pasar al ejemplo segundo, el poema VII [página 37(465)] traza la ecuación "muerte-vivir", "tiempo-apuro", "impulso-deshora".

 

VII

 

–La muerte que en ti vive, la obradora
De tu tiempo y tu apuro, la ignorada
Vida tan paralela a tu mirada,
La ajena lágrima que tu ojo llora...
Ese otro impulso que urge en la demora
A tu impulso de en cada mano en cada
Aprehensión de cosa deseada,
Siempre superflua, siempre a tu deshora...
Es vida tuya, alterna, alucinante,
La que pone tu origen por delante
De ti... aquel vacío que te agita...
A henchirlo todo ya de lo que sea...
De todo lo del tacto y de la idea...
¡La agazapada muerte que te habita!...

Lo pone en evidencia el carril –el tacto y la idea– vamos a decir el vacío que lo agita y ¡La agazapada muerte que lo habita!

El tercer ejemplo, el poema IX, tiene para nosotros una claridad que se refleja en la forma de entender el ritmo como la onda inmóvil de ese eterno río, "el tiempo" en el cual crece constantemente la cruda eternidad con que aparece. En las figuras siguientes: albedrío, cristal ardiendo, fuego frío, el cuerpo que labra sus lucideces. La luz y la estrella y la luz cuajada que dormita reclaman pronto el tiempo que llega con ¡La agazapada muerte que te habita!

 

IX

 

–¡Tiempo, dame la vez de entre las veces,
Mi vez, la sola vez, el tiempo mío,
La onda inmóvil de tu eterno río,
Esa vivaz raíz honda en tus creces!

¡La cruda eternidad con que apareces
A cada instante en climax de albedrío,
Cristal ardiendo de este fuego frío
Que cuerpo labra de mis lucideces!...

¡Que se distienda como luz de estrella,
Y sea luz cuajada que dormita
En la satisfacción de la catleya!...2 

¡Pronto, mi tiempo, Tiempo, que me llega
La muerte agazapada que me habita!...
¡Que ya su diente asoma a luz que ciega!...

p. 41 (466)

El interlocutor adelanta que este día de tiempo no es el día del poeta. No se olvide, no lo es porque la luz crea las sombras, no es el día sin noches y sin ideas; No es tu día eterno en alegrías. Al contrario, una especie de sentencia luminosa se esparce en el poema IX.

En el poema siguiente, se me hace más palpable de revelación implícita el soneto anterior –Este día de tiempo no es tu día; y siguen las razones,

No lo es, que es la luz que sombras crea; / No es el día sin noche y sin idea;/ No es tu día de eterno en alegría. Para finalizar sosteniendo una premisa. Creatura de dioses eventuales / Y de naturaleza de las cosas?.../ No es tu día, Poeta, día eterno. p. 47 (462).

El soneto XVIII [p. 59 (459)] complementa el perfil que estamos rehaciendo sobre el Tiempo, todo y puro, exento de fines..., así seguro / Como es el dios divino los bastante! Pero finalmente De ser tal, que Prescinde de lo amado / Y está solo en su límite de pecho!

Es así como emerge una brillante y conmovedora visión de Dios y del hombre. Martín Adán traza un soneto memorable: XX, [p. 63 (448)]


XX

 

–Desde antes del Tiempo, Dios me espera;
Que me es, sin vaticinio, el sumo vate
El que inventó el latido porque late
La substancia que soy, bruta, primera.

Y tal substancia es de Él, a mano fiera,
A mano torpe, a mano que se abate...
¡Rigor de mío y lascivia y dislate!...
¡Arcilla suya, ruín, blanda, postrera!...

Postrera siempre; y no... que abre sonrisa
Subintrante y tenaz, de linfa a brisa,
En faz de masa de eterno y de ahora.

¡Vete, pues, Pegadizo Ángel, alante...
Que Dios me está esperando en cada instante!...
¡Al ente divinal, por Su demora!...

p. 63 (446)

Este soneto muestra la belleza y el espectáculo de la reencarnación de la poética y la poesía en la palabra de Martín Adán. Las formas para presentar la relación entre Dios y el hombre, adquieren distintas modalidades. Esta última que hemos abordado, me impresiona por la verdad y el regocijo para tratar de la reencarnación entre la palabra poética y la fe religiosa de Martín Adán, cualquiera que sea el punto de partida del creyente y la fuerza inquebrantable de su fe.

Con motivo de una carta de Celia Paschero, Martín Adán le contestó con "Escrito a ciegas". Mejía Baca la publicó para compartir con la lectura de Adán, la hondura y la belleza de la carta de contestación.

¿Quiéres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?... Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
Y sensible volumen de ser mi humano,
Que es un cuerpo y vocación,
Sin embargo.

Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo
Por que vivo, porque me mato.

Mi Ángel no es de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva sin término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante

Que es la Vida, y su engaño y su encanto.
Cuando lo sepas todo...
Cuando sepas no preguntar...
Sin roerte la uña de mortal,
Entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra más...
La toda tuya vida es como cada ola:
Saber matar,
Saber morir,
Y no saber retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio,
Y no saber contenerse en su afán...

Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar,
¿Por qué me la pides, Literata?
Ignoras acaso que en el Mundo,
Todo de nadas acumuladas,

De desengrandar infinitudes,
No sino un trasgo3
Eterno, sombra apenas de apetito de algo?

La cosa real, si la pretendes,
No es aprehenderla sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
¡Cuídate de su atajo!
¡Cuídate de su distancia!
¡Cuídate de su despeñadero!
¡Cuídate de su cabaña!

¿Quién soy? Soy mi qué,
Inefable e innumerable
Figura y alma de la ira.
No, eso fue al fin... y era al principio,
Antes de donde el principio principia.
Soy un cuerpo de espíritu de furia
Asentada y de aceda ironía.
No, no soy el que busca
El poema, ni siquiera la vida...
Soy un animal acosado por su ser
Que es una verdad y una mentira.

En otro nivel de esta correlación hombre-Dios, asume otro signo en Escrito a ciegas. Al contestar a Celia Paschero, Adán enfatiza: "Lo real no se le coge: se le sigue, / Y para eso son el sueño y la palabra". Y esa es la lección más depurada y concisa de Martín Adán.

 

 


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