¿Quién es este autor primerizo, que se presenta al público español y latinoamericano con un volumen desafiante y una
carta-prólogo firmada nada menos que por Unamuno?
De sus datos biográficos3, tomados de un artículo de Jorge Basadre en el
Boletín Bibliográfico de San Marcos, de julio de 1938, y de los consignados por el
Diccionario de Milla Batres y la Enciclopedia Ilustrada de Tauro, acaso lo más importante sea su formación profesional, sus grados de Bachiller (1897) y Doctor en Letras (1897), con las tesis tituladas
El porvenir de las razas en el Perú y Filosofía y Arte, respectivamente, publicadas ese mismo año, y el bachillerato en jurisprudencia (1899), con su ensayo
El sentimiento religioso en sus relaciones con la delincuencia. Casi enseguida se recibe de abogado, y desde 1892, a la sombra y protección de su padre, entra a laborar en la Biblioteca Nacional, hasta que en 1902 parte como cónsul a Barcelona. A su vuelta en 1906 (se supone que en el lapso recorrió parte de Europa), será catedrático en San Marcos de los cursos de Estética e Historia del Arte, Literatura Americana y del Perú, culminando por fin su vida como diputado por Lima
(1919-1930), y fundador o director de importantes revistas, entre las cuales sobresalen El iris
(1893-1894), Prisma (1906-1908), Variedades (1908-1931) y el diario
La Crónica
(1912-1929).
Cuando muere, en 1946, a la edad de 74 años, su perfil es el de un intelectual serio (pese a juzgar mal la obra inicial del joven César Vallejo), estudioso de las letras, la psicología, la jurisprudencia, la estética y la historia del arte, vinculándose con la literatura nacional a través de su larga carrera periodística durante tres décadas muy interesantes, en las cuales revistas y periódicos difundieron el desarrollo de la vida artística y política del país.
Cronológicamente, al referirnos al cuentista Clemente Palma, deberíamos empezar por "En el carretón", escrito, según el autor, en 1897, y publicado por vez primera en la revista Flecha N°1, en diciembre de 1924, antes de ser recogido en el volumen Historietas malignas de 1925.
Si confiamos en la palabra del autor, sus temas y aun su estilo no habrían variado mucho en más de veinticinco años de actividad literaria, lo cual significa una firme convicción en su obra y un apego a ciertas fórmulas del relato fantástico, donde sobresalen los poderes de la muerte y del mal, frente a la vida, por encima de la moral, así como se subrayan la extravagancia como actitud creativa, el vicio y las "rarezas" al alcance de los sentidos, y una atmósfera de terror a veces lograda, y a veces sólo digna de una sonrisa, pues ya otros numerosos autores, desde Poe hasta
Quiroga, pasando por los decadentes franceses, nos habían acostumbrado el gusto.
En el cuento "En el carretón" la fórmula nace escueta, precisa, matemática, enumerando inclusive los párrafos, como los pasos de una ecuación. Y nace también su estilo castizo, a ratos arcaizante, que denota el esfuerzo y la minucia con que Clemente Palma deseaba pasar por un escritor español, alejándose así del estilo de su padre don Ricardo, quien a menudo dio cabida al coloquio limeño o peruano, sobre todo en diálogos y giros descriptivos. Clemente, no, nada de expresiones "vulgares" o populares que lo acercaran al lector peruano o latinoamericano. Él ha de preferir su mirador de Barcelona aun desde antes de salir del país.
Por otra parte, aquí es ya un escritor "intencional", en el mejor sentido de la palabra. Su intención consiste en utilizar la literatura para difundir ideas seudocientíficas y artísticas, sin importarle que provinieran de una ideología tortuosa, donde el terror, la muerte, el sueño, el sadomasoquismo y las drogas figuraban como elementos usuales de un camino hacia la "felicidad". Su norma es justamente no aceptar normas, sino la libertad absoluta para crear dentro del arte y lejos de la religión como freno moral, para él dañina por constreñir esa libertad. No obstante, hay un sentimiento, uno solo, sagrado y capaz de mover el mundo: el amor, pues Clemente, modernista en gustos y estilo, quiere ser asimismo romántico. Ya veremos después qué clase de amor divulga y subraya.
Los personajes de "En el carretón" (el estudiante - protagonista, su amigo Karl, el enterrador, Pierrot y la misma Luna convertida de sueño en realidad) no provienen de ninguna geografía, si bien en otros relatos del autor son nórdicos, o franceses, o rusos, esto es, exóticos. El exotismo y la falta de ubicación facilitan el lenguaje impersonal, y a través de él, su afán por darnos situaciones extremas, poco creíbles, en que la vida y la muerte conviven en el viaje obligado del protagonista hacia el cementerio, mezclado con otros "muertos" en la carreta del enterrador.
Pero la fantasía se hace a ratos probable, porque Clemente Palma dosifica bien la historia. En las primeras líneas nos resume el argumento: "Me creyeron muerto y como soy un pobre diablo de estudiante sin familia y sin fortuna, el carro mortuorio de los paupérrimos me recogió para conducirme al cementerio, a la fosa común de los anónimos". Preámbulo telegráfico del "yo" narrador que suscita interés por los nuevos datos. Pues en el segundo párrafo (ya dije que están numerados), ese "yo" explica que él y su amigo Karl habían bebido mucho ajenjo (él, muy doctoral dice "absintho") en la taberna, jugándose a los dados el amor de Silvia, la querida de Karl, contra el de "mi novia ideal, la Luna". Ni más ni menos. La fantasía lunar y el amor lunático, en medio del ajenjo, se añaden todavía más al deseo de su amigo (se presume que ambos son estudiantes de medicina) de obtener la sangre del narrador para transfundirla en las venas de su rubia anémica, y lograr, dice Karl, "que los lirios de las mejillas de mi Silvia se truequen en rosas". Así, con súbita naturalidad, nos internamos en pleno mundo extraño, modernista, pero también romántico: ajenjo, riña estudiantil a puñal, dudosa transfusión de sangre, influjos de la luna en un amante, y heridas feroces, por una de las cuales, confiesa el protagonista anónimo, "me creyeron muerto y... la carroza de los muertos paupérrimos cargó piadosamente con mi cuerpo". La frase repite lo ya dicho pero encierra bien, en sólo dos párrafos, el preámbulo vivaz y efectista, muy superior a las escenas macabras que seguirán con el narrador herido, entreverado con los muertos, a los que llama triunfalmente "mis vasallos, mis buenos amigos de la sala de disección, a quienes descoyuntaba los huesos, abría las arterias y arrancaba las vísceras con la colaboración de mi camarada Karl".
El resto es el paseo del carretón, rodando dentro y fuera de la ciudad, hasta el cementerio, mientras el protagonista añora no sólo a su novia ideal la Luna, sino que se siente a gusto porque: "Yo sé el lenguaje de los muertos como que es el mismo de los vivos, enriquecido por los vocablos creados por los dolores y los misterios de una vida extraña y penumbrosa que se llama Muerte". Toda esta actitud sombría se ahonda en detalles macabros, pues enseguida él se da con un conocido, Rob, "que estaba sin cabeza: la tenía sobre las rodillas", lo cual no impide que Rob le cuente a su vez su propia vida amorosa, cuando osó fijarse en la hija del verdugo del pueblo, y acabó con la cabeza cortada por éste. El fragmento de Rob es llamado "Una historia de amor y de muerte", antes de la escena final en que los muertos, al saberlo vivo, se irritan contra el narrador, excepto Pierrot, que estará muerto pero se ríe de todo, y aún revive y llora a la luz de la Luna, mientras el narrador se levanta por fin, el carretero se desmaya al verlo y así nuestro protagonista vuelve a casa acompañado por la Luna "y el resto de la noche dormí con mi novia".
Pero la abigarrada y artificial mezcla de vivos, muertos, del desdichado Rob, Pierrot y la Luna, no concluye, pues en las últimas líneas se dice que "Al despertar, ya muy avanzado el día, me dolía fuerte la cabeza y tenía en la boca un acre aliento de absintho". ¿Ha sido todo un simple sueño de borrachera? Aquel autor inclusive pretende jugar (no diré burlarse) con el lector, tras de escenas salidas de un pequeño infierno presidido por Pierrot y la Luna, dos símbolos resobados no sólo por los modernistas, sino por literaturas más antiguas.
He ahí el primer cuento de don Clemente; no es muy distinto de los que vendrán en Cuentos malévolos (1904) e Historietas malignas (1925). Veamos el libro de 1904. A sus 32 años Palma-hijo es ya un buen lector de literatura norteamericana y europea, en especial de la escuela decadente francesa, y amigo de distinguidos escritores españoles como Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, el catalán Antonio Rubio y Lluch, y del propio Unamuno. De los peruanos, sólo citará al poeta José Santos Chocano, también modernista. A todos ellos les dedica alguno de los doce textos reunidos en Cuentos malévolos, publicados originalmente en revistas y diarios peruanos de la década anterior. El ansia de mejorar la solidez del libro lo lleva a escribir ocho nuevos cuentos, a fin de juntarlos en una segunda edición, de 1923, con otro prólogo del también conocido escritor, esta vez peruano, Ventura
García Calderón4. Por fin, en 1935, publicará su última narración, X Y Z,
novela grotesca.
Hasta por los simples títulos se ve su afán de asediar de modo polifacético los temas del mal, de las deformaciones psicológicas del individuo "superior", la pugna entre la vida y la muerte, entre Cristo y Luzbel, los extraños casos románticos, y en general, la tesis de que ciertos individuos, especialmente científicos, pueden disputar supremacías con la muerte y aun vencerla, merced al conocimiento, a la voluntad o a las drogas. Al fondo de esa tesis se halla una sociedad irreal, cosmopolita, que representaría a una humanidad "adelantada", por encima de las normas de la moral y la religión.
Por estos temas, desplegados en argumentos sombríos irónicos y hasta macabros se le vincula con el pesimismo de fin de siglo, reflejo de reacciones angustiosas de intelectuales preocupados (según afirma Earl M. Aldrich Jr., crítico sagaz, en su brillante libro sobre el cuento
moderno en el
Perú5) por los avances científicos y tecnológicos de la época, merced a los cuales la relación de la vida humana con el esquema del universo era más complejo que lo imaginado. "Hombres desilusionados vieron el rápido avance del conocimiento como una maldición, porque había puesto al desnudo caras ilusiones sobre Dios y el hombre, sin ofrecerles a cambio un camino de salvación. La respuesta de estos intelectuales -o mejor, sus defensas- se volvieron hacia formas de escapismo, escepticismo, burla, blasfemia o un distanciamiento superior. Pero estos recursos tendieron a subrayar, más que a esconder, la gravedad de unas
heridas
espirituales"6.
En su gran mayoría, los relatos "malévolos" pretenden describir el mal, esto es, una enfermedad psicológica y aun física que domina a los personajes, creados a la moda de los decadentes franceses (Huysmans Jean Lorrain, Villiers de I'Isle Adam o Josephine Pélatan), quienes, por un lado, se desesperan ante la "estúpida" civilización moderna y el horror de la vida, y por otro, exploran hasta con orgullo los supuestos paraísos de la droga y los vericuetos del mundo satánico.
Las obras de investigación filosófica y estética de Clemente Palma prueban su conocimiento de tales antecesores. Habiendo publicado en fecha tan temprana, como en 1894, su folleto de diez artículos Excursión literaria, donde enlaza el concepto de decadencia con el modernismo, edita, además, como se dijo, su tesis doctoral Filosofía y arte, en 1897. Él busca, pues, ser juzgado también como pensador y crítico literario apegado a un pesimismo casi general, el cual engloba a decadentes, simbolistas, realistas, naturalistas o simplemente "blasfemos".
Veamos si tal cúmulo de ideas se concretan en las narraciones del volumen. En primer lugar, nos ofrece una variedad de extensiones del texto, desde los cuentos breves, como "Los canastos", "Una historia vulgar" y "Los ojos de Lina", hasta los medianos y ambiciosos como "La granja blanca" y "La leyenda del hachisch". Los primeros siguen el concepto del efecto único, que viene de Poe (quien, dicho sea de paso, no lo cumple muchas veces), sin subdivisiones y capitulillos en la redacción, para ser leídos de un tirón; "Los ojos de Lina" si se divide en dos partes; en la primera están las impresiones vividas y terroríficas del
personaje-narrador, y en la segunda, cortísima, se nos da el efecto de la narración sobre el grupo de oyentes.
Los cuentos de extensión mediana, en cambio, suelen darse en subcapítulos o facetas de un prisma, y el narrador (casi siempre el "yo" del autor) se siente libre de desviarse del argumento o de comentar secciones del mismo, inmiscuyéndose demasiado en la narración. Es curioso, pero esta segunda técnica va a ser empleada también por Valdelomar, la de divisiones en facetas sucesivas de un prisma, pero la prosa poética del vate iqueño y su gran apego a la línea central del argumento enriquece la narración en vez de perturbarla, como es el caso de Palma.
El segundo aspecto que brota de los cuentos breves es la carga ideológica que traen; si esa carga es leve, la narración fluye según sus propios elementos internos, como en "Los canastos", "Una historia vulgar" y "Los ojos de Lina"; pero si la ideología avasalla el conjunto, entonces el texto se acerca al ensayo, el narrador sustituye al pensador o filósofo (más aún que en algunas novelas de Aldous HuxIey), y así el texto debe juzgarse como la puesta en literatura de temas preconcebidos y ordenados según el antojo del autor, y no según el desarrollo de la acción.
En "Los canastos", de apenas cuatro páginas, el conflicto entre el bien y el mal, entre la buena conducta y la perversidad, se adelanta en párrafos claros: "Os juro que yo soy bueno, que soy un buen padre de familia, pero sólo en la época en que hay sol en este cielo brumoso. ¡Oh!, la bruma invernal me hace daño y me convierte
en
malvado"7.
Esta dicotomía de vivir sano de espíritu en verano y perverso en invierno, es el hilo del relato, y como ejemplo, se pone la historia del viejo y gordo carretero ruso Vassielich, quien lleva, como otros días, sus canastos llenos de peces al mercado. El narrador le va siguiendo en ese rutinario viaje y de pronto desea que algo malo le suceda ("deseaba con toda mi alma darle un susto, aunque no fuera sino arrojarle con carreta y todo al río"); pues tal deseo maligno, como un mandato del diablo, se cumple a pocos, la cuerda que sujeta los canastos se rompe o desata, y uno a uno se van al río sin que el testigo (el narrador) le advierta del percance sino cuando éste ha concluido. Y todavía se divierte dándole la mala noticia entre burlas; hasta supone que el viejo va a matarse por la desgracia y el narrador se propone contemplar el suicidio, pero como éste no se cumple, "por un cobarde amor a la vida", entonces le confiesa que pudo haberle avisado cuando caía el primer canasto, y no lo hizo porque así, haciéndole daño, sería recordado por la víctima. Casi parece que el mismo diablo hablara, encarnado en un buen burgués: "Después de todo, el sitio de los peces era el río y no los canastos. He restablecido, pues, el equilibrio de la naturaleza". El cuento concluye bien, y la moraleja se disculpa e incluso divierte. El autor acertó en su mezcla de relato y reflexión filosófica; pero no siempre ocurre así.
En "Una historia vulgar" hay el choque de dos puntos de vista sobre el amor, el puritano y el libertino, y cada posición está encarnada en un personaje. Para hacer la historia entretenida y ejemplificadora, el "yo" narrador sólo presenta un suceso que le contaron y que dice así, etc., etc., dando paso al
personaje - narrador quien es un joven médico (y psicólogo también, quiere hacernos pensar), encargado de contarnos la breve vida de su colega y amigo Ernesto Rousselet, el puritano. Éste prefiere la virtud a la pasión, y por ello, el matrimonio en vez del concubinato o la relación sexual pasajera. Sin embargo, de modo involuntario, se da con el amor libre, esto es, ama a quien no debe, goza fugazmente de la muchacha y luego no sólo se arrepiente, sino que desprecia a quien se le ha entregado, pues él odia de antemano a las queridas; y así, acaba suicidándose para no tener que perdonarla. El personaje-narrador cuenta lo dicho con ánimo satisfecho, porque sabía de antemano que sucedería así, pero, contradiciendo su insensibilidad, venga indirectamente a su amigo, cuando, años más tarde, envía una carta delatora al marido de la "culpable", pidiéndole con sarcasmo que no consienta que su mujer "acaricie más pilluelos que los propios". Como se ve, aquí están logrados el tono sardónico, el retrato de personajes opuestos entre sí, la elección involuntaria de la mujer indebida, y los dos finales sucesivos, el suicidio y la carta. Y las ideas están dosificadas y son soportables.
Respecto a, "Los ojos de Lina", el cuento más elogiado por la
crítica8, es de veras impresionante, pues sus elementos internos funcionan desde el comienzo a fin de provocar el suspenso, allanar el paso a la narración fantástica, en el borde mismo de lo increíble, donde el personaje?narrador pinta lo extraño de unos ojos femeninos embrujadores ("No te miro porque tus ojos me asesinan; porque les tengo un miedo cerval, que no me explico ni puedo reprimir"), dentro de una historia que también acaba en dos escenas distintas, la una cuando Lina, ya ciega, obsequia en una caja sus propios ojos a su amante, y la otra, cuando el
personaje - narrador descree de lo dicho por él mismo, añade que ha mentido y que así no sucedió ("¡Hombres de Dios! ¿Creéis que haya mujer alguna capaz del sacrificio que os he referido? Si los ojos de una mujer os hacen daño, ¿sabéis cómo lo remediará ella? Pues arrancándoos los vuestros para que no veáis los suyos. No, amigos míos, os he referido una historia inverosímil..."). Con esto amengua, si bien no del todo, la fuerza imaginativa del texto y la extrañeza de una conducta irreal. En ningún otro cuento, Palma ha sido tan ingenioso ni macabro como aquí.
Al revés de estos éxitos "El hijo pródigo" dedicado a Unamuno, es sólo un ejercicio filosófico, donde no hay acción dramática, sino mero discurso. El tema es esquemático: Dios perdona a Luzbel, pero el Mundo pierde su alma, pues ya no habrá diferencia entre el Bien y el Mal. Vienen la Gran Catástrofe y la Nada. "El quinto evangelio" es ya el hito en que culmina su desapego del cristianismo. Leemos un duelo (y diálogo) perverso e infantil entre El Crucificado y Satán, que empieza siendo teológico y acaba en lo que debió ser siempre, en una narración. El diálogo es movedizo y la prosa cuidada. Hay alguna tensión en el lenguaje y cierta sonoridad; pero la burla de Satán carece de novedad, excepto al sacar bruscamente de la manga a El Quijote al final, anunciado como una presea de Satán ante el rostro moribundo de Jesús. El afán corrosivo e intelectualista del autor se disuelve; ya no sabe a qué recurso apelar a fin de dominar a Jesús.
Hay otros textos asimismo inferiores. Rescatamos "La granja blanca" por su ambiciosa extensión y por algunos retratos en un comienzo logrados, como ejemplos de vidas al parecer románticas, si bien dentro del postulado de que "todo lo real es ideal, todo lo ideal es real"; la vida es una ilusión prolongada y el mundo es del todo imaginario. Cuando la teoría llega a la práctica, Cordelia, bella novia del "yo" narrador, enferma de súbito con malaria, y él, con tal de salvarla, piensa en cualquier remedio, a cualquier precio, incluso en "meter en una caldera la sangre de toda la humanidad". Luego, la ve mejor, pero los demás la ven ya muerta. Desde ese momento el narrador parece perder naturalmente la razón, pues vuelve a verla viva y no sólo se casa con ella, sino que Cordelia, pálida y exangüe, tiene aún fuerzas para pintar su autorretrato, mientras brota, súbitamente asimismo, una hija de ambos, una escena sexual con Cordelia, incluido el vampirismo, y una probable desaparición o segunda muerte de ella. Ya el lector carece de una información fidedigna para seguir el argumento; leemos que el lienzo está vacío, que han transcurrido dos años y para los demás no hay pruebas de que exista una niña, pero el narrador dice que sí, y de veras su anciano maestro, indignado porque al parecer desea casarse con su propia hija, lanza a la chica por la ventana e incendia la granja maldita, donde "no existen ni la vida ni la muerte, ambas son ilusiones... vivimos una vida fantástica".
¿Dónde estamos? El tratamiento del tema es caprichoso, desordenado, intercalando a ratos fugaces retratos realistas, pero en general el tono es exclamativo, escandaloso y provocador. Y lo mismo sucede cuando pasa al tema de las drogas en "La leyenda del hachisch". La amante pálida y anémica, de ojos de animal doméstico, toma la pócima y viaja por las constelaciones y mitologías del mundo. Por una grotesca inversión de valores, la extravagante idea del mal y la corrupción son una fuerza que hace vivir al hombre. La literatura se vuelve una alegoría del supuesto conocimiento y pierde su independencia. He aquí otro reflejo de los decadentes franceses, cuyo mayor personaje, como se sabe, es el maniático, cínico y vicioso Duque de Esseintes, protagonista de A rebours, novela de Huysmans, que postula el culto de la artificialidad como una reacción contra la idealización de la naturaleza, que predicó Rousseau. Por cultivar el artificio, Clemente Palma se prodiga, por fin, en el cuento "ldealismos", donde el protagonista confiesa estar matando gradualmente a su novia, pero con un método, el de inculcarle el deseo de morir, además de suponer que el amor en sí mismo está corrompido.
Los cuentos que se añaden en la edición de 1923 no mejoran el conjunto, tal como demuestran "El príncipe alacrán" y "Un paseo extraño". Y llegamos a la cima de la ironía y del cinismo con "Las mariposas", cuento dedicado a la hija del autor, donde éste confiesa que sus relatos son "resultados floridos de su desatado escepticismo, cuentos que se inspiran en los niveles más bajos del espíritu humano, cuentos de pasiones anormales y torcidas, relatos de fantasías descarriadas, de ironía amarga y resignada". Estamos de acuerdo en los calificativos, pero, ¿son esos resultados "floridos"? Porque, según vemos, la prosa de Clemente no se caracteriza por una retórica medida que engalane el discurso o el diálogo, sino que, en sus mejores momentos (en "Los ojos de Lina"), es efectista y aun truculento, y el resto de las veces lo sentimos acartonado, sin ningún vuelo poético y, además, apegado siempre a un ideal de lengua castellana de España y no a la variante coloquial peruana. Por ello, su prosa puede ser más o menos correcta, pero también forzada y artificiosa en su empeño de parecer castiza, en preferir la imitación a la creación, al revés de Valdelomar o Vallejo, cuya prosa es rica por su imaginación y versatilidad, por el empleo de la vaguedad y "rareza" modernistas para sus propios fines literarios, actitudes singulares que no ocurren en Clemente Palma.
Pasemos al autor ya maduro, el de Historietas malignas (1924)9, cuando frisaba en los 52 años y persistía en sus temas y estilo. En el primer fragmento, tomado de "Mors ex vita", se reflejará su retórica pesada, habitual y banal, cuando todavía no describe escenas emotivas o fantasmagóricas:
"Sería inoficioso detallar la convalescencia de Loredano. Sólo recordaré la escena del reconocimiento que hizo de sus tías, el primer día en que sus facultades mentales volvieron a esclarecerse. Al principio, en medio de la nebulosa en que flotaban sus pensamientos e ideas, no acertaba a darse cuenta de su estado ni de las personas que veía en torno de su lecho; las enfermeras, las tres señoras, el médico y yo, no éramos sino sombras, bultos, seres anónimos, que se sucedían en el espacio y en el tiempo, se movían, se juntaban, se separaban o se alejaban. Pero, a medida que fue acentuándose la mejoría, las ideas fueron tomando posiciones, las funciones mentales fueron recomponiéndose, y comenzó a fijar la atención en las sombras que se agitaban en torno de su lecho, y a hacer diferenciaciones. Así fue como una mañana, en que un chorro de luz tenue entró por una puerta, cayó sobre una de sus tías e iluminó su rostro, Loredano abrió desmesuradamente los ojos, espantado y atónito, se los frotó, se incorporó, cogiendo ávidamente la mano de Hipólita como si temiera que la visión se borrara, y le preguntó con voz temblorosa:
- "Por favor... dígame, ¿quién es usted, señora?".
Luego, apreciemos su estilo en todo su esfuerzo, cuando describe emociones extrañas, como la del contacto con los espíritus, en la misma narración anterior:
"Confieso que voluntaria o involuntariamente -me inclino a creer lo primero- hice una presión con los dedos sobre la mesa para obtener un golpe de afirmación. Con alguna sorpresa observé que la mesa ofreció una resistencia seria a mi intento. Después de un momento de silencio, insistí en mi propósito de hacer que Víctor Hugo, Goethe o Nietzche se comunicaran con nosotros, y repetí la pregunta. Hice mayor fuerza con las manos, y conseguí que la mesa diera un golpe. Pero lo extraño fue que, sin que lo pudiera evitar, el golpe se repitió inmediatamente constituyendo así una respuesta negativa que me contrarió.
- ¿Eres mi hermano? ?preguntó con voz opaca Filomela, sin obtener respuesta alguna.
- ¿Eres Karl? -preguntó temblorosa Hipólita, con el mismo resultado.
- ¿Eres ella?... -Interrogó Loredano.
Sintióse en ese momento un ruido en el escritorio. Era algo así como un doliente suspiro que nos hizo estremecer a todos. Las manos de Marta se desprendieron pesadamente de la mesa.
- ¡A Marta le pasa algo! -exclamé- ¡Encendamos la luz!
- ¡No, no! -se opuso enérgicamente Loredano nadie se mueva. Ella está aquí, ella, la adorada mía, Lodoiska!... Háblame... exprésame lo que debo hacer...¿Has llegado a saber toda la pureza... toda la locura con que te he amado y te amo, toda mi desesperación y mi desesperanza...?
Vago, informe, apenas apuntando en la tiniebla del fondo, en el espacio entreabierto, entre las dos cortinas, vi, vimos todos los que estábamos en aptitud de ver, algo así como el esbozo de una forma femenina, iluminada con el mínimun de luz. Era algo así como si la décima parte del punto de luz de gas que desintegraba la tiniebla absoluta de la estancia se hubiera condensado dentro de un block de niebla toscamente esculpida con las formas de una mujer. Y se oyó con una voz que estaba dentro de la habitación, era distinta de la voz de todos, esta respuesta perceptible y lejana:
- Sí, Loredano...¡soy yo...yo...!"10
En resumen, como autor de tres o cuatro cuentos logrados, entre ellos "Los ojos de Lina", "Una historia vulgar" y "Los canastos", Clemente Palma merece, a nuestro juicio, una reconsideración, pues su desmedido renombre quizá se deba por ser hijo de quien fue, por desconocerse muchos detalles del cuento fantástico en el Perú (cuyo origen a fines del siglo pasado debe recoger otros nombres como los de Ledgard, Román, Aguirre Morales o López Albújar, citados acertadamente por
González
Vigil11, y por haber sido erróneamente elogiado por Ventura García Calderón, Luis Alberto Sánchez y Tamayo Vargas. Ha tenido suerte con la crítica; pero lo que hizo no puede cotejarse con las trayectorias nítidas de Valdelomar, Vallejo, Churata, Durand o Ribeyro en el cuento fantástico. Me complace coincidir con González Vigil al expresar que Cuentos malévolos es sólo el primer libro de cuentos del siglo XX, que alcanza alguna notoriedad por circunstancias personales favorables, pero sin olvidar, añado yo, la manía desafortunada de Clemente Palma de inflar la prosa con alardes seudocientíficos y psicológicos.
Aquí me he referido únicamente a los cuentos. Dejamos para otra vez el examen de su volumen X Y Z, novela grotesca (1935), en el camino de lo que será ciencia?ficción. En fin, estamos ante una figura irregular, desnivelada, cuyo nivel exacto y modesto debe señalarse con imparcialidad.
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NOTAS
(1) La frase exacta es "un cerebro poderoso" y así la consigna MZR (Manuel Zanutelli y Rosas), en el Diccionario Histórico y Biográfico del Perú, tomo VII. Lima: Carlos Milla Batres Editor. p. 45. 1986.
(2) Unamuno, Miguel de. "Prólogo" a Cuentos malévolos. Lima: pp. 7-12. 1959.
(3) Ver la entrada "Palma, Clemente", en el citado Diccionario de Milla Batres, firmada por MZR.
(4) Ver la segunda edición de Cuentos malévolos. París: Librería Paul Ollendorf. 1923.
(5) Ver Aldrich Jr.; Earl M. The modem short story in Peru. Madison: The University of Wisconsin Press. 1966.
(6) Op. cit., p. 9. Traducción de C. E. Zavaleta.
(7) Ver citada edición limeña de Cuentos malévolos. p. 13.
(8) Sucesivamente autores como Ventura García Calderón, Luis Alberto Sánchez, Augusto Tamayo Vargas y Alberto Escobar se ocuparon de este texto. Ver un recuento de la opinión crítica en Ricardo González Vigil, El cuento peruano hasta 1919. Vol. II. Lima: COPE. pp. 635-637. 1992.
(9) Cuento "Mors ex vita". En: Historietas malignas. Lima: p. 16. 1924.
(10) Ibid, pp. 32-33.
(11) Ibid, pp. 32-33.
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