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BOLETÍN. Museo de Arqueología y Antropología
© UNMSM. Museo de Arqueología y Antropología
ISSN versión electrónica 1609-8994



Bol. Mus. Arqueol. Antropol. (UNMSM)
    2005; 6 (1) : 31-36


"INTI RAYMI"
LA FIESTA DEL SOLSTICIO INCA

María del Carmen Martín Rubio*  



Pese a la cultura occidental impuesta en los territorios
andinos a raíz de la conquista europea, el legado incaico nunca se llegó a perder en sus pueblos y ciudades, ni en los momentos difíciles de la extirpación de idolatrías y ni siquiera en siglos posteriores. Fundamentalmente,
este legado se ha manifestado siempre por el uso del runasimi, lengua popular incaica, y por representaciones de ceremonias folklóricas evocadoras de su historia, las cuales muy pronto se vieron mezcladas con las propias de la península ibérica en procesiones religiosas y en desfiles de carácter político.

En tal sentido, basta recordar las tempranas escenificaciones sobre la muerte de Atahualpa,
realizadas en Potosí en el año de 1555, según ha trasmitido Arzans y Vela en su Historia de la Villa de
Potosí, o en la participación de la nobleza aborigen, engalanada con los atuendos tradicionales, en la
festividad del Corpus Christi, sobre todo, desde que ocupó el Obispado del Cusco Manuel Mollinedo Angulo, en 1672. Hoy, el pasado incaico ha adquirido una inusitada fuerza en el Perú constituyendo un paradigma importante frente a la globalización cultural que amenaza con invadir incluso a países tan cargados de identidad como es aquél. Esta singular característica sin duda deriva del inquebrantable arraigo que los mitos y creencias Tahuantinsuyo desarrollado en base al trabajo de sus ciudadanos y como consecuencia de la potente estructura social, política y religiosa establecida por sus gobernantes, en la que, en compensación al esfuerzo laboral diario, el Estado programó muchas fiestas, que tenían como fin distender el ánimo de las gentes. Sobre el particular son muy interesantes los testimonios narrados por los llamados cronistas de Indias - algunos testigos de vista- quienes impresionados por la magnificencia de las ceremonias que alcanzaron a presenciar, han dejado bellas descripciones en las que se remarca el absoluto poder de los monarcas cuzqueños y el gran esplendor que envolvía al aparato estatal religioso, dirigente del Imperio.

Este es el caso de Pedro Cieza de León, quien tras haber recorrido muchos lugares andinos, publicó parte de su obra en Sevilla el año de 1553, con una documentación captada en directo. Por eso, pudo saber de primera mano que durante el Incanato se celebraban varios festejos en los que se hacían grandes sacrificios. De todos, consideraba más importante al llamado Hatún Raymi: fiesta muy solemne, dedicada en el mes de agosto al dios creador Ticiviracocha, al Sol, a la Luna y a otros Dioses, en agradecimiento a los frutos recogidos (2000, XXX, 107).

El comentario de Cieza de León pone de manifiesto la importancia de las crónicas en la historiografía americana; sin embargo, hay que tener en cuenta que existen pequeñas contradicciones en algunos nombres y fechas entre los autores del siglo XV1, debido principalmente al desconocimiento de los idiomas aborígenes, así como del orden social y cultural de aquellos pueblos, muy diferentes a los europeos del renacimiento. De ahí que sean los cronistas de la década posterior quienes recojan con mayores luces los más profundos aspectos del lncanato, mediante el estudio de documentos; pero en contrapartida, éstos pierden la frescura de la narración contada desde la observación directa, exceptuando a cronistas indígenas o mestizos, como Guamán Poma de Ayala, Garcilaso de la Vega y Santa Cruz Pachacuti Yanque.

Por tales motivos, antes de seguir adelante, es conveniente escuchar a Juan de Betanzos, un autor muy considerado por haber escrito su obra en la temprana fecha de 1551, desde la panaca real de Atahualpa a la que pertenecía su esposa, y por conocer perfectamente el idioma nativo. Explica que el gran héroe Inga Yupangue o Pachacutec estableció un calendario de doce meses con treinta días y señaló las fiestas y sacrificios que cada mes se debían hacer. Según Betanzos, Pachacutec programó también que el año comenzase en el mes llamado pucoy quillaraimequis, correspondiente a diciembre del calendario juliano. En ese tiempo instituyó la fiesta del Raymi, en la que se daba la categoría de orejones a los adolescentes nobles. A enero llamó hatumpo coiquis, a febrero allapo coiquis, a marzo pacha pocoiquis, a abril ayriguaquís, a mayo huacay quos quiquilla. En esos días Pachacutec ordenó una fiesta al Sol muy solemne, en la cual se hacían grandes sacrificios para dar gracias por poder disponer de tierras de labor y por los maíces cosechados en ellas; duraba hasta fin de junio, mes conocido como atún quosquiquilla. Se llamaba yaguayracha aymoray y se celebraba en la plaza de Rimacpampa. A julio llamó caguaquis, no se celebrara entonces ninguna fiesta porque quiso que todo su tiempo se dedicase a la siembra y cultivo de papas, maíz y quinua. Agosto se llamaba carpaiquis y septiembre satuaiquis. En este último mes instituyó dos fiestas: en una el ritual consistía en levantarse a media noche y lavarse hasta la llegada de día, llevando hachos encendidos, con los que se golpeaban en la espalda, pensando que de esta forma expulsaban sus males y dolencias. La otra fiesta - poray upia- se dedicaba a las aguas en la conjunción de los ríos cusqueños Sapi y Guatanay. En octubre, llamado omarime quis, tampoco había fiesta en el Cusco. A noviembre llamó cantaraiquis; era cuando se comenzaba a hacer la chicha que bebían en diciembre y enero todos los participantes en la fiesta de los orejones ya mencionada (Betanzos 1999, lª parte. XV, 69). Aparte de la minuciosa descripción de los meses y las ceremonias incaicas legada por Betanzos, es muy interesante comprobar cómo en ellas se hallan recogidas todas las deidades y los elementos básicos pan andinos, que hasta ahora perduran en la tradición y el folklore de los actuales pueblos o ciudades del Perú, y especialmente en el Inti Raymi, como pueden apreciar los espectadores.

Pero volviendo la mirada a otros autores, encontramos que Pedro Sarmiento de Gamboa, cronista del virrey D. Francisco de Toledo, en cuya compañía recorrió el virreinato del Perú entre 1568 y 1579, tiempo en el que compuso su obra, citó que había cuatro fiestas principales durante el año: Raymi o Capa Raymi, en la que se ordenaba orejones a los adolescentes nobles; a dicha fiesta se denominaba huarachico. Otra era la Situa; en ella se desarrollaba un ritual semejante al primer festejo descrito por
Betanzos en el mes de septiembre. La tercera, dedicada al dios Sol, se llamaba Inti Raymi y la cuarta Aymuray (1988, XXXI, 96-97).

Garcilaso de la Vega, el primer escritor mestizo americano, oriundo del Cuzco, dice que Raymi significaba pascua o fiesta solemne. Al igual que Sarmiento de Gamboa habla de cuatro ceremonias principales, pero según su relato los actos más solemnes se hacían en la llamada Intip Raymi, celebrada en honor del Sol al pasar el solsticio de junio (Editorial Universo, T. II, XX, 155).

Sin embargo, Guamán Poma de Ayala, un indígena noble que publicó su crónica en 1613, señaló que las mayores ceremonias se realizaban durante enero, en el Capac Raymi, tiempo dedicado al descanso, ayunos y penitencias. Ciertamente, parte de él, la fiesta del Inti Raymi estaba dedicada al Sol, pero según su versión era más moderada y tenía como ofrenda principal la capacocha: el sacrificio de quinientos niños, enterrados vivos con vajillas de oro y plata (1980, I parte, 210-233).

El mercedario fray Martín de Murúa escribió hacia 1614 que el séptimo mes, correspondiente a nuestro junio, se llamaba aucay cuzqui inti raymi y en él se celebraba el Inti Raymi: la fiesta del Sol, la cual después coincidió con la del Corpus Christi. Asimismo, para Murúa el ritual máximo, llamado capacraymi, se efectuaba en diciembre, el primer mes de año, cuando se ordenaban orejones a los adolescentes incas (Murúa 2001, XXXVIII, 437).

El jesuita Bernabé Cobo, cuya obra salió a la luz en 1653, indica que entre los dioses de los Incas más importantes después de Viracocha estaba el Sol, cuya veneración creció mucho por considerarse éstos hijos suyos (1964, V, 156-157); de ahí que en junio, el mes séptimo de su calendario, llamado aucay-cuzqui, se le dedicase el Intí-raymi, una fiesta de gran esplendor. Pero según sus informaciones, la más importante era la celebrada en diciembre, el primer mes del año, llamada Raymi, en la que se armaba caballeros a los muchachos nobles (1964, XXVIII, 215).

Los anteriores testimonios sobre los meses y las fiestas incaicas, contenidos en las fuentes etnohistóricas citadas, ponen de manifiesto el carácter agrícola de aquella sociedad y de ellos se colige también la
importancia de su calendario. No hace falta indagar para darse cuenta de que éste comenzaba en diciembre, cuando el día era más largo; el año se dividía en sus dos mitades. Igualmente, la lectura de las crónicas pone de manifiesto que las dos principales ceremonias, llamadas por la mayoría de los autores Hatun Raymi e lnti Raymi, se corresponden con ambos solsticios; sin embargo, aunque todos los autores anotaron minuciosamente cuanto veían o lo estudiaron documentalmente, no se advierte unanimidad sobre cual de las dos era más importante, pues unos consideraron a la primera y otros a la segunda.

Tal vez se pueda deducir que la principal de todas sería la llamada Hatun Raymi, Capac Raymi o Guarachico, la fiesta establecida para proclamar nuevos orejones. Según los testimonios en esa ocasión el lujo y el esplendor estarían por encima de la parafernalia dedicada al Sol. Ante tal hecho, es difícil averiguar por qué en la actualidad el Inti Raymi ha superado al Guarachico, ceremonia que actualmente también se conmemora todos los años en el Cuzco. Quizá, la explicación podría hallarse en el hecho de que, como dice fray Martín de Murúa, en determinados momentos el Inti Raymi coincidió con la celebración del Corpus Christi, motivo por el que hubo una gran participación de indígenas adornados con ropajes y elementos tradicionales.

De lo anteriormente expuesto, queda claro el interés por la historia y tradiciones incas y que siempre ha estado presente en la vida peruana; y ahora más que nunca, debido a la aparición de numerosos raymis, como el del rito al agua: el Yaku Raymi; la fiesta dedicada a los muertos: el Ayaraymi; la gran fiesta de la chicha: el aqha Raymi, etc. En todos se hacen pagos a la Madre Tierra o Pachamama, se danza y canta, muchas veces al compás de los ritmos producidos por flautas, cajas y chirisuyas, instrumentos musicales considerados autóctonos. Probablemente, estos raymis son reminiscencias de las fiestas que los cronistas situaron en los diferentes meses del año, tradiciones celosamente guardadas en el seno de las comunidades andinas. Pero ninguno de ellos puede compararse con lo que fue y es hoy la fiesta del Inti Raymi. Para tener una buena idea, es preciso comenzar por describir su celebración durante el incanato, época en la que duraba de quince a treinta días; no se puede saber con exactitud, por no haber acuerdo en las fuentes etnohistóricas sobre este punto. Como ya sabemos, se dedicaba al Dios Sol; al decir de Garcilaso, de la Vega, en reconocimiento de tenerle por Dios sumo, solo y universal y porque "era padre natural del primer inca Manco Capac y de la coya Mama Ocllo Huaco y de los reyes y de sus hijos descendientes". Por ello, concurrían todos los vasallos del imperio, además de los capitanes jubilados, los que no se hallaban en la guerra y los curacas. Según Garcilaso, estos últimos acudían chapados de oro mezclado con plata, lucían guirnaldas de los mismos metales. y portaban las armas de su nación; otros llevaban sobrepuesta una piel de león (un puma), cuya cabeza encajaba sobre la suya, consiguiendo dar así una imagen muy feroz; asimismo había quienes adosaban a su cuerpo las enormes alas del cóndor, mientras que otros muchos llevaban máscaras de figuras abominables (2ª parte XXI, 156). A su vez, Betanzos indica que también participaban en la fiesta los recién ordenados orejones, vistiendo camisetas tejidas con oro, plata, plumas tornasoladas y adornados de patenas y brazaletes asimismo de oro (1999, lª parte XV, 69).

Del anterior testimonio, legado por Garcilaso, se colige la fastuosidad y el impacto cromático que causaría la contemplación de aquellos trajes guerreros, pero esto no era todo: el espectáculo se hacía mucho más grandioso cuando llegaban los representantes de las distintas naciones, rivalizando en lujo y esplendor unas etnías con otras; porque en la gran fiesta se congregaban Amarumayos, Chimúes y Lambayeques, respetados sacerdotes de Pachacámac, bulliciosos Huancas, Chachapoyas y Cañaris, etc. Todos lucían trajes de colores variados, con tonalidades fuertes y adornos de oro, plata, turquesas y esmeraldas y se situaban en la periferia de la entonces enorme plaza de Huacaypata que ocupaba el centro. Contrastaban con el Inca, que vestía completamente de negro, por considerarse el color de la pureza de aquellos tiempos, según Garcilaso.

Tres días antes del fijado para la ceremonia mayor, los hombres comenzaban a ayunar, no comían sal ni ají; sólo se alimentaban de maíz blanco y de agua sagrada conseguida con hierba chuca. También estaba prohibido mantener relaciones sexuales y encender fuego en la ciudad. Por su parte, las mujeres preparaban comidas y unos panecillos de maíz, redondos al igual que las manzanas, llamados sunccu, y bebidas, como la chicha, mientras que los sacerdotes escogían los auquénidos, destinados al sacrificio.

Con estos preparativos se llegaba a la jornada principal, que era el 24 de junio. Muy temprano, la gira comitiva, al frente de la cual se hallaba el 1nca, se trasladaba al templo, se descalzaban los orejones; el Inca lo hacía al llegar a la puerta y después entraba en el sagrado recinto para adorar la imagen y sus vasallos aguardaban fuera. Seguidamente, se trasladaban todos al lugar de los sacrificios, donde según Bernabé Cobo eran ofrecidos mas de cien carneros o auquénidos. (1964, XXVIII, 215); entretanto, todos oraban y pedían por la salud del astro rey y del imperio.

Terminado este acto, los sacerdotes y chamanes se dirigían a una planicie, junto con el Villac Umu, el Sumo Sacerdote, quien una vez llegados, tomando en sus manos un brazalete cóncavo de oro, en el que se concentraban rayos del sol, y una paja muy seca, conseguía que ésta ardiera. De esa forma creían que recibían el fuego del propio Sol, y como era sagrado, ordenaban su traslado a los acllahuasis o casas de las vírgenes solares para que lo mantuvieran siempre vivo.

Después, en la plaza de Huacaypata, el Inca alzaba un vaso ceremonial, llamado quero, lleno de chicha, y antes de beber la asperjaba a los cuatro vientos, que representaban a los cuatro suyos o partes del imperio. A continuación comenzaban los cánticos y las danzas, precedidas de un ritual, protagonizado por el mismo Inca. Todos participaban en aquellos bailes o taquis, animados por la presencia de las vírgenes: mamaconas, acllas y doscientas muchachas portadoras cada una de un cántaro lleno de chicha, que los danzantes consumían en el fragor del baile. Culminaba la fiesta con la procesión del Monroy Urco, una soga de extraordinaria longitud que rodeaba la plaza, a la cual los danzantes se asían cantando, mientras recorrían su perímetro. La soga era de oro, y la reverenciaban como a cordones del dios Sol.
A lo largo de estas apretadas líneas, se ha visto la presencia del 1nca en Perú, como alma mater del país, en muchas de las manifestaciones culturales o políticas realizadas, inclusive en los tiempos virreinales, pero como el Inti Raymi no se había manifestado con su propia identidad desde tiempos inmemoriales, parecía perdido; sin embargo no es así: sólo dormía en la memoria colectiva de los pueblos. De ahí que, cuando aparece la antropología culturista norteamericana en 1940 y el interés por la historia del incanato cobra renovado valor, la fiesta despierta, escenificándose muy poco después, en 1944, un Inti Raymi en Sacsayhuamán, al que asistió el presidente de la república, Manuel Prado.

Los primeros Intis Raymis tuvieron un sentido evocativo y turístico, pero desde 1965 se comenzaron a representar bajo la dirección de prestigiosos profesionales: arqueólogos, catedráticos y músicos, quienes académicamente se asesoran con el estudio de crónicas, piezas arqueológicas y pinturas de la Escuela Cuzqueña. De esta forma, actualmente, sobre cincuenta mil espectadores contemplan el 24 de junio de cada año, en las gradas de Sacsayhuamán, un Inti Raymi escenificado por quinientos artistas, ataviados con trajes de gran colorido y abalorios, semejantes a los de la antigua usanza. Un Inti Raymi muy parecido al descrito, enriquecido con el sabor de los otros ritos ancestrales mencionados, según versiones de los cronistas. El conjunto de todos ellos, más los cantos y las danzas, han convertido a esta fiesta en una de las más hermosas y espectaculares a nivel mundial.

figuras 1-4

 

 

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* Profesora Emérita de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos


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