X MELGAR Y LA REVOLUCIÓN DE 1814
Cuando volvió a Arequipa, Melgar no se reincorporó al Seminario. Había abandonado totalmente la idea de seguir la carrera eclesiástica, y aunque no era por cierto necesario para continuar su labor como docente, en su caso particular, y con las esperanzas que en él se habían cifrado, es de suponer que su nueva situación le dificultara, aun cuando no le impidiera, el reingreso. Con grados o sin grados en Derecho, no se sabe tampoco qué pudo alcanzar en el campo jurídico.
Lo único cierto es que, al comenzar el año de 1814, de la variedad de temas y caminos que se habían abierto en su ilusionada juventud, sólo habían quedado, y cada vez más hondos, la afirmación patriótica y el amor por "Silvia". Uno y otro sentimientos fueron ya indesligables de Melgar y no contrapuestos, sino complementarios. Como afirmó en una Elegía escrita sin duda en esos días:
La persistencia de su amor por "Silvia" puede seguirse a través de sus versos, al parecer con más exactitud que en sus composiciones anteriores, inevitablemente envueltas en artificios literarios. Sobre todo en las Elegías III y V de la colección de Poesías de 1878, escritas en el verso sáfico muy difundido en el siglo XVIII entre los poetas de España y de América, expresa su amor y su dolor con unos acentos desgarrados. "Yo perdí a Silvia", repite en cuatro o cinco estrofas, y unas veces se reprocha a sí mismo, otras a "injustas tramas" de enemigos, otras a "casualidades o tal vez calumnias" que determinan el desvío de "Silvia". "Abandonando mis designios todos" –dice en la Elegía V– "volé a mi centro", esto es, de regreso a Arequipa; pero sus ilusiones de reconciliación se vieron frustradas. Cierto o fingido, el motivo de "Silvia" eran las infidelidades que se atribuían a Melgar.
El poeta protesta por eso. Ya en la Carta a Silvia, escrita en fecha que no se puede precisar, se había esforzado en defenderse ("por qué, dime, presumes que te engaño") y había llegado a ofrecer la prueba definitiva de su sinceridad: el matrimonio.
bendición que ha de asegurar la permanencia de su amor, porque
Pero ya no eran sino sueños. Si antes Melgar podía atribuir sus angustias a la intervención de personas extrañas, ahora el rechazo era de "Silvia" misma. "Todas mis penas ya se renovaron" –se ve precisado a declarar–,
Por eso Melgar se desespera; la llama infiel; le reprocha el rigor; la amenaza con que el remordimiento ha de perseguirla más allá de la muerte ("muerto yo, tú llorarás")4; y en uno de sus más hermosos yaravíes quiere arrancar su amor por tanta ingratitud y tanta falsía:
Según las versiones familiares, que no hay por qué poner en duda, la desesperanzada decepción de Melgar hizo que se debilitara y se enfermara. Su hermano José Fabio habla de "una violenta y peligrosa fiebre", como consecuencia del "contraste sufrido en su pasión", y añade que para que recuperara su salud su padre le aconsejó mudar de clima. Fue entonces cuando decidió su viaje a la región de Majes, al oeste de Arequipa; y fue al cruzar el río de ese nombre cuando improvisó la bella décima en que recoge el viejo tema de las lágrimas que acrecientan las aguas de los ríos, pero que en él se impregna de una angustia profunda6:
Se ha discutido por qué Melgar escogió a Majes como su retiro. Según el doctor Santiago Martínez, los padres del poeta tenían una hacienda en aquel valle7, siempre favorecido por sus viñas y por el comercio de vinos y aguardientes que los arrieros llevaban en botijas, particularmente a Puno y Cuzco y a las provincias del Alto Perú. Gerardo Holguín precisa que fue al valle de Majes, del entonces partido de Camaná, "a casa de su hermana, madre del célebre estadista don Miguel del Carpio"8, es decir, su hermana paterna Manuela Melgar y Domínguez, que fue casada con Josef del Carpio. En Majes también, como se ha visto, en la banda de Aplao, tenían haciendas sus amigos los Quirós, y el padre de ellos, Blas de Quirós, había nacido precisamente allí, en Huancarqui9. Aunque es menos creíble, puede haber ocurrido igualmente una visita de Melgar a la "hacienda del valle de los Majes, pago de Guarango", de la abandonada capellanía por la que tanto había luchado su padre. En todo caso, allí se retiró Melgar y hasta allí le inquietaron los entrecruzados sentimientos de su amor por "Silvia" y por la patria. En la Elegía mencionada se puede adivinar que se le hacía algún reproche porque en un momento de tanta emoción cívica, y cargado de tantas promesas para el Perú, el poeta continuara obsesionado por un amor individual, cuando todo debía relegarse ante la lucha por la independencia. Pero Melgar defiende a "Silvia" y responde con brío. Son dos pasiones que no se oponen, sino, en su doble vertiente espiritual, se robustecen mutuamente:
En realidad puede pensarse que en ese año de tanta trascendencia, de los dos amores enlazados, el de la patria y el de "Silvia", era el primero el que tenía más fuerza en Melgar. Los acontecimientos se sucedían con una rapidez antes no sospechada; la atracción de los movimientos separatistas que tenían su centro en Buenos Aires y se extendían por el Alto Perú iba estimulando cada vez más a las ciudades del virreinato peruano, a pesar de los cuidados y de las persecuciones continuas de Abascal, y los desgraciados sucesos de la Península permitían que bajo el manto de las protestas contra Napoleón y la defensa de Fernando VII creciera cada vez más la separación del poder central y se acentuara la afirmación de autonomía. Los testimonios son constantes en lo que se refiere a los elementos intelectuales de Arequipa. El sacristán mayor de la catedral y hombre de confianza absoluta del obispo Encina y Perla iba a declarar poco después, en la frase ya mencionada de su Noticia, que "habían corrompido en tales términos a los colegiales con las ideas de liberalismo e independencia"11 que el prelado tuvo necesidad de cerrar el Seminario. Las amistades de Melgar en Lima contribuyeron a reforzar sus ideas liberales, y no es extraño pensar que uno de los que lo animó fue el viajero inglés W.B. Stevenson, quien vio y describió con complacencia el saqueo de la Inquisición limeña y llamaba a Melgar –con quien coincidió en Lima en 1813– "mi amigo íntimo"12. Se cumplió de tal modo en Melgar y en sus más descollantes amigos de Arequipa un ciclo evolutivo que, con mayor o menor relieve, pero con etapas coincidentes, se cumplía también en toda una generación en el Perú. De la confianza en un cambio de hombres y de métodos dentro del mismo régimen monárquico, y de la esperanza en la orientación liberal y de representación popular de las Cortes de Cádiz, las circunstancias externas y el desarrollo íntimo de las nuevas ideas tuvieron que determinar el paso a la afirmación de una conciencia nacional y a una franca actitud separatista. Melgar es así un símbolo en el Perú del rápido avance ineludible que va en sólo dos años del constitucionalismo fidelista a la revolución libertadora13. No es por ello posible que Melgar haya escrito la oda laudatoria Al Excelentísimo e Ilustrísimo S.D.D. Pedro José Chávez de la Rosa, Patriarca de Indias, Vicario General de los Ejércitos y armada, que se atribuye a él en el cuaderno manuscrito que perteneció a Martín Ureta y que publicó Rada y Gamio en su libro Mariano Melgar y apuntes para la historia de Arequipa14. Aparte de los conflictos anteriores con el prelado y del rencor que le tuvo el padre del poeta por el asunto de la capellanía, que hubieran hecho muy difícil que el hijo dijera que Arequipa había estado "feliz" con el obispo y lo llamara "ilustre Chávez", hay una circunstancia definitiva en la cronología. Si el título es exacto y no se le añadió posteriormente, Melgar no puede haber cantado a Chaves de la Rosa como "Patriarca de las Indias". Esa dignidad le fue otorgada por Real Orden de 11 de diciembre de 1813, y sólo en junio del año siguiente la comunicó en su distrito el virrey Abascal, marqués de la Concordia15. La posición política y las reacciones sentimentales de Melgar lo llevaban ya ese año por un camino muy distinto. "Llegó entonces, como a una cita, el año de 1814", escribió el hermano del poeta José Fabio en una frase feliz que ha sido a menudo repetida16. Y la cita se precisó efectivamente en la noche del 2 al 3 de agosto con el movimiento que estalló en el Cuzco, del que se puso al frente José Angulo, libertado esa noche de la prisión, y quien por razones de estrategia, para ganar la adhesión de las masas indígenas y despertar una mayor solidaridad americana, tomó como jefe nominal al viejo cacique de Chinchero Mateo García Pumacahua17, que se encontraba en esos momentos en Urquillos. Pumacahua había luchado treinta y cuatro años antes contra la resonante rebelión, de intenso contenido indigenista, de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru; había acompañado a Goyeneche y a los realistas en el Alto Perú y había llegado a ser brigadier de los Reales Ejércitos y aun gobernador-intendente y presidente interino de la Audiencia del Cuzco. Ya en este cargo, sin embargo, había mostrado inclinación hacia las ideas liberales y por lo menos tolerancia, si no simpatía, ante quienes las representaban. Pero su nombramiento como jefe de la Junta de Gobierno revolucionaria, al lado del coronel Domingo Luis Astete y del teniente coronel Juan Tomás Moscoso, fue una hábil maniobra de José Angulo, de mucho mayor vuelo intelectual y en realidad el caudillo de la rebelión, a la que sumó a sus hermanos Vicente y Mariano. Por cierto que como ocurrió en otras insurrecciones americanas, Angulo empezó también por no revelar su intención separatista. En su comunicación del 11 de agosto de 1814 a las provincias del Virreinato y en su Manifiesto al pueblo del Cuzco ratificó "solemnemente la constitución política de la monarquía (es decir, la Constitución de Cádiz), la fidelidad a nuestro amado monarca don Fernando VII, a las Cortes soberanas y a la serenísima Regencia del Reino"18. Algo semejante expresó dos días después en un oficio al virrey Abascal; por lo que la respuesta de éste, que también ocultaba sus propósitos y medía sus fuerzas, tuvo un tono moderado y conciliatorio y ofreció indulto a los participantes y una "decente y cómoda colocación" al propio Angulo si se deponían las armas y se entregaba el mando militar y político. Pero no eran sino tanteos epistolares de poca fuerza. La suerte estaba echada, y en el Perú, en 1814, o la revolución era separatista o no era nada. Más aún: ser constitucionalista era ya entonces ser rebelde, porque aun cuando los revolucionarios del Cuzco no lo supieran todavía, el Rey Fernando VII, restablecido en el trono de España, había abolido la Constitución de Cádiz, había vuelto a cortar las libertades y se había extendido en la Península la reacción absolutista. Los acontecimientos seguían así corriendo velozmente. El propio José Angulo, en su contestación tardía al oficio del arzobispo Bartolomé de las Heras del 26 de agosto, le dice que "desde aquella fecha a ésta han variado las circunstancias de un modo inesperado", le insinúa que la sublevación del Cuzco ha desbordado el ámbito local para desarrollarse en términos continentales y tras comunicarle la rendición de Montevideo lo amenaza con unirse al "sistema de Buenos Aires" si el virrey no ordena que el general Joaquín de la Pezuela capitule ante el ejército independiente del Río de la Plata19. La proclama dirigida en esos días a los cuzqueños y firmada por "El Paisano" es aún más rotunda: "A vuestro valor –les dice– se debe la libertad de vuestra Patria...Ya no conocéis más señor y más dueño que vosotros mismos"20. Por su parte Abascal, ilusionado por el restablecimiento de Fernando VII en el trono, con lo que el poder transitorio de las Juntas desaparecía ante la restauración del poder del monarca, escribió a Angulo el 16 de noviembre: "...sé la rendición de Montevideo por falta de subsistencia..., sé que sus fuerzas marítimas (las del gobierno de Buenos Aires) son ningunas..., sé que Fernando VII está sentado en su trono desde el 14 de mayo, habiendo antes anulado en Valencia la nueva Constitución en todas sus partes, y disuelto el Congreso de Cortes...; sé que Pezuela está con su ejército retrincherado en Santiago de Cotagaita...; y sé entre otras muchas cosas que la total derrota y dispersión de los insurgentes de Chile el 2 de octubre en la batalla de Rancagua puso a todo aquel reino a la obediencia del mejor y más deseado Rey de la tierra..." Mientras esto ocurría en el campo político, en el terreno militar se sucedían otras actividades más concretas. La Junta de Gobierno del Cuzco decidió el envío de sus fuerzas en tres direcciones. Una expedición, al mando del coronel José Pinelo y del vicario de la parroquia de la Compañía, el paceño Ildefonso de las Muñecas, se dirigió a Puno y La Paz, para establecer contacto con Belgrano y con las fuerzas argentinas en el Alto Perú. Otra división, encabezada por José Gabriel Béjar y el porteño Manuel Hurtado de Mendoza, fue a Huamanga, con el intento de avanzar posteriormente hacia Lima, Y la tercera división marchó a Arequipa, al mando del propio Pumacahua, que llevaba como segundo jefe a Vicente Angulo y que esperaba extenderse desde allí hacia Moquegua y Tacna. Para combatir a esta última, el virrey Abascal, que dudaba un poco del cabildo de Arequipa21, dispuso que salieran para allí los soldados veteranos del regimiento Real de Lima, con lanzas, fusiles, municiones y dinero; pero el mal viaje de la fragata "Tomás" en que se embarcaron los hizo llegar cuando era tarde. El ambiente de Arequipa, por lo demás, era en teoría favorable a los realistas, pero se les ensombrecía en la práctica por disensiones y problemas. El intendente José Gabriel Moscoso creía sinceramente que Pumacahua no iba a entrar en la ciudad, que "venía de buena fe y no habría acción"22. El obispo Encina y Perla, uno de los más resueltos defensores del absolutismo (Moscoso lo llamaba "recomendable por su acreditado zelo, ejemplar entuciasmo y decidida adhesión a la justa Causa")23, se hallaba en visita pastoral por el sur de su diócesis. Las tropas eran "absolutamente bisoñas, insubordinadas y lo que es más infidentes"24. Y sobre todo, el mariscal Francisco Picoaga, que las comandaba, demostró una "torpeza brutal", como iba a decir con toda dureza el futuro obispo Goyeneche, pues no atinó sino a colocar sus fuerzas a tres cuartos de legua de Arequipa, en parajes quebrados donde no podía actuar la caballería "que día y medio antes ni había comido ni bebido"25. El resultado fue el triunfo de las tropas cuzqueñas en la Apacheta el 9 de noviembre, con las consiguientes escenas de júbilo pero de otro lado cupos, zozobra y saqueos. El día siguiente Pumacahua entró en triunfo en la ciudad y se alojó en la casa donde vivía Magdalena Zenteno, hermana del cura de Caylloma Manuel Zenteno, siempre entusiasta por los insurgentes. El fogoso clérigo Mariano José de Arce recorría las calles excitando a la multitud y llevaba en el sombrero una divisa azul y blanca como prueba de su adhesión a los de Buenos Aires26. El 12 de noviembre, a las seis de la tarde, se instaló un cabildo abierto con la asistencia, forzada o voluntaria según los casos, de los miembros de los cabildos civil y eclesiástico, miembros de corporaciones y vecinos notables. Mariano José de Arce, encendido en fervor revolucionario, provocó un alboroto en la sesión y tuvo que ser apaciguado por Vicente Angulo, quien le pidió que se refrenara porque "se aprofunda mucho". En la información sumaria que se labró después contra Arce, se dice que éste "brincaba y gritaba", que decía "doscientos mil disparates", que entre llantos e imprecaciones lanzaba voces "insultantes y audaces"27. Fuera de lo que puede haber de demagogia por un lado y de apasionada crítica por otro, lo evidente es que la radical actitud de Arce determinó que se rechazara la propuesta inicial de un juramento de fidelidad a la Corona y que se desembocara en una posición separatista. El cabildo acordó la adhesión a la Junta del Cuzco (o sea no al virrey). Acordó también el nombramiento de Pumacahua como teniente general y la designación de un Gobierno civil, que integraron Agustín Cossío y Alzamora y el marqués de Villahermosa y como tercer miembro, a propuesta del mismo Arce, el prestigioso José María Corbacho. En tanto que esto ocurría en Arequipa, Mariano Melgar decidía enrolarse en el ejército de Pumacahua. La versión habitual afirma que se incorporó después de la toma de Arequipa y de la borrascosa sesión del cabildo del 12 de noviembre. Pero la información del general Juan Ramírez, anexa a la Memoria Militar del general Joaquín de la Pezuela (que iba a ser a poco virrey del Perú) adelanta esa fecha en un mes. "El 11 –dice– se revolucionó Moquegua a influjos del Caud.º Lanza, y un mes antes (es decir, en octubre) lo havia executado el Partido de Chuquibamba"28. Melgar, que estaba en el valle de Majes, dejó rápidamente su retiro; acudió a Chuquibamba, que era la capital del Partido; se alistó en la columna de patriotas que allí se formó; y se dirigió con ella a Arequipa. El encuentro con sus cordiales amigos del Seminario ha de haber sido emocionante en esa hora de lucha. Sólo dos años antes, Melgar, Corbacho y Arce habían cantado la ilusión fidelista y constitucionalista de las Cortes de Cádiz y habían soñado con la armonía "del Indio y el Ibero" por el nombramiento de Baquíjano y Carrillo como consejero de Estado29; pero ahora su actitud era radicalmente diferente. Tal vez entonces recordaron las frases encendidas del amigo de todos ellos Francisco de Paula de Quirós, cuando en 1811 hizo oposiciones a una cátedra de Decreto en la Universidad de San Marcos de Lima, e incitaba e empuñar el sable y dejar los libros y el bufete: "La Patria, dulce nombre..., mi patria en riesgo de perecer, y yo indiferente registrando leyes, consultando autores y extractando procesos. No, ¡jamás!"30.La exaltación del nuevo espíritu inspiró a Melgar la Marcha Patriótica, que debió escribir por esos días31 y que contrasta con el llamado a la confraternidad de sus odas anteriores:
La exaltación patriótica y revolucionaria es evidente; pero no puede desconocerse que junto a la expresión individual hay también un eco común de los tópicos literarios de la época. Ya Sánchez Carrión, en la Oda a Baquíjano y Carrillo que publicó Miralla al lado de las poesías laudatorias de Melgar, había hablado de los "trescientos años con servil cadena" y de la "eterna esclavitud"; como Manuel José Quintana en su oda A España (1808) hablaba también de la "servil cadena" y en su Oda a la expedición de la vacuna (1806) execraba "tres siglos infelices – de amarga expiación". Los "trescientos años ha hollado" de Melgar repiten la misma frase; como "el monstruo detestable... en nuestra cerviz sentado" es una figura muy común en la época. El Canto guerrero para los asturianos, de Gaspar Melchor de Jovellanos (que por lo demás había sido reproducido en Lima en 1810)33, decía también:
Y transportado el tema a América había tenido larga reiteración, en la que destacó nada menos que el Himno Nacional Argentino, de Vicente López (1813):
Melgar, en su Marcha Patriótica, volvió al lugar común, aunque no siguió el verso de diez sílabas que iba a resurgir después en la célebre estrofa incorporada al Himno Nacional del Perú, pero que no formó parte de él inicialmente:
Con versos o sin ellos, el entusiasmo patriótico de esos días no duró sin embargo mucho en Arequipa. Las noticias del resto del país eran confusas; las fuerzas del ejército de Pumacahua eran bisoñas; y una buena parte de la población arequipeña, aunque reservada en sus manifestaciones, seguía todavía su adhesión al virrey. Para tranquilizar a los religiosos, Pumacahua ofreció respetarlos; y conocedor del fidelismo inflexible del prelado, el cura de Tambo, Manuel Moscoso, llegó a escribir al obispo Encina, que se encontraba todavía en Moquegua, que "por comunicación que tengo de sujetos fidedicnos de Arequipa... me hallo informado de que el Señor Pumacagua guarda respeto a los SS. Sacerdotes, y quánta veneracion no rendirá a la más digna y sagrada persona de V. S. Y."34. Pero el problema principal estribaba en el mismo jefe nominal del movimiento. Manuel Lorenzo de Vidaurre, que trató a Pumacahua y que fue oidor de la Audiencia del Cuzco durante los sucesos revolucionarios, ha trazado un severísimo retrato del caudillo; lo llama ambicioso, iluso, supersticioso y que "no fue rebelde sino por ignorante"35. Pumacahua evidentemente no era culto; pero no parece creíble la exagerada anécdota que cuenta Vicuña Mackenna del día de la instalación del cabildo abierto en Arequipa. Según él, el brigadier indígena no pudo sino decir estas palabras: "No poder hablar yo. Me palpita mucho la colazón"; y entonces Vicente Angulo intervino y le sacó airosamente del paso36. Melgar, por su parte, parece que no tuvo buen concepto de él, y según las "Noticias biográficas" transmitidas por su hermano José Fabio, el joven poeta consideró que con ese caudillo vacilaba su fe en la revolución y llegó a exclamar con palabras muy duras: "con este indio no se hará nada de bueno"; "este Pumacagua lo va a perder todo"37. La ocupación de Arequipa por las tropas de Pumacahua fue muy corta. El general en jefe del ejército realista en el Alto Perú, Joaquín de la Pezuela, encomendó al mariscal de Campo Juan Ramírez la misión de combatir a los rebeldes. Las tropas derrotaron a Pinelo y Muñecas en La Paz; avanzaron a Puno; y ante la noticia de la caída de Arequipa decidieron la marcha a esta ciudad, para evitar que quedaran cortadas las comunicaciones entre Lima y la agitada región altoperuana. Pumacahua a su vez, al enterarse de este avance de Ramírez, salió de Arequipa el 30 de noviembre para emplazarse en Apo, a unas diez leguas de distancia, con su artillería, su fusilería, sus honderos y toda la caballería que pudo reunir en los distritos. Todavía, con una estratagema un tanto ingenua, pretendió detener a los realistas. En una proclama firmada por la Junta se intentó hacer creer que, por una carta escrita en Ica y que José Angulo había logrado interceptar, se conocía que el virrey había sido depuesto y apresado en Lima. Para causar más impresión, se hizo tocar a vuelo las campanas; pero Ramírez no cayó en el engaño y se aprestó al combate38. No hubo necesidad de llegar a tanto, porque Pumacahua, para impedir que quedaran cortadas sus comunicaciones con su base, resolvió no atacar y retirarse al Cuzco. Las autoridades revolucionarias abandonaron la ciudad. El 9 de diciembre Ramírez hizo un ingreso triunfal en Arequipa, entre las aclamaciones de "un inmenso y alegre gentío" y con "las calles cubiertas de flores", como narró con confiada retórica39 y como para señalar una vez más la fragilidad de las cosas humanas y la inconstancia de las multitudes, repetida en mil ocasiones en la historia. Abatido en lo hondo, pero tal vez aún ilusionado con la esperanza en una recuperación de los patriotas, Mariano Melgar partió también con el ejército de Pumacahua con el cargo de auditor de Guerra. La tradición familiar ha recordado sus últimos momentos en la ciudad: la bendición del padre octogenario, que había soñado otro destino más venturoso para él; la emocionada despedida de la madre, que lo ve partir, "pálida, inmóvil". Poco antes había dicho a una hermana, no con frase retórica sino con serena madurez, que iba a la muerte, dignamente, por decoro patriótico, y no como ha repetido la leyenda por la desesperación que le causara el desvío de "Silvia": "¿Y tú te vas, hermano? Sí, contestó él, y no volveré..., voy a morir y seré uno de los primeros"40. Ramírez se detuvo dos meses en Arequipa para avituallar su ejército. Como iba a decir después el Ayuntamiento, aunque con interesada exageración, Arequipa sirvió con mulas y arrieros, con víveres para las tropas, "con tiendas de campaña, zapatos, camisas, fresadas y monturas"41. El 12 de febrero de 1815 las fuerzas realistas salieron de la ciudad hacia Cabana y Cabanillas, para seguir a Lampa y Pucará y llegar el 10 de marzo a la altura de Ayaviri. A corta distancia estaba el ejército patriota, que desde Sicuani se había dirigido hacia el Collao y se preparaba a un encuentro que iba a ser ya definitivo. Precisamente sólo unos días antes, el 28 de febrero, desde el mismo Ayaviri, Vicente Angulo había dirigido un emocionado oficio al general realista, que por su entonación vibrante y su llamada generosa a la fraternidad hispanoamericana ha hecho pensar no sólo en la inspiración, sino hasta en la pluma, de Melgar42: "Abramos los ojos, señor General –le decía–; tratemos como hombres y no como enemigos... El ejemplo de las provincias beligerantes, ese fuego inextinguible, su constancia sin igual, y la rivalidad que se acrecienta, hacen ver que son inútiles los conatos de la fuerza, que los ejércitos sólo dominan en el terreno que ocupan y que los corazones, aunque tímidos en el instante, conservan en su interior otra esperanza... Si somos hijos de un padre común; si nuestra sangre es la vuestra; si la América es un don del cielo; disfrutémosle juntos; calmen los odios, cesen los disturbios; un feliz y eterno abrazo sancione nuestra amistad, unámonos para concurrir a nuestra felicidad, y queden olvidados para siempre la tirana política y miras de gabinetes en favor de nuestra común suerte". Muy distinto –y no deja de extrañar, si no se piensa en disensiones internas como las que se traslucen de la fábula Los gatos de Melgar– fue el oficio que envió Pumacahua a Ramírez, fechado en Colaparque el 6 de marzo. No hay allí un llamado a la razón, sino un tono agresivo; no es un mensaje bien escrito, sino rudo e incorrecto en la forma. "Dígame quién es usted, un pobre pasajero, cuya nación se ignora", le escribe. Habla de su "ejército invencible, que no desistirá", "a fe de Pumacahua". Y haciendo un juego de palabras con "puma" (el león americano), le lanza la amenaza de que caerá "en las garras de Pumacahua, que es un león en la lengua castellana"43. Los dos ejércitos contrarios fueron avanzando con cautela, entre las sierras ásperas y con la dificultad del paso del río Ayaviri, que había crecido por las lluvias. En la madrugada del 11 de marzo el general Ramírez levantó su campo, que estaba en la estancia Tacañahui; sus tropas cruzaron un brazo del río; y vieron al frente suyo, formada en una columna interminable, la "alborotada y fogosa multitud" de los soldados de Pumacahua, con más de treinta piezas de artillería, 800 fusiles, y "hondas, macanas, lanzas y algunas pistolas y sables". La declaración de Pumacahua, después de su prisión, dice que sus hombres serían cerca de 14.000; el regente de la Audiencia del Cuzco, Manuel Pardo, habla de 20.000, y el Diario de la expedición, de Juan José Alcón, pone en labios de los prisioneros y singularmente de Melgar la declaración de que "tendrían sobre 30.000 hombres"44. Pero la multitud y el entusiasmo no pueden superar la experiencia y la técnica. Y así ocurrió aquel día con la fuerza numéricamente muy inferior de los realistas, que desbarataron a las tropas patrióticas. El Diario de las operaciones del ejército del General Ramírez45 (semejante por cierto en todo lo esencial, pero más detallado en este punto que el Diario de la expedición, que redactó el teniente Alcón) reseña los varios episodios de esta cruenta batalla. Después de los muchos disparos cambiados en la mañana y de la toma de posiciones de ambos bandos, cuando se acercaban las tres de la tarde Ramírez decidió vadear el río Llalli, pequeño pero crecido y pedregoso. Los soldados se despojaron de sus pantalones y con "la cartuchera sobre la cabeza y los fusiles al pescuezo" se metieron en el agua, que les daba hasta el pecho; y unos seis perecieron ahogados. Las descargas cerradas se sucedían, y en un instante un grupo de 500 patriotas bien montados salió de la quebrada del pueblo de Umachiri para atacar por la retaguardia. Sin embargo, ya todo era inútil. En el combate duro triunfaron el arrojo, la habilidad en el despliegue y los tiros certeros de los realistas. Cuando cayó la noche la batalla había terminado y mil cadáveres quedaron tendidos en el campo. El Diario de las operaciones afirma que "se pillaron al coronel Dianderas y al coronel yerno de Pumacahua, a quienes después de darles tiempo para su disposición espiritual se les pasó por las armas, reservando para el día siguiente al auditor de Guerra Melgar, y al cacique de Umachiri». El expediente de la causa seguida al menor Manuel Rospillosi, o Rospigliosi, hijo de Juan Bautista Rospillosi, teniente coronel del ejército patriota en Umachiri, dice simplemente que el acusado "también hace acuerdo, que le dijo el mismo Aragón que había pasado por las armas a Melgar el señor General Ramírez". (Se trata de Juan Aragón, "soldado derrotado de los insurgentes")46. El Diario de la expedición precisa que Melgar era uno de los prisioneros "que sobresalían entre todos los demás por su obstinada decisión y otras calidades". El parte del general Ramírez al virrey Abascal del 3 de abril ampliatorio del que escribió al momento mismo de acabarse el encuentro, aclara con más detalle: "haber mandado pasar por las armas a dos coroneles que se tomaron prisioneros, reservando la vida del auditor de Guerra, que también cayó, hasta recibir su declaración, que concebí interesante a mis subsecuentes medidas"47. No ha llegado a conocerse el contenido de esa declaración. El mencionado Diario de la expedición recoge solamente lo referente al número de las fuerzas patriotas. El testimonio del administrados de Correos Calidonio Aparicio, en el proceso a Pumacahua, dice que "sabe por haber escrito la declaración del Auditor Mariano Melgar que el expresado Brigadier Pumacahua esperaba la derrota de este ejército (el realista) para dirigir su marcha contra la capital de Lima"; pero no es un testigo que inspire mucha confianza48. La leyenda creada y acrecentada en más de un siglo alrededor del nombre de Melgar ha querido llenar con unos adornos novelescos ese vacío de los documentos. Su hermano José Fabio, que recogió la tradición familiar y amistosa, pero que escribió sus "Noticias biográficas" cincuenta años más tarde, dice que en la batalla de Umachiri "los últimos tiros del cañón eran asestados por el Auditor de guerra", y que el caballo en que pudo salvarse "fue empleado en la fuga del mismo a cuyo cuidado había sido puesto"49. El viajero inglés W.B. Stevenson, que se preciaba de "amigo íntimo" de Melgar, afirma que "sus padres, sus amigos, sus aliados, solicitaron su perdón, que le fue prometido bajo condición de que se retractara públicamente de sus errores", y que el poeta se negó y fue fusilado; pero la afirmación es increíble, porque los padres de Melgar estaban en Arequipa y el fusilamiento se produjo sólo unas horas después del combate50. El general Miller, en sus Memorias, añade que, condenado Melgar, un sacerdote quiso exhortarlo con frases inoportunas y que Melgar le contestó bruscamente: "Padre, no es éste el momento de hablar de política ni de cosas de este mundo. Vine a este sitio preparado para morir, pero Ud. me ha distraído. Que me den un cigarro"51. El francés Dabadie cita y repite a Miller; y añade erradamente que Melgar fue llevado prisionero a una isla del lago Titicaca52. Pero el hermano de Melgar, José Fabio, refuta a uno y a otro, niega que hubieran existido el mal humor y el rechazo al sacerdote, y sostiene que Melgar "se confesó y recibió la Eucaristía cuando marchaba del Cuzco al campo de batalla"53. Aun en tiempos recientes, el propio Francisco Mostajo, habitualmente realista y ajustado en sus juicios, se deja llevar por la leyenda54 y refiere que Melgar fue hecho auditor de Guerra "porque ya era Doctor en ambos Derechos" (lo que se ha visto que es dudoso) y que "como también era matemático prestó espontáneamente sus servicios en la artillería, arma que necesita ciencia y cálculo" (lo que no es sino una conjetura). La leyenda ha alcanzado a mayores extremos todavía. Se ha llegado a decir que el auditor de Guerra que redactó la sentencia de Melgar fue Manuel Amat y León55 (supuesto hijo natural o nieto del virrey Amat), quien iba a casar después con "Silvia", arrebatando así al poeta el amor y la vida. La realidad sólo en parte es exacta. Efectivamente Amat y León contrajo matrimonio con María Santos Corrales y Salazar el 24 de noviembre de 181956, o sea cuatro años y medio después de la muerte de Melgar; pero ni fue hijo del virrey57, ni fue auditor de Guerra de Ramírez, ni estuvo siquiera en el bando realista. Por el contrario, su actividad de patriota fue intensa. Estuvo con Pinelo cuando éste pasó al Alto Perú para luchar en compañía del cura Muñecas; presentó en Lampa un cuerpo de tropa a Pumacahua; fue sargento mayor de la plaza en Umachiri; batalló al lado de Melgar –y no contra él– en aquel combate; pudo escapar, después de la derrota, a las montañas de Apolobamba; y siguió luego penosamente, a pie, hasta la frontera con el Brasil, para sólo volver al Perú con un indulto. Conectado siempre con las campañas de los patriotas, recibió después a Sucre en Arequipa y proclamada la Independencia fue ascendido a coronel58. No tuvo nunca recelo, tampoco, sino simpatía profunda a Melgar. Tan es así, que al trasladarse los restos del poeta en 1833 hasta el nuevo cementerio de la Apacheta en Arequipa, acompañó la procesión fúnebre y fue de los primeros en el duelo. El mismo colocó en el sepulcro la urna con los restos, y pronunció entre lágrimas una emocionada oración de despedida59. Dejando de lado la retórica sentimental, la suposición y la novela, lo cierto y documentado es que Melgar fue fusilado a los veinticuatro años y medio de edad en Umachiri, el 12 de marzo de 1815, a casi cuatro mil metros de altura, en la altiplanicie sobria y fría, entre el paisaje de "ichu" amarillento, regajales oscuros y riscosas colinas. Al brigadier Pumacahua se le prendió en Maranganí, y tras un proceso sumarísimo se le ahorcó en Sicuani el 17, "pasando su cabeza al Cuzco y su brazo derecho a Arequipa"60. Los hermanos Angulo, Gabriel Béjar y otros prisioneros de importancia fueron pasados por las armas en el Cuzco, donde ingresó Ramírez el 25 de marzo. Así terminó la rebelión, que de haber triunfado habría logrado para el Perú en 1815 –años antes que las expediciones libertadoras y victoriosas de San Martín y de Bolívar– una independencia nacional afirmativa, con sentimiento indígena pero con asimilación mestiza de la cultura occidental, ni contra los valores éticos de España, ni rencorosa, ni antiurbana, sino que preconizara con acierto la integración general del Perú.
Notas 1 La Elegía que comienza: "Dejad amigos... injusticia tanta", fue publicada por primera vez por Pedro José Rada y Gamio en Mariano Melgar y apuntes para la historia de Arequipa, cit., págs. 169-171, tomada del manuscrito que perteneció a Martín Ureta. Posteriormente se ha dado a conocer otro texto, ya definitivo, que enmienda los errores de la transcripción anterior, en el manuscrito Poesías de dn. Mariano Melgar. Cuaderno 1.º, propiedad de Pedro Benvenutto Murrieta. Los editores de las Poesías en 1878, inexplicablemente, no publicaron esta composición; pero no hay duda de que la conocieron, porque en las "Noticias biográficas" de los preliminares, pág. 58, se reproducen precisamente las dos líneas citadas. 2 Carta a Silvia, cit. 3 Elegía V, en Poesías, ed. 1878, págs. 86-89. 4 Yaraví: "Con que al fin, tirano dueño", publicado por primera vez en Geografía del Perú, de Mateo Paz-Soldán, tomo I, pág. 36. Es el Yaraví VII en la edición de Poesías de 1878, págs. 203-204. 5 Se publicó por primera vez, como Canción primera, en El Republicano, Arequipa, 18 de junio de 1831. Es el Yaraví I en la edición de Poesías de 1878, página 191. 6 Se publicó por primera vez en Lira arequipeña, Arequipa 1889. 7 Santiago Martínez, Arequipeños ilustres, cit., pág. 73. 8 En Album del centenario de Melgar, cit., pág. 122. 9 Autos criminales, ms. cit. Santiago Martínez, Arequipeños ilustres, pág. 109. 10 Poesías de dn. Mariano Melgar. Cuaderno 1.º, ms. cit. Aurelio Miró Quesada S., "Un nuevo manuscrito de poesías de Melgar", en El Comercio, Lima, 8 de junio de 1972. 11 Antonio Pereyra y Ruiz, Noticia de la muy noble y muy leal ciudad de Arequipa, f. 5 r. y v. 12 W.B.Stevenson, A historical and descriptive narration of 20 years’ residence in South America, London 1825, t. III, cap. III. Por error y tal vez por confusión con José María Corbacho, Stevenson escribe: "mi amigo íntimo José María Melgar". 13 Aurelio Miró Quesada S., "Del constitucionalismo a la Revolución libertadora" en El Comercio, Lima 30 de octubre de 1960. 14 Pedro José Rada y Gamio, Mariano Melgar y apuntes..., cit. págs. 187-189. 15 El marqués de la Concordia, en oficio del 1 de julio de 1814, informa haber comunicado la Real Orden con "el nombramiento del Reverendo Obispo de Arequipa Don Pedro José Chaves de la Rosa de Patriarca de las Indias, capellán y limosnero del Rey y vicario general de los ejércitos nacionales de mar y tierra". Ver: Documentación oficial española, en Colección Documental de la Independencia del Perú, t. XXII, Lima 1972, pág. 318. 16 "Noticias biográficas", en la edición de Poesías de 1878, cit., pág. 57. 17 La copiosa bibliografía sobre la Revolución de 1814 y los principales documentos referentes a ella existentes en la Biblioteca Nacional de Lima han sido reseñados por Félix Denegri Luna en una nota de su edición de la "Memoria militar del General Pezuela (1813-1815)", en Revista Histórica, Lima 1954, T. XXI, páginas 261-268. Jorge Cornejo Bouroncle ha publicado numerosos documentos en la Revista del Archivo Histórico del Cuzco, núm. 6 (1955), núm. 7 (1956), y particularmente, con el título de "Pumacahua en Arequipa", núm. 8 (1957), páginas 10-49. En la Colección Documental de la Independencia del Peú, t. III, "Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX", se han publicado dos volúmenes con recopilaciones sobre "La revolución del Cuzco de 1814", uno debido a Horacio Villanueva Urteaga y el otro a Manuel Jesús Aparicio Vega. 18 "Manifiesto de José Angulo al pueblo del Cuzco", en Colección Documental de la Independencia del Perú, T. III, cit., Lima 1971, pág. 214 (recop. Horacio Villanueva Urteaga). 19 "Documentos", en Manuel de Odriozola, Documentos históricos del Perú, tomo III, Lima 1872; en José Casimiro Ulloa, "La revolución de 1814", en Revista Peruana, Lima 1879; y en Luis Antonio Eguiguren, La revolución de 1814, Lima 1914. 20 En Revista del Archivo Histórico del Cuzco, núm. 6, Cuzco 1955, páginas 278-279. 21 José Fernando de Abascal y Sousa, Virrey del Perú, Memoria de Gobierno, edición Vicente Rodríguez Casado y José María Calderón Quijano, Sevilla 1944. 22 "Carta de José Sebastián de Goyeneche a su hermano el Brigadier José Manuel", en Rubén Vargas Ugarte, Documentos sobre la emancipación americana, Cuadernos de Estudio II, núm. 6, Lima, marzo 1948, pág. 57. 23 "Carta de Moscoso al General en Jefe", 13 de noviembre de 1813, en Jorge Cornejo Bouroncle, Pumacahua en Arequipa, cit. 24 "Carta del Coronel Mariano Campero al Virrey", Cuzco, 5 de setiembre de 1815, en Vargas Ugarte, Documentos sobre la emancipación americana, cit. página 53. 25 "Carta de Juan Sebastián de Goyeneche", cit. 26 Raúl Porras Barrenechea, "Mariano José de Arce", en Mercurio Peruano, números 103-104, 107-108, 109-110, Lima 1927. 27 El expediente, encontrado por Porras en Arequipa, da muchas noticias sobre esos días agitados y ha sido reseñado en "Mariano José de Arce", cit. 28 Memoria militar del General Pezuela, cit., en Revista Histórica, t. XXI, página 257. 29 Los versos laudatorios de Arce, Melgar y Corbacho, en Breve descripción de las fiestas..., cit., págs. 29-34. 30 Autos criminales, ms. cit., f. 37 v. 31 Poesías de dn. Mariano Melgar. Cuaderno 2.º. ms. cit. de la Universidad de Indiana. El primero que reprodujo la Marcha Patriótica fue Estuardo Núñez, en Un manuscrito autógrafo y desconocido de Mariano Melgar, cit. 32 El primer verso y la forma métrica de la Marcha hacen recordar la mencionada Despedida de Silvia (precisamente de "Silvia"), de Juan Bautista Arriaza:
33 Mariano Felipe Paz-Soldán, Biblioteca Peruana, Lima 1879, pág. 523. 34 "Esquela del cura de Tambo Manuel Moscoso al obispo", Tambo, 21 de noviembre de 1814, en Jorge Cornejo Bouroncle, Pumacahua en Arequipa, cit., páginas 24-25. 35 Manuel Lorenzo de Vidaurre, Cartas americanas, políticas y morales... , Filadelfia 1823, t. II, págs. 267-271. 36 Benjamín Vicuña Mackenna, La revolución de la Independencia del Perú, Lima 1860, cap. III, págs. 192-218. 37 "Noticias biográficas", en Poesías de 1878, págs. 59-60. El general Manuel de Mendiburu, sin embargo, en su artículo sobre "Pumacahua", en el Diccionario histórico-biográfico del Perú, tomo VI, Lima 1885, elogia su "rapidez e inteligencia en la organización de tropas, su armamento y equipo". 38 "Proclama de los insurgentes de Arequipa", en Revista del Archivo Histórico del Cuzco, núm. 6, Lima 1955, pág. 418. 39 Juan José Alcón, Diario de la expedición del Mariscal de campo D. Juan Ramírez sobre las provincias interiores de La Paz, Puno, Arequipa y Cuzco, Lima 1815. 40 "Noticias biográficas", en Poesías, ed. 1878, págs. 59-60. 41 "Información de servicios del Ayuntamiento de Arequipa", 28 de noviembre de 1816, en Luis Antonio Eguiguren, Guerra separatista del Perú, Lima 1955, página 55. 42 Así lo sugirió José Casimiro Ulloa en La revolución de 1814, y así ha venido repitiéndose con igual fundamento. 43 Los oficios de Vicente Angulo y de Pumacahua se publicaron como Anexos al Diario de la expedición, de Juan José Alcón, cit. 44 "Proceso de Pumacahua", publicado por José Toribio Polo en "Centenario de la inmolación de Pumacahua", en Revista Histórica, tomo V, Lima, págs. 125-146; Memoria exacta e imparcial de la insurrección que ha experimentado la provincia y capital del Cuzco en el Reyno del Perú en la noche del 2 al 3 de agosto del año pasado de 1814, por el regente Manuel Pardo, publicada por primera vez por Vicuña Mackenna en La revolución de la Independencia del Perú, citado; Juan José Alcón, Diario de la expedición... cit. 45 "Diario de las operaciones del ejército del General Ramírez en su marcha de la ciudad de Arequipa para la del Cuzco", en Gaceta del Gobierno de Lima, 10 de mayo de 1815; reproducido por Odriozola en Documentos históricos del Perú, tomo III, cit. 46 "Expediente de la causa seguida a Manuel Rospillosi, vecino de Locumba, por su presunta participación en el movimiento del Cuzco", Arequipa, 4 de abril de 1815; en La revolución de 1814, Colección Documental de la Independencia del Perú, t. III, vol. VII (recopilación de Manuel Jesús Aparicio Vega), página 580. 47 "Parte circunstanciado del General Ramírez al Virrey del Perú", Cuzco, 3 de abril de 1815, en Revista del Archivo Histórico del Cuzco, núm. 7, Cuzco 1956, páginas 37-43. 48 "Proceso de Pumacahua", Cuartel General de Sicuani, 16 de marzo de 1815, en Revista Histórica, tomo V, cit. 49 "Noticias biográficas", en Poesías de 1878, pág. 63. 50 W. B. Stevenson, A historical and descriptive narrative of 20 years’ residence in South America, London 1825, cit. 51 Las Memorias del general William Miller fueron redactadas y publicadas por su hermano John: Memoirs...in the service of the Republic of Peru, London 1828. 52 F. Dabadie, A travers l’Amériqe du Sud, Paris 1858, cap. X: "Le poète des Andes". 53 "Noticias biográficas", en Poesías de 1878, cit., pág. 69. 54 Francisco Mostajo, "El poeta Melgar, prócer de la Independencia", en Revista Universitaria, núm. 38, Arequipa 1953, pág. 121. 55 Repiten la leyenda, entre otros: Luis Alberto Sánchez, en La literatura del Perú republicano, Santiago de Chile 1936, pág. 19; María Wiesse, en La romántica vida de Mariano Melgar, Lima 1939, pág. 63; y Pedro José Rada y Gamio, en Mariano Melgar y apuntes para la historia de Arequipa, cit., pág. 355. 56 Rómulo Cúneo Vidal publicó la partida de matrimonio en "Reminiscencias de María Santos Corrales, la ‘Silvia’ de Mariano Melgar", en Revista Histórica, tomo VII, Lima 1921, págs. 5-16, y la reprodujo en "Trece documentos inéditos relativos al poeta arequipeño Melgar y a Silvia", en Boletín Bibliográfico de la Universidad de San Marcos, núm. 15, cit. Allí aparece Amat y León como hijo del "coronel Manuel Amat", soltero, natural de Lima, de la que faltaba por veinte años, "los cuales ha estado transitando toda la provincia del Collao, sin tener residencia fija en ninguno de los lugares de dicha provincia, con destino al comercio y al presente en ésta (Arequipa) desde pocos días". 57 Entre los datos aportados y los documentos citados por Guillermo Lohmann Villena en las nutridas notas a su cuidada edición del Drama de dos palanganas, Veterano y Bisoño, Chapel Hill, North Carolina, 1976, no hay ninguno que dé asidero a esa suposición. 58 Relación de servicios del coronel Manuel Amat y León, fechada en Arequipa el 6 de noviembre de 1828. Datos biográficos de Amat y León en Alberto Tauro, Diccionario enciclopédico del Perú, tomo IV, Apéndice, Lima 1975, páginas 18-19. 59 La crónica de la inauguración del cementerio de Arequipa y del traslado de los restos de Melgar, en El Republicano, Arequipa, 21 de setiembre de 1833. Artemio Peraltilla Díaz, en El Periodismo arequipeño en la Emancipación del Perú, Arequipa 1971, págs. 264-286, reproduce esa relación y hace una reseña de la hasta ahora infructuosa búsqueda de los perdidos restos de Melgar. 60 Diario de la expedición...; Memoria del regente Manuel Pardo; y "Proceso de Pumacahua", citados. |