SUPOSICIÓN, INTENCION, PASION:
NÚCLEO DE LA SEMIOSIS DEL CONCEPTO-SIGNO NATURAL
IV.4. Pasión : el mundo natural (mente) semantizado en el alma
En la pertinencia lógica, a propósito de la demostración,
la pasión no es alguna cosa fuera del alma, inherente a aquello de lo que se
dice la pasión, sino que la pasión es algo predicable mental o vocal o escrito,
predicable en el segundo modo del sujeto del que se dice la pasión. Aunque hablando
propia y estrictamente la pasión no sea sino tal predicable mental y no vocal ni escrito,
sin embargo hablando de un modo secundario e impropio la palabra o la escritura se puede
decir pasión, al modo como decimos que en esta proposición pronunciada todo hombre
es risible una pasión se predica de su sujeto.215
Veamos detenidamente los elementos de esta definición. En primer
lugar, es claro que la pasión no es una cosa fuera del alma. El alma misma no es un signo
predicable. Pero, la pasión es algo que está en el alma como su atributo esencial, por
lo tanto no inhiere a los individuos de quienes predica sino que supone por ellos. El
sujeto y su pasión no son lo mismo realmente, aunque supongan por lo mismo y aunque la
predicación de uno del otro sea necesaria.
Esto quiere decir que la pasión se predica en el segundo modo
usado por los lógicos. Ockham mismo remite a la Analítica posterior: el primer modo se
refiere a un atributo verdadero en cualquier circunstancia (si
animal se puede predicar con verdad de cada caso de hombre, entonces si
esto es un hombre es verdadero, también será verdadero decir, señalando a
lo mismo, esto es un animal); el segundo modo se refiere a los atributos
esenciales que, como su nombre lo indica, pertenecen a su sujeto como elementos contenidos
en su naturaleza esencial (así pertenece la línea al triángulo y el punto a la línea)
y aquellos que perteneciendo a determinados sujetos, están contenidos, a su vez, en la
propia definición del atributo (lo recto y lo curvo son atributos que pertenecen a la
línea, la línea está contenida en la definición de lo recto y de lo curvo).216
La pasión se predica del alma. Pertenece a ella como elemento
contenido en su naturaleza esencial. A su vez, la pasión pertenece a sus sujetos y estos
sujetos a los que la pasión pertenece están contenidos en la definición de la
pasión.
En sentido amplio, la pasión se aplica a términos de los tres
lenguajes (como sabemos, en el caso de la intención se plantea la distinción que la
opone a la imposición). Este sentido amplio configura un modo impropio o secundario: en
efecto, se puede decir que la palabra y la escritura son pasiones como se dice de un
hombre que ríe.
Es, entonces, el sentido estricto el que conviene al tema de
nuestra investigación: la pasión como parte de una proposición mental no es algo fuera
del alma. Es, en primer lugar, aquel individuo del mundo en tanto conocido,
conceptualizado, por el alma. Son, en suma, los estados de cosas en tanto conocidos y
semantizados proposicionalmente.
Por lo que estamos viendo, no se puede tratar, al menos en el
contexto de la Summa, más que de la pasión lógica; esto es, de la pasión cognitiva
vinculada a la proposición, al enunciado declarativo, transitivo, exteroceptivo,
objetivizado por las marcas de la tercera persona recurrentes en todas las proposiciones
ejemplificadas. Y no puede ser de otra manera. Pero, nuestra pertinencia de análisis e
interpretación nos invita a recordar que este semantismo de la pasión cognitiva puede
ser transgredido, desvíado, sometido a un cambio de coordenadas.
La hipóstasis del lógoç, de lo lógico, según la cual el
pensamiento es valorizado, hace olvidar rápidamente que el lógoç no es esencialmente
exclusivo ni del paÌoç lógico ni del mu=Ìoç. En todo caso, si pasamos de la
racionalidad argumentativa a la racionalidad narrativa la dimensión pragmática ya no se
interdefine solamente con la sintáctica y la semántica en la perspectiva de la
semiótica lógica sino que se interdefine también con lo cognitivo y con lo tímico en
lo que podríamos llamar las dimensiones semánticas de la narratividad posibilitadas por
cualquier enunciado.
En este nuevo eje:
(i) Lo cognitivo (re)aparece como dimensión de la creencia y del
saber articulados en un relato. Ámbito de la pasión lógica que dicho relato
conlleva.
(ii) Lo pragmático se presenta como dimensión de los eventos,
acontecimientos o sucesos narrados. Pero, no sólo se narra una acción representada, el
acto mismo de narrar en su performatividad, hace-hacer.
(iii) Y lo tímico (Ìumoç: humor, ánimo, aliento, vida,
disposición afectiva) aparece como dimensión del desear y del sentir, esto es, de la
sensibilización que carga afectivamente los enunciados y sus enunciaciones.
En efecto, las disposiciones afectivas están en la percepción
que el alma, en tanto ser viviente, tiene de su propio cuerpo. En este otro
sentido hay, valga la redundancia, una pasión pática, propioceptiva, por la que
pensamos, hablamos y escribimos desde un cuerpo. Este antiguo semantismo está
no dicho, evitado, al menos en la pertinencia del discurso lógico de la Summa
escolástica. Y no se trata de un reproche. Sería absurdo.217
Pero, este semantismo de la pasión tímica, propioceptiva, sí
tendría relación con los otros tipos de enunciado ligados ya no con el lenguaje mental
(o del alma) sino con los lenguajes arrojados a la exterioridad de lo sensible, del
cuerpo. Con la voz humana en su relación con el habla, con la voz del sujeto poético que
habla, del hablador que narra, y con los trazos del sujeto poético que escribe, del
escribiente que narra, del escriba, del grabador creador de documentos. Con los oídos del
sujeto patético de la escucha. Con la visión del sujeto patético espectador o lector.
Se trataría, pues, además de los enunciados declarativos útiles para cualquier
descripción, de los enunciados imprecativos, imperativos e interrogativos (lo que hoy
llamaríamos performativos) que se abren a la reflexividad y, por ende, a la
intersubjetividad; enunciados propioceptivos, interoceptivos, subjetivizados por las
marcas de la primera y de la segunda personas.
Lo que aquí pretendemos es solamente enfatizar que la cultura
occidental, arraigada en el pasado griego, está también construida según el diapasón
de la racionalidad narrativa.218
No obstante, aunque querramos revaluar la narratividad, el fallo
paradigma-tizante está dado ya por Aristóteles y asistimos a una jerarquización. La
narratividad no puede determinar los discursos responsables de la organización del
pensamiento y de las sociedades (el filósofo, el científico y el político no pueden
contar cuentos). La filosofía lógica, en su pretendida seriedad, asegura
privilegios a la teoría del conocimiento, del lenguaje y del mundo exterior,
objetivizado, aprehendido en su verdad; aislando las condiciones subjetivas de la
producción de esta tríada en un componente antropológico periférico. En el
centro aparece el universo de la proposición objetiva, ahistórica, eterna. Sin embargo,
desde el margen, el discurso no es solamente una serie lógica de enunciados. Es, ante
todo, un encadenamiento de enunciaciones producidas en un contexto dialógico,
espacio-temporal, comunitario. Pero, al menos en principio, ¿no está acaso la
suposición personal para hablar de las cosas inmediatas, evidentes, en un contexto
dialógico implícito?
De todos modos, el trayecto que va del lenguaje mental a los
lenguajes hablado y escrito es también el que preserva la pureza de la argumentación
lógica natural (residente en el alma), de la contaminación con las narrativas
institucionales, convencionales, culturales (del cuerpo). A pesar del rescate de la
cognición sensorial, integrada con nuevos derechos por Ockham a la fundamentación
gnoseoló-gica, ésta queda lógicamente subordinada al intelecto. (No es fortuito el
desencadenamiento histórico del objetivismo teórico, de cierto terrorismo
ejercido por la lógica formal, de la crítica estructuralista de la subjetividad. Se
trata, en suma, de procesos que potenciaron el mismo efecto contra el afecto: la
expulsión de lo subjetivo, de lo emotivo, de lo pasional-tímico, fuera del campo
filosófico, hacia donde conquistará su medio natural: el arte, la poesía, la polifonía
del lenguaje ordinario de la vida cotidiana).
En la Summa, como género literario escolástico no tenía lugar
sensibiliza-ción alguna de la pasión. Está retenida en la dignidad de lo cognitivo, de
lo mental. A la semiosis (significación, acción de los signos significantes sobre los
individuos significables) corresponde el sentido (significado, pasión de los signos
sentidos). Pero, el sentido válido es el pensado, no el sentido. La diánoia desplaza a
la ai5sÌhsiç.
Luego, como contraparte, es justo reconocer que con la
preponderancia dada a la experiencia inmediata, y evidente anclada en la notitia
intuitiva, hay un gesto de recuperación de lo sensible que quiebra esa severa
discontinuidad entre los sentidos y el intelecto y que relativiza el mencionado
desplazamiento de la ai5sÌhsiç (sobre todo en relación con modelos anteriores). Por
supuesto que al precio de una sumisión tal que el intelecto va a responder por los
sentidos subsumiéndolos. Si bien no se trata de una reconciliación con lo sensible, se
le comienza a reconocer nueva dignidad en el proceso del conocimiento.
Intuitio es una forma verbal de intueor: mirar, fijar,
contemplar, observar, considerar. Asumiendo que en griego no existen ni la voz ni el
concepto correspondientes, hay que calibrar aquí una ruptura categórica de la episteme
gnoseológica ockhamista en relación con la metafísica griega clásica.
No obstante
Aristóteles sugiere ya, en la Retórica y en la Poética, que la función
primaria del logos (en un discurso de tipo poético o retóricamente motivado) es
demostrar y revelar evidencia o visibilidad. La evidentia y la hipotiposis, en
retórica, tienen la misma naturaleza y esfera de acción. Por la evidencia el lector u
oyente debe ser transformado en espectador y en él los sentimientos deberán ser
provocados de modo similar a los sentimientos del testigo ocular de los hechos
reproducidos. La evidencia, en realidad, está basada en un sentido: la vista.219
¿No es éste el escenario antonomásico de la enunciación de
toda proposición? En Ockham no se trata sólo de que el lector/oyente de sus ejemplos
reconozca una evidencia como simulacro retórico que coloca el referente de la
proposición declarativa en el campo de los sentidos, primariamente de la vista (sentido
teórico privilegiado por el intelecto), sino de que el enunciatario, efectivamente, no se
conforme con el sentimiento de estar-con, de encontrar personas (por lo general el buen
Sortes) o caracteres representados (por lo general albus) en la escena, sino que él mismo
sea partícipe de dicha escena aquí/ahora.
En la cognición intuitiva, fundamentadora gnoseológica, es
posible detectar un oculto giro desde la lógica de la especie universal hacia propuestas
de la retórica y de la poética de la evidencia.
Pues bien, los retóricos clásicos discuten nociones de
evidencia; pero están de acuerdo con el hecho de que concierne a la descripción y la
narratividad.220 La evidencia pretende pintar eventos, como un tipo de
referente (todo el ritual del fictum), y provocar el entusiasmo fantasmático en la vista
del espectador/lector. El ojo del cuerpo se vuelve, naturalmente, ojo de la mente y de las
facultades mentales como la imaginación y el entendimiento.
A todo esto, la hipotiposis, de acuerdo a las retóricas
clásicas, es un traer ante los ojos: hypotiposis, ut eam oculis subjicere
videatur221 (hypotiposis: para que la veamos debajo de los ojos [Traducción de
O.Q.]). No es ésta la ocasión de recalar en la mencionada figura sino de tomar su
potencialidad para entender que puede ser usada tanto en un contexto argumentativo como en
uno narrativo, y que, por lo mismo, tiene un alcance extensivo desde una palabra hasta una
oración entera.222
En fin, a pesar de las incipientes aproximaciones a la
sensibilización, la pasión suprema es el conocimiento de la verdad. Intelecto recipiente
y percipiente que mira, señala y nombra; que consagra así la experiencia evidente
(intuitus). Las pasiones del cuerpo son múltiples, remiten al desorden de los sentidos y
de las comunicaciones cotidianas. Lo lógico impera en el lenguaje mental articulado con
los conceptos-signos naturales que suponen en sintaxis proposicionales objetivas,
evidentes. Éste es el campo tradicionalmente asociado por la metafísica occidental a la
razón, a la vida, a la claridad, a la armonía, a lo celeste, a la universalidad, a la
regularidad, a la distintividad. Como contraparte, lo pático se asocia ahora con la
locura, con la muerte, con la oscuridad, con el caos, con la falta de armonía, con lo
subterráneo, con la variabilidad, con la particularidad, con la irregularidad, con lo
indistinto.223
Tras esta dicotomización se perfila una esquizia, una escisión
entre la racionalidad argumentativa y la racionalidad narrativa. Toda la teoría del signo
en el Ockham diurno, oficial, se inscribe en aquella racionalidad
jerárquicamente superior. Pero, en la teoría de la cognición inmediata hay un recurso
nocturno a la poética y a la retórica de la evidencia para fundamentar el
conocimiento. No obstante, los gramáticos y, específicamente, los retóricos, deberán
ocuparse de esas narraciones en las que campea todo tipo de oratio, ámbito en el que la
verdad será desplazada por la veri-dicción (el decir-verdad) en tanto vero-símil
(hacer-parecer-verdad). La lógica medieval no considera este ámbito pero, ya en nuestro
tiempo, la semiótica discursiva, convencida de que el signo es algo que también (y sobre
todo) puede usarse para mentir, persistirá en su estudio.
En todo caso, son los griegos quienes tienen la responsabilidad
de ese pólemoç entre lógoç y mu=Ìoç. La racionalidad del relato, del
cuento, del mito, de la novela, asociada al lenguaje hablado y escrito, no fue nunca
negada pero sí fue subordinada al discurso de la argumentación que, tanto en la
filosofía como en la ciencia, une inextricablemente el problema del signo con el de la
verdad.
En Aristóteles, autoridad a la que Ockham se acoge, el páÌoç
es el accidente que algo debe sufrir (o padecer) por una acción. Ejemplificando, tenemos
un paralelo entre tener una pena y calentarse o enfríarse. Pero,
sucede que más digno que tener una pena es tener un conocimiento objetivo del
mundo, lo que hoy llamaríamos, no por casualidad, visión del mundo. La
pasión del alma (así, en singular) es el conocimiento demostrativo verificable por la
evidencia (expresable sólo en proposiciones). La vista, en tanto mirada, es el puente con
un cuerpo ausente.
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215 Summa
Logicae I, 37. En Ockham, G., 1994: 135.
216 Analítica posterior, I, 4, 73a 37-73b 5. En: Aristóteles 1964: 359.
217 Hay que acotar dos cuestiones: 1) Fontanille da cuenta de cómo, siguiendo
una idea propuesta por A. J. Greimas (1982), la semiótica discursiva, al describir
discursos concretos, en particular los mitológicos, folclóricos y literarios, ha puesto
en evidencia, paralelamente a los fenómenos estrictamente sintácticos, la complejidad
semántica del nivel narrativo. A partir de una representación estrictamente pragmática
de las transformaciones narrativas, la semiótica ha venido elaborando gradualmente una
descripción de los sujetos y de los haceres cognoscitivos. Sólo hasta muy recientemente
se notó que se podrían explotar, en el nivel narrativo, los semas tímicos.
Se empalma así con una tradición ancestral de la pasión. Fontanille, J., 1994: 175-201.
2) Existe una larga tradición de reflexión fisiológica y sintomatológica a
propósito de las pasiones, que parte de Hipócrates y de Galeno y que conduce, por medio
de Descartes, a la medicina de las pasiones y a la psicología de los
sentimientos, a la manera de Ribot, a principios de este siglo. Otra dinastía, que
parte de los Estoicos (sobre todo de Crisipo), conduce a una multitud de tratados de moral
que son ampliamente responsables de la devaluación de las pasiones como tema digno de
reflexión filosófica. Parret, H., 1995: 6.
A pesar de no ser el sentido privilegiado por la Summa, no debemos pasar por alto el rico
semantismo del pathos. Así, uno de los primeros sentidos comprobados de páscw es
gozar al hablar de la mujer o del pederasta. La animalidad y el dolor están
connotados y el sentido homérico de paÌeiw es, en efecto, el de soportar un
tratamiento o ser castigado. El dolor no está necesariamente entendido en sentido físico
y resaltamos una especialización del sentido hacia la designación del duelo:
penÌein, derivado de la misma raíz que paÌein/pasxein, significa
estar de duelo, llorar a un muerto. PáÌhma lo que le ocurre a alguien,
sufrimiento, desgracia, enfermedad, paÌikós, pederasta pasivo, paÌeinóç
que sufre, son algunas derivaciones que muestran el caos del dolor, de la
desgracia y del frenesí. Los médicos de la Antigüedad buscaban la causa de la pasión
en el frenhç, el centro frenológico, un plexo de redes nerviosas que se extienden por
todo el sistema intestinal. Las pasiones son profundas, inveteradas, afirman Hipócrates y
Galeno, los filósofos-fisiólogos más antiguos. La sistemática aristotélica consagra
esta intuición ya que las pasiones están ligadas allí a nuestra naturaleza sensible y
animal. La relación con el centro frenológico hace de toda pasión un frenesí, una
morbidez, una perturbación. De entrada, el pathos está medicado porque es patológico y,
según Zenón, contra natura. Las pasiones, en el pensamiento de Platón, no
son inherentes a nuestra naturaleza: éstas nacen del abandono y de la abdicación de
nosotros mismos. Parret, H., 1995: 10.
218 Parret, H., 1994: 55.
219 Parret, H., 1995a: 57.
220 Parret remite en especial a Cicerón y Quintiliano. 1995a: 58.
221 Parret, H., Ibíd. Enumeración, instrumento privilegiado para componer las
más perfectas hipotiposis (Eco, U; 1985: 94).
222 Ya Eco en uno de sus trabajos pioneros traía a colación una distinción
aristotélica (onoma, rhma y lógoç) recurrente en el Peri Hermeneias, en la Poética y
en la Retórica, que puede ayudarnos a visualizar los alcances de esta extensión de la
hypotiposis: Aristóteles, por ejemplo, distinguía entre: onoma, signo que por
convención significa una cosa, como /Filón/ o /barco/; rema, signo que significa
también una referencia temporal, como /está sano/ (un rema también es siempre un onoma,
pero un onoma no es necesariamente un rema); logos, es decir, un signo complejo, un
discurso significativo entero. Eco, U. 1976: 29. Este complejo signo-discurso,
recordemos, respalda su significatividad en su capacidad para demostrar o revelar
evidencia o visibilidad.
223 Parret, H., 1995: 10.
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