LA SEMIOSIS
(O ACCIÓN DE LOS SIGNOS)
III.6. Un debate sobre la naturaleza de la "bisagra"
:
entre la causalidad y la
preordenación estructural
Repasando lo anterior: la arquitectura de signos hasta aquí
esbozada por Ockham se construye tomando el sentido amplio y el sentido estricto de
signo. Dicha arquitectura ofrece el siguiente espectro:
Imago |
Vestigium |
Conceptum |
Vox |
Scriptura |
|
El concepto-signo natural en tanto bisagra participa
de los dos sentidos. Dicho en términos más propicios: ambos sentidos le convienen. Dos
regiones se configuran: a la izquierda del conceptum tenemos una semiótica general (de
los signos rememorativos) en la que cualquier cosa conocida puede funcionar como signo de
cualquier otra cosa. Este sentido amplio se engarza con las condiciones epistemológicas
de la ciencia natural. Hasta una palabra puede ser entendida como signo natural de su
causa: locutor (cf. III.2.1.).
A la derecha del conceptum tenemos una semiótica del lenguaje en
la que el signo, en tanto término de la proposición, supone por algo (cf III.2.2). Aquí
se configura la problemática filosófica de la suposición, la pasión, y la intención
hacia la que se orienta nuestro trabajo.
Recordemos que, desde Aristóteles y Boecio, la naturalidad tiene
que ver con todo aquello que se da independientemente de la voluntad de los hombres. La
observación de los procesos naturales hace que, al menos en Occidente, la naturaleza
justifique, primero, la semejanza de cosas y pasiones del alma y, luego, su relación de
causalidad. Esta causalidad de cosas y pasiones del alma (ya mucho después de objetos y
conceptos) queda así presupuesta como operación de la naturaleza. El conocimiento se da
naturalmente con independencia de la voluntad de quien conoce. Como contraparte, la
observación de las diferentes comunidades lingüísticas humanas conduce a la expulsión
de los signos orales y escritos del reino de la naturaleza (como si el hombre no formara
parte de él). Pero, además, el contraste con Abelardo y los Gramáticos Especulativos
muestra el gesto de economía de Ockham en toda su plenitud: simplemente pone el lenguaje
en el alma. El lenguaje está en el alma. Entonces, ¿qué sucede cuando el conocer es un
decir?, ¿qué sucede cuando el conocimiento se convierte en lenguaje natural? Sucede que
es necesario que los conceptos aparezcan como signos de un lenguaje natural.
Ante esta situación quedan delimitadas dos dimensiones de la
significación: la de los procesos naturales (entre los que se incluye al conocimiento
mismo) y la de la industria humana (en la que tenemos intercambios convencionales o
artificiales). Nuestra tesis es que el concepto como signo natural en Ockham, si bien
pertenece al primer campo, no deja de entramarse con el segundo; es algo así como una
bisagra: natural como imágenes y vestigios, pero también lingüístico como las palabras
orales y escritas. Hay, entonces, en el concepto-signo natural, de algún modo, una
conciliación de naturaleza y artificio. Participa de esa semiosis naturalmente natural
anterior a toda intervención o imposición humana, pero (y aquí la noción de
suposición es clave) a la vez es algo así como un modelo según el cual se organizará
naturalmente la coherencia de cualquier semiosis convencional. Quienes hemos asumido la
tarea de pasar revista a la historia del pensamiento sobre el signo sentimos que se
agazapa aquí, en otros términos, el viejo debate entre naturalismo y convencionalismo.
El concepto-signo natural ocupa la misma posición
epistemológica que correspondía en el paradigma aristotélico a las pasiones del alma.
Por lo tanto, si bien en lo relativo al encuadre estrictamente semiótico de la
investigación hablamos, con Peirce, de la semiosis como acción de los signos, ello no es
óbice para no situarnos también en la perspectiva lógica medieval referida
paradigmáticamente al inicio del Perihermeneias: cuando se menciona al concepto-signo
natural se le considera una passio de la mente, passio a la que corresponde la actio del
objeto (a ser) significado. Precisamente, aquí se desbroza el camino para que, en Ockham,
el conocimiento aparezca simplemente como semiosis natural: las cosas-causas actúan sobre
el alma; entonces, las cosas reales, individuales, que no son signos, pueden propiciar
signos o, dicho de otra manera, pueden llegar a serlo ya que, en tanto cosas
intencionales, conocidas, devienen signos en acto, esto es, pasiones del alma.
Definir la semiosis como acción de los signos
presupone que cualquier cosa, en tanto cosa conocida puede llegar a ser signo y que el
término (o fin) del ser signo es la pasión.
Por eso, la primera noción que aparece como consecuencia del
estudio del concepto-signo natural es la de pasión. Habría pasiones que no
necesariamente son signos pero, ante todo, el concepto-signo natural es una pasión del
alma. El correlato de esa pasión es la acción de las cosas del mundo (y del alma) sobre
el alma.
Dicho de otro modo, el objeto significado actúa en el alma como
consecuencia de lo cual resulta en ésta una passio. Por cierto, esto no quita que sea la
mente humana la que produce el concepto, la que lo efectúa como concepto. Dos tipos de
hacer confluyen: el de la cosa que actúa naturalmente sobre el alma (agit, actio) y el
del intelecto que la hace ser naturalmente signo (facit, effectio).
En virtud de las muchas veces imperceptible sustitución por la
que en el metalenguaje filosófico «mente» ocupa el lugar de «alma» nos permitiremos,
sólo con el objetivo de abrir un horizonte más amplio de interpretación filosófica,
atender a un antiguo semantismo de passio soslayado por la passio cognitiva dominante en
la formulación lógica del signo (cf. IV.4.).
En todo caso, si invertimos la direccionalidad de la misma
cuestión hallamos otra noción: se trata esta vez de la intención. Es evidente que en el
Peri hermeneias no podía existir esta palabra pero cabe notar que si significar no
predica propiamente acción sino relación del signo en cuanto signo al significado
entonces esa relación será el lugar donde germinará la noción de intención.
En efecto, el signo implica dos relaciones: una al entendimiento
y otra al significado pero, aún cuando se connota a la potencia cognoscitiva, estas
relaciones se constituyen como signo sólo por su relación con el significado. Dicho de
otro modo, en relación a la potencia cognoscitiva todo signo es objectum pero es sólo en
la relación con su significado donde el signo se distingue de todo otro objectum. Cuando
nos referimos al concepto-signo natural el dominio de esta última relación-función
semantizadora es la intención. Cuando nos referimos al signo convencional oral y/o
escrito el dominio de esta relación es la imposición.
Podemos concluir que, si en el sentido amplio de signo primaba
cierto modelo de la inferencia natural, en este sentido restringido ha primado el modelo
de la suposición: el término concebido, intención-pasión del alma, es apto por
naturaleza para ser parte de la proposición mental y, por eso mismo, para suponer. ¿Se
puede, entonces, aproximar el modelo de la suposición al de la equivalencia artificial o
al de la inferencia natural? Al menos, a nivel del concepto la suposición es natural y,
por lo tanto, no resulta plausible la aproximación a la equivalencia. Es más bien en
orden a la construcción de lenguajes convencionales subordinados a la suposición natural
cuando la suposición se redefine en la equivalencia: el sonido castellano /mu-jer/
equivale al italiano /do-nna/ que, a su vez, equivale al francés /femme/. Asimismo, todos
contraen una relación de equivalencia con la definición /animal, humano, hembra,
adulto/. Se impone el esquema del diccionario. La equivalencia parece emparentarse
fuertemente con la institución voluntaria o imposición.
El aporte histórico-semiótico central de Ockham está en la
tesis de la suposición. En efecto, el modelo semiótico de la suposición se halla a
medio camino entre el modelo de la inferencia natural (de raigambre estoica) y el modelo
de la equivalencia convencional (desarrollado a partir de Aristóteles).
Este medio camino nos pone ante signos lingüísticos
que, a diferencia de los sonidos y representaciones gráficas, tienen significado natural.
¿En qué consiste este modo natural de significar? Éste es el problema crucial de la
teoría de Ockham ya que a ese modo natural se subordina el modo convencional.
Como sabemos, en el capítulo 14 de la Summa Logicae, el
Venerabilis Inceptor opera una distinción entre el universal natural y el universal de
institución voluntaria. El primero es signo que se predica de muchas cosas de manera
natural; esto es, de la misma manera como el humo significa naturalmente el fuego, o el
gemido significa el dolor del enfermo, o la risa significa la alegría interior. En estos
tres casos el fundamento de la significación es una relación de causalidad, y, por
tanto, se trata de vestigios (en el metalenguaje de Ockham) o de índices (en el
metalenguaje de la semiótica contemporánea inaugurada por Peirce).
En efecto, el humo es signo del fuego en cuanto que es su efecto
natural. Lo mismo podemos decir de los otros dos casos. Entonces, si los términos
mentales o conceptos-signo significan de manera natural, esto nos obligaría a buscar
alguna relación causal que explique su carácter de signos naturales. Ésta es la
posición de Hochstetter y Boehner:162 la relación de causalidad es el
fundamento del significado natural tanto en el caso de los términos mentales como en el
de los vestigios. Pero, en el caso de estos últimos la operación de inferencia en tanto
esse intentionale es el correlato subjetivo de la relación de causalidad evidente como
esse naturale objetivo; mientras que en el caso de aquéllos esa relación de causalidad
no sería evidente. Estaría solamente postulada.
No obstante, hay otro enfoque del mismo asunto: cuando se dice
que el humo representa naturalmente al fuego se da la relación de causalidad entre signo
y significado, mientras que cuando se afirma que el gemido del enfermo significa
naturalmente el dolor o la risa la alegría interior, la relación, al ser controlable o
inhibible, no es necesaria.
La naturalidad no es, pues, controlable o inhibible. Apelando a
una analogía con el acto reflejo (cuando, por ejemplo, ante un toque de martillo en la
rodilla movemos la pierna sin intervención de nuestra voluntad ) se entiende que el
concepto-signo es causado naturalmente por un contacto del alma con la cosa. Por
contraste, a partir de una analogía con el acto voluntario (podemos mover la pierna para
patear la pelota que está ante nosotros) es posible pensar en los signos convencionales
como resultado de un movimiento causado libremente por nuestra voluntad. La significación
natural y la significación por institución voluntaria corresponden respectivamente al
concepto o pasión mental y al término oral o escrito. Es lícito deducir que mientras el
término oral o escrito puede cambiar su significación ad libitum no sucede lo mismo con
el concepto o pasión mental.
Como puede notarse, tenemos el propósito de discutir en torno al
concepto-signo proposicional como bisagra entre la naturaleza y el lenguaje. Se trataría
de un postulado metafísico: el concepto-signo es natural como los vestigios e imágenes y
lingüístico como las palabras orales y escritas. Prosigamos evaluando, pues, la
hipótesis de esta especie de bisagra.
Precisando, se trata en realidad de términos y proposiciones
conceptuales que no son otra cosa que aquellas palabras mentales (verba mentalia) de las
que, como recuerda Ockham, decía san Agustín que no pertenecen a ninguna lengua porque
se encuentran sólo en la mente y no pueden ser proferidas al exterior, aunque
si lo sean los sonidos a ellas subordinados. Pero, si esta palabra mental no puede tener
siquiera una imagen acústica, ¿qué es?, ¿una representación esquemática de la cosa?
Conocemos su función: estar-por la cosa en la proposición. Pero, ¿qué hay de su ser?
El último Ockham es radical: la identifica con el intelecto mismo. Pero, persistiendo:
¿en qué consiste esta manera natural de significar? Estamos viendo que Ockham remite a
la relación de causalidad como fundamento del significado natural, tanto en el caso de
estos términos mentales como en otros casos (humo-fuego; gemido-dolor; risa-alegría).
Boehner señala que el concepto sería, en parte, efecto del objeto significado y en parte
efecto del propio entendimiento: se asemeja al entendimiento por ser inmaterial, y al
objeto por ser imitación del mismo.163
Aquí parece haber un vacío, una oscuridad: ¿de qué manera
imita naturalmente el concepto al objeto?, ¿hasta dónde llega la semejanza entre ellos?
Sólo nos queda decir que Ockham no descubre esta correlación natural; más bien la
postula como tesis metafísica. El concepto nace por una operación secreta de la
naturaleza. Subrayamos secreta. Esta tesis no es otra cosa que el postulado de las
condiciones mismas del discurso metafísico (o semiótico natural) que permite abordar
fenómenos distintos desde un enfoque unitario. Un acto de fe (o coraje) filosófico
y semiótico hace posible la metafísica ¿Es este acto de fe una
arbitrariedad genial? De hecho, Ockham ya no va a probar lo que postula. Ciertos críticos
contemporáneos, con criterio científico moderno, quieren que lo haga. Como no lo hace,
comprueban que el modelo de la semiosis natural de Ockham no cabe en la
explicación positiva de ciertos fenómenos. Creen que están refutando una hipótesis
científica. Pero, no es así. Solamente están descartando una metafísica.
Uno de estos críticos contemporáneos se angustia ante la
postura de Boehner arriba reseñada.164 Exige una explicación de la manera como el
concepto imita al objeto. Constata que esto no es una evidencia. ¿Cómo saber entonces
hasta dónde llega la semejanza entre ellos? Dramatiza la imposibilidad de explicar este
punto reconocida explícitamente por Boehner cuando lo remite a un hecho último de
psicología cognitiva.165 Llegar a este hecho último entraña salir del
terreno de las evidencias positivas y entrar al de los postulados metafísicos. Interrogar
a Ockham tratándolo como semiótico positivista es olvidar que estamos ante una teoría
semiótica desplegada en el marco de una lógica puesta al servicio de una teología y,
por ende, de una metafísica.
No obstante, la clasificación de los signos y de los modos de significar en Ockham está
correctamente esquematizada por Hierro:166
Profundicemos los contrastes:
(i) El orden proposicional es la característica
típica en la que coinciden el concepto-signo linguístico mental y los signos
linguísticos orales-escritos y gracias a la cual se distinguen del vestigio y de la
imagen. Ahora bien, esa coincidencia no basta puesto que debemos señalar el elemento que
los diferencie; pero este elemento no tiene por qué diferenciar entre sí al vestigio y a
la imagen (si bien pudiera darse un vestigio en el que se diera semejanza y una imagen en
que se diera causalidad, no puede de ningún modo haber vestigio sin relación de
causalidad).
(ii) la sola causalidad hace coincidir al concepto-signo con el
vestigio; y, por lo tanto, debe haber una diferencia entre ambos, a saber, el orden
proposicional del concepto-signo. Ahora bien, esa coincidencia es, a la vez, lo que los
diferencia tanto de la palabra oral-escrita como de la imagen.
(iii) la sola convencionalidad hace coincidir una palabra oral o
escrita y, por poner un ejemplo, una bandera; y, por lo tanto, debe haber una diferencia
entre ambas, a saber, el orden proposicional de la palabra oral o escrita. Ahora bien, esa
coincidencia en lo convencional es, a la vez, lo que las diferencia de la naturalidad del
concepto-signo.
Vistos estos contrastes, ¿hasta qué punto el modo natural de
significar, al aproximar los signos lingüísticos mentales a los signos no-lingüísticos
tiende a difuminar la distinción entre signos rememorativos y signos lingüísticos?, o,
en otras palabras, si los conceptos-signos mentales significan del mismo modo que los
rememorativos, ¿en qué medida puede seguir manteniéndose la distinción entre éstos y
los lingüísticos en general? Ante el problema implícito en estas preguntas que
estamos formulando, De Andrés rechaza la interpretación de Hochstetter y Boehner y, sin
negar la función que la relación de causalidad tiene en la teoría del conocimiento de
Ockham, propone una interpretación alternativa que, apoyándose en los ejemplos de la
risa y del gemido, postula que aquí lo fundamental no es tanto la relación de causalidad
ya que, aunque ésta exista, no agota el fundamento de la significación.
Entonces, la relación humo/fuego, postulada como
significación natural, no es obstáculo alguno para afirmar una relación de causalidad
entre signo y significado; mientras que las relaciones gemido/dolor; risa/alegría sí se
erigen en obstáculo para la mera causalidad puesto que el gemido y la risa, en tanto
reacciones, pueden evitarse, inhibirse voluntariamente. Estrictamente, no habría sólo
causalidad también, y sobre todo, habría una reacción espontánea en el hombre
(extensiva, en cierta forma, al hábito de convertir al humo en signo del fuego) que se
constituiría en denominador común de los tres ejemplos y en explicación dominante de la
naturalidad del concepto-signo. El hecho de que posteriormente Ockham haya prescindido del
primer ejemplo limitándose a los dos últimos es leído por De Andrés, un tanto
aventuradamente, como indicio de que no sólo dejó de lado sino que desechó la relación
de causalidad.
En consecuencia, expresado positivamente, la significación
se basa en
una especie de preordenación estructural, fundada a su vez en la estructura
psico-somática del hombre.167
Habrá que interpretar que el quejido significa dolor y la
risa significa alegría, no sólo porque sean efecto lo uno de lo otro, sino además, y
fundamentalmente, porque la risa y el gemido están estructuralmente preordenados a ser
expresión, respectivamente, de la alegría y del dolor. De igual manera, el signo mental
descansará en una
preordenación estructural del hombre a abordar significativo-lingüísticamente la
realidad exterior,168
y constituirá una reacción espontánea del entendimiento frente a la realidad.
Hierro rechaza esta interpretación de De Andrés. Le
parece una solución puramente verbal. En el afán de
reforzar la caracterización independiente del signo lingüístico, que Ockham ha
puesto en peligro al reconocerle, en su manifestación mental, una forma natural de
significación, se ofrece simplemente una nueva expresión: preordenación
estructural. Pero, ¿qué explica esta expresión? Todo depende de lo que
signifique, y esto es lo que no se nos ha explicitado. ¿En qué consiste esta
preordenación estructural? Aparentemente en que, dada la constitución del ser humano,
ciertas experiencias o estados internos como la alegría o el dolor son causa de ciertos
efectos como la risa o el gemido. Si hay algo más que causalidad en esa preordenación
estructural, como pretende Teodoro De Andrés, no lo sabemos ni se ve en qué pueda
consistir.169
Creemos, por nuestra parte, que tanto en la acepción amplia de
signo como en la consideración del concepto como signo naturalmente predicable, Ockham
enraíza la naturalidad del signo en la causalidad. El presunto problema surge cuando De
Andrés arguye que la relación causal es típica del vestigio, que no es un signo lógico
y en que el concepto no puede ser un mero vestigio. De ahí concluye que la causalidad no
puede bastar para diferenciar un signo en el sentido amplio de otro en sentido estricto y,
en consecuencia, que debe haber algo más. Este plus conduce a lo que De Andrés, llama un
hecho último de psicología cognitiva casi indemostrable: como el orden proposicional es
la característica típica del signo, en sentido estricto, la reacción espontánea o
mecanismo psico-físico es de estructura lingüística. A primera vista el argumento puede
no convencer, pero no deja de ser plausible en tanto no parece haber incompatibilidad
alguna entre causalidad y preordenación estructural. En el contexto de la teoría
sustentada por Ockham no es difícil imaginar que el alma está semióticamente
programada.
Asumiendo todo el sesgo mecanicista que la metáfora entraña,
podemos arriesgar la idea de que la tesis del preordenamiento, formulada por De Andrés,
es análoga a la del programa de una computadora y, por ende, a su programación
(recordemos que a la computadora se le llama también ordenador). Según la
interpretación de De Andrés, Ockham, a su manera, nos hace creer que el hombre está
programado en su estructura psicosomática para abordar semióticamente una realidad
contingente que alimenta a dicho programa con datos naturales. Tanto esa programación
(intelecto) como la realidad (objeto que deviene conocido y concebido en un acto de
intelección) son causas parciales de la significación de los conceptos-signos naturales.
Éstos, sin ser especies, son similares a los individuos de los que consta dicha realidad
en tanto son su asimilación.170
El concepto signo se parece al alma en tanto es
inmaterial/espiritual y a la realidad en tanto se conforma con sus formas. Tanto el alma
como la realidad son potencialmente semióticas.
En su crítica, Hierro olvida que la tesis de De Andrés es
propia de una pertinencia teológico-antropológica y no de una pertinencia de filosofía
del lenguaje al estilo oxoniense que prescinde del credo cristiano de la creación
ex-nihilo. Por eso, es que no cualquier ejemplo de una relación causal puede justificarse
aludiendo a una preordenación estructural. El hombre es un suppositum intellectuale. La
justificación propia para la naturalidad de los signos lingüísticos es la de una
psicología de raíz teológico-metafísica. Por fe se cree que esa semiosis natural se da
en un alma racional que es una con el cuerpo de cada individuo y que, en última
instancia, todo depende del poder absoluto del Programador Divino.171
Así pues, no toda justificación pasa por una comprobación
experimental o por una demostración racional. La apuesta por la preordenación
estructural es un acto de fe. Sería un axioma para esta teoría semiótica del
conocimiento. El alma racional, inextensa y espiritual no puede tener partes ni facultades
ontológicamente distintas. Lo que se llama entendimiento es simplemente el alma racional
que entiende, y lo que llamamos voluntad es el alma que quiere. El alma racional produce
actos. La facultad intelectiva connota el acto de entendimiento y la facultad de la
voluntad connota el acto de querer. Si tomamos entendimiento y
voluntad como términos connotativos entonces son distintos porque un acto de
entendimiento es realmente distinto de un acto de querer. Pero, si nos referimos a aquello
que, en tanto causa, produce los actos, entendimiento y voluntad no son realmente
distintos. La navaja se aplica como principio de economía para eliminar
facultades distintas. Hay una sola alma racional que puede producir actos diferentes. Esta
fundamentación psicológica, no es esclarecida por De Andrés. Él se refiere muy
de pasada a la unidad psico-somática del hombre. Pero, de lo que
se trata es de afirmar que la persona humana es el ser total de cada hombre, no el alma o
forma racional solamente. Es en virtud de la forma racional que el ser humano es un
suppositum intellectuale, a diferencia de cualquier otra clase de suppositum; pero es todo
el hombre, no la forma racional por sí sola, lo que constituye la persona humana.172
Y hablar de la reacción espontánea de un suppositum intellectuale no es lo mismo que
hablar del humo como efecto del fuego. El humo ni tiene alma ni reacciona ante
el fuego. Es su efecto o, incluso, parte de él.
Retomando las diferencias específicamente semióticas cabe
recordar que (i) el signo de lenguaje tiene como función suponer dentro de la
proposición y (ii) el signo de lenguaje no aporta simplemente un recuerdo de lo
significado porque no requiere un conocimiento previo de esto, sino que tal signo puede
dar (y de hecho da) un conocimiento primario del objeto. Debemos reconocer que, poniendo
entre paréntesis el criterio relativo a los modos de significar (que marca fuertemente la
diferencia entre los signos orales y escritos, que significan convencionalmente, de los
signos rememorativos, que significan naturalmente), estas dos características parecen
suficientes para distinguir a los signos mentales de los rememorativos.
De este modo, en tanto significan naturalmente, los signos
mentales se aproximan a los signos rememorativos y se diferencian de los demás signos
lingüísticos.Late una tensión, que pervive en las clasificaciones contemporáneas de
los signos, entre el carácter natural que parece tener el lenguaje humano, en lo cual no
se distinguiría del conocimiento en general, y el carácter convencional, e incluso
arbitrario, que parece tener la significación en las diferentes lenguas. Esa tensión,
que hace a muchos lingüistas hablar de lengua natural a pesar de reconocer su
carácter convencional, queda graficada en la metáfora de la bisagra.
Así, para Ockham habría un lenguaje natural y, por tanto,
único para la especie humana, que sería el lenguaje mental (mentalia verba), y una
pluralidad de lenguajes constituidos por sonidos y por las representaciones gráficas de
éstos.173 Este lenguaje mental, universal, común a la especie humana es,
además, semán-ticamente perfecto pues contiene todo y nada más que aquello que es
necesario para los requerimientos de la significación (a todo término mental corresponde
uno hablado y escrito, pero no viceversa). De aquí que se aluda a este lenguaje como un
lenguaje mejor construido que el oral-escrito, al cual este último puede reducirse con
propósitos aclaratorios.174
__________________________________________________
162 De
Andrés, T., 1969: 97.
163 Boehner, Ph., 1958: 217
164 Hierro, J., 1980: 44.
165 cf. III.3. Allí resumimos la postura desarrollada por Boehner, Ph., 1958:
217.
166 1980: Ibíd.
167 De Andrés, T., 1969: 99.
168 Un mínimum, pues, de nexo causal, y un maximum de reacción espontánea
debida a la preordenación estructural del hombre a abordar
significativo-lingüísticamente la realidad exterior que sobre él actúa, es lo que
constituye, a nuestro juicio, la entraña misma de la teoría ockhamista del concepto en
cuanto signo lingüístico natural. De Andrés, T., Op. Cit., 101.
169 Hierro, J., 1980: 45.
170 No olvidemos que concepto proviene de concipere, derivado de capere
coger, significa absorber, contener y, antes de referirse al
proceso por el que se forma una idea, guardaba analogía, hacia mediados del siglo XIII,
con el proceso por el que una hembra queda preñada. El alma está, entonces, predispuesta
a quedar preñada de los datos o de la in-formación proveniente la realidad. Corominas,
J., 1976:164.
171 Tal como lo hizo con las pruebas tradicionales de la existencia de Dios,
Ockham criticó también cierto número de pruebas propuestas por sus antecesores en el
campo de la psicología. Los hombres experimentamos actos de entendimiento y
voluntad; pero no hay ninguna razón que obligue a atribuir esos actos a una forma
inmaterial o alma. Experimentamos dichos actos como actos de la forma del cuerpo; y, por
lo que respecta a nuestra experiencia, parece razonable concluir que son actos de una
forma extensa y corpórea (Quodlibet, 1, 12). Si se entiende por alma intelectiva
una forma inmaterial e incorruptible que está totalmente en el todo y totalmente en
cada parte (del cuerpo), no puede conocerse de modo evidente, ni por la argumentación, ni
por la experiencia, que haya en nosotros tal forma, o que la actividad de entender
pertenezca a una substancia de este tipo en nosotros, o que un alma de ese tipo sea la
forma del cuerpo. No me interesa lo que Aristóteles pudiera pensar acerca de ello, porque
me parece que habla siempre de una manera ambigua. Pero mantenemos esas tres cosas
solamente por fe (Ibíd., 1,10). Según Ockham, pues, no experimentamos la presencia
en nosotros de una forma material e incorruptible, ni tampoco puede probarse que los actos
de entendimiento que experimentamos sean actos de una forma así. Y aunque pudiésemos
probar que los actos de entendimiento que experimentamos fueran los actos de una
substancia inmaterial, de ahí no se seguiría que esa substancia fuese la forma del
cuerpo. Y si ni el razonamiento filosófico ni la experiencia pueden mostrar que poseemos
almas inmateriales e incorruptibles, es evidente que no puede probarse que esas almas son
creadas directamente por Dios (Ibíd. 2,1.). Ockham no dice, por supuesto, que no poseamos
almas inmortales; lo que dice es que no podemos probar que las poseemos. Ésa es una
verdad revelada, que se conoce por la fe. Citas tomadas de Copleston, F., 1971: 101-102.
172 Copleston, F., 1971: 106.
173 Hierro apunta que Chomsky, quien tanto empeño ha puesto en rastrear
precedentes de su concepción mentalista del lenguaje en la historia de la filosofía,
tiene aquí un filón más rico probablemente que los que él, con tan poca fortuna, ha
intentado beneficiar. Hierro, J., 1980: 46.
174 Esto parece constituir un claro precedente de las finalidades y
procedimientos típicos de algunos filósofos analíticos contemporáneos, como, por
ejemplo, el reconstruccionismo de Russell y el intento de encontrar la forma lógica del
lenguaje. Por esto, se ha comparado también la doctrina de Occam a los intentos
contemporáneos de construir lenguajes ideales sobre la base de la lógica (Trentman,
Ockham on Mental). Este paralelismo es inexacto si se entiende el lenguaje ideal como un
lenguaje artificialmente construido para un propósito particular. Pero, es exacto si el
lenguaje ideal es, simplemente, aquella estructura básica común a todas las lenguas y,
por tanto, universal. Hierro, J., 1980: 48.
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