RESTRICCIONES Y ACLARACIONES
TEÓRICO-METODOLÓGICAS
II.2. En torno a la interpretación del corpus
Encuadre teórico - referencial amplio
:
los "gajes" de la
reconstrucción histórica
Como sucede con los grandes autores que originan polémica,
varias tendencias interpretativas impiden una correcta comprensión de las enseñanzas
filosóficas de Ockham. Tanto así que muchos han creído encontrar en el Doctor
Invincibilis una causa, e incluso la principal causa, del colapso del escolasticismo. Por
eso, entiende Boehner, las razones de este colapso raramente son atribuidas ahora a la
filosofía de Escoto y más bien el peso de toda esa responsabilidad recae con fuerza en
Ockham.
Los historiadores de la filosofía medieval dice
Baudry están hoy en presencia de dos interpretaciones del occamismo y de sus
orígenes. Unos, retomando la visión de P. Haureau, hacen del occamismo una reacción
contra la doctrina de Duns Escoto. Los otros, siguiendo a Rousselot y a R. Morin, ven en
Guillermo de Occam un discípulo de Duns Escoto que empuja al maestro contra sí mismo,
que lleva al extremo sus principios, y que, al mismo tiempo que los combate, desarrolla y
ensancha su doctrina conduciéndola a conclusiones que sus falsas timideces impidieron al
Doctor Sutil percibir y avisorar.43 Precisamente estas interpretaciones, más
allá de sus especificidades, coadyuvan a la lectura de las tesis de Ockham como
radicalización del escotismo y, por ende, a la tematización histórica del Venerabilis
Inceptor como agente del colapso de la síntesis doctrinal del siglo XIII44.
Sea como fuere, no podemos dejar de reconocer en los estudios de
filósofos como Boehner, Gilson, Vignaux, Jolivet, De Andrés, Derrida, por citar sólo
algunos, un amplio marco referencial que provee de criterios interpretativos muy
pertinentes.
También hay que considerar trabajos de reconocidos estudiosos
que, desde la historia de la filosofía, construyen marcos teóricos unas veces
concordantes y otras discordantes pero, a final de cuentas, más polémicos que
consensuales. En efecto, por más cuidadosos que sean los esfuerzos para ordenar una
puesta en contexto, resulta muy delicado abordar la propuesta filosófica de nuestro
autor. Como señala De Andrés, la primera impresión que el lector recibe ante los
estudios sobre Ockham es la de una notable desorientación, dada la extraordinaria
divergencia de las conclusiones a que estos estudiosos han llegado. Por otro lado,
Boehner, examinando la filosofía de Ockham a la luz de las investigaciones recientes
señala que lentamente está comenzando a emerger un retrato más veraz de una masa de
prejuicios y de repetidas opiniones acríticas acerca de su vida, obra y doctrina.45
En lo relativo a las discusiones biográficas remitimos a los autores expertos en el tema.46
Encuadre teórico - referencial :
el metalenguaje operativo
El modelo triádico de la semiosis.-
En todo caso, en lo relativo a esta investigación, el lector
habrá encontrado, al momento de establecer la pertinencia de la misma, la opción por una
perspectiva histórico-semiótica de estudio e interpretación. Esta perspectiva tiene
portavoces preclaros en la llamada escuela pragmática de la semiótica quienes, partiendo
de los postulados lógicos de Charles Sanders Peirce, entienden que el tema-objeto de la
indagación semiótica no son propiamente los signos sino la acción de los signos o
semiosis. Así, la semiótica contrasta con la semiosis tal como el conocimiento contrasta
con aquello que es conocido (cf.I).
Dos portavoces son particularmente gravitantes en nuestra
investigación: John Deely y Umberto Eco. Ambos, además de semióticos, reconocidos
medie-valistas. El primero formula una interpretación histórica realmente apasionante en
su compromiso con el medioevo y el segundo articula a lo largo de su obra una labor
permanente de crítica, evaluación y análisis de la obra de Peirce. No es que Deely no
lo haga. Sucede que en Eco esta labor resulta más sistemática. En todo caso, valga lo
dicho para establecer tajantemente que no es nuestro objetivo desarrollar la concepción
de Peirce (proyecto que, de por sí, daría para más de un libro) sino tomar su labor de
reflexión histórico-epistemológica (consultada sí directamente en algunos de sus
escritos sobre el medioevo y la modernidad). Un intermediario cómodo, fíable y original
para recoger con considerable economía de esfuerzo dicha labor teórica resulta ser Eco,
quien en la mayor parte de sus obras opera el concepto de semiosis. En su célebre ensayo
De los Espejos, en una llamada a pie de página propuesta en el título mismo,
advierte al lector, con la ironía que lo caracteriza, que en ese ensayo y en el resto del
libro, se tropezará con la oposición entre semiosis y semiótica. Señala allí que la
semiosis
es el fenómeno, típico de los seres humanos (y, según
algunos, también de los ángeles y los animales), por el que como dice Peirce
entran en juego un signo, su objeto (o contenido) y su interpretación.
Añade que la semiótica:
es la reflexión teórica sobre qué es la semiosis. Así pues, el semiótico es
quien nunca sabe qué es la semiosis, pero está dispuesto a jugarse la vida sobre su
existencia. 47
Esta declaración, con toda su reminiscencia
socrática, opera como pauta central que, trasladada a nuestro proyecto, implica un
añadido: ¿qué es la semiosis en la teoría de los términos formulada por Ockham en los
primeros capítulos de su Summa Logicae?, y, específicamente, ¿cómo opera la semiosis
del concepto-signo natural?
En principio se puede advertir que, tomando como punto de partida
el concepto-signo, un conjunto de nociones ocupan el lugar de lo que hoy llamamos
semiosis; a saber: significación, pasión, intención y suposición. Esto si consideramos
sólo la semiosis natural (que en realidad es el eje de este trabajo) ya que si
incorporamos la semiosis institucional o convencional debemos añadir la noción de
imposición.
Queda claro, entonces, que postulamos la semiosis operativamente
como modelo teórico-metodológico para interpretar las relaciones y operaciones que
estructuran a los signos a partir de su referencia básica a un mundo real o
posible.
En muchos ensayos y análisis Eco recuerda el pasaje de los
Collected Papers en el que Peirce define la semiosis como
una acción o influencia que es o implica una cooperación entre
tres sujetos, como por ejemplo, un signo, su objeto y su interpretante, no pudiendo
resolverse tal influencia tri-relativa en una influencia entre parejas.
Por ello, la semiótica es
la disciplina de la naturaleza esencial y de las variedades fundamentales de toda
posible semiosis. 48
Resumamos el asunto y digamos que somos
testigos de la semiosis cuando (i) un objeto dado o estado del mundo (en términos de
Peirce, el Objeto Dinámico) (ii) es representado por un signo y (iii) el significado de
este signo (en términos de Peirce, el Objeto Inmediato) puede traducirse en un
interpretante, es decir, en otro signo.
Entonces, retomando nuestras preocupaciones cabe decir que en (i)
el objeto puede ser una entidad real pero también una entidad intencional e imaginaria o
un estado de un mundo meramente posible (que cuando se representa puede estar, y
normalmente lo está, fuera del alcance de nuestra percepción). Pero, eso sí, en
principio es un individuo.
En relación a (ii) en sentido amplio, hay signos que no dan un
conocimiento primario de la cosa significada pues exigen un conocimiento habitual de la
relación significativa que liga al signo con el objeto. Estos son signos representativos,
su modo de significar se basa en el recuerdo; son, pues, rememorativos. Tenemos allí el
vestigium y la imago (que corresponden en líneas generales al índice y al icono de
Peirce). En sentido restringido, hay signos lingüísticos que no requieren conocimiento
previo de lo significado y dan, por tanto, un conocimiento primero del objeto. Su
característica principal es que tienen como función peculiar sustituir al objeto
significado (suponer por él) en el contexto de la proposición (cf.III.2.1 y
III.2.2.).
En relación a (iii) hay un giro idiomático clave en el texto de
Ockham (y de otros medievales): tomar un término. En efecto, se pueden tomar
los términos significativamente, materialmente o simplemente. Tomar un
término no es otra cosa que establecer una clave de interpretación para juzgar la
verdad o falsedad de una proposición. Hay, pues, proposiciones-signo como lee, es
un verbo que interpretada materialmente es verdadera (una
proposición-interpretante) pero interpretada significativamente es ininteligible, esto
es, falsa (otra proposición-interpretante).49 No se puede negar que las
distinciones lógicas, una vez que permiten el análisis de las proposiciones, abren la
vía de una interpretación que sólo puede darse con otras proposiciones. En este
sentido, verdadera y falsa aplicadas a proposiciones-signo son
proposiciones-interpretantes. Como se comprenderá, siguiendo un orden ligado al método
aristotélico un término se puede tomar sólo en una proposición y una
proposición en un razonamiento. Una restricción, aunque parcial, es que nos interesa, en
particular, el hecho de tomar naturalmente un término, o una proposición o
un razonamiento.
Dimensiones, niveles y funciones de la semiótica
Precisamente, tomaremos el término
/semiótica/, en sus grandes líneas, tal como lo sistematizo Charles Morris, aunque sin
darle la acepción conductista con que él lo concebía. Aceptamos, en cambio, las bases y
divisiones por él trazadas que, dicho sea de paso, son unas de las que más unanimidad y
consenso han alcanzado en la historia de la semiótica.
Sabemos ya que el objeto de la semiótica es la semiosis o todo
acontecimiento en el que aparece un signo. La semiosis tiene tres componentes: el signo
mismo o vehículo de signo, el significado o designatum, y los intérpretes o usuarios. De
acuerdo a estos componentes acontecen relaciones y operaciones que configuran distintas
dimensiones de la semiótica:
a) Hay una relación de los vehículos de signo entre sí, que es
una relación de coherencia, y la sintaxis establece las reglas requeridas, a saber: de
formación y transformación de enunciados (o reglas de implicación).
b) Hay una relación entre el vehículo de signo y el
significado, que es una relación de correspondencia, y la semántica establece las reglas
requeridas, esto es, de adecuación entre signos y objetos (o reglas de designación).
c) Hay una relación entre el vehículo del signo y los usuarios,
que es una relación de uso, y la pragmática establece las reglas requeridas, es decir,
reglas de uso (o reglas de expresión).
El estudio completo de un acontecimiento semiótico debe
involucrar las tres dimensiones aludidas.
Ahora bien, hay dos niveles de la semiótica: el lenguaje-objeto
y el meta-lenguaje (semiótica-objeto y metasemiótica). Los textos de Ockham son
objetos-de-lenguaje a los que apunta nuestra investigación, a saber: el sistema
lingüístico discursivo analizado. El metalenguaje es el sistema lingüístico discursivo
con el que se analiza los objetos-de-lenguaje (de manera tal que la propia semiótica como
disciplina es un metalenguaje). Precisamente, estamos dando las pautas teóricas relativas
a modelos de análisis susceptibles de aplicarse a la descripción de la estructura del
discurso de Ockham. Se trata, pues, de reconocer los ejes, las categorías y las
operaciones que organizan el discurso de nuestro autor.
Finalmente, la semiótica puede desempeñar una función
pura y una función descriptiva. La primera consiste en la
construcción de un metalenguaje adecuado y completo. Si se le alcanza constituirá
lo que podría llamarse semiótica pura, con sus ramas de sintaxis pura, semántica pura y
pragmática pura. Aquí se elaborará en forma sistemática el metalenguaje mediante el
cual se describirán todas las situaciones que involucran signos. La aplicación de este
lenguaje a casos concretos de signos puede llamarse semiótica descriptiva (o sintaxis,
semántica o pragmática descriptiva, según el caso).50
Así, términos como /semiosis/, /signo/ y /regla/ pertenecen a
la semiótica, y no pueden ser definidos exclusivamente ni por la sintaxis, ni por la
semántica, ni por la pragmática. La semiótica, como un todo, es jerárquicamente
superior a cada una de sus partes. No es pertinente en este trabajo entregarnos a la
discusión metateórica (o epistemológica) correspondiente a la llamada semiótica pura.
En la medida en que sea necesario para la claridad de nuestros análisis nos podremos
detener en algunos puntos polémicos. Lo que nos interesa es recoger estas distinciones en
toda su abstracción y simplicidad para contar con unos utensilios metodológicos
operativos, es decir, para movernos en el ámbito de una semiótica aplicada.
A partir de lo señalado se puede hablar de una semiótica
escolástica medieval. A pesar de que no se le daba el nombre de semiótica,
corresponde a lo que ella procura desarrollar con su teoría del signo, de los términos,
de las proposiciones... y todo ello era tratado en la lógica misma (de la cual Locke y
Peirce decían que no era más que otro nombre de la semiótica. Cf. nota 8). Se trata de
una semiótica del lenguaje natural, ordinario, no del lenguaje formal; y, en realidad,
tuvo muy escasa formalización. Quizá sólo en el ámbito de la sintaxis (en el caso de
la inferencia o consequentia, que llegó a presentarse con una formalización rudimentaria
de sus variables, tanto proposicionales como de términos).
Incluso, en el plano del lenguaje ordinario, si bien tuvo
pretensiones de ser una gramática lógica general (válida de una forma u otra para todo
discurso humano), en realidad es la gramática lógica de un sector del lenguaje
ordinario: el latín, aunque en cierta medida aplicable a otros idiomas que dependen de
él o tienen con él alguna analogía. Lo que sí resulta inapreciable es su estudio de
los fundamentos filosóficos del lenguaje y del signo: se manejan distintos niveles de
lenguaje, se emplea una semiótica general (tratado del signo), y del lenguaje o signo
lingüístico (gramática especulativa, tratado de la interpretación, tratado de los
modos de significar, tratado de las propiedades de los términos, tratado de las
divisiones de los términos, etc.), que incluye las tres ramas especificadas por Morris:
sintaxis, semántica y pragmática, según la distinción aristotélica entre apofántica,
semántica y retórica.51
Hay un grupo de disciplinas, las llamadas artes sermocinales: la
gramática, la dialéctica (o lógica) y la retórica. La gramática estudia el léxico y
la sintaxis, es decir, la corrección en la formación de oraciones. La dialéctica (o
lógica) estudia la sintaxis y la semántica, esto es, las relaciones de coherencia y
derivación inferencial que se dan entre oraciones. Y la retórica (a la que se sumaba la
poética) estudia, más allá de la sintaxis, la semántica y sobre todo la pragmática
del discurso, en otras palabras, la ornamentación y la utilización que los usuarios
hacen de las oraciones en el discurso. Cada una de esas disciplinas tiene su
especificidad.
Aunque no era muy clara la distinción entre sintaxis, semántica
y pragmática, se trabajó intensamente en el establecimiento de categorías ubicables en
cada una de las tres dimensiones, con sus correspondientes reglas. Pero, dada la
imprecisión en sus demarcaciones, a veces se mezclaban los tratamientos respectivos (v.
gr. el de la semántica con el de la pragmática). Por eso, en nuestro trabajo de
análisis e interpretación, sin forzar demasiado la aplicación, procuraremos plantear
algunos reajustes en función de la lectura de Ockham.
Precisamente, en lo relativo a nuestro autor, el discurso sobre
las propiedades de los términos se ubica en la dimensión semántica. Estas propiedades
fungen como categorías y grados semánticos. A la significación y la suposición se
suman propiedades más específicas como la apelación, la distribución, la restricción,
la ampliación, la alienación, la disminución y la analogía. De esta forma, en
principio, distinciones como las que se plantean entre lo absoluto y lo connotativo, entre
lo abstracto y lo concreto, entre lo unívoco y equívoco son de orden semántico. Pero, a
su turno, dicho orden se amalgama con los otros dos.
De este modo, al definir la suposición como propiedad del
término en la proposición se destaca ya el ordenamiento sintáctico en virtud del cual
se enriquece la dimensión precedente: no se trata del análisis atómico de
categoremas sino del análisis molecular que los integra. La suposición, al
hacer estar al término por la cosa representada, es una categoría semántica (en cuanto
permite discernir la verdad de las proposiciones a través de la referencia de sus
términos) y sintáctica (en cuanto permite conocer la cuantificación de las
proposiciones a través de sus términos). En este sentido, la cuantificación y la
copulación son propiedades neta-mente sintácticas. Volveremos sobre este tema.
Lo importante es que queremos dar cuenta de la aplicación de las
propiedades de los términos a distintos grados semánticos de lenguaje-objeto y
metalenguaje; esto es, tomando como ejemplo la suposición, ésta se puede aplicar no
sólo a la cosa como designatum, sino aun al término mismo. Y también, en la medida en
que puede aplicarse para determinar la extensión del término, tiene una función
sintáctica de cuantificación.
Por último, la pragmática escolástica encierra el programa de
búsqueda de las correspondencias entre el uso de los signos y la comprensión (o
conocimiento) de la realidad. Esto se ve en los signos de lenguaje. Ockham, entre otros,
plantea el modo natural y el modo convencional como formas de utilización del signo
lingüístico para referirse a lo real. Asimismo, a pesar de existir distintas clases de
discurso, la atención se centra sobre el asertivo, propio de la lógica, para hacer
confluir en él todos los tratados. Esa voluntad de llegar a las cosas a través del uso
lingüístico se reflejó en la polémica ontológica y epistemológica del valor de los
universales.
Para estudiar el uso de los términos en la adecuación-de o en
la referencia-a la realidad se tomó en cuenta la intención del hablante, que es la parte
propiamente pragmática de la filosofía del lenguaje de los escolásticos. La atención a
dicha intención (lo que ahora se llama en la literatura en inglés el speakers
meaning) se daba ya desde las exégesis, tanto en los comentarios bíblicos como en los
comentarios a Aristóteles, en los que siempre se buscaba la intentio auctoris, el
espíritu de la letra. En esta búsqueda, en la que los escolásticos medievales fueron
tan avezados, la retórica revelaba elementos de pragmática.52
Una arquitectura de signos
Todos reconocen en Ockham a un lógico
virtuoso. No obstante, si bien nuestra pertinencia toca problemas lógicos lo hace en la
medida en que coadyuven a la lectura del recorrido de la semiosis (en especial en lo
relativo al concepto-signo). Por lo tanto, no se espere encontrar aquí un desarrollo
exhaustivo de la lógica de nuestro autor.
Con todo, hay que reconocer que Ockham toma a su cargo la
tradición escolástica combinando la genuina lógica aristotélica con la de Petrus
Hispanus y llevando dicha combinación a un alto grado de perfección. Esta lógica es
esencialmente formal. Establece un concepto claro de la implicación material y muchos
teoremas del cálculo proposicional y funcional de la lógica moderna son ya conocidos en
su forma verbal. Nosotros nos aproximaremos hasta las inmediaciones de la teoría de la
verdad. No nos interesan los sesudos y complicados detalles de su fundamentación, sólo
comprender que hay como una arquitectura lógico-semiótica que atraviesa y sostiene la
construcción doctrinal de nuestro autor. Se trata de una columna vertebral, de un pattern
o armazón que se erige como forma que será investida sucesivamente de contenidos
teológicos, metafísicos, epistemológicos, psicológicos, éticos y políticos.
Una lógica del signo (o lógica-semiótica) ordena, organiza,
articula, estructura estos temas o materias de tal manera que proceder a
exponerlos sin comprender dicha lógica, sería algo así como poner la carreta
delante de los caballos. En esta investigación nos constreñiremos al papel del
concepto-signo natural como eje de dicha lógica en la problemática teórica del
conocimiento.
De Andrés cuantifica la expresión signo en la
lógica de Ockham para llegar a la comprobación de su irrebatible dominancia. La
recurrencia de este término o de sus correspondientes: Significare,
Significans, Significatio, Significatum, etc.; es tal
que apenas hay una página de su Summa Logicae donde estas palabras no aparezcan
incluso repetidas veces.53 Esta iteración de ocurrencias dentro del proceso
sintagmático de su gran síntesis lógica manifiesta, de modo gravitante, regularidades
que organizan el discurso enunciado en ésta y en las demás obras: éste discurso aparece
articulado teóricamente por categorías que aluden explícitamente a una semiosis en
permanente actividad. Indudablemente, esta comprobación opera como criterio para la
búsqueda de textos constitutivos de nuestro corpus de lectura, reflexión y
análisis.
En pocos autores podemos decir con tanta seguridad que toda una
filosofía está con-formada (o formada-con) una lógica de signos. La acción formal de
los signos es investida con materias o contenidos de diversa índole. No nos corresponde
abordar exhaustivamente estos contenidos, sino ordenarlos y enfocarlos de acuerdo a los
niveles restringidos de la semiosis que aquí nos interesa: la del concepto-signo natural.
En otras palabras, no es difícil reconocer que, en la jerarquía
de contenidos, el tema teológico está en la cúspide. De ese nivel supremo se desprende
y entrama una temática metafísico-ontológica. Luego una epistemológico-gnoseológica
que implica una psicología. Y, por último, a un nivel muy inferior, una temática
gramática atendida muy de soslayo que podría tener connotaciones antropológicas. La
tópica antropológica se extenderá luego y ascenderá de nivel en los escritos de la
segunda época marcados por el fragor de la discusión ético-política.
Recordemos con De Muralt que
la razón del gran desarrollo de la lógica medieval se basa en
el hecho reconocido de que la Edad Media es un tiempo teológico. Es
comprensible que un pensamiento cuyo objeto principal, Dios, escapa a toda verificación
experimental, establezca con mucha más precisión los desarrollos cognoscitivos,
críticos y lógicos, que permitan aprehenderlo.54
Pues bien, de acuerdo a la hipótesis
semiótica propuesta, toda esta constelación temática está cruzada, de extremo a
extremo, por una lógica de signos. Entonces, no apuntamos tanto a materias de contenido
doctrinal como a niveles de organización formal de la acción de los signos: el
sobrenatural, el natural y el convencional (para detenernos en el segundo en tanto
bisagra).
Asistimos, pues, a una arquitectura entramada con signos. En esa
gran construcción podremos reconocer y abordar niveles de actividad de la significación:
la semiosis sobre-natural revelada por fe, la semiosis natural y mental, nivel intermedio
del concepto-signo resultado de un despliegue pasional, intencional, suposicional y,
finalmente, la semiosis convencional subordinada a la anterior y articulada mediante
imposiciones, esto es, mediante palabras orales y escritas. En suma, ser, conocer y
comunicar, en tanto categorías paradigmáticas, presentan al ser como individuo supósito
del conocer y al conocer como presupuesto del comunicar. Así, conocer es hacer significar
naturalmente como condición para la significación convencional ordenada a la
comunicación. Las cosas son conocidas/significadas y el hacer comunicativo, en tanto
exteriorización de lo significado entre hablantes y oyentes, es un hacer significar ad
placitum.
Como podemos notar, esta arquitectónica se entrama con los
objetivos mismos de nuestra investigación (cf. I.6.).
Antecedentes polémicos
a) Pedro Abelardo.-
Jolivet aclara que la comparación de la doctrina de
Abelardo con la de los nominalistas del siglo XIV es instructiva, a excepción de tres
puntos: en primer lugar, con relación a la obra de Abelardo, no disponemos de un conjunto
organizado sino más bien de elementos sueltos que se extraen de las Glosas o del Tratado
de Lógica. Esto impide confrontar parte por parte las teorías mencionadas.
En segundo lugar, por la gran diferencia que separa los
materiales de los que disponían y por las corrientes culturales en que se situaban o
contra las que tomaban posición, las problemáticas de estos dos autores resultan muy
distintas. Así, por ejemplo, la crítica ockhamista de los modis significandi no puede
tener ningún correspondiente exacto en Abelardo.
En tercer lugar, a pesar de las diferencias expuestas, Abelardo y
Ockham pertenecen a la misma edad de la cultura; tenían algunas lecturas comunes como el De
Interpretatione (IIepì e pueveíaç) de Aristóteles, en cuyo primer capítulo se
nota la correspondencia entre las palabras escritas o habladas, las ideas y las cosas.
Esta es una autoridad que se podía interpretar pero no descuidar. No obstante, advierte
Jolivet, que en este y otros puntos se podría recoger toda una serie de expresiones
paralelas en los autores considerados y tener la (falsa) impresión de que estaban de
acuerdo. Sucede que esta suerte de rally filosófico al que daba lugar la
práctica medieval de las autoridades obligaba a su discurso a recorrer ciertos lugares
marcados de antemano.55
Hechas estas aclaraciones se pueden desprender dos rasgos
fundamentales de la teoría abelardiana del lenguaje:
a) Un punto de vista originario. Reiteramos, como intelectual del
siglo XII, Abelardo es un teórico del Trivium, cuyas tres artes están
representadas por su Gramática, lamentablemente desaparecida, la mayoría de sus Glosas y
su Dialéctica; finalmente, sus Glosas sobre los Tópicos de Boecio. Entonces, pues, su
manera de entender espontáneamente el lenguaje estará marcada a partir de su proximidad
al grammaticus.
b) Su doctrina de la significación, aunque poco desarrollada,
poco coherente y de problemática indecisa, está caracterizada por la recurrencia de una
definición: significar es engendrar una idea, una intelección (generare intellectum).
Como esta definición se remonta a Aristóteles se la encuentra también en Ockham pero,
como veremos (cf. III.7.), para éste resulta la última de las cuatro definiciones de la
palabra significar, haciendo intervenir en las tres otras el concepto de suposición
(supponere pro). Podemos sacar en claro que la significación se interpreta en Ockham en
función de una lógica terminista, y en Abelardo en función de una semántica (o, más
bien, de las premisas aún mal explicitadas de una semántica). De allí provienen, en
este último, fórmulas y distinciones que perfilan una doctrina muy particular que
Jolivet enumera y que aquí resumiremos:
1) En las Glosas de Milán el universal se define como un nombre:
sólo queda atribuir la universalidad únicamente a los nombres.56
Lejos de hacer del lenguaje un mero instrumento, arbitrario y cómodo, del intelecto,
Abelardo toma el lenguaje en su propia consistencia. Este punto de vista queda explicado
luego de una comparación de los universales del dialéctico con los nomina appellativa
del gramático y, después, de la constructio (cosa gramatical) con la praedicatio (cosa
dialéctica).57
El universal es, pues, un nombre que tiene una doble función: por un lado, significa,
nombrándolas, cosas diversas; por otro, constituye una intelección común en relación
con esto. Esta tesis no puede concordar con las de Ockham: no se puede decir a la vez, con
éste último, que la idea significa, y, con Abelardo, que significar es engendrar una
idea; las teorías correspondientes de la intelección, o del concepto, deberán
igualmente diferir. En este punto se puede ver con suma claridad el gesto de Ockham:
desplaza el fundamento de la significación al ámbito del intelecto. Las tesis expuestas
por De Andrés deben ser modificadas: no estamos tanto ante una lingüistificación del
pensamiento como ante el reconocimiento de una (gnoseo)lógica-semiótica natural anterior
a lo lingüístico en cuanto gramática convencional.58 Pero retomemos a
Abelardo.
2) Pedro Abelardo no dice que el intelecto significa a la res. La
intelección es una acción del alma que concierne a las cosas (pertinet ad res), que
concibe una cosa (concipit rem), la tiene (tenet), la considera, la percibe (considerat,
percipit); que se torna hacia una forma (in formam dirigitur).59 Pero son los
nombres los que significan las cosas. Las maneras de significar, de las que habla en la
Dialéctica se relacionan con palabras y/o con cosas que significan.60 Está
claro que las intelecciones no son signos. Y aquí hay una profunda diferencia con los
nominalistas del siglo XIV.
3) El lenguaje tiene dos aspectos: se relaciona a la vez con las
cosas y con el pensamiento; inconcebible sin el conocimiento de las cosas, tiene también
la función de transmitir. Signo a doble título, como expresión de lo real y como
indicación a otro, la palabra sirve como instrumento a mediaciones múltiples.
Los nombres y los verbos tienen una doble significación; una
concierne a las cosas, la otra a las intelecciones. En efecto, significan las cosas
constituyendo una intelección que les concierne, es decir, que tiende hacia una
naturaleza, o una propiedad, que es suya. Se dice también que designan una intelección,
que esta intelección pertenece al que pronuncia la palabra o al que la escucha. Pues se
dice que la palabra significa la intelección del que habla porque la manifiesta a un
oyente produciendo en él una intelección semejante.61
Entonces, por un lado, las cosas son
naturalmente anteriores a las intelec-ciones: el que ha encontrado una palabra ha
considerado en primer lugar la naturaleza de la cosa; pero, por otro lado,
en cuanto a la causa que ha hecho imponer el nombre, se dice que
la significación primera y esencial es la que apunta a la intelección: un nombre es dado
a una cosa para que constituya una intelección.62
El lenguaje no es un sistema de notaciones
abstractas hechas para la lógica pura, sino un organismo vivo que estudian, además de la
dialéctica, la gramática y la retórica.
Desde esta perspectiva, a pesar de las heterogeneidades de su
doctrina y en la medida en que desborda el ámbito de las proposiciones declarativas, la
teoría del lenguaje de Abelardo parece estar más próxima a los intereses
semiolingüísticos. Como contraparte, Ockham, con su radical visión de lógico, proyecta
el problema del signo a las esferas teológico-metafísica y
epistemológico-gnoseológica.
En todo caso, señala Jolivet, las tesis de Abelardo anuncian la
teoría de los modi significandi desarrollada por Pierre Hélie y los gramáticos
especulativos a los que se opondrían los ockhamistas. En particular rescata un pasaje
revelador:
Las mismas cosas son significadas por el nombre y por el verbo;
así, él corre y la carrera significan una sola cosa. Pero el diferente modo de la
concepción (diversus modus concipiendi) hace variar la intelección: aquí la carrera
está designada en su ser, allí en su adjunción a un sujeto (hic in essentia cursus
ostenditur, ibi in adjacentia); y con distinción del tiempo o no.63
Por esta ruta se abrirá paso la distinción
entre denotación (extensional) y connotación (intensional). Desde aquella perspectiva
las dos frases se refieren a una sola cosa, desde ésta connotan de manera diversa.
4) La necesidad de la proposición reside en la significación
(ya que la existencia misma de la proposición es transitoria). Pero la intelección que
la proposición hace nacer es (también) transitoria. En lo que respecta a las cosas,
éstas pueden ser destrudas sin que sea alterada la necesidad de la consecución lógica.
(Abelardo toma como ejemplo: si est rosa, est flos). Lo que se designa con la proposición
es nada de nada, nil omnino; no es ni una cosa, ni muchas.64
En la Dialéctica llegará a la conclusión de que la proposición dice de las relaciones
recíprocas entre cosas, pero no de las cosas.65 Así, el nombre, como hemos
visto, significa una intelección y una cosa; la proposición significa intelecciones, y
la nada pero una nada que es el lugar mismo de la necesidad lógica (recordemos que
la causa de la imposición de un universal tampoco es una cosa) es un estado, un
esse esse hominem, por ejemplo.66 Concluimos que la proposición no deja
de tener relación con las cosas: permite aprehenderlas por el entendimiento;
pero no las significa, en el sentido preciso de la palabra.
5) El lenguaje abre un dominio especial, distinto del de las
cosas y del de las intelecciones: las proposiciones tratan de las cosas constituyendo
intelecciones. Lo enunciado por consecuencias o inferencias lógicas está
necesariamente en las cosas, pero no necesariamente es comprendido;67 por
lo tanto, el lenguaje, en la medida en que es correctamente utilizado, puede revelar
conexiones reales de las que en principio no se tenía idea. Precisamente, el papel del
razonamiento es hacer que estas conexiones surjan. En este sentido, el argumento no es ni
intelección ni cosa. Es una proposición. La relación predicativa se considera más por
las palabras de la proposición que por la existencia de la cosa: juicios tales como
Sócrates es Sócrates y Sócrates es hombre son lógicamente
diferentes aunque signifiquen la misma cosa existente. Esta observación, técnicamente
lógica, prepara la teoría de la suppositio e implica que el lenguaje tiene y mantiene su
propia esfera (cf. III.4. y III.5).
En las Glosas de Milán, después de la discusión sobre los
universales se afirmaba ya lo anterior en una fórmula perfectamente clara que resume la
concepción abelardiana del lenguaje: los universales significan formas
comunes que no son cosas y que son también diferentes de las intelecciones; resulta
entonces que, además de la cosa y de la idea, surge en tercer lugar la
significación de los nombres (praeter rem et intellectum tertia exiit nominum
significatio).68 Abelardo estaba consciente de enunciar aquí algo original,
pues agrega en seguida: aunque la autoridad no lo diga, no es, sin embargo,
contrario a la razón. Jolivet percibe en estos pasajes el nacimiento de una nueva
forma de teoría del lenguaje que no se restringe a un estudio especial o técnico sino
que adquiere los contornos de una filosofía que eleva el lenguaje a la dignidad del
concepto y revela, en materia de las artes del trivium, estructuras originales en
conexión con las de lo real. La hipótesis a la que llega Jolivet es que Abelardo es
contemporáneo de Bernardo de Chartres y precursor, no de Ockham, sino de los gramáticos
especulativos.
En el campo del lenguaje, las diferencias entre los dos grandes
representantes del nominalismo medieval son numerosas e importantes: Ockham devuelve al
espíritu el fenómeno original de la significación y distingue en el lenguaje lo que
representa estas significaciones naturales y lo que, separándose, está privado para el
filósofo de todo carácter esencial. Retomando la modificación de la tesis expuesta por
De Andrés, no se puede tratar de una lingüistificación indiscriminada del pensamiento
sino de una lingüistificación selectiva; es decir, de dominante lógica, no de dominante
gramatical. Lo gramatical entra en lo que tiene de lógico y queda fuera en lo que tiene
de específicamente gramatical.
Mientras tanto, en Abelardo, es el lenguaje en su totalidad el
que significa, desemboca en las intelecciones y en las cosas de maneras diversas pero
reales; así está fundado todo lo que está hecho de lenguaje, trátese tanto de un
objeto de la gramática como de uno de la dialéctica. Aquí se ve el germen de las
reflexiones sobre los modi significandi y sus relaciones con los modi intelligendi y los
modi essendi. Entonces surge un problema: ¿en qué medida se pueden clasificar bajo un
mismo título dos filosofías que difieren tanto en una región tan importante como la
filosofía del lenguaje? O, en otros términos, ¿hasta qué punto pueden aproximar el
nomi-nalismo de Abelardo y el de los ockhamistas?
Si bien uno y otro tienen una concepción rigurosa de la res: lo
que subsiste en sí mismo de manera separada, esta similaridad con la que se oponen a
diversos realismos, no basta. Sigue siendo formal.
Gilson introduce un marco explicativo para comprender a Abelardo:
desde la perspectiva de los hombres del siglo XII la ruta normal de acercamiento a la
filosofía era la lógica puesto que era la única que prácticamente conocían. Pero, a
su vez, antes de estudiar lógica, habían estudiado gramática de tal modo que la
gramática era la ruta de acercamiento a la lógica. Y, ¿cuál es el objeto de la
gramática? El lenguaje. Pero el lenguaje está hecho de palabras. El gramático las
clasifica, define sus funciones, formula las leyes que determinan sus conexiones. La
gramática, como ciencia especial, no admite más que palabras.
Cuando oigo la palabra Juan puedo imaginarme el
rostro peculiar de esa persona que conozco; mi concepto tiene un objeto definido. Cuando
oigo la palabra hombre sucede lo contrario: no puedo pensar en un individuo
particular que represente a la naturaleza humana en su universalidad. Lo que entonces
ocurre es, según las propias palabras de Abelardo, que
surge en mi entendimiento cierta figura que se refiere a los
individuos humanos de modo que sea común a todos sin ser propia de ninguno.69
Más allá del debate que aquí se abre (que
no es exactamente nuestro tema) este marco explicativo de Gilson es el mismo que permite
entender también, por ejemplo, el retrato que Jolivet hace de Bernardo de Chartres
igualmente sabio y famoso en gramática y en filosofía. Es
conocida la página en que Juan de Salisbury relata la exposición, por Bernardo, de una
teoría de los denominativa donde estas dos disciplinas se unen tan estrechamente que no
se puede decir si su gramática es platónica o si su platonismo es gramatical. De
Chartres a principios del siglo XII hasta París a fines del XIII el camino es tan largo
que la grammatica se volvió especulativa, es decir, que la esencia del
lenguaje aparece ahora como enteramente explicable por las fórmulas abstractas de la
lógica y de la ontología; por lo menos, el lenguaje guarda aún una modalidad autónoma
positiva.70
b) La gramática especulativa.-
Luego de hacer un seguimiento histórico de la expresión modus
significandi, Jolivet desprende progresivamente de la revisión de diversos autores una
doctrina cuyos rasgos principales pueden reducirse a cinco puntos:
1) El significado de una palabra se distingue de su modo de
significar. Antes de significar en singular o en plural, el sonido (vox) debe significar a
secas. Allí se funda la distinción entre dictio y pars orationis aplicada por Tomas de
Erfurt.71
2) El modo de significar, modus significandi, es un principio de
construcción o de junción gramaticalmente correcto de las palabras en la frase. Dice
Boecio de Dacia: congruitas causata ex modis significandi.72
3) Así, interviniendo tanto en el nivel semántico como en el
sintáctico, el modus significandi es algo que pertenece a la pars orationis, definida por
Juan de Dacia como compuesta por el sonido, el significado y el modo de
significar;73 pero también es, según el mismo autor, como también lo
será para Tomás de Erfurt, una propiedad de la cosa significada.74
4) En efecto, hay una correspondencia entre los modos de ser, los
modos de conocer (modi intelligendi) y los modos de significar. Esta idea, surgida de
Aristóteles (Peri hermeneias, 1), es común a estos autores y alcanza su más alto grado
de refinamiento en Tomás de Erfurt: en cada una de las dos últimas esferas (conocer,
significar), distingue un modus passivus, propiedad de la cosa, y un modus activus, ligado
respectivamente a la intelección y a la vox; un juego de identidades reales y de
distinciones formales permite articular entre ellos el ser, el pensamiento, el lenguaje.75
5) Como la significación y sus modos son paralelos al ser y al
pensamiento, y a sus modos, existe una gramática general, constituida por las essentialia
grammaticae, como claramente lo expresa Boecio de Dacia:
al ser las naturalezas de las cosas semejantes para todos, los
modos de ser y los modos de conocer son semejantes en todos los que hablan lenguas
diversas; por consiguiente, los modos de significar son semejantes y, también, los modos
de construir y de hablar. Así, toda la gramática que está en una lengua es
semejante a la que está en otra lengua; hay una sola gramática, así como hay una
sola lógica.76
En resumen: 1) el significado se distingue del
modo de significar; 2) el modo de significar es un principio de correcta construcción
gramatical; 3) el modis significandi pertenece a la pars orationis (sintaxis) y es, a la
vez, una propiedad de la cosa significada (semántica); 4) hay una correspondencia entre
los modos de ser, los modos de conocer y los modos de significar; 5) así como existe una
lógica universal, también existe una gramática universal.
En estas tesis comunes a los teóricos de los modi significandi
Jolivet distingue dos principios fundamentales:
a) El lenguaje es un sistema coherente regido por leyes precisas;
no se debe olvidar que se trata de una grammatica speculativa, es decir, de una reflexión
sobre la estructura del lenguaje tal como es analizada por los gramáticos
clásicos;
b) Aunque las ideas son mediadoras entre las palabras y las
cosas, las palabras significan las cosas. Así, el lenguaje constituye un campo que tiene
su propia consistencia: más allá de la particularidad de las lenguas, está dotado al
mismo tiempo de una universalidad que nace de su íntima conexión con el pensamiento y
con el ser.
Observando la historia a grandes rasgos, Jolivet se percata de un
proceso iniciado en el siglo XII (la explicación de este proceso coincide con el marco
explicativo que ofrece Gilson para comprender a Abelardo y que vimos en el punto
anterior): el grammaticus antiguo, a semejanza del semiótico actual, se ocupaba
tanto de la poesía como de las leyes de la morfología y la sintaxis; estaba, por
función, atento a todo lo que constituye la realidad del lenguaje y a lo que allí se
desarrolla. No era filósofo.77
c) La postura nominalista del siglo XIV.-
Una vez reconstruida esta configuración general de los
fundamentos de la gramática especulativa (teoría producida como una reflexión sobre la
estructura del lenguaje tal como es analizada por los gramáticos latinos), Jolivet
esboza, también a grandes rasgos, una teoría crítica y positiva del lenguaje extraída
de autores como Johannes Aurifaber, Pedro dAilly, y por supuesto, Guillermo de
Ockham. Advierte que, tal como lo hizo con los modistas, busca un sistema común de
conceptos propio para individualizar una corriente doctrinal y, por lo tanto, no recoge
los matices que hacen que estas concepciones difieran.
La crítica nominalista descansa en dos principios que se
remontan al Doctor Invincibilis. El primero es una regla universal de método aplicada
aquí al caso particular de la gramática: Pluralitas non est ponenda sine ratione
cogente; sed non videtur quod sit aliqua ratio cogens78 (La pluralidad no ha de
ponerse sin una razón obligatoria; pero aquí no parece que haya tal razón obligante
[Traducción de O.Q.]). La navaja taja (poda) del lenguaje los modi
significandi. El segundo principio es el postulado fundamental de una teoría de la
significación radicalmente diferente de la precedente: significare vel consignificare non
est ipsias vocis, sed ipsius intellectus per vocem (El significar o consignificar no está
en las voces mismas sino en el entendimiento de lo mismo por la voz [Traducción de
O.Q.]), como dice Aurifaber.79
Una vez planteada la distinción entre término escrito o emitido
(terminus scriptus, terminus prolatus) que sólo significa por institución
voluntaria y término concebido (terminus conceptus) o pasión del alma, que significa
naturalmente todo lo que significa; Pedro dAilly dirá que el concepto es el
signo de la cosa.80 La navaja hace que la relación de significación juegue
solamente entre dos polos: el espíritu y la cosa. Suficiente. El lenguaje hablado y el
lenguaje escrito no están suprimidos pero son reducidos a una suerte de suplemento, de
simple comodidad: las palabras (voces) son signos subordinados a los conceptos o
intenciones del alma. Se evidencia la concepción del lógico que sustrae al
lenguaje esa modalidad autónoma positiva que le habían dado los autores de
la grammatica speculativa.
Para el filósofo, la lógica ya no se contenta con estructurar
la gramática, la reemplaza en lo que tiene de racional; lo que le es irreductible queda
como residuo. Tanto lo que corresponde al sentido amplio de oratio como aquello que en la
esfera del sentido estricto se relaciona con lo imperativo, imprecativo e interrogativo
quedan como tarea para el gramático. El lógico se reserva las proposiciones declarativas
en las que el lenguaje transparenta los estados del mundo tal como son para la
experiencia. Las proposiciones que, como sabemos, son susceptibles de recibir
predicaciones de verdad o falsedad son aquellas que estructuran y garantizan racionalmente
el conocimiento. Una segunda restricción obedece al hecho de que, en la medida en que
estas proposiciones declarativas son mentales, estructuran natural e internamente el
conocimiento antes, por así decirlo, de la comunicación. El conocimiento opera
naturalmente mediante proposiciones, esto nos conduce al primer rasgo relevante:
1) Ockham pone al lenguaje en el espíritu. Allí donde están
los verba mentia de los que habla Agustín en el libro 15 del De Trinitate (al que Ockham
hace referencia en el primer capítulo de la Summa Logicae y que es fundamental en nuestra
investigación). Pero entonces, como el lenguaje no es una simple yuxtaposición de
términos, las conexiones gramaticales deberán encontrarse también en el espíritu:
entre los términos mentales propiamente dichos, algunos
significan naturalmente de manera nominal, y son naturalmente nombres; algunos significan
naturalmente de manera verbal y son naturalmente verbos; así como para las otras partes
del discurso... Además, tal nombre está naturalmente en nominativo, tal otro en
genitivo, y así sucesivamente... De esto resulta que régimen y construcción convienen a
los términos mentales propiamente dichos, y no por la acción de modos de significar que
les serían agregados.81
Esta expropiación se consuma en
Ockham: intentionum animae quaedam sunt nomina, quaedam verba, quaedam sunt aliarum
partium, quia quaedam sunt pronomina, quaedam adverbia, quaedam coniunctiones, quaedam
praepo-sitiones82 (de las intenciones del alma algunas son nombres otras verbos
y algunas son de otras partes porque algunas son pronombres, otras adverbios y otras
conjunciones y preposiciones [Traducción de O.Q.]).
2) El análisis lógico del lenguaje hablado, comparado con el
lenguaje mental, separará los elementos esenciales de los inesenciales. Un buen número
de matices de significación de cuya teoría se ocupaba la grammatica speculativa serán
eliminados. Jolivet remite, a propósito de este asunto a la Summa Logicae I, 3 de Ockham:
así como la multiplicación de los nombres sinónimos no fue
encontrada en vista de una necesidad de la significación, sino en vista del adorno del
discurso o por otra causa accidental análoga (pues todo lo que es significado por medio
de nombres sinónimos puede ser expresado suficientemente por uno solo de ellos, y
entonces ninguna multiplicidad de conceptos corresponde a esta pluralidad de sinónimos);
también parece que la distinción entre los verbos vocales y los participios no ha sido
encontrada por la necesidad de expresión; por ello parece que a los participios vocales
no deben corresponder en el espíritu conceptos distintos. Se puede expresar la misma duda
a propósito de los pronombres.83
Estas distinciones y otras que señalaremos
luego, quiebran el paralelismo de los tres órdenes de modos (essendi, intelligendi,
significandi), que jugaban un papel tan grande en el gramático especulativo.
3) Esta distinción entre elementos esenciales e inesenciales es
una consecuencia de la diferencia entre la significación natural (de los conceptos) y la
institución voluntaria (de las palabras), esto es, entre lo regular y lo arbitrario. De
esta manera un autor como Johannes Aurifaber confina los modi significandi al campo del
intelecto. Encuentra dos sentidos a la expresión modus significandi. En el primer sentido
es simplemente el modo de actuar del intelecto; en el segundo, sería
alguna cosa que el intelecto ha dejado en construcción, y por
medio de la cual el sonido significa y saca el modo de su acción de significar y
con-significar. En este sentido, se niega la existencia del modo de significar, por-que la
palabra significa como resultado del solo uso y ejercicio, no por algu-na cosa que habría
adquirido formal o subjetivamente.84
De esta manera, comprueba Jolivet, también el
lenguaje hablado es expulsado en gran parte al dominio de lo empírico, de las
irregularidades ligadas al uso y el ejercicio (con toda la carga pragmática
que estos términos conllevan).
4) El corolario de esta teoría será la separación de la
lógica y de la gramática. Tanto el lógico como el gramático se ocupan de las partes
del discurso (oratio), pero de maneras diferentes: el lógico, en cuanto este estudio
parece común a toda lengua; no así el gramático, pues, si es latín, tendrá por objeto
las construcciones propias de la lengua latina y si es griego, las que son propias de la
lengua griega.85 Tanto la gramática general presupuesta por la doctrina de los modi
significandi como el acuerdo entre lógica y gramática presupuesto por el paralelismo
entre los modos de significar y de conocer, desaparecen. Lo expuesto en estos dos últimos
puntos es suficiente para conferir al lenguaje una suerte de autonomía pero al precio de
su universalidad; ya no es un dominio coherente en sí mismo y acordado a los del
pensamiento y del ser; sólo estos dos son universales. Ese residuo exterior a la lógica
que, en el lenguaje resulta de la institución arbitraria de las palabras, es el objeto
propio de la gramática.
5) A causa de la importancia que tiene la crítica del realismo
en la filosofía de Ockham, es conveniente señalar la relación estrecha entre la teoría
de la significación y la del universal. Siendo el universal un signo que puede
predicarse de muchos sujetos, se podrá distinguir, por un lado, un universal que lo
es naturalmente, y que es una intención del alma (intentio animae); y
por otro, un universal por institución voluntaria:
y así, el sonido emitido (vox prolata) es universal porque es
un signo instituido voluntariamente para significar varios sujetos.86
Por consiguiente, el universal natural es una
intención del alma mientras que la palabra, si es universal, lo es sólo a título
secundario.
__________________________________________
43 Baudry,
1934 : 203.
44 Incluso los estudios de Michalski, con lo importantes que son para la
historia literaria del siglo XIV, parecen sufrir según Boehner las consecuencias de
este prejuicio. Con todo, varias de estas erradas interpretaciones han sido corregidas por
muchas de las recientes investigaciones. Desafortunadamente estas correcciones tardan
mucho en llegar a los libros de texto. Un testimonio de esta lentitud se puede ver
reflejado en el tercer volumen de la Historia de la Filosofía Medieval (1947) de De Wulf,
que necesita una completa revisión en lo relativo a su presentación de la doctrina de
Ockham. Para nosotros no ha sido difícil detectar recurrentemente el rol temático de
destructor del escolasticismo atribuido sin dudas al Venerabilis Inceptor en diversas
historias. Boehner, Ockhams Philosophy in the light of recent research
1958: 27.
45 Boehner, Op. Cit., 23.
46 La biografía más reconocida parece ser la de Hofer, Biographische
Studien über W. von Ockham O.F.M. en Arch. francisc, hist.; Boehner, Op Cit.,
24.
47 Eco, 1988: 11
48 Collected Papers, 5.488, en Eco, 1992: 240.
49 Ockham, 1994: 17.
50 Morris, 1994: 31-36; Morris, 1962: 239.
51 Beuchot, 1991: 11-15.
52 Beuchot, 1988: 133-156.
53 Puede decirse sin exageración que toda la lógica de Ockham está
dominada por la palabra signo o sus correspondientes Significare,
Significans, Significatio, Significatum, etc. Apenas
hay página de su Summa Logicae donde estas palabras no aparezcan incluso repetidas veces.
Ya desde el primer capítulo (dos páginas escasas en la edición Boehner) nos encontramos
39 veces con esta palabra en alguna de sus diferentes formas: Signum 19 veces;
Significare 10 veces; Significatum 4 veces;
Significandum 2 veces; Significans 2 veces;
Significatio una vez; Cosignificare una vez.
Y si el hecho de que este primer capítulo esté consagrado al término en general lo hace
sospechoso, por exigir el tema la aparición repetida de la palabra signo,
vamos a aducir otros dos capítulos tan poco propensos a la multiplicación de esa
palabra, o sus equivalentes, como son el 19 (de individuo) y el 47 (de proprietatibus
quantitatis. En el capítulo 19 (dos páginas escasas) nos encontramos con la palabra
Signum 5 veces y una vez con la palabra significatum. En el
capítulo 47 (dos páginas y media), nos encontramos con la palabra
Significatum 2 veces; con la palabra Cosignificatum otras dos
veces y una vez con la palabra Significare.
Con estos ejemplos creemos innecesaria la repetición de estadísticas que resultarían
prolijas. De Andrés, 1969: 77-78.
54 De Muralt, 1994: 57 (cf.II.3.1).
55 Jolivet, J. 1974: 170.
56 Peter Abaelards, Logica Ingredientibus, éd. Geyer, Münster i. W.,
1919,
21-22. Citado por Jolivet Op. Cit., 171.
57 Ibíd., 17, 12 sqq.
Citado por Jolivet, Op. Cit., 172.
58 De Andrés, 1969: 281-286.
59 Peter Abaelards, Op. Cit., 20, 19; 19, 9 y 12; 20, 30; 30, 10; 26,5; 26,16;
20,
31 y 22, 25; Jolivet, Op. Cit., 172.
60 Ed. citada. 111-112 Jolivet, Op.Cit., 172.
61 bíd. 307, 26 - 308,1 en Jolivet, Ibíd.
62 Ibíd. 112, 31 - 113,3; en Jolivet, Op.Cit., 173.
63 Ibíd. 308, 27-30; en Jolivet, J. Ibíd.
64 Ibíd. 365, 39-366,12; en Jolivet, Op. Cit., 174.
65 Ibíd. 160, 31. Jolivet, Ibíd.
66 Logica Ingredientibus, ed. citada, 19,25. Jolivet, Ibíd.
67 Dialéctica, ed. citada, 155,29; Jolivet, Ibíd.
68 Pietro Abelardo, Scritti Filosofici, éd. M. Aal Pra, Milano, 1954, 296,13
sqq.
En Jolivet, Op. Cit., 175.
69 Gilson, 1960: Cap. I.
70 Jolivet, Op. Cit., 167.
71 dicitur dictio formaliter per rationem signandi voci superadditam... sed
pars orationis formaliter est per modum significandi activum dictioni superadditum Erfurt,
Tomás: De modis significandi sive grammatica speculativa, c.6; dans les oeuvres de Jean
Duns Scot (ed. Wadding, t.I) En: Jolivet, Op. Cit., 164. (Se denomina formalmente en
virtud de la razón de significar añadida a la voz... pero la parte de la oración está
como modo activo de significar añadido a la dicción. [Traducción de O.Q.]).
72 Boethii Daci: Modi significandi sive Quaestiones super Priscianum majorem,
éd. J. Pinborg- Ho. Roos et S.S. Jensen, Copenhague, 1969, 55, 51-52. En Jolivet, Ibíd.
73 Ioannis Daci Opera, éd. A. Otto, Copenhague, 1955, 226, 33-227, 3. En
Jolivet, Ibíd.
74 Op. Cit., c.1, c. 4. En Jolivet, Ibíd.
75 Ibíd., c.4. En Jolivet,
Ibíd.
76 Las similaridades con el proyecto cartesiano de Lingua Universalis y, por
ende, con la estructura profunda de la gramática generativa y transformacional de
Chomsky, por mencionar dos paradigmas, entre otros, salta a la vista.
77 Jolivet, Op. Cit., p. 167.
78 Citado por C. Prantl, Geschichte der Logik im Abenlande, IV, Leipzig, 1870,
p. 107, n. 450.
En Jolivet, Op. Cit., 166.
79 Determinatio de modis
significandi, dans J. Pinborg, Die Entwicklung der Sprachtheorie im Mittelalter, Münster
Westfalen, 1967, 220, 31-32. En Jolivet, Ibíd.
80 En C. Prantl, Op. Cit., 108, n. 453.
81 Pierre dAilly; en C. Prantl, Op. Cit., p. 109, n. 458. En Jolivet, Op.
Cit., 167.
82 Summa Logicae, 12, 8-11 ed. citada por Jolivet, Ibíd.
83 Ibíd., 12, 16-26. Jolivet, Op. Cit., 168.
84 Pinborg, J.: Op. Cit., 227, 1-9. Jolivet, Op.Cit., 169.
85 Ibíd. 231, 28-32; también en la Determinatio de Johannes Aurifaber.
Jolivet, Ibíd.
86 Summa Logicae, ed. cit., 44, 25 y 45, 54-64. Jolivet, Ibíd. |
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