PERTINENCIA DE LA INVESTIGACIÓN
I.5. La "vía arquológica" : directriz metodológica
No es este el lugar para detallar las reducciones efectuadas por
Ockham con su célebre navaja sino para recogerlas como punto culminante de lo
que el mismo De Muralt llama el eslabón central de la historia intelectual de
occidente.32 Pero sucede que este eslabón no sólo es distorsionado sino
también ignorado y despreciado. En líneas muy generales, este trabajo se justifica en la
medida en que, asumiendo sus limitaciones, se inscribe en el proyecto más amplio de
rehabilitación del pensamiento medieval orientado a descubrir la continuidad del modo
occidental de pensar y de hacer ciencia. Las primicias de la situación intelectual
contemporánea se localizan específicamente entre mediados del siglo XIII y mediados del
siglo XIV. Hay aquí algo así como un punto de paso, de no retorno; algo como un umbral
en el que no sólo decae esa metafísica de las esencias que unifica todos los saberes
humanos sino que también implica el surgimiento de esa pulsión hacia su forma-lización
unívoca. Hay, entonces el deber de
poner de manifiesto, comparar,
organizar, criticar y juzgar las estructuras del pensamiento medieval.33
Para emprender
la crítica de una concepción del mundo y de unas formulaciones discursivas que han
contribuido a lanzar al hombre de nuestro tiempo a la civilización industrial y técnica
hay que ir a los discursos de funda(menta)-ción. Al establecimiento mismo de los
principios.
Precisamente, desde el segundo congreso internacional de
semiótica (Viena, 1979) Eco, convencido de que para comprender mejor muchos de los
problemas que aún nos preocupan es necesario volver a analizar los contextos en que
determinadas categorías surgieron, ha insistido en la necesidad de llevar a cabo una
verificación y reconstrucción del pensamiento semiótico occidental a partir de la
época clásica. Propone por eso una arqueología del signo como directriz
metodológica general, o como plan de acción para los investigadores interesados en las
raíces filosóficas de la semiótica.
Sucede entonces que, cuando emprendemos este recorrido,
tropezamos
con estudiosos de medicina, de
matemáticas, de ciencias naturales, con retóricos, con expertos en adivinación, con
emblematólogos, con cabalistas, con teóricos de las artes visuales; pero sobre todo
aperecen los filósofos. No me refiero sólo a los filósofos del lenguaje (desde el
Cratilo hasta hoy en día) sino a todos los filósofos que comprendieron hasta qué punto
el análisis de la lengua y de muchos otros sistemas de signos es fundamental para
entender muchos otros problemas, desde la ética a la metafísica.34
La semiótica
general es una disciplina filosófica porque no se distrae con un sistema particular de
signos sino que postula categorías generales que hacen posible la comparación entre
sistemas.
Para una semiótica general, el
discurso filosófico no es ni aconsejable ni urgente sino, sencillamente,
constitutivo.35
Una semiótica
general (o filosofía de la semiosis) debe, pues, elaborar categorías que le permitan ver
un solo problema allí donde las apariencias sugerirían una multiplicidad de problemas
irreductibles. Ockham no se sustrae a este movimiento al postular, al pie de un sentido
restringido de signo con el que más opera, un sentido amplio que da gran
alcance a su semiótica.
Actualmente, cualquier filósofo del lenguaje o lingüista
distingue, por ejemplo, el modo de significar de una nube y el modo de significar de una
palabra. Una visión semiótica general
no se basa en absoluto en la
convicción de que ambos fenómenos son de la misma naturaleza. Por el contrario, al
reexaminar el problema descubriremos que se necesitaron varios siglos, desde Platón a
Agustín, para atreverse a afirmar sin ambages que una nube (que significa lluvia
funcionando como índice) y una palabra (que significa su misma definición funcionando
como símbolo) podían subsumirse en la categoría más amplia de signo.(...)
Afirmar que una nube es distinta de una palabra es trivial. Hasta un niño lo sabe. Menos
trivial, en cambio, es preguntarse, quizás basándose en algunos irreductibles usos
lingüísticos, o en algunas tenaces y seculares reiteraciones teóricas, qué es lo que
podría emparentar a ambos objetos.36
Sobre la base de
respuestas olvidadas y de preguntas eludidas debemos, pues, aventurarnos a construir
nuestras propias respuestas explorando, en esta oportunidad, al preclaro portavoz de una
doctrina-umbral (que une y separa, a la vez, al medioevo y la modernidad).
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Op. Cit., 59.
Ibíd.
Eco, U. 1990: 8.
Eco, U. Op. Cit., 11.
Eco, U. Op. Cit., 15. |
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