PERTINENCIA DE LA INVESTIGACIÓN
I.4. El imperativo temático
Volviendo al racimo de sugestiones recogidos de las Apostillas a
El Nombre de la Rosa, esa confesada antipatía por la persona de Ockham se contrasta con
la simpatía que muestra Eco por la meditación desbrozada por el Venerabilis Inceptor y
revelada pocas páginas antes. En efecto, en la apostilla titulada Evidentemente, el
Medioevo, confiesa que persigue en Ockham
el auxilio racional para penetrar
los misterios del Signo en aquellos aspectos donde Saussure aún es oscuro.28
Poco a poco nos
fuimos tomando en serio el proyecto encerrado en esa breve propuesta hasta que,
parafraseando a Eco, llegamos a formular nuestro imperativo temático: buscar en Ockham
otra racionalidad teórica para desocultar los dispositivos del signo en aquellos aspectos
opacados quizás por los modernos legados semiolingüísticos.
Cabe señalar que Saussure vio claro que el signo
lingüístico no une una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica; 29
pero ya los escolásticos expresaron el mismo asunto con la conocida fórmula Vox
significat mediantibus conceptibus. En el caso particular de Ockham, el concepto no es un
correlato del signo lingüístico convencional; es, todo él, signo lingüístico natural
lógicamente anterior respecto del cual el signo lingüístico convencional es un mero
suplemento.
En todo caso, este contraste nos lleva a preguntar ¿en qué
medida el teólogo medieval, despreocupado por salvaguardar pertinencias de especialista y
con el respaldo ontoteológico de su fe como certidumbre y convicción apodíctica está
en condiciones de formular una semiótica del conocimiento y de la comunicación? Como
contraparte, ¿acaso los semiolingüístas de nuestro siglo, con excesivo celo, no ponen
entre paréntesis la discusión de sus presupuestos ontológicos y gnoseológicos? El
gesto de la pertinencia es también un cómodo movimiento de clausura que separa al objeto
de temas como estos. El teórico ortodoxo se cobija al interior de los sistemas
semiolingüísticos describiendo sus relaciones y operaciones, sus puestas en proceso,
eludiendo cualquier salida a la intemperie metafísica.30
Como vemos, de algún modo, mis intereses se parecen a los de
otro semiótico que, por oposición a mí, sí es un reconocido medievalista y que,
además, ha lanzado un enunciado que expresa, en realidad, todo un programa de creación y
búsqueda. Este programa nos impacta de tal modo como imperativo temático que no sólo ha
motivado esta extrapolación de los planes de su novela a un plan de tesis, sino que ha
propiciado poco a poco la convicción de que si bien la semiótica no parece medieval lo
es profundamente. Es más, creo que hay una deuda que saldar con este periodo histórico
en el que, como bien señala De Muralt, hay una clara anticipación al simbolismo lógico
contemporáneo al hacerse posible la concepción
de un lenguaje cuya pertinencia se
constituye no por adecuación judicativa a lo real sino por el juego autónomo de sus
propias reglas internas.31
Así, pues, el
plan de trabajo, asumido por nosotros como imperativo, resulta ser una
región de un proyecto más amplio.
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28 Eco, U., 1985a: 23.
29 De Saussure, F., 1977: 128.
30 Gilson (1974) ha sabido tratar magistralmente
esta actitud.
31 De Muralt, A., 1994: 58. Ese juego
autónomo al que hace referencia De Muralt va a ir pesando históricamente en el
debate moderno y contemporáneo entre las posiciones realistas y antirrealistas (con todas
las gradaciones intermedias involucradas). Para el realista es el mundo el que determina
lo que es verdadero. Por ende, su intuición le lleva a concebir la verdad en términos de
correspondencia. Las posturas contrarias apuestan más bien por una concepción de la
verdad en términos de coherencia, pero esa opción, se esfuma, les hace perder el
mundo y quedarse con el lenguaje. Al fin de cuentas, desde el punto de vista
realista, el mundo es un ser-en-sí rígido, duro y resistente, que existe
independientemente de nuestro conocimiento y de nuestro discurso, pero
reflejado o visto en espejo por sistemas semióticos con valor de
verdad, siendo estos sistemas simultáneamente isomorfos respecto del mundo y arbitrarios
[...]. La correspondencia o isomorfismo y la arbitrariedad de los sistemas de expresión
cuyo lenguaje es, de lejos, el rasgo más importante son aspectos de la constelación
teórica de los realismos. Por el contrario, la coherencia, el holismo y la creatividad
interna de los sistemas de expresión marcan el acercamiento pragmatista a la verdad.
Basta con releer a Peirce y, sobre todo, a William James, para darnos cuenta de que el
pragmatismo cambia radicalmente el tenor y el alcance de la noción de verdad. Peirce
insiste frecuentemente en la idea de que la realidad, a pesar de ser independiente de todo
lo que una persona o un grupo de personas pueda creer, es globalmente dependiente de la
comunidad de investigación o de interpretación. No hay investigación sin
experimentación, sin raciocinio, sin inferencia a partir de un conjunto de creencias. No
hay investigación sin proceso de interpretación para ser interpretado por otras
intrepretaciones y así hasta el infinito.
La realidad está constantemente actualizada o realizada por la fuerza del pensamiento.
Además de esto, la actividad sígnica (la actividad por medio de y con la
ayuda de los signos, todo signo teniendo un interpretante y siendo todo interpretante un
signo), no existe fuera del decir acerca de lo que es la realidad, fuera de la
formulación de las propiedades conocibles del objeto real. Aquello que llamamos, pues, la
Verdad, está ligado intrínsecamente a las propiedades de las creencias que se adquieren
como resultado de un proceso de interpretación. La verdad debe ser comprendida en los
términos de una actividad continua de investigación y de experimentación.
(Parret, H., 1992: 27-28)
El uso de las nociones de realidad y de verdad en el pragmatismo,
en particular en Peirce, conlleva cierta ambigüedad debido a la tensión entre el modelo
epistemológico clásico (que sustenta la concepción de una realidad externa causando
ciertas ideas en el espíritu del objeto) y el modelo epistemológico pragmático en el
que la realidad se identifica con la Verdad, como aquello que es conocido en tanto
resultado, nunca definitivo, de un proceso de interpretación.
Creemos que sólo hacia el final de nuestro trabajo podremos calibrar con mayor claridad
nuestra hipótesis: esta tensión se origina a partir de la concepción significativa del
conoci-miento desencadenada por el nominalismo del siglo XIV.
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