CAPÍTULO I
LA MONARQUÍA EN EL PERÚ
1. La nobleza peruana
La nobleza peruana, radicada en Trujillo, Huánuco, Arequipa, pero, sobre todo, en Lima,
tenía triple origen: 1º los conquistadores y pobladores. 2° los empleados del
virreinato, hijos de casas solariegas. 3° los comerciantes enriquecidos que habían
abandonado su profesión y obtenido, previa información sobre sus antecesores, títulos
de nobleza. Llegó a haber en el Perú 1 duque con grandeza de España, 58 marqueses, 45
condes, 1 vizconde, más los caballeros cruzados y fijodalgos. En ningún otro país de
América del Sur se extendió tanto la nobleza española. Los impuestos que esta clase
social demandaba no podían ser atendidos en otras regiones americanas. La nobleza estaba,
además, ligada al régimen colonial por sus excepciones y fueros, inclusive el mayorazgo,
por el cual la herencia no se repartía entre todos los hijos legítimos sino sólo se
daba al mayor de ellos. Las vinculaciones territoriales que aparte del mayorazgo también
existían contribuían al carácter feudal en el régimen de la propiedad.1
La nobleza española, y por ende la peruana, consideraba por lo general depresivo el
trabajo industrial. La nobleza peruana poseía grandes haciendas, pero ellas estaban al
cuidado de mayordomos generalmente mestizos y solían los propietarios visitarlas sólo
como motivo de descanso o diversión. Las amplias casonas solariegas en las ciudades
revelaban holgura, vida perezosa y tranquila. Sin acción política, ni aun oculta o
formal, la influencia de la nobleza se redujo, pues, a la vida de salón. Por eso, en sus fiestas y vestidos ponía singular
esplendidez. Contáronse a fines del siglo xviii 5000 a 6000 calesas en Lima, lo que
implicaba graves problemas de tráfico en nuestras estrechas calles. Desde el punto de
vista intelectual y cultural, sin embargo, la nobleza limeña, sobre todo, tiene en sus
sectores más escogidos, valor y significación.
En una página densa Spengler ha dicho lo que es, lo que debe ser la nobleza. "Es una
idea dice la que sirve de base a las dos clases primordiales y sólo a ellas.
Esta idea les proporciona el poderoso sentimiento de un rango concedido Dios y, por lo
tanto, sustraído a toda crítica; rango que les impone el deber de respetarse a sí
mismas, de tener conciencia de sí mismas y también de someterse a la más dura crianza
y, en ocasiones, de afrontar la muerte. Este rango confiere a las clases primordiales la
superioridad histórica, el encanto del alma que no presupone fuerza pero que la crea. Los
hombres que pertenecen a dichas clases íntimamente, y no sólo por el nombre, son
verdaderamente algo distinto del resto; su vida, en oposición a la vida aldeana y
burguesa, va sustentada en una dignidad simbólica. Su vida no es vida para ser vivida,
sino para tener un sentido... La nobleza en sentido histórico universal es infinitamente
más de lo que las cómodas épocas postrimeras quieren que sea. No es una suma de
títulos íntima, derechos y ceremonias, sino una posesión íntima, difícil de adquirir,
difícil de conservar y que, si se entiende bien, parece digna de que se le sacrifique una
vida. Una vieja estirpe no significa solamente una serie de antepasados todos
tenemos abuelos sino de antepasados que en largas series de generaciones vivieron en
las cumbres de la historia y no sólo tuvieron, sino que fueron sino, y en cuya sangre,
merced a una experiencia secular, fue criada hasta la perfección, la forma del
acontecer".2
La nobleza peruana, en cambio, no tuvo un carácter militar como la de Esparta, no estuvo
adentrada en la tierra ni familiarizada con la autoridad como la de Roma o la de
Inglaterra, ni había acaparado el gobierno como la de Venecia. Y no consumó su misión
dirigente. Por su posición privilegiada, económica y culturalmente, un criterio que
miraba las cosas desde el punto de vista racionalista y no desde la realidad, diría que
pudo recoger la herencia de la metrópoli, que pudo ser el nexo entre la sujeción
absoluta y la libertad ignorada. A buscar esa situación intermedia tendieron las
tentativas monarquistas.
Ellas tuvieron su capital en la Argentina. Largo tiempo anudáronse intrigas entre Europa
y América para implantar la monarquía; intrigas que ha contribuido a esclarecer el
historiador venezolano C. A. Villanueva en su serie de libros agrupados bajo el título: La
monarquía en América.
2. Las tentativas monarquistas a principios del siglo XIX
Los gobiernos de Inglaterra, Francia y otros de Europa, salvo el de España, que como la
vieja aristocracia francesa y la aristocracia rusa olvidó que la mejor manera de defender
los intereses creados está en la concesión, miraron con beneplácito tales intentonas.
Sin entrar al proyecto ideado en 1783 por el Conde de Aranda sobre la creación de tres
reinos en América con el rey de España como emperador y al de Godoy, Príncipe de la
Paz, para enviar a América a los infantes en vez de los virreyes, sólo tiene un valor de
anécdota saber que a fines del siglo xviii el marqués de Campuzano anduviera por
comisión del Inca Felipe buscando apoyo en Europa; y que agentes que tomaron el nombre de
Túpac Amaru también hicieron gestiones allá. Más importante que esta absurda
diplomacia es el intento de restauración incaísta que el prócer argentino Belgrano y el
partido de los altoperuanos hicieron infructuosamente en 1816, en el Congreso de Tucumán,
para que el Cusco fuera la capital del ilusorio reino. Y más importantes son aún los
esfuerzos monarquistas criollos y europeizantes que tienen ya existencia en 1806, pues
cuando sir Home Popham y Miranda llevaban la revolución emancipadora a Buenos Aires y a
Venezuela, el duque de Orleáns, Luis Felipe, se hallaba en relación con magnates
sudamericanos para establecer la monarquía.3
Interés singular tiene a este respecto la intentona carlotina. La Corte de Lisboa, ante
la invasión del territorio francés por las armas napoleónicas, había huido de la
Península buscando refugio en el Brasil en 1807, desde donde trató de influir sobre las
provincias del Plata haciendo valer los derechos eventuales de la infanta Carlota al trono
de España e Indias. Carlota era hermana mayor de Fernando VII, que había sido apresado
por Napoleón, y esposa del príncipe regente del Portugal, más tarde Juan VI. En 1806 a
pesar la oposición inglesa y del embajador portugués en Buenos Aires, Linhares, Carlota
había ganado al prócer argentino Belgrano: el plan era anexar Chile al virreinato de la
Plata y así formar un nuevo reino; un emisario,
Manuel Barañao, fue mandado a Chile, país al que no encontró maduro para el cambio. A
mediados de 1809 Carlota logró conquistar a una figura de más relieve aun que Belgrano
en Buenos Aires: Liniers. Sorprendida la confabulación por los partidarios de la Junta
Central de Sevilla, de Pueyrredón quien logró fugar a Río de Janeiro para instar a
Carlota a que pasara el Plata y reivindicase por la fuerza sus derechos. Mitre dice en su Historia
de Belgrano que, si Carlota se decide a dar este paso, hubiera triunfado.4
Lo que hizo fue tan sólo enviar a la Junta Central de Sevilla al conde de Palmella para
reclamar sus derechos eventuales al trono de España y solicitar la abolición de la ley
sálica. Olivera Lima en su libro Don Juan VI del Brasil ha revelado que habíase
puesto Carlota en contacto con personas influyentes de Chile, Perú y Méjico.
Disuelto en 1810 el partido de Carlota, la intervención peruana es igualmente
insignificante en las otras tentativas monarquistas: la tentativa, hecha ante Carlos IV,
anteriormente por Belgrano y Rivadavia para traer al infante Francisco de Paula; el plan,
quizá sólo existente en la mente de los agentes franceses en Estados unidos, para
coronar a José Bonaparte rey de Indias y jefe de la Confederación Napoleónica
hispanoamericana; los proyectos que el canciller francés Richelieu redactó para que
expresara las ponencias de Francia ante el Congreso de Aquisgrán sobre la base del
reconocimiento de Buenos Aires y Chile como monarquía constitucional continuando Méjico
y Perú bajo la sujeción a la metrópoli con una libertad moderada. En septiembre de
1818, además, Le Moyne, enviado del embajador francés en Londres, se dirigía a Buenos
Aires a discutir con Pueyrredón, que era ya Supremo Director, las bases de otro plan
monárquico, obteniendo acogida; San Martín y Belgrano estaban dentro del plan que
consistía en traer al Duque de Orleáns a América como rey, siempre sobre la base del
Perú y Méjico para España. Paralelamente, se realizaba la gestión de José Valentín
Gómez ante el Barón Desolle, que había reemplazado a Richelieu en la chancillería
francesa. Luis xviii pensó entonces en Carlos Luis de Borbón, sobrino de Fernando VII,
príncipe de Luca, quien por pertenecer a la dinastía española podía ser grato al
gobierno de Madrid y por pertenecer, así mismo, a una rama separada, podía no ser
recibido con odiosidad en América. La corte española, sin embargo, por orgullo, por
ausencia de visión política y diplomática, por confianza en la expedición que
aprestábase en Cádiz para zarpar a América, por las noticias de la anarquía en que
había caído Buenos Aires, por la sugestión rusa, no aceptó. A pesar de esto
continuaron las negociaciones con Gómez; el congreso argentino aprobó las bases para la
venida del príncipe de Luca; Pueyrredón había sido reemplazado como Supremo Director
por Rondeau. Pero vinieron luego indiscreciones y enfriamientos. En noviembre de 1819 el
barón de Pasquier, nuevo canciller francés, anunciaba que todas las negociaciones
habían concluido. Gómez regresó a su patria a fines de 1820. Su fracaso debíase, sobre
todo, a Fernando VII, obstáculo principal para los proyectos monarquistas porque confiaba
en una reconquista de América; sin embargo, Oliveira Lima exagera al atribuirle en su Evolución
Histórica de América Latina un rol decisivo. Así tenemos que el gobierno de Rondeau
fue vencido por el general Ramírez, quien lo acusó de traición; Saavedra, nuevo
gobernador de Buenos Aires, publicó en un folleto todas las negociaciones. Por esa
época, San Martín pasó los Andes con su ejército inmortal. Traía al Perú la primera
expedición libertadora; traíale, también, el más formidable apoyo a la ilusión
monarquista.
3. Abascal y el Perú
El Perú había sido prácticamente ajeno
a todas las intrigas monarquistas. Por largo tiempo, en Lima, el máximo liberalismo se
redujo al programa apenas autonomista que en diciembre de 1810 presentaron los diputados
peruanos ante las Cortes de las islas de León. José de la Riva-Agüero Osma reconoce que
en 1810 y los años inmediatamente siguientes, una sublevación en Lima con la creación
de su correspondiente Junta hubiera sido fácil; y que si no la hubo fue porque las clases
dirigentes no lo quisieron. Pero no solamente ocurrió esto, sino que el Perú, mientras
España invadida por Napoleón no pudiera atender a Ultramar, pretendió suplirla
asumiendo como primogénito la representación de la metrópoli aunque en el mismo consejo
de Abascal hubo quienes opinaran porque lo prudente era mantenerse tan sólo a la
defensiva.5
Don José Antonio de Lavalle en su estudio sobre Abascal cuenta que éste, cuyo prestigio
era enorme contribuyendo con él a la falta de deseo revolucionario, fue acometido por
varias tentaciones: Carlos IV le ordenó secretamente que no obedeciera a su hijo; Carlota
le dio plenos poderes; José Bonaparte le dispensó honores; en Lima se le quería
coronar, pues sigue hablando Lavalle era popular la fórmula "La
Independencia con Abascal como soberano". Esta
última sugestión fue la más poderosa: el día 13 de octubre de 1808 señalado para
proclamar a Fernando VII fue el decisivo: hasta el último instante el anciano virrey fue
instado por sus amigos vacilando por un instante su lealtad para triunfar, luego,
efectuándose la proclamación del monarca español.6 Romántica
tradición que acaso exagera la verdad pero que se inspira en fundamentos verdaderos.
4. Baquíjano y Carrillo y su posición centrista
Pero el movimiento al que cabe considerar representativo de la nobleza peruana, en lo que
ella había de más valioso y cultivado, es el que se encarna en la figura eminente de don
José Baquíjano Carrillo, conde de Vista Florida. Baquíjano que habíase iniciado en el
seminario de Santo Toribio, diose a conocer prematuramente por sus brillantes estudios; y
antes de las inquietudes separatistas habíase distinguido más aún por dos hechos: el
discurso que pronunció en la Universidad en 1780 con motivo del recibimiento del virrey
don Agustín de Jáuregui donde la elegancia del lenguaje con ser un mérito de dicho
discurso está supeditada a la importancia de haber pintado en él Baquíjano algunos de
los errores e injusticias del gobierno español. Y en seguido lugar, su prominente rol
como presidente de la "sociedad de amantes del país" en el periódico Mercurio
Peruano de tan primordial valor histórico, por haber encarnado la tendencia al
estudio de las cosas del país, con elevación, cultura y celo que extendieron el
prestigio de este periódico hasta Europa.
A pesar de que, por los temores que suscitaban sus ideas liberales, no logró ser Rector
de la Universidad de San Marcos, Baquíjano recibió una serie de honores de parte de la
administración española. En febrero de 1812 la Regencia de España lo nombró consejero
de Estado: y en Lima y en provincias se produjo un movimiento en todos los sectores
sociales, desde las mujeres linajudas hasta los negros esclavos: manifestaciones
populares, iluminaciones, bailes, certámenes poéticos; en éstos tomaron parte en Lima,
José F. Sánchez Carrión y en Arequipa Mariano Melgar. Viajó a España, pues,
Baquíjano; no regresó ya a su patria: le sorprendió allá el retorno del régimen
absoluto y aunque al principio no fue perseguido por él, sí lo fue más tarde, cuando
cayó en desgracia el duque de San Carlos, limeño y consejero de Fernando vii que era
amigo suyo: falleciendo en Sevilla, confinado, en 1818.7
Baquíjano parece que encabezaba un partido liberal en el cual repercutía en el Perú el
constitucionalismo de las Cortes de Cádiz. Más que partido era más bien una tendencia
este sector americano del liberalismo peninsular que había hallado eco en los sectores
cultivados de la nobleza criolla. Quería, a lo sumo, la libertad comercial y política,
la plenitud de derechos para los criollos, quizá cierta autonomía, pero sin cortar los
vínculos con España. Buscaba no ya la unidad personal que había sido la base de las
relaciones entre la monarquía absoluta y las colonias; sino la unidad nacional.
Diferenciábase esta tendencia del liberalismo de los legisladores de Cádiz en que,
además, era partidaria de la descentralización; tenía carácter regionalista, pues
quería aflojar los lazos con la metrópoli para que no se rompieran.
En Europa esta tendencia fue encarnada tácitamente por don Vicente Morález Duárez,
limeño, diputado a Cortes que murió en 1812 como presidente del Congreso. Varias
publicaciones en Lima, la encarnan; sobre todo, El Satélite del Peruano. Aunque
nominalmente este periódico, cuyo prospecto apareció el 20 de febrero de 1812, era
redactado por una "sociedad filantrópica" y al frente de él apareció luego un
joven periodista neogranadino, Fernando López Aldana; es evidente que fue si no
redactado, al menos inspirado y protegido por Baquíjano, que figuraba como el primero de
los suscritores, y algunos de los antiguos miembros de Mercurio Peruano. El
Satélite del Peruano llegó sólo hasta el N.º 2 y fue decomisado su primer número
por revelar excesivo espíritu liberal en los párrafos ya famosos que comienzan diciendo:
"Por patria entendemos la vasta extensión en ambas Américas".8
Representativo de lo que en la nobleza limeña había de renovación ideológica,
Baquíjano se quedó pues ante la Emancipación en algo que dentro de la moderna
terminología cabría calificar como "centrismo". Vicuña Mackenna lo ha llamado
con acierto jefe del grupo peruano-español,que si bien acaso filosóficamente no
negaba la justicia de la Independencia de América, no veía los hombres apropiados para
gobernar ni las circunstancias propicias para realizar con éxito la transformación. En
cambio, seguramente se equivoca Vicuña Mackenna al fijar como algo cardinal dentro de la
actitud de Baquíjano sus vinculaciones con Carlota que no existieron o, si existieron,
fueron fugaces. Precisamente El Satélite del Peruano en su N.º 2 del 1° de abril
de 1812 transcribe un artículo titulado "Reflexiones sobre los derechos de la
Infanta Carlota" en el cual se considera la dominación portuguesa, tan extranjera y
odiosa como cualquier otra.
De todos modos, Baquíjano pecó en esto de tímido; no es raro que el torrente de los
sucesos se precipitara por cauces bien distintos a los que él hubiera querido. Baquíjano
era intelectual y era aristócrata. Como intelectual, su capacidad para la acción no era
intensa; vivía en el mundo de los hechos, en el mundo de los sistemas y no en el mundo de
los acontecimientos. Como aristócrata, tenía seguramente esa morosa vinculación con las
viejas cosas, natural dada su cómoda posición personal aun su edad; y, a pesar de sus
lecturas y de sus reflexiones, se dejaba sentir en él también la falta de impulso de su
casta.
Cuando en 1810 Manuel Lorenzo de Vidaurre escribe su Plan del Perú, a pesar de
ciertas afirmaciones heterodoxas en el orden religioso, respeta la tradición política.
Más tarde ha de confesar que en esa época Grecia y Roma lo curan de la fiebre
democrática; donde todos son iguales, todos quieren ser superiores, afirma; la anarquía
es la enfermedad mortal del republicanismo; un pueblo acostumbrado a la esclavitud no
aspira sino a mudar de amo; el sistema monárquico constitucional es el puente que evita
el abismo entre la Colonia y la libertad. Quizá esas ideas influyen grandemente para que
se niegue a aceptar la dirección del movimiento revolucionario iniciado en el Cusco en
1814 por Pumacahua. En aquella época, pues, Vidaurre era tan moderado como Baquíjano.
5. Riva-Agüero
Pero la nobleza limeña tuvo un miembro que dejó de un lado honores, títulos, fortuna y
posición social ante la prédica revolucionaria: don José de la Riva-Agüero y Sánchez
Boquete. Perteneciente a una antigua y nobilísima familia de Lima y de España,
Riva-Agüero fue en el periodo precursor de la Independencia, la antítesis de Baquíjano.
Nacido en Lima en 1783, Riva-Agüero concluyó su educación en España e inicióse en la
carrera militar, pero contrariando a su familia, la interrumpió, así como también sus
estudios de Leyes e hizo un dilatado viaje de paseo a Francia. En esta época ya estaba en
contacto con el ministro inglés Canning a quien propuso varios planes para la
Independencia de América. Regresó a Madrid poco antes de la guerra de la Independencia
española tomando parte en algunos encuentros al iniciarse ella. Sabida la muerte de su
padre volvió al Perú por la vía de Buenos Aires en 1809. En Montevideo fue apresado de
orden del gobernador Elío por sospechoso; en Buenos Aires hubo de escaparse ocultamente,
pues se le iba a obligar a regresar a España: algo análogo ocurrióle en Mendoza. En
Lima estuvo constantemente vigilado y, a veces, perseguido salvándole la intervención de
poderosos parientes y relacionados. Ingresó al Tribunal Mayor de Cuentas como contador y
juez conservador del ramo de suertes y loterías de Lima publicando un folleto en 1813
sobre su desorden (Ligera idea del abandono en que se halla el Tribunal de Cuentas del
Perú). Destituido y enjuiciado se le confinó a Tarma. Era ya el agente secreto de
las juntas separatistas de Buenos Aires y de Chile y dirigía la logia de Lima que
funcionaba en su casa o en la del conde de la Vega del Ren, de quien cuéntase que en 1812
se ponía de rodillas al firmar una petición a favor de los derechos de los americanos.
Con esa preeminencia secreta que seguramente le hizo soñar con ser el caudillo epónimo
de la Revolución peruana, no se satisfizo del todo su vanidad postergada por el virrey;
quizá por eso escribió más o menos en 1820 su folleto inédito: Origen de que los
mandones y tiranos del Perú me consideren enemigo de ellos.
En 1816 escribió Riva-Agüero su folleto Manifestación histórica y política de la
Revolución de América, publicado en Buenos Aires en 1818 y conocido con el nombre
del folleto de las 28 causas. Estuvo complicado en casi todas las conspiraciones
limeñas, que tuvieron por sustento casi siempre el apoyo de algunos aristócratas.
Vicuña Mackenna hace la siguiente lista de dichas inquietudes capitalinas:
1808. Denuncia sobre reuniones en
la Facultad de Medicina con la participación de Unanue y otros.
1809. Conspiración de Pardo y
Silva. Antonio María de Pardo, miembro principal de esta conjura, era protegido del Conde
de Montemira.
1810. Denuncias contra
Riva-Agüero. Prisión del cura Tagle, Saravia, Boque y Anchoris.
1812. Prisiones realizadas a raíz
de las fiestas con motivo del nombramiento de Baquíjano. De estas prisiones no se tiene
noticias seguras y, en todo caso, Baquíjano fue
ajeno a las inquietudes que las motivaron.
1814. Conspiración del Conde de la
Vega del Ren, de Quiróz y de Pardo Zela.
1818. Complot abortado de Gómez y
de Espejo en el Callao.
1819. Prisión de Riva-Agüero y
otros por delación del oficial García que había venido con comunicaciones de San
Martín. Absolución de los reos por falta de prueba.
6. Lima ante la Emancipación
Sin escatimar la admiración a los hombres abnegados que las fomentaron, no hay que
exagerar la importancia de las conspiraciones limeñas mencionadas, salvo la de 1818 en
que no actuó la nobleza. Sobre la primera de las denuncias, la de las reuniones en la
Facultad de Medicina, de gente prominente dentro del Virreinato, cuenta Vicuña Mackenna,
con evidente exageración, a través del relato de Pérez Tudela, que el enfriamiento que
demostró Abascal a sus áulicos comprometidos en tales coloquios, como único castigo de
ellos, contribuyó a que perdiera el juicio el matemático don José Gregorio Paredes, y a
que Unanue, por la zozobra consiguiente, ya no volviera a despegar los labios para
manifestar en público sus ideas políticas. Y cuéntase, así mismo verdad que la
anécdota pertenece a los primeros tiempos revolucionarios y cuando dominaba Abascal
que cierta noche en que un grupo de conjurados salía embozado del lugar de su cita, la
linterna de un agente del virrey iba alumbrando cada rostro mientras el agente decía:
"El Excmo., señor virrey desea a Usia buenas noches".
Que en Lima no fue muy ardoroso el entusiasmo emancipador lo revelan varios documentos de
la época publicados en la Correspondencia del General San Martín. En el informe
del teniente coronel José Bernaldez Polledo, fechado en Lima el 18 de diciembre de 1817,
léase lo siguiente: "No pondero: si nuestro ejército estuviera a seis leguas de
distancia de esta capital y el visir hiciera una corrida de toros, los limeños fueran a
ella contentos sin pensar en el riesgo que les amenazaba. Ocuparíamos la ciudad y los
limeños no interrumpirían el curso de sus placeres".9
Pero aún es más gráfica la información dada a San Martín por uno de sus
corresponsales capitolinos, oculto bajo el seudónimo de "Aristipo Emero" y
correspondiente más o menos al año de 1820: "Los de la clase alta, aunque deseen la
Independencia, no darán sin embargo ni un peso para lograrla o secundarla; pues como
tienen a sus padres empleados o son mayorazgos o hacendados, etc., no se afanan mucho por
mudar de existencia política, respecto a que viven con desahogo bajo el actual gobierno.
Los de la clase media, que son muchos, no harán tampoco nada activamente hasta que no
vengan los libertadores y les pongan las armas en la mano; su patriotismo sólo sirve para
regar noticias, copiar papeles de los independientes, formar proclamas, etc., levantar
muchas mentiras que incomodan al gobierno y nada más. Los de la clase baja que comprende
este pueblo, para nada sirven ni son capaces de ninguna revolución. En una palabra: no
hay que esperar ningún movimiento que favorezca los del ejército protector, de esta
capital pues en ella reina una indolencia, una miseria, una flojedad, una
insustancialidad, una falta absoluta de heroísmo, de virtudes republicanas tan general,
que nadie resollará aunque vean subir al cadalso un centenar o dos de patriotas".10
El plan de campaña que siguió San Martín en el Perú le fue enviado por Riva-Agüero.11
Entonces se le juzgó en un consejo de guerra de oficiales generales que presidió La
Serna. Valiéndose de persuasiones y de otros medios, Riva-Agüero introdujo la deserción
en las tropas realistas y estuvo conectando con numerosos agentes aún en los centros
mismos del gobierno español. Muchos de los que desertaban eran encaminados por sus
agentes por sendas extraviadas hasta incorporarlos a las guerrillas de los independientes,
refugiándose algunos en su Chacra para ser habilitados y conducidos sin riesgo.
Constantes fueron los avisos que dio durante la campaña alrededor de Lima a San Martín y
a los jefes de partidas; ellos contribuyeron a destruir la división Ricafort, al fracaso
de la expedición del virrey a Pasco y de la sorpresa de Valdez desde Aznapuquio cuando
San Martín estaba en Retes. Así mismo, envió medicinas a los independientes en Huacho y
Pativilca. Contribuyó también a producir la división y el desacuerdo entre los propios
generales españoles e introdujo en el cuartel general y en el ejército espías dobles.
Algunas veces su ingenio le sugirió recursos pintorescos: mandar, por ejemplo, a los
monasterios por conducto de mujeres, papeles alarmistas con firmas supuestas o entablar
correspondencia aviesa con el redactor del periódico que se editaba en la única imprenta
de la ciudad para así obtener la publicación de escritos favorables a la Independencia,
aunque fuera acompañada por insultos.12
7. La primera etapa del monarquismo de San Martín en el Perú. La primera gestión
oficial: Punchauca
Es un extranjero el que da la primera, la
más efectiva batalla por la monarquía en el Perú. El impulso de San Martín implica el
más alto momento de auge de la ilusión monarquista.
Apenas desembarcado San Martín inició Pezuela las negociaciones que condujeron a la
conferencia de Miraflores (septiembre 1820) donde en forma reservada fue planteada por los
delegados del primero la coronación de un príncipe de España en el Perú independizado.
Cuatro meses después del fracaso de estas negociaciones por el extremismo del virrey
había empeorado la situación de los realistas. Los vecinos de Lima suscribieron una
exposición pidiendo arreglos (6 de diciembre). Dicha exposición, presentada al
ayuntamiento, decía que debía propenderse a una transacción "con tanta más
anticipación, cuanto en las negociaciones, de Miraflores indicaron los diputados del
general D. José de San Martín según aparece de su oficio N.º 2 que no sería difícil
hallar un medio de avenimiento amistoso". Firmaban esta representación, entre otros,
Hipólito Unanue, Justo Figuerola, el Conde de Vista Florida que lo era entonces Salazar y
Baquíjano y otros personajes que actuaron en la Independencia. El Ayuntamiento pasó esta
representación al virrey.13 Pero el 29 de enero de 1821, en el
campamento de Aznapuquio a base de la impericia militar de Pezuela, los militares lo
depusieron.14 Contribuyó a esta deposición también la creencia
esparcida entre los militares españoles de que Pezuela, aconsejado por gentes poco
esperanzadas en el éxito sobre San Martín, estaba fomentando el movimiento a favor de
los arreglos. Las conversaciones entabladas en Torre Blanca entre realistas y patriotas
tampoco dieron resultado alguno (19 de febrero). Pero en los primeros días de abril
llegó a Lima el capitán de fragata Manuel Abreu, uno de los dos comisionados autorizados
por la metrópoli para tratar la paz; el otro había fallecido en Panamá. Abreu, que en
su viaje había estado en el campamento de San Martín en Huaura, llegó a Lima,
favorablemente impresionado sobre los patriotas y contribuyó a que se reabrieran las
negociaciones. Realizáronse éstas en Punchauca, produciéndose la histórica entrevista
entre San Martín y La Serna (mayo 18 de 1821) obteniéndose un armisticio. San Martín
propuso allí el establecimiento de una regencia con un delegado por ambas partes y la
presidencia de La Serna y que él mismo, en caso necesario, iría a solicitar la venida de
un príncipe de la casa reinante de España. San Martín quería así según la
expresión de Mitre realizar la Independencia por medio de los españoles. La
propuesta fue recibida con regocijo en el séquito del virrey; cambiáronse luego, en la
comida que siguió a la conversación, brindis expresivos. Aunque esta fórmula tenía
importantes partidarios en Lima, el virrey que debía su poder al ejército, consultó con
los jefes de él, quienes, sin oponer, creyeron necesaria la aprobación del rey. El
virrey, entonces, propuso la suspensión de hostilidades y que se trazara una línea entre
ambos ejércitos embarcándose ambos, La Serna y San Martín, a España. Pero San Martín
quería la aceptación previa de la Independencia y la negociación se frustró. En El
Pacificador, periódico del ejercito patriota que redactaba Monteagudo, ya había
aparecido un artículo propiciando la fórmula monárquica. Y cuando se realizó a bordo
de uno los buques patriotas la entrevista entre San Martín y el general español Valdez
que puso término a las negociaciones, Valdez amenazó con la retirada de los españoles a
la sierra, proclamando el imperio incaico, para lo cual tenía en sus filas a un cacique
de sangre real.15
8. La segunda etapa del monarquismo de San Martín en el Perú. La segunda gestión
oficial: Misión García del Río-Paroissien
Enseguida vino la entrada de San Martín
en Lima, el Protectorado. San Martín, que al emprender su expedición había lanzado una
proclama a la nobleza recordándole que "el primer título de nobleza fue siempre el
de la protección dada al oprimido y su dignidad jamás se
ha conciliado con una oscura molicie o un servil abatimiento", en su decreto de 3 de
agosto de 1821 llegó a decir que "la experiencia de diez años, el imperio de las
circunstancias, le habían enseñado a conocer los males de gobernar la América por medio
de la expresión de la voluntad nacional antes de estar asegurada la Independencia".
El monarquismo de San Martín, trasunto del monarquismo rioplatense que inspira a
Pueyrredón, Rondeau y Belgrano, ha evolucionado después del fracaso de Punchauca. No se
basa ya en el entendimiento con La Serna y con los españoles sino en la acción directa
ante Europa de acuerdo y en conexión con la nobleza.
Así, al crearse por el Estatuto Provisorio en 8 de octubre de 1821 un Consejo de Estado,
los únicos puestos que en él podían adjudicarse libremente fueron dados a los Condes
del Valle Oselle y de la Vega del Ren y a los marqueses de Torre Tagle y de Torre Velarde.
La institución de la Orden del Sol cuyos miembros tenían carácter hereditario, para
así formar una nueva nobleza; el decreto de 27 de diciembre de 1821 declarando títulos
del Perú a los de Castilla con cargo de tomar nuevos despachos, fueron reveladores del
mismo espíritu. En el Cabildo, los marqueses de Santa María de Pacoyán, de Casa Muoz y
de Corpa y los condes de Vega del Ren y de Casa Saavedra; en la Sociedad Patriótica los
marqueses de Torre Tagle y de Valle Oselle y los condes de Torre Velarde, de Casa Saavedra
y de Villar de Fuentes, además otros en la Universidad, en la junta de libertad de
imprenta pudieron contribuir a la realización de los planes de San Martín.16
Llegó a despacharse la misión García del Río y Paroissien (acta del Consejo de Estado
de 24 de diciembre de 1821) en busca del rey para el Perú: primero debían los
comisionados solicitar al príncipe de Saxe Coburgo que fue más tarde Leopoldo, rey de
los belgas u otros de la dinastía inglesa bajo la condición de su catolicidad; si no,
debían solicitar algún príncipe de la casa Brunswick o negociar con Austria, Rusia,
Francia o Portugal y, en último caso, solicitar de España el duque de Luca. Dos
cronistas apasionados de la época, Mariátegui en sus apostillas a la historia de Paz
Soldán y Távara en su "Historia de los partidos" dicen que los
comisionados fueron desdeñados en Europa; pera Villanueva, en La monarquía en
América, afirma que nada solicitaron y que además sus facultades caducaron con los
cambios políticos que pronto ocurrieron en el Perú,17 lo cual está
confirmado por las cartas de García del Río que publica Vicuña Mackenna.18
García del Río y Paroissien, a su paso por Chile, premunidos de la amistad entre
OHiggins y San Martín, había intentado asociar al primero a sus planes
monárquicos, tan infructuosamente como antes había sido la gestión de Irrisari con el
mismo objeto.
9. El momento oratorio de la lucha entre monarquistas y republicanos
El Protectorado hizo aún más por la monarquía. Favoreció el planteamiento en
discusión pública de la conveniencia de dicha fórmula. Para ello había creado la
Sociedad Patriótica: academia de carácter literario destinada a discutir todas las
cuestiones de interés público de la cual fueron nombrados miembros los personajes de la
actualidad del momento, inclusive los republicanos aunque en minoría. La defensa de la
monarquía fue hecha el 1° de marzo por el doctor José Ignacio Moreno, abordando la
primera cuestión sobre la que se propuso deliberar la Sociedad Patriótica: cuál era la
forma de gobierno que más convenía al Perú. Las otras dos cuestiones eran las causas
del retardo de la Independencia en Lima y la necesidad de la conservación del orden
público para terminar la guerra y perpetuar la paz.19 Los liberales
quisieron eludir la discusión sobre la forma de gobierno dadas las manifiestas tendencias
monárquicas de Monteagudo más temibles por el carácter terrorista que se veía en su
gobierno. Pérez Tudela dijo que todas las provincias no estaban representadas, que la
forma del gobierno del Perú debía ser la del resto de América y que, en todo caso, la
decisión sería meramente académica. Luna Pizarro, previamente, había pedido que se
dejara constancia de la libertad de palabra.
La base de la disertación de Moreno era la siguiente fórmula, sacada de Montesquieu: la
difusión del poder político debía estar en relación directa con la ilustración y
civilización del pueblo; y en razón inversa de la grandeza del territorio. La
escasez de ilustración y civilización en el Perú estaba improbada por la ignorancia de
los más, pues la población no se hallaba en estado de conocer bien y calcular por sí
misma sus propios intereses ni de caminar siempre a un mismo fin, si no se ponía en manos
de uno solo que ayudado de las luces de los sabios y moderado bajo el imperio de las leyes
fundamentales establecidas por el Congreso nacional, gobernara. La heterogeneidad de los
elementos de la población del Perú, sus diversas castas, eran un riego para la
discordia; además, aquí nunca se había conocido otro gobierno que el monárquico,
inclusive desde antes de la llegada de los españoles. Y en cuanto a la segunda parte de
su fórmula, Moreno decía, repitiendo una vez más a Montesquieu, que la democracia
había surgido históricamente en países de corta extensión y que Roma habíala superado
cuando extendió sus fronteras en virtud de sus conquistas. Si la extensión del
territorio mitigaba la demasiada actividad del poder real agregaba anularía
en cambio en la democracia los derechos de los ciudadanos robusteciendo el poder. Su
disertación concluyó con una cita literaria: aquel verso de la Ilíada (Lib. 2,
v. 204) en que Ulises dice a los griegos ante las puertas de Troya: "No es bueno que
muchos manden, uno solo impere, haya un solo rey". La disertación fue publicada en El
Sol del Perú, órgano de la Sociedad Patriótica.20
"La segunda sesión, dice Raúl Porras Barrenechea en su estudio sobre Mariano José
de Arce, tuvo lugar cuatro días después, el 5 de marzo. La inquietud de los republicanos
era creciente. En el intervalo que precedió a la sesión estos se habían puesto de
acuerdo sobre la forma en que combatían el discurso de Moreno. La expectación se hizo
más intensa por el numeroso público que se reunió para presenciar el debate desde la
barra. Parece que se hallaba convenido entre los republicanos que antes de que Tudela y
Luna Pizarro hicieran la impugnación que les correspondía, Mariátegui como Secretario
de la Sociedad, diera lectura a una carta dirigida a ésta la cual era un valiente alegato
en contra de la Monarquía, escrito por Sánchez Carrión, quien la firmaba con el
seudónimo de El Solitario de Sayán. El plan de los republicanos se
desbarató por completo en la sesión. Abierto el pliego cerrado, que contenía la carta
de Sánchez Carrión, el Secretario comenzó a darle lectura pero Monteagudo al darse
cuenta de la certera refutación de sus propios argumentos que ésta contenía y del viril
aliento doctrinario del documento, suspendió la lectura, alegando que se trataba de un
escrito anónimo cuyo contenido debía examinarse previamente. La palabra correspondía a
Pérez de Tudela, quien en forma mesurada hizo más que la refutación del discurso de
Moreno, una apología del sistema republicano y expresó su optimismo en cuanto a la
posibilidad de su aplicación el Perú. Para el espíritu democrático de Tudela, el indio
y el africano, podían ejercer dignamente la libertad que habían sido capaces de
defender. Hay en el Perú dijo heterogeneidad en los colores, pero no en los
deseos y sentimientos. El alma es igual en todos". Existiendo una población apta
para la libertad, sólo eran necesarios algunos hombres de luces y virtudes como Franklin,
Wáshington y San Martín. La unidad americana, frente a España, exigía por último,
formar secciones regidas por las mismas leyes, a fin de formar en el momento oportuno un
cuerpo común.
"El disgusto de Monteagudo al escuchar la oración de Tudela fue visible, pero ésta
en cambio, dice Mariátegui, fue recibida con júbilo enorme por la barra que aplaudió
largamente al disertante, Luna Pizarro debía hablar enseguida y todos esperaban oír de
sus labios una hábil impugnación que desbaratara la dialéctica del discurso de Moreno
que el de Tudela casi no había discutido. Pero en medio del desconcierto general Luna
Pizarro permaneció sin pedir la palabra, guardando un silencio que según se dijo
entonces, dice Mariátegui se le había exigido".
"En ese momento de espectación, en que pareció que la maquiavélica obra de zapa de
Monteagudo, iba a vencer, fue que Arce solicitó la palabra. Su réplica tuvo desde el
comienzo el tono que el auditorio exigía. Fue una crítica intemperante, de las ideas
expresadas por el clérigo Moreno al que envolvió en su censura contra la forma
monárquica. El clérigo republicano tuvo desde la iniciación de su discurso esa fortuna
de las primeras palabras que deciden un definitivo triunfo oratorio. Comenzó diciendo,
que al escuchar al Canónigo Moreno, había sentido la sensación de oír a Bossuet
defendiendo a los despóticos reyes de Francia y que el discurso de éste era digno del
siglo de Luis xiv. Después de este exordio rotundo examinó las formas de gobierno
señaladas por Montesquieu hizo el elogio del sistema representativo. Extrañó que
se quisiera delegar el poder de un solo hombre, cuando la ciencia política de su época,
proclamaba la división de los poderes y el gobierno de la nación sólo podían ejercerlo
los representantes de ésta reunidos en un Congreso constituyente. En forma despectiva se
refirió a los argumentos de Moreno sobre la libertad en relación con la extensión del
territorio. Confesó dice el acta de la sesión que esta máxima le era
muy obscura y que no alcanzaba lo que quería decir a no ser que coincidiera con el aserto
de Montesquieu; que un gobierno republicano sólo puede mantenerse en un territorio
pequeño y que uno dilatado sólo puede gobernarse bajo la monarquía. Este aserto es
mirado como erróneo, después de haberse descubierto el sistema representativo el cual es
adaptable desde el más pequeño hasta el más grande territorio. El extracto que
consignan las actas de la Sociedad es demasiado lacónico, pero deja sospechar los
sentimientos que animaron aquella arenga: el republicanismo encendido del orador, su
desdén profundo por la organización monárquica y por los sostenedores de ella, su
teoricismo político confiado e infalible. Para los espíritus apasionados no es fácil
separar las ideas de quienes las encarnan o defienden. El final de aquella peroración
candente hubo de recaer bruscamente, como el exordio, sobre la cabeza del áulico clérigo
monarquista. Concluyó dice el acta que los argumentos del señor Moreno
a pesar de su elocuencia no le convencían, tal vez por ser idénticos a los que muchas
veces oyó hacer para sostener el cetro de Fernando".
"Las frases de Arce, dice Mariátegui en sus recuerdos históricos, hicieron que el
público prorrumpiera en risas poco deferentes para Moreno. Éste interrumpió entonces a
Arce, afirmando que se le insultaba y que se retiraría de la sala si aquél no se
retractaba de sus frases. Arce repuso que Moreno no tenía por qué apropiarse las
invectivas dirigidas por él [...] en auxilio de Moreno, para recomendar que fuera esa la
última vez que se vertiesen personalidades en el seno de la sociedad."
"Los partidarios de Monteagudo apoyaron entonces a Moreno y hubo quien pretendió
concretar el debate sobre la persona que debería ocupar el trono, lo que provocó la
protesta de los republicanos Álvarez y Tudela. La discusión tornóse seguramente
álgida, porque Unanue, el blando anciano venerable, intervino solicitando que el debate
se redujera al tema propuesto por Monteagudo y hubo aún de poner su prestigio de sabio y
de patriota al lado de Moreno, diciendo que había desenvuelto magistralmente estos
principios respecto al Gobierno Monárquico."
"Pero la tranquilidad del debate y la resolución unánime prevista por Monteagudo a
favor de sus proyectos se habían perdido ya por completo, Monteagudo y Tudela discutieron
aún teóricamente y Arce hubo de reclamar finalmente la palabra, para decir, en
refutación de Moreno, que no podía tomarse como punto de partida para la elección de la
forma monárquica, la falta de ilustración del Perú el que progresará muy pronto
desaparecida ya la Inquisición que era el único obstáculo que anteriormente
existía."21
Además de la refutación hecha a Moreno por el Solitario de Sayán, o sea José Faustino
Sánchez Carrión, hubo la refutación de don Pedro Antonio de la Torre que más tarde
cambió de ideología
10. El momento tumultuario de la lucha entre monarquistas y republicanos
Presidente de la Sociedad Patriótica, principal autor de la propaganda monarquista y
consejero de San Martín era Bernardo Monteagudo. Argentino o alto peruano, Monteagudo
habíase distinguido muy joven en el levantamiento de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809;
desterrado en Buenos Aires, producida allí la formación de una Junta provisoria
revolucionaria, publicó el periódico Mártir o libre cuya subvención fue
suspendida por la Junta a causa de sus avanzados escritos; secretario de Castelli en la
campaña de éste en el Alto Perú en 1811 y diputado en el Congreso de 1812 a 1815, fue
desterrado a Europa en este último año por ser leader de la extrema izquierda que
por breve tiempo imperó llevando al poder al general Alvear; consejero de San Martín en
1818 y miembro conspicuo de la "Logia Lautarina", dícese que influyó en el
ajusticiamiento de los próceres chilenos Luis y Juan José Carrera en Mendoza y en el
ajusticiamiento de prisioneros realistas en San Luis, este último debido a pasiones
personales; en 1820 redactó en Santiago El Censor de la Revolución abriendo
campaña contra el radicalismo que antes había profesado; incorporado al ejército
libertador del Perú, fue nombrado Auditor General de Guerra y secretario del General en
Jefe y luego, ministro de Guerra y Relaciones Exteriores. Como ministro expidió decretos,
exornados por declamatorios preámbulos, redimiendo a los indígenas del pago de la mita y
del tributo, emancipando los esclavos, prohibiendo el juego de envite, de gallos y de
carnaval, fundando la Biblioteca Nacional de Lima,
reformando las cárceles, inaugurando establecimientos de enseñanza mutua, reglamentando
la administración de justicia, fundando la primera Escuela normal de preceptores de
América, editando las bases de un Banco Nacional. Pero, al mismo tiempo, procedió a la
expulsión de los españoles de Lima y al secuestro de sus bienes, al fusilamiento de
algunos patriotas exaltados, al destierro de otros. Además, su vanidad y su sensualidad
de mulato estudiadas clínicamente por Ramos Mejía en su libro Neurosis de los hombres
célebres contribuían a hacerle odioso. Ello, unido al descontento contra San Martín
y su administración y unido también a cierto nacionalismo incipiente que veía con
disgusto muchos de los principales puestos del país en manos de extranjeros, sirvió de
combustible para que Riva-Agüero, presidente (prefecto) del departamento que habíase
convertido en enemigo personal de Monteagudo a quien acusó más tarde de haberlo querido
asesinar por medio de una carta envenenada que lo dejó privado por largas horas y de
haberlo querido expatriar, provocara el motín del 25 de julio de 1822. Este motín se
realizó ocho días después de que San Martín había dejado Lima para ir a Guayaquil a
entrevistarse con Bolívar. Ante la noticia de que iban a realizarse nuevos destierros con
el objeto de que Monteagudo cómodamente pudiera imponer a los que debían formar el
Congreso, se aglomeró el populacho, se redactó un acta pidiendo la deposición del
ministro; Torre Tagle, delegado de San Martín, accedió, y ante una nueva reunión de
cabildo abierto pidió la expatriación. Ella se produjo el 30 de julio habiendo hecho el
gobierno embarcar a Monteagudo clandestinamente con rumbo a Guayaquil. Riva-Agüero, que
ya había dado nuevas muestras de su popularidad y de su dinamismo en septiembre de 1821
encabezando los preparativos populares en contra de la inminente invasión española al
mando de Canterac, fue el corifeo principal de este movimiento y publicó a raíz de él
un folleto titulado Lima justificada.22 Así, pues, parte principal de
la nobleza limeña y los españoles peruanos que habían sido víctimas de aquel mulato
tempestuoso, se alejaron de él y lo echaron abajo; pero perdiendo con ello un defensor
valioso contra la ideología avancista. Los liberales, por supuesto, coadyuvaron
decididamente a su caída. En realidad, según dice el escritor liberal Távara en su
"Historia de los partidos", la deposición de Monteagudo implica la primera
victoria de dicho grupo.
Esta jornada demagógica es la primera en la que actúa la multitud en la capital; ella en
análogas turbulencias moverá más tarde apenas su cuerpo de gigante y su cabeza de niño
para combatir contra el despotismo militar el 28 de enero de 1834, para hacer arrojar la
banda presidencial por el balcón a don Justo Figuerola en 1843, para bailar iracunda
alrededor de los cadáveres de los Gutiérrez e izarlos luego en las torres de la Catedral
en 1872, despertando así en forma epiléptica que contrastará con su inacción habitual.
Pero con la deposición de Monteagudo los republicanos, que se sumaron a los ajetreos de
Riva-Agüero y de su corifeo Tramarria que parece hermano de algunos de los grandes
agitadores arequipeños. Domingo Gamio o Diego Masías no terminaron la escaramuza con los
monarquistas que ya habíase iniciado oratoriamente en la Sociedad Patriótica. Después
del breve periodo oratorio y de aquel instante tumultuario, el debate entre monarquistas y
republicanos tuvo una forma periodística, pues con la deposición de Monteagudo la
imprenta pudo tener libertad.
11. El momento periodístico de la ofensiva de los republicanos
El órgano más importante de los republicanos fue el pequeño periódico La Abeja
Republicana en cuya redacción intervinieron Mariátegui y Sánchez Carrión y cuyo
significado cívico sólo se ha de repetir en 1859 en el Constitucional cuando dos
generaciones liberales opusieron la vana fuerza de las ideas frente a los desmanes de
Castilla. El prospecto ya aludía al despotismo de Monteagudo explícitamente y también
en forma tácita incluyendo unas estrofas de Quintana que invitaban a jurar que la muerte
era preferible a cualquier tirano; las suscripciones para este periódico se recibían en
casa de don Mariano Tramarria. En el primer número, aparecido el 5 de agosto de 1822, se
insertaban unas observaciones a la opinión expresada por Moreno en la Sociedad
Patriótica por alguien que no era miembro de la Sociedad "ni político", pero a
"quien las desgracias de la Humanidad conmueven". No es el trabajo de La Torre,
que, según Mariátegui, no se publicó. Está escrita en estilo fervoroso y elocuente: a
la tesis de que el régimen democrático depende de la civilización responde con la tesis
roussoniana del amor innato de la libertad en el hombre primitivo y añadiendo que
"bárbara era la Suiza cuando la ennobleció Tell, ignorante la Suecia cuando la
inmortalizó Gustavo y la Patria de Locke estaba cubierta de las tinieblas de la
feudalidad y el fanatismo cuando la Gran Carta asombró al mundo". Al argumento
basado en la extensión, respondía: "No se necesita ya para que un pueblo sea libre
que corran los ciudadanos a la plaza pública o al campo de Marte a decidir su suerte; no
es ya tiempo de que Graco muera en presencia del mismo pueblo que justa pero
imprudentemente quiso proteger". Exalta, enseguida, las excelencias del sistema
representativo: "el desventurado que habita en las cavernas de los Andes y el que
trabaja en las playas que besa el Pacífico encontrarán pues su apoyo y su consuelo en
estos apoderados de la Humanidad". Y frente a todas las razones yergue, sobre todo,
su amor a la libertad: "tienen las sociedades como los hombres sus enfermedades: el
despotismo es la peor".
La Abeja Republicana ocupaba sus minúsculas páginas con largas disertaciones de
filosofía política que a veces llenaban dos números o más; pero algunas veces
incluía, así mismo, alguna denuncia porque Monteagudo negoció con una recua de mulas,
algún epitafio en verso al mismo ex ministro, algunas estrofas exaltando las virtudes
cívicas y, muy rara vez algún remitido. El documento más relevante allí inserto es,
sin duda, la carta del Solitario de Sayán al editor de El Correo Mercantil y Político
de Lima fechada el 1º de marzo de 1822, publicada en este periódico en su número 17 y
en La Abeja... en su número 4. Una segunda carta fechada el 17 de agosto y
publicada en El Correo Mercantil..., N.º 64, de 6 de septiembre de 1822, resumió
sus ideas políticas y propició la fórmula federalista. Por su dialéctica, por su
significación como gesto simbólico, por la personalidad de su autor, estas cartas
señalan la iniciación del Derecho Político Peruano; y es curioso constatar que
mientras, por lo general, los escritos a favor de la República tienden a enlazarse con la
filosofía y con el derecho, los escritos a favor de la Monarquía, entre nosotros,
tienden a basarse en consideraciones sociológicas; así, la memoria de Monteagudo desde
Quito en ese año podría ser antecedente de los estudios de sociología nacional. Así
mismo, puédese constatar otra conclusión: en la época de la primera República lo que
se escribía sobre política tiene más valor inclusive formal que el valor atribuible,
por lo general, a lo estrictamente literario. No es en las huecas estrofas del himno
nacional, ni en las odas circunstanciales cuyo osario es la Lira patriótica de
Corpancho, donde la emoción de la patria libre vibra con más intensidad; sino en las
cartas del "Solitario de Sayán", en las páginas amarillentas de La Abeja
Republicana, transfiguradas aún por el jadear de las pasiones y el fulgor de las
ideas de los hombres que forjaron la República.
Sánchez Carrión examina en su primera carta los inconvenientes de la monarquía desde el
punto de vista del espíritu mismo de dicho régimen: "No se puede imaginar la sangre
derramada a las márgenes del Támesis por defender la magna carta contra los ataques de
los Enriques y Guillermos; horrorizan las atrocidades que produjo el tenaz empeño de
restablecer a los Stuardos; se inflama el espíritu en furor al ver la desventura de los
comuneros castellanos que no han podido repararse de la jornada de Villalar; y la
generación presente aún no aparta su admiración de la sangrienta escena de la Francia.
Desengañémonos, nada escarmienta a los reyes, ni nada será capaz de persuadirles que
son hombres como los demás".
Impregnado de una ideología generosa afirma que el gobierno del Perú debe ser la misma
cosa que la sociedad peruana. Rinde tributo a los postulados de la época afirmando que la
constitución debe atender a la conservación de los derechos imprescriptibles e
irrenunciables cuales son la libertad, la seguridad y propiedad para que no sean
defraudados. Pero su optimismo está en sus ideales, no está en las realidades. Por lo
mismo que no tiene un concepto óptimo sobre lo que es el Perú, ataca la monarquía.
"Conocida es la blandura del carácter peruano... debilitada nuestra fuerza y
avezados al sistema colonial ¿qué seríamos? Yo lo diré: seríamos excelentes vasallos
y nunca ciudadanos; tendríamos aspiraciones serviles y nuestro mayor placer consistiría
en que S. M. extendiese su real mano..." "Un trono en el Perú sería acaso más
despótico que en Asia". Tiene párrafos en que tras de la página impresa se oye
rugir la voz del tribuno: "Las sencillas palomas nunca se avienen con los milanos,
huyen cuanto pueden de sus asechanzas; pero nosotros nos disputamos la gloria de rellenar
con nuestra sangre un estómago... Admírase a Esaú vendiendo su primogenitura por un
plato de lentejas y no se extraña ver a la imagen de Dios dando gracias por la
servidumbre que sobre su frente ha marcado un cetro"... "Parece que es nuestra
herencia la bajeza"... Del gobierno monárquico dice una vez más: "Un gobierno
en donde el medio de adular es el exclusivo medio de conseguir"...
"Al declararse independiente el Perú, lo que quiso y lo que quiere es: que esa
pequeña población se centuplique; que esas costumbres se descolonicen; que esa
ilustración toque su máximum". "Si se ha resuelto el problema a su favor (de
la monarquía), se ha resuelto la continuación de nuestros males".
Otras consideraciones sobre la extensión de la población, las costumbres y la
civilización a favor de la República llenan esta carta que concluye señalando el
ejemplo yanqui que también ha de invocar luego Sánchez Carrión cuando en su segunda
carta y desde la tribuna del Congreso Constituyente propicie el sistema federal.23
No debe omitirse al lado de La Abeja Republicana otros nombres de periódicos
republicanos que coincidieron en su campaña; así por ejemplo, El Cometa,24
que recordó entre otras cosas que la fórmula de Montesquieu repetida por Moreno había
sido refutada por Mably y Filanjieri, que Montesquieu no había conocido las modernas
democracias representativas de las que Estados Unidos era un ejemplo, que la caída de la
democracia romana tuvo causas complejas, diferenciando así mismo la anarquía de la
república.
El Republicano apenas llegó a publicar el prospecto y el N.º 1 de 8 de agosto de
1822. Más duró El Tribuno de la República Peruana redactado por Sánchez
Carrión y que apareció en noviembre y diciembre de 1822; este periódico, de una etapa
posterior correspondiente a la obra del Congreso.
Pero si los republicanos pusieron fervor en la controversia, los monárquicos asumieron
actitudes más flexibles. Un escrito fue repartido afirmando que Moreno había defendido
la monarquía por la sencilla razón de que Unanue lo había propuesto para que arguyera y
que había adoptado esa tesis por razones dialécticas; habiéndose explicado en una de
las sesiones que en el mes de abril celebró la Sociedad Patriótica en presencia del
Protector en el sentido de que sus palabras eran sinceras en cuanto querían un gobierno
fuerte que podía encarnarse en el ejecutivo emanado de la soberanía popular. Un remitido
regocijado publicado en La Abeja Republicana expresó dudas sobre el mea culpa
del sacerdote que, según dícese, recibió una prebenda de Monteagudo por su primer
alegato.25
Periódicos hubo como La Cotorra que al mismo tiempo que reconocían que las leyes
españolas habían sido buenas pero inaplicadas, se pronunciaban a favor de la
"representación, sublime y majestuosa" de la monarquía pero propiciándola en
su forma electiva y no hereditaria, agregando que el verdadero monarca sería el pueblo.26
Práctica fue la actitud de don Guillermo del Río que empezó a editar en 1821 el
periódico Los Andes Libres, publicando en su número 9 el "Cuadro político
de la Revolución" tomado de El Censor de la Revolución, el periódico de
Monteagudo en Chile, en contra del liberalismo y también en contra de los españoles.
Más tarde Los Andes Libres se transformaron en El Correo Mercantil, Político y
Literario que tuvo un carácter predominantemente informativo, análogo al que más
tarde tendría El Comercio, aunque dio cabida a varios remitidos sobre la forma de
gobierno. En el prospecto del tomo II de El Correo Mercantil... decíase que
"se había calado ya la gorra republicana".
Monteagudo fue fiel a sus ideas, pues en el destierro, en Quito, publicó su Memoria
uno de los documentos de este debate.27 Esta Memoria resume y defiende
los principios que siguió durante su administración: la persecución a los españoles,
la restricción de las ideas democráticas, el fomento de la instrucción pública, la
obra de preparar la opinión del Perú para recibir el gobierno constitucional haciendo a
propósito de este último punto un ataque al federalismo. En lo que se refiere a sus
ideas políticas, dice que cuando llegó al Perú, ellas estaban maduras; ya el atraso en
la carrera de la Independencia, el furor democrático y federalista le habían hecho sanar
de la fiebre mental que había padecido en su juventud, cuando creía que aún el pacto
social de Rousseau era favorable al despotismo. Confiesa que restringió las ideas
democráticas porque la moral del pueblo, el estado de su civilización, la proporción en
que está distribuida la masa de la riqueza y las mutuas relaciones entre las varias
clases sociales no la favorecen en el Perú. Su punto de vista, pues, no es teorético
sino pragmático. Es por eso que dice: "Las autoridades y los ejemplos persuaden poco
cuando las ilusiones del momento son las que dan la ley. Solo un raciocinio práctico
puede entonces suspender el encanto de las bellezas ideales y hacer soportable el aspecto
de la verdad". La moral del pueblo, en efecto, no era sino el producto de una larga
esclavitud. El estado de la civilización tenía su índice en la ignorancia de la masa y
en la escasez y aun en las limitaciones de la minoría ilustrada. En una democracia todo
ciudadano es un funcionario latente; y ello requiere conocimientos indispensables.
"El estudio de la Política y de la Legislación ha sido, decía Monteagudo para
relievar la paradoja que la realidad ofrecía a este respecto hasta aquí tan
peligroso como inútil; la ciencia económica estaba en diametral oposición con las leyes
coloniales; la diplomacia no tenía objeto". La proporción en la distribución de
la riqueza no tenía menor importancia porque
"cuando la generalidad de los habitantes de un país puede vivir independientemente
con el producto que le rinde el capital, hacienda o industria que posee, cada individuo
goza de más libertad en sus acciones y está menos expuesto a renunciar sus derechos por
temor o venderlos a vil precio". Pero en el Perú, agregaba, los bienes y raíces y
los capitales están en escasas manos, la industria es incipiente: la independencia
individual no está asegurada. Por último, las mutuas relaciones entre las clases
sociales contradecían al máximum las ideas democráticas: la diversidad de condiciones y
multitud de castas, la fuerte aversión de unas para con otras, su carácter opuesto, la
diferencia en las ideas, en los usos, en las costumbres, en las necesidades y en los
medios de satisfacerlas amenazarían la existencia social si un gobierno sabio y vigoroso
no previene su influjo, sobre todo en una época de relajación de los vínculos
tradicionales. Monteagudo concluye este notable documento, con una afirmación
jactanciosa. Se declara orgulloso porque es atacado, es decir, no olvidado y dice que va a
servir a su país, que es toda América, en lo sucesivo pues no saldrá de este mundo
después de haber vivido en él inútilmente. Pero, a pesar del relieve que más tarde
volvería a adquirir al lado de Bolívar, había llegado el ocaso de este hombre
interesantísimo en quien se unían, al decir de Bulnes, los resplandores del genio y las
obscuridades del crimen. Hombre de visión y de ambición, cruel y retórico, pese a sus
belfos sin elegancia, a su lacia cabeza y a su acanelado estigma de mulato, parece un
rezagado de la raza tumultuosa que hizo deliciosa y detestable a la vida en los días
místicos y cínicos del Renacimiento.
______________________________________________
1 Estado social del Perú bajo la
dominación española; por Javier Prado y Ugarteche, Lima, 1894, pp. 111-116. Carlos
Wiesse, Historia Crítica del Perú, época colonial; volumen difícil de conseguir que es
una admirable síntesis de la época colonial en todos sus aspectos. Pablo Patrón,
"Comentarios al discurso del Dr. Prado y Ugarteche" y "Lima antigua",
artículo publicado en El Ateneo de Lima.
2 La Decadencia de Occidente, tomo iv, pp. 110-118.
3 Carlos A. Villanueva, Bolívar y el general San Martín. Ver también
Fernando vii y los nuevos Estados y El Imperio de los Andes.
4 Mitre, Historia de Belgrano, tomo i, pp. 235-238.
5 José de la Riva-Agüero, El Perú Histórico y Artístico.
6 J.A. de Lavalle, "Abascal", en La Revista de Lima de 1861 y,
corregido, en El Ateneo de Lima. Mendiburu dice en su Diccionario (Tomo i) que cuando todo
estaba dispuesto para la jura de Fernando vii en Lima llegaron cédulas de Carlos iv para
que se reconociese por regente del Reino al príncipe Murat, así como la renuncia de
Fernando pero que Abascal no las tomó en cuenta. Dice, así mismo, que al mes de
proclamado Fernando llegaron cartas de Carlota y luego una fragata inglesa con la noticia
de que luego vendría el infante Pedro a gobernar el Perú en nombre de Fernando vii.
También considera indudable que el rey José Bonaparte inició relaciones con el virrey a
través de su agente en Buenos Aires, conde de Sassenag.
7 José de la Riva-Agüero, "Don José Baquíjano y Carrillo", en El
Ateneo, tomos vii y viii.
8 El Satélite del Peruano, en el tomo 3-0097 de los periódicos de la Bib.
Nac. Para este resumen se ha tenido en cuenta, además, el libro de Vicuña Mackenna La
Revolución de la Independencia del Perú, sobre todo, pp. 109 y 110 en la edición de
1924; y la biografía de Mendiburu.
9 Correspondencia de San Martín, tomo vii, p. 27.
10 Correspondencia de San Martín, tomo vii, p. 190.
11 Memoria dirigida desde Amberes al Congreso del Perú por don José de la
Riva-Agüero ex presidente de aquella República. Santiago de Chile, imp. de N. Ambrosi y
Cía, 1828, pp. 50 y 51. Los intermediarios con San Martín fueron don Francisco Caldera,
don Joaquín Echevarría y Larraín y don Antonio Álvarez Jonte. Una comunicación de
éste dirigida al Pbro. Cayetano Requena, también en conexión con Riva-Agüero fue
interceptada por el virrey.
12 Memoria citada, pp. 53 y 54. Pruvonena, ii, pp. 86 a 45.
13 Esto está en todos los libros sobre la época, pero el presente libro de
síntesis y de divulgación no puede dejar de incluir una serie de hechos conocidos. Se ha
seguido aquí, sobre todo, las Memorias de Camba, tomo i, pp. 319-421.
14 El conde de Torata niega la versión de Bulnes sobre que este movimiento fue
hecho por los liberales y constitucionalistas (Historia de la guerra separatista del
Perú, tomo iii, p. 387).
15 Libro del conde de Torata, citado. Tomo iii, pp. 336 y 337.
16 "Títulos de Castilla y mayorazgos del Perú después de 1821" por
Enrique Torres Saldamando en Revista Peruana, 1879, tomo ii.
17 El acta del Consejo de Estado autorizando la misión fue conocida por el
Congreso Constituyente y está publicada, entre otros, por Paz Soldán en su Historia del
Perú Independiente y por Vicuña Mackenna en su Ostracismo del general OHiggins. De
las Anotaciones de Mariátegui hay una edición hecha en 1925 por la Edit. Garcilaso (pp.
108-111). La "Historia de los partidos" de Távara está en El Comercio de
julio, agosto y septiembre de 1882.
18 En Ostracismo del general OHiggins.
19 Las Actas de la Sociedad Patriótica en Documentos Históricos de Odriozola,
último tomo.
20 El Sol del Perú se publicó en imp. del Estado del 14 de marzo al 27 de
junio de 1822. En los dos primeros números, su material fue inofensivo: una disertación
sobre las ruinas de Pachacamac por Félix Devoti, otra sobre las jugadas de toros por
José Gregorio Paredes son lo más importante de ellas. Además del discurso de Moreno y
de Pérez de Tudela publicó el comienzo de la opinión de José Cavero a favor de la
monarquía, las actas de la Sociedad, dos disertaciones sobre las causas del retardo de la
independencia por José Morales y Miguel Tafúr, otra del vizconde de San Donás sobre el
orden público y otra sobre la idea de patria por Paredes. No se confunda este periódico
con El Sol del Perú (No hay tinieblas a la presencia del astro) aparecido el 16 y el 30
de enero de 1823 en la imprenta de J. Antonio López con un material insípido y de
análogas tendencias a su homónimo según lo revelan sus críticas a la Abeja Republicana
a la que llama "homicida, patricida y suicida".
21 Mariano José de Arce, por Raúl Porras Barrenechea, 1927.
22 "Lima justificada en el suceso del 25 de Julio. Impreso de orden de la
Ilustrísima Municipalidad". En Memorias y documentos de Pruvonena, tomo ii, p. 19.
23 La Abeja Republicana alcanzó hasta el número 36 de 5 de diciembre de 1822
en su primer tomo. El último tomo es el iii y el último, el 7 de junio de 1823.
24 N.º 1 el 17 de agosto de 1822. Hasta el N.º 4, el 21 de septiembre de
1822.
25 «Explicación del objeto que se propuso el señor Moreno en el discurso que
dijo en la Sociedad Patriótica el 1° de Marzo y de los sentimientos que lo animan», por
«Un amigo de los hombres de bien».
26 Véase el N.º 7 y el 8 de 18 y 21 de agosto de 1822. Algunos artículos
estaban firmados con las iniciales E. D.
27 "Memoria sobre los principios políticos que seguí en la
administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación". Apéndice
en la Vida y escritos de B. Monteagudo por J. B. Muñoz Cabrera, Valparaíso, 1869.
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