Me encontré por primera vez con Wilfredo en los claustros de la Universidad de Trujillo, en una calurosa y dulce tarde de verano, allá por los años de 1945. Una pléyade de mucha-chos, que generalmente no hacía mucho dejábamos la adoles-cencia, nos preparábamos para el examen de ingreso a la Uni-versidad. Nos conocíamos poco unos a los otros, procedíamos de diversos lugares, especialmente del Norte y Oriente, algu-nos de la Capital como él y yo. El destino quiso ponernos en contacto y que naciera una sincera amistad. Fueron dos años de premédicas llenos de compañeris-mo, propios de una linda vida estudiantil, nuestro quehacer en-tre el estudio, ilusiones, proyectos y amoríos se enmarcaban dentro de una sana y hasta ingenua bohemia estudiantil. El bar Trocadero, el pequeño restaurant El Lorito; cerca del parque El Recreo, y las cebicherías del balneario Buenos Aires, conocie-ron de nuestras alegrías, de nuestros esmirriados bolsillos de estudiante y de rebeldías de juventud. Gozamos inmensamente de una ciudad acogedora, distante aún de la superpoblación agobiante y llena del encanto que le proporcionaba una nume-rosa juventud universitaria. Pero teníamos que trasladarnos a la capital, ya que en ese entonces sólo existía nuestra gloriosa fa-cultad de San Fernando y nos aglutinamos con los que habían estudiado en San Marcos y en San Agustín de Arequipa; nuevas caras, nuevas actitudes y nuevos amigos y colegas y en medio de todos Wilfredo derramando su simpatía. En San Fernando durante siete años tuvimos grandes y peque-ñas vivencias transitando como parte de nuestra vida por sus claustros, pasadizos y salas de los hospitales 2 de Mayo, Loayza, Santo Toribio y Larco Herrera. Como no recordar nuestra existencia por esos clásicos luga-res, cuantas anécdotas que contar en medio de nuestra amis-tad creciente. Al terminar nuestros estudios San Fernandinos queríamos es-pecializarnos y pasamos por lo que se llamaba "Asistentes libres" y no pocas veces por el yanaconaje médico. El ingresó a la Marina de Guerra y yo al Ejército como miem-bros asimilados, ambos adquirimos una experiencia en estos menesteres castrenses. Esta etapa no duró mucho y cada uno levantó vuelo para perfeccionarse, transcurriendo cuatro años sin vernos pero recordándonos mutuamente. El continuó su carrera como Cirujano en el Hospital 2 de Mayo y yo, en el entonces Hospital del Empleado del IPSS. Nuevamente las circunstancias, yo diría el destino, hicieron que compartiése-mos el consultorio de Guzmán Blanco por más de 30 años y nuestra amistad cuajó y se hizo más sólida. Rememorábamos nuestras épocas juveniles y compartíamos sinceramente nuestras esperanzas, angustias e ilusiones de médicos ya veteranos. El Café Monarca, que quedaba debajo de nuestro consultorio, nos brinda-ba el indispensable café antes de brindar nuestra consulta, el ciga-rrillo fue su placer y vaya que lo disfrutaba, por algo lo llamába-mos cariñosamente en la promoción "Mama Cachimba". Lo recuerdo vívidamente como el amable y sapiente cirujano, curando heridas con mandil largo, a veces en mangas de cami-sa, sólo agarrando pinzas y tijeras, con una limpieza y elegan-cia propios del artífice. Su mejor anestésico era su compren-sión y bondad; a veces me decía: "Tu introduces tus tubos sin que lo sientan tus pacientes y yo debrído heridas sin causar mayor dolor", el me hacía observar las limpias laceraciones y yo los vericuelos del estómago. Era un artífice de la proctología, fue el clásico médico hipocrático que no conocía muy bien las tarifas y tarifarios, renuente a aceptar "El costo benéfico" y el consultorio era sólo comple-mento de su vida "dosdemaina", Hospital donde ejerció su es-pecialidad y donde brindó sus conocimientos en la cátedra. Fue maestro más que profesor y los vimos en muchos momen-tos con la alegría del docente conductor, con la frase precisa para el alumno de pregrado y con la oración documentada para el residente. Como todo profesor fue apasionado y vehe-mente y sumamente responsable como docente y encargado de la cátedra y del postgrado, entregó muchas tempranas y frías horas matinales y muchos momentos del mediodía para dedicarse a su Servicio, a sus pacientes, a sus discípulos y a sus alumnos, y por eso fue emocionante que a su cuerpo inerte y antes de ser sepultado como justo homenaje, tocará algunos pasillos del Dos de Mayo. Su vida profesional fue profusa y llena de logros, excelente cirujano, proctólogo por formación con gran bagaje como clínico quirúrgico; fue cirujano, con "mucho ángel", Catedrático Principal de clínica quirúrgica, Doctor en Medicina, Presidente de la Sociedad de Proctología, Miembro Correspondiente y de Honor de muchas sociedades, entre ellas de la Academia de Cirugía y de nuestra Sociedad de Gastroenterología del Perú, recibió muchos títulos honoríficos y distinciones extranjeras. Viajó por muchas latitudes y en muchos de estos lugares teníamos nuestros encuentros de so-laz y recordatorio. Se relacionó científica y amicalmente con nuestra Sociedad y se granjeó el respeto y cariño de sus miembros, ocupando cargos desde donde impartió los consejos que solo da la expe-riencia y el conocimiento institucional. Nació en un mes de Octubre por el año 1926, mes del jacarandá, ese árbol de hojas modificadas de color morado, color de nues-tra profesión en Moyobamba ciudad a la vez selvática y serrana, de cerros, bosques, ríos y cataratas cantarinas. Ciudad señera de donde partieron los que no tuvieron miedo a la selva baja. Estas características telúricas imprimieron a su carácter la dulzu-ra y la energía en sus acciones y los verdes páramos, los cielos azules, las inmaculadas nubes, la lluvia, la espuma de los arroyuelos, el resplandor de las hermosas tejas y los hermosos celajes motivaron que viviera intensamente dentro de los con-trastes de la existencia. Salió a la costa y estudió en el Colegio San Agustín y también se impregnó de la injundía y alegría cos-teña, gran bailarín y locuaz discurseador, no perdía la ocasión cuando estaba "chispeado" de cantar sus tangos y boleros, que los remataba con quimbosos pases. Fue un buen sibarita y le gustó compartir sus gustos con sus amigos, dentro de esta vida conoció a Giorgiona y con ella y su hija formaron un hogar digno, austero y sin los aspavientos de los improvisados, con ella y con Sarita compartimos reuniones y encuentros en el ex-tranjero donde nuestra amistad se hacía cada vez más duradera. Querido Wilfredo te recordaremos profundamente, como fuis-te, ni más ni menos. Dr. HERNÁN ESPEJO |