Anales de la Facultad de Medicina
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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ISSN 1025 - 5583
Vol. 57, Nº4 - 1996

HOSPITAL MATERNO INFANTIL SAN BARTOLOMÉ
-CRÓNICA DE SUS INICIOS  -

ZOILA BONILLA, LUIS DEZA2.
1 Hospital Materno Infantil San Bartolomé.2 Hospital Guillermo Almenara

    Para dar no es necesario ser rico basta con ser bueno
Pedro Poveda
.


Iniciar la secuencia cronológica de un hospital con la cita del padre Pedro Poveda es apropiada cuando la referencia es sobre el Hospital San Bartolomé, ya que su fundador y padre espiritual Fray Bartolomé de Vadillo dio a su obra un impulso imperecedero basado en el más significativo acto de amor humano, esto es, ayudar a los necesitados.


Una Institución requerida

Pocos años después de la conquista del territorio incaico, la Corona española expidió órdenes para asegurar o restituir, según el caso, la salud de los pobladores del inmenso territorio incorporado al Gobierno ibérico. Como consecuencia, en la cuarta década del siglo XVII funcionaban en Lima siete hospitales: el de San Andrés, para la atención de la gente de «raza española» de acuerdo al decir de la época; el de Santa Ana dedicado a los indios enfermos; el de La Caridad que atendía a españolas enfermas; el de San Lázaro para tratamiento de leprosos, no esclavos; el de San Pedro o San Felipe Neri para sacerdotes; el del Espíritu Santo ubicado en Bellavista para servir a la «gente de mar» en general y el hospital de Nuestra Señora del Carmen, acondicionado para enfermos convalecientes. Las fuentes documentales señalan que entonces el numero de camas hospitalarias disponibles para la población de Lima, era más que suficiente (1). Esto es valido, ciertamente, ignorando la presencia y las necesidades de los negros en su mayoría esclavos, radicados en la ciudad y alrededores, como consecuencia del infame trafico negrero. Según una crónica de comienzos del siglo XVII, Lima tenía 40 mil negros esclavos «entre ellos hay algunos libres, aunque muy pocos. Las negras todas por la mayor parte sirven en la ciudad y muchos negros, y algunos los alquilan y pagan cada día cuatro reales a sus amos. Toda la mayor multitud de estos negros trabajan en el campo» (2).

Cuando tales esclavos dejaban de ser «productivos» por enfermedad o vejez, eran abandonados y casi siempre se les concedía la libertad. Tan peculiar procedimiento muchas veces era motivado por el deseo del amo de liberarse de la obligación adquirida en la compra, la cual estipulaba el compromiso de atender la salud del esclavo.

En tal ambiente aparece el sacerdote Fray Bartolomé de Vadillo, de la Orden de San Agustín. Es seguro que el padre Vadillo a quien sus biógrafos reconocen «el brillo de su inteligencia y la capacidad para la acción» (3) percibió en la enfermedad otro terrible matiz del inhumano trato que recibían los esclavos En alguno de sus recorridos, llevando afecto a los negros enfermos, quienes se hallaban en cierto modo agrupados, al margen del río Rimac, en un arrabal denominado "Barraca o Barranca", el padre contempló un cadáver insepulto que era pasto de los animales que rondaban la zona (4). El impacto de tal visión sumado a la contemplación cotidiana del cruel abandono de quienes habitaban la Barraca, de hecho contribuyó a que el padre Vadillo tomara la determinación de hacer un hospital en donde los esclavos negros libertos, llamados horros, pudieran acogerse en caso de enfermedad.


El Sentimiento se convierte en Hospital

El padre Vadillo no era generador de ideas que pudieran solamente periclitar en buenas intenciones, de modo que rápidamente empezó a solucionar los problemas que interferían con el logro de su plan hospitalario. Puso en tal empeño su alta capacidad intelectual que antes le había valido el nombramiento de Catedrático de Prima en la Universidad de San Marcos cuando apenas tenia 18 años de edad, y desde luego a su inteligente accionar para superar obstáculos, sumó su capacidad de persuasión. Vadillo era conocido en la Universidad con el apelativo de «pico de oro» por la elocuencia de sus palabras y era también reconocido entre los más brillantes predicadores de la iglesia peruana. Muy precózmente, se le unió apoyando el proyecto, el padre Juan Perlín y el padre Francisco Castillo, ambos de la Compañía de Jesús. Dice un relato escrito de esa época (3): «alquilaron un paraje donde se recogiesen y tuviesen abrigo. Y así el celo de estos padres (Vadillo, Perlín y Castillo) fue tal, que recogieron muchas limosnas y con ellas, en el mismo barrio de la Barranca, quizá junto al río Rimac compraron un pequeño solar, una especie de asilo y unas cuantas camas para dar albergue a los infelices negros». Naturalmente tal obra silenciosa, que brotó sin el ruido a veces innecesario y dudosamente justificado de los «Actos Oficiales» en nuestro medio, no ha dejado el recuerdo de la fecha exacta que inició sus primeras atenciones, aunque se sabe que ello ocurrió en el año 1648. Los historiadores de épocas posteriores mencionan que el San Bartolomé fue fundado en el año señalado, recordando simultáneamente que gobernaba el Perú don Pedro de Toledo y Leyva, Márquez de Mancera. Esto es cierto, pero es probable que tal Virrey desconociera la obra iniciada por el padre Vadillo, ya que no la menciona en la detallada memoria que remitió al Rey al termino de su mandato (5).

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Fig N° 1.  patio de Ingreso al Hospital Militar San Bartolomé ( Fotografía tomada alrededor de 1875), con su fuente de bronce al centro.  Hospital  fundado  en 1646, inicialmente para asistir a negros y otro sexo, en tiempo de la República sería destinado axclusivamente para militares enfermos


El Hospital San Bartolomé se consolida

La demanda de pacientes rápidamente sobrepasó a la capacidad de atender en cantidad y calidad suficiente a los enfermos. El padre Vadillo por su lado seguía en su afán indesmayable por hacer más eficiente la obra iniciada en la Barranca. Tuvo que tocar doradas puertas en busca de apoyo económico, hablar con personas políticamente influyentes en el Gobierno Colonial y en fin convencer a todos quienes pudieran aportar algo al desarrollo del hospital para negros.

El fruto de tal acción fue el logro de la suma de 27,000 pesos, con lo cual pudo adquirir un terreno e iniciar la edificación de un nuevo y más amplio local para el hospital en el año 1651. El hospital fue puesto bajo la advocación del apóstol San Bartolomé y fue erigido en el Barrio de Santa Catalina, calle San Bartolomé (novena cuadra del actual Jirón Miró Quesada), en donde funcionó hasta 1988 en que se trasladó a una nueva edificación situada en la avenida Alfonso Ugarte de Lima Cercado.

Para el logro de su propósito el padre Vadillo consiguió el apoyo del Arzobispo don Pedro de Villagómez y de muchos filántropos, debiendo citarse a dos acaudalados vecinos de Lima, Francisco Tijero de la Huerta y Segovia y Juan de Cabrera Benavides, por tal motivo a su fallecimiento ambos fueron sepultados en la Iglesia del Hospital.


Primeras autoridades del San Bartolomé

Asegurada la edificación, el padre Vadillo se dedicó a afianzar el hospital como institución y tomó el camino más conveniente, esto es desligar de su acción personal la posibilidad de supervivencia del San Bartolomé. Para tal fin asumió nuevas y agotadoras gestiones, hasta que finalmente la sociedad colonial, a través de sus organismos establecidos, admitió como propia la responsabilidad de sostener e impulsar la obra ya en marcha. Así, el 7 de enero del año 1656 se convocó al Primer Cabildo para la elección del Mayordomo Mayor del hospital. La reunión fue presidida por el padre Vadillo y se realizó en la capilla del nosocomio. Tras una «Plática espiritual» del director del cónclave, los 24 hermanos presentes eligieron a don Alonso de Herrera como Mayordomo, escogiendo además a 4 Diputados. Los designados tenían el encargo de administrar el hospital y cobrar las rentas de los bienes entregados a la institución. El mantenimiento de los hospitales en esa época estaba garantizado por encomiendas que recibían en donación y asignaciones especiales del Real Tesoro o diezmos. La administración estaba a cargo de hermandades religiosas o de seglares, entre cuyos miembros se elegía un Mayordomo y de 4 a 6 Diputados. Ellos tenían la misión de distribuir racionalmente los gastos, conseguir donaciones en dinero o propiedades y llevar la estadística y contabilidad considerada de importancia (1).

En los años subsiguientes, el hospital fundado por el padre Vadillo, continuó mejorando en infraestructura y desde luego también en la calidad de atención dada a los negros horros de ambos sexos y a mulatos. La edificación se enriqueció cuando el sábado 5 de noviembre de 1661 se colocó la primera piedra de la Iglesia del hospital. La ceremonia fue pomposa, hallándose presente en la misma el «Virrey destos reinos» Diego Benavides y de la Cueva, Conde de Santisteban, además de otras conocidas personalidades, ganados varios años antes a la causa del hospital por el padre Vadillo tales como el Arzobispo de Lima Pedro de Villagómez, sobrino de Santo Toribio, quien asistió «vestido de pontifical» el señor don Juan de Cabrera, «Dean de la Santa Iglesia de Lima» y el Mayordomo en funciones don Francisco Tijero. La noticia del acontecimiento en el Diario de Lima de esa fecha termina destacando que «se hallaron gran concurso de gente» (6).

Es muy posible que el padre Vadillo, no mencionado entre los presentes en el acto, halla estado enfermo, ya que como es sabido murió en 1662 (7).


El San Bartolomé después de Fray Bartolomé Vadillo

Al morir el venerable padre Vadillo, la obra que con tanto ahínco hubo estimulado, había ya germinado en el ánimo de sus contemporáneos, afianzándose su continuidad temporal hasta nuestros días. El 24 de agosto de 1684, día del apóstol San Bartolomé «se descubrió toda la Iglesia del hospital», en presencia del Virrey Duque de la Palata y el Arzobispo don Melchor de Liñan y Cisneros (6). Desafortunadamente el terremoto ocurrido en Lima, en 1687, afectó seriamente la planta física del hospital. Pero, entonces, la institución estaba imbuida de la tenacidad que le impugnó su virtuoso fundador, de manera que poco tiempo después el edificio lucía renovado y mejorado. Se dice que la Iglesia estaba construida «con belleza y ricamente adornada», habiéndose colocado en sus dos columnas principales, el retrato del padre Vadillo y de Francisco Tijero (8). Así fue admirada hasta el 28 de octubre de 1746, en que Lima fue sacudida por otro violento terremoto. Como consecuencia el hospital quedó en ruinas, estando a punto de cerrarse, de no ser por el «libramiento» salvador de 18,000 pesos, autorizado para la reconstrucción por el Virrey Conde Superunda. De esta manera, la noble institución creada por el padre Vadillo pudo retomar su vigoroso funcionamiento. En la Gaceta de Lima del mes de agosto de 1759 (9) se describe la devastadora presencia de una epidemia, al parecer viruela, que asolaba Lima en esos días, como resultado se reportaron 568 muertos. Revisando la relación de tales fallecidos en los diferentes hospitales de la Ciudad, se observa que las mayores cifras corresponden a los hospitales San Andrés, Santa Ana y San Bartolomé. Este dato sumado a las noticias publicadas en el Mercurio Peruano a fines del siglo XVIII (10,11) y particularmente el testimonio que figura en la Guía Política, Eclesiástica y Militar del Virreynato del Perú para los años 1793 y 1794 editado por Hipólito Unanue, indica claramente que los tres hospitales mencionados previamente, eran a la sazón los más importantes por su tamaño, organización y disponibilidad de camas. Lógicamente, el San Bartolomé seguía ocupado por «negros y pardos», tenía 5 salas para hombres con 85 camas en total y 5 salas para mujeres con 76 camas (12). Tal demanda de Servicio en cantidad creciente a través de los años, venía a confirmar el acierto creador del padre Vadillo y lo justificado de su amorosa entrega a la empresa.

Desde la fundación del San Bartolomé hasta cuando se declara en 1821 la independencia del Perú, poniendo fin a la llamada época colonial, el hospital contó con muchos médicos, que seguramente fusionaron sus intereses y logros personales, emocionales y profesionales, con el desafío y pasión hospitalaria de Servicio. Algunos de ellos ganaron además fama y un lugar en la galería de los recordados médicos de nuestra historia. Entre estos destacan los doctores Cosme Bueno, gran maestro universitario e iniciador de la medicina clínica peruana, Francisco Matute, Francisco Vargas Machuca, Juan José de Villarreal y el célebre médico mulato José Pastor Larrinaga


Cambios en el objetivo institucional, bajo el mismo ideal primigenio

La historia del San Bartolomé durante la república en nuestro país, desde 1821 hasta el presente, se caracteriza por haber tenido dos cambios en los fines de la institución. Tales modificaciones han sido el resultado natural del advenimiento de las ideas liberales e igualitarias de la república, las cuales rechazaron la esclavitud dentro de la sociedad humana y asimismo la separación de personas por su aspecto racial Por consiguiente, el mantenimiento de un hospital para negros esclavos tenia que desaparecer por incompatible Pero un hospital, como toda institución, se organiza para cumplir con fines previamente establecidos. Si el hospital depende del gobierno, su destino es determinado por la demanda de salud, en tal o cual sector de la población. Por esta razón al iniciarse la república, casi todas las camas hospitalarias del país fueron ofrecidas prioritariamente a los heridos de las guerras de la independencia. San Bartolomé, en concordancia a tal demanda, pasó a ser hospital militar, recibiendo el encargo especifico para atender a las tropas colombianas que vinieron al Perú con Simón Bolívar. Aunque carecemos de documentos sobre el tema, es muy posible que el personal del hospital San Bartolomé haya seguido atendiendo solícitamente a los colombianos heridos y brindando también facilidades a los cirujanos ingleses, colombianos y españoles pertenecientes a tal ejército (13).

La crónica del hospital San Bartolomé luego del retorno a su país de los colombianos y las vicisitudes de la institución serán motivo de una detallada publicación posterior, ahora solamente señalaremos de modo sucinto que al crearse por disposición del gobierno en 1825, la Junta de Beneficencia que luego fue reemplazada por la sociedad de Beneficencia, todos los hospitales existentes desde la época colonial fueron entregados al cuidado de dicho organismo, quedando descartadas las hermandades y los Mayordomos. No obstante, durante la Gestión de la Beneficencia, el hospital San Bartolomé siguió atendiendo mayormente a militares enfermos debido a un convenio firmado con el Ministerio de Guerra. Pero en 1904 al crearse la Sanidad del Ejercito, el hospital fue entregado en propiedad al Ministerio de Guerra, tomando en consecuencia el nombre de Hospital Militar San Bartolomé. Finalmente en 1961, terminó el periodo militar de San Bartolomé al inaugurarse el Hospital Militar Central en la avenida Brasil. De otro lado, el antiguo edificio de los Barrios Altos fué confiado al Ministerio de Salud, el cual lo destinó para la atención del llamado binomio madre-niño. Esta segunda transformación republicana del objetivo institucional, ha generado la actual denominación de Hospital Materno Infantil San Bartolomé. Con este nombre, la institución se trasladó para continuar sus funciones, a partir de 1988, al cómodo edificio de la octava cuadra de la avenida Alfonso Ugarte. Ese local fue construido en 1939 y fue utilizado por el Instituto de Enfermedades Neoplásicas hasta 1988.

El recuento de la narración cronológica precedente, muestra que el San Bartolomé como institución, gracias al empeño de muchas personas, la mayoría desconocidas y olvidadas por las posteriores generaciones de peruanos, ha superado exitosamente el efecto deletéreo del tiempo sobre la supervivencia de las instituciones y en 1996 se cumplen 350 años de su creación. Su destino como establecimiento de salud ha cambiado en razón de la demanda prioritaria de atención, pero afortunadamente, el ideal de servicio inculcado por su venerable fundador no ha variado. Habiendo desaparecido la inhumana esclavitud y reducido la posibilidad de auxiliar a heridos de guerra, no hay duda que si el padre Vadillo viviera actualmente, escogería a la madre y el niño de nuestro país, para brindarles la misma indesmayable asistencia que otorgó a los más necesitados de su tiempo.

Bibliografía