David Sobrevilla*
NOTAS SOBRE EL ANARQUISMO
DE GONZÁLEZ PRADA
En este texto deseamos determinar algunos
de los rasgos principales del anarquismo de don Manuel González Prada que, como se sabe,
signa el período final de su vida y de su producción (luego de regresar Prada a Lima
desde Europa, el año 1898, hasta el año de su muerte, 1918)1.
Prada, empieza a tratar el tema del anarquismo separando dos
significados negativos de la palabra «anarquía»: el habitual de desorden, estado de
guerra permanente, vuelta a la barbarie primitiva; y el de acto de violencia individual o
colectiva. De estos sentidos hay que distinguir el ideal anárquico que se puede «resumir
en dos líneas: la libertad ilimitada y el mayor bienestar posible del individuo, con la
abolición del Estado y la propiedad individual» (3, 228). Este ideal tiene un supuesto
que quizás sea censurable, escribe el autor: el optimismo y la confianza que el
anarquista pone en la bondad ingénita del ser humano.
El anarquista hace una crítica inflexible de toda autoridad, porque ve
que su ejercicio es perverso: «Nada corrompe ni malea tanto como el ejercicio de la
autoridad, por momentánea y reducida que sea» (3, 251). Y es que la «Autoridad implica
abusar, obediencia denuncia abyección» (3, 228). La forma más usual de presentarse la
autoridad es la del Dios-Estado (2, 247, 347), pero asimismo conocemos otras formas: la de
la Diosa-Iglesia (3, 242, 347). En esta etapa, Prada escribe que “La Anarquía no se
declara religiosa ni irreligiosa. Quiere extirpar de los cerebros la religiosidad
atávica, ese perverso factor regresivo” (3, 242), la del Dios-Humanidad que
predicaba Comte, y hashasta la soberanía del pueblo (el Dios-Pueblo), que según el
autor, es la más absurda de todas (3, 228).
Pero por otro lado, el anarquista combate asimismo la institución de
la propiedad individual, que como ya ha sostenido Proudhon, es un robo (3, 240). Mas ni
siquiera se necesita recurrir a un punto de vista tan extremo, pues hasta enemigos
declarados de la anarquía niegan hoy el derecho tradicional y sagrado del
individuo a la propiedad. La razón es bastante simple: si ha sido toda la humanidad la
que conquistó y urbanizó la tierra, así como acopió los capitales, es a toda ella en
su conjunto a la que le toca recibir la herencia: lo de todos pertenece a todos (3,
240-241). Y así como es ridículo hablar de mi vapor, mi electricidad, mi
Partenón, etcétera, es equivocado que la gente se refiera a su bosque, su hacienda, su
fábrica y su casa. Por ello es menester criticar y dejar de lado este egoísmo extremo.
Mas la anarquía reconoce por cierto los intereses individuales y lo que pretende es sólo
organizar armónicamente la propiedad y la sociedad. Su idea de la propiedad es que es una
mera función social (3, 239-241).
El anarquismo gonzalespradiano hace un distingo igualmente tajante
entre el anarquismo y el socialismo autoritario y «depresor», aunque sostiene que a
veces ambos pueden actuar juntos para imponer ciertas reivindicaciones como la jornada de
ocho horas (3, 288).
Las principales diferencias entre el socialismo y el anarquismo son las
si-guientes: primero, aquél cree que todo se puede cambiar con una gran conmo-ción
súbita e instantánea del orden social –su noción de revolución–, mientras el
anarquismo piensa que el fuerte de la sociedad burguesa sólo se puede rendir poco a poco
y merced a muchos ataques sucesivos (3, 287 y 239). Segundo, el socialismo es tan opresor
y reglamentarista como el Estado, mien-tras el anarquismo rechaza toda reglamentación y
el sometimiento del individuo a las leyes del mayor número (3, 288). Tercero, el
socialismo da una preeminen-cia a lo político, o sea a la captura del poder, en tanto que
para el anarquismo lo importante es el vasto proceso de la emancipación humana, dentro
del cual, más importante es lo social que lo político (3, 243, 280, 288). Cuarto, el
anar-quismo no mira la evolución de la historia como una serie de luchas econó-micas,
como sí hace el socialismo (3: 240). Quinto, el anarquismo es enemigo de la idea de
patria y por ello genuinamente internacionalista, contrario por principio al militarismo,
mientras el socialismo pretende a veces conciliar lo inconciliable: internacionalismo y
nacionalismo (3, 293, 288-289). Y sexto, el socialismo predica una revolución violenta y
mundial que tiene un carácter cuasi-religioso, en tanto que el anarquismo sostiene que el
proceso de la eman-cipación humana no presenta estas características (3, 232-233,
236-238).
Luego de efectuados estos deslindes con el individualismo burgués
–o sea con el Liberalismo– y con el socialismo «depresor» –es decir con
el marxismo– Prada pasa a caracterizar positivamente el anarquismo. Este pretende,
como dijimos, la libertad ilimitada del ser humano –vale decir que el individuo no
esté sometido ni al Estado, ni a la Iglesia, ni a la Humanidad, ni al pueblo– y
quiere su mayor bienestar posible, esto es, la felicidad individual. En efecto, el ser
humano tiene un derecho a ella, que no está grabado ni en las biblias, ni en los
códigos, pero sí en el corazón de los hombres (3, 242).
La instancia decisiva en el anarquismo es el individuo, que niega
leyes, religiones y nacionalidades (3, 228). Hasta ahora el individuo no se ha hecho
dueño absoluto de su persona por el exceso de gobiernos, leyes y religiones (3, 244),
pero es preciso que llegue a apropiarse de su yo –sostiene Prada haciéndose eco de
Max Stirner–, pues no somos de hombre ni de colectividad alguna sino sólo de
nosotros mismos (3, 349). Y yendo más allá, señala que podemos vivir egoístamente
idolatrándonos y haciendo de nuestro yo el centro del Universo, o altruístamente
sacrificándonos por los seres que amamos y a quienes nos damos por voluntad propia. El
anarquismo opta por la segunda posibilidad: por el auxilio mutuo, y en este sentido
ensancha la idea cristiana y el darwinismo bien entendido –en lo que hay un eco ahora
del último Kropotkin– (3, 228-229). Pero dando otro paso más allá de Kropotkin y
aproximándose otra vez a Proudhon, sostiene Prada que la protección recíproca no
constituye una ley universal o cósmica, sino un acto de justicia exclusivo del hombre, o
mejor dicho, de algunos hombres (3, 350): de los anarquistas.
Por lo que se acaba de decir, el anarquismo no ve en la evolución y
revo-lución dos cosas diametralmente opuestas, sino más bien una línea trazada en la
misma dirección y que a veces es recta y otras curva. De hecho, desde la Reforma, el
mundo civilizado vive en un estado de revolución latente: de la filosofía contra el
dogma, del individuo contra el Estado, del obrero contra el capital, de la mujer contra la
tiranía del hombre, de uno y otro sexo contra la esclavitud del amor y la cárcel del
matrimonio (3, 304-5). En los países atrasados como en los sudamericanos la revolución
anarquista se presenta con un triple carácter: religiosa, política y social (3, 240). De
ella, la más importante es –en la perspectiva del anarquismo gonzalezpradiano bajo
la influencia a este respecto de Proudhon– la tercera, como ya dijimos.
El absurdo y trágico dualismo entre el hombre teórico y el práctico,
da lugar al antagonismo entre el intelectual y el obrero, pero ambos en lugar de marchar
separados y considerarse enemigos deberían caminar insepa-rablemente unidos, pues ambos
son trabajadores: intelectual el uno y manual el otro (3, 51 ss., 236; 1, 357). No
obstante, esta separación obliga a una división de la labor revolucionaria: el
intelectual encuentra las ideas que luego realiza el obrero, por lo que la revolución en
las ideas debe preceder a la revolución en los hechos (3, 236). Que esto sea así, no
significa que el intelectual deba erigirse en tutor o lazarillo del obrero (3, 53), que se
imagine que el mundo debe marchar por donde quiera y hasta donde ordene (3, 54). De hecho,
si las revoluciones vienen de arriba provocadas por las ideas que descubren los
intelectuales, se operan desde abajo por los oprimidos quienes luego de recibir un
empujón inicial siguen su propio curso marchando más allá de donde pensaron y quisieron
sus impulsores. «De ahí un fenómeno muy general en la Historia: los hombres que al
iniciarse una revolución parecen audaces y avanzados, pecan de tímidos y retrógrados en
el fragor de la lucha o en las horas del triunfo» (3, 54-55). Es que los intelectuales
son pronto desbordados por las masas. Luego, al ponerse en acción la Humanidad comienza
por degollar a sus conductores.
Premonitoriamente, en relación a lo que habría de acontecer en la
Revolución Rusa, escribía Prada en 1905:
Toda revolución arribada
tiende a convertirse en gobierno de fuerza, todo revolucionario triunfante degenera en
conservador. ¿Qué idea no se degrada en la aplicación? ¿Qué reformador no se
desprestigia en el poder? Los hombres (señaladamente los políticos) no dan lo que
prometen, ni la realidad de las luchas corresponde a la ilusión de los desheredados. El
descrédito de una revolución empieza el mismo día de su triunfo; y los deshonradores
son sus propios caudillos (3, 55). |
Prada estaba de
acuerdo con Spencer en que, «a la gran superstición política de ayer: el derecho divino
de los reyes, ha sucedido la gran superstición política de hoy: el derecho divino de los
parlamentos» (3, 244); pero sostenía que ya en su época el parlamentarismo había
entrado en descrédito.
Como ya dijimos, don Manuel creía con Karl Liebknecht que el mundo de
hoy sólo conoce dos patrias: la de los explotadores y la de los explotados. Y sin
embargo, quienes detentan el poder y temen alguna convulsión política o social, suscitan
discordias internacionales e invocan el amor a la patria, entendido ahora como el
amor al terruño o a sus tradiciones. Otro pretexto del que se valen para alejar los
reclamos de los oprimidos es el respeto al orden público.
Pero los glorificadores de las fuerzas militares y policiales, no
merecen que se les crea, y hay que desterrar la guerra como un acto de barbarie
prehistórica y las medidas de represión policiales contra los trabajadores (3, 261-65 y
257-260). Y a fin de que éstos puedan hacer valer sus derechos, sus huelgas deben ser en
opinión de González Prada generales y armadas (3, 291).
Prada denuncia que la sociedad capitalista –tanto en lo que
respecta al orden público como al social– es un hecho basado en la fuerza,
por lo que encontraba que se le podía oponer otro hecho, su derrumbamiento,
también por la fuerza. En dicha sociedad hay una agresión latente de los poseedores
contra los desposeídos, y como la Humanidad raramente sacrifica el interés a la
convicción, el uso de la fuerza está justificado. Este razonamiento sirve de excusa a la
acción individual: el hecho violento contra los tiranos, los monopolios o los negociantes
inescrupulosos, está perfectamente legitimado. Pero así y todo, hay que distinguir entre
la acción individual contra quienes personifican la autoridad y la que no va contra
ellos. «Mas apruébese o repruébese el acto violento, no se dejará de reconocer
generosidad y heroísmo en los propagandistas por el hecho, en los vengadores que
ofrendan su vida para castigar ultrajes no sufridos por ellos» (3, 319). De aquí que
«Los Angiolillo, los Bresci, los matadores del gran duque Sergio y los ejecutores del rey
Manuel nos merecen más simpatía que Ravachol, Emil Henry y Morral» (3, 317) 2.
Por lo demás, al tomar Prada conocimiento de las acciones de los anarquistas y
republicanos españoles, revisó su punto de vista sobre España, indicando que en
realidad hay dos Españas: la vieja y la nueva (4, 409).
Con Proudhon, sostiene González Prada que la cualidad más luminosa de
una sociedad anarquista es la justicia, que consiste en dar a cada hombre lo que
legítimamente le corresponde. Y escribe: mañana, cuando olas de proletarios se lancen a
combatir contra los muros de la vieja sociedad, los opresores dirán: «¡Es la
inundación de los bárbaros!. Mas una voz, formada por el estruendo de innumerables
voces, responderá: No somos la inundación de la barbarie, somos el diluvio de la
justicia» (2, 58-59).
* Profesor Principal de la Facultad
de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM y de la Universidad de Lima. Miembro fundador del
IIPPLA. Sus investigaciones sobre la filosofía peruana y latinoamericana han sido
publicadas en las últimas décadas en el Perú, Alemania, México, Venezuela, España,
USA y Colombia. Recientemente, el Fondo Editorial del Banco Central de Reserva publicó
sus estudios sobre la filosofía en América Latina (1999).
1 Emplearemos la edición reciente
de Obras, publicadas por Luis Alberto Sánchez en tres tomos y siete volúmenes (Lima:
COPE, 1985-87). Como no encontramos mayor razón para la división en tomos, simplemente
nos referiremos primero al volumen y luego citaremos la página.
2 Repárese que la defensa que hace
González Prada de la acción individual es bastante más compleja de como la presenta
Oviedo, «Manuel González Prada. Un apocalíptico de fin de siglo», en: Debate. Lima,
Vol. XIX, N° 95, jul.-ago. de 1997: 45-47.
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